43

Stone estaba sentado junto a un escritorio en la habitación de Chapman en la embajada británica escuchando el sonido de una ducha en marcha. Al cabo de unos instantes Chapman salió del baño enfundada en un albornoz blanco y descalza. Se estaba secando el pelo con una toalla.

—Dormir una noche entera y bañarse con regularidad es un poco difícil en vuestra compañía —‌declaró.

—Estoy convencido de que se debe a la diferencia horaria —‌dijo. Stone estaba repasando unos documentos que había en la mesa y de vez en cuando echaba una mirada al portátil colocado en el escritorio. Hizo una pausa para observar la habitación—. El MI6 cuida bien a sus agentes.

—La embajada británica es famosa por su servicio de alojamiento de lujo —‌comentó Chapman mientras se sentaba en el sofá‌—. Y un hotel no es lo más apropiado cuando se examinan documentos confidenciales y se lleva un portátil con información de alto secreto. —‌Se levantó‌—. Me visto en un momento y tomamos un té.

Salió de la estancia y Stone oyó cajones y puertas que se abrían y cerraban. Al cabo de unos minutos apareció vestida con una falda y una blusa, sin medias ni zapatos. Estaba acabando de abotonarse la blusa. Él apartó la mirada cuando ella alzó la vista hacia él.

—¿Te sientes mejor? —‌preguntó Stone con aire despreocupado.

—Mucho mejor, gracias. Estoy muerta de hambre. —‌Descolgó el teléfono, pidió té y algo de comida y se colocó junto a Stone en el escritorio.

—¿Has tenido noticias de tus amigos del Camel Club?

—Caleb ha llamado a la hora de comer. Me ha enviado por fax la lista de los eventos que se celebrarán próximamente en el parque. —‌Stone cogió dos folios‌—. Aquí está. Por desgracia hay un montón de posibles blancos.

Chapman repasó la lista con la mirada.

—Ya te entiendo. ¿Hay alguno que destaque más que los demás?

—Unos cuantos. Dos a los que va a asistir el presidente. Otros jefes de Estado, congresistas, celebridades. Pero será difícil hacer una criba.

—Pero mi primer ministro no está en el grueso. —‌Dejó los papeles y adoptó una expresión pensativa‌—. ¿Sabes? Hay muchas posibilidades de que me retiren de este lío.

—¿Porque no existe una amenaza demostrada contra el primer ministro?

—Eso mismo. Los recursos del MI6 no son ilimitados.

—Pero las implicaciones de lo que se está planeando aquí podrían tener repercusiones globales que alcanzan al Reino Unido.

—Es lo que diré en mi próximo informe, porque me gustaría ver qué pasa. Pero no me extrañaría que tuvieras que continuar sin mí.

Stone permaneció callado durante unos instantes.

—Espero que no sea el caso —‌dijo.

Ella lo miró fijamente.

—Lo tomo como un cumplido.

—Así es.

Cuando les trajeron el té y la comida comieron y bebieron mientras repasaban las pruebas una vez más.

—¿No se ha sabido nada más de Garchik y sus escombros misteriosos? —‌preguntó Chapman mientras le daba un mordisco a un típico bollo inglés caliente.

—No. Weaver, del NIC, ya no me mantiene informado. Y el FBI tampoco, por supuesto. La ATF quizá sea la próxima. —‌La miró‌—. Culpable por asociación, me temo. Tú tampoco serás muy popular.

—He estado en situaciones peores. Una vez la reina se puso en mi contra.

Stone se mostró intrigado.

—¿Y eso?

—Un malentendido que fue más culpa de ella que mío. Pero es la reina, así que ya ves. Aunque al final se solucionó. —‌Dio otro mordisco al bollo‌—. Pero por lo que sé de ti, estás acostumbrado a complicarte la vida.

—Nunca ha sido mi intención —‌reconoció Stone con voz queda.

Chapman se recostó en el asiento.

—¿Pretendes que me lo crea?

—Cumplí con mi deber, incluso cuando no estaba de acuerdo con lo que tenía que hacer. Fui débil en ese sentido.

—Estabas preparado para obedecer órdenes. Todos lo estamos.

—Nunca es tan sencillo.

—Si no fuera tan sencillo nuestro mundo se iría al carajo rápidamente.

—Bueno, a veces tendría que irse al carajo.

—Supongo que es lo que te pasó a ti.

—¿Has estado casada alguna vez?

—No.

—¿Quieres estarlo?

Chapman bajó la mirada.

—Supongo que la mayoría de las mujeres quieren estarlo, ¿no?

—Creo que la mayoría de los hombres también. Yo me casé. Tenía una mujer a la que amaba y una niña que lo eran todo para mí.

Stone se quedó callado.

Al final Chapman rompió el silencio.

—¿Y las perdiste?

—Y toda la culpa fue mía.

—Tú no apretaste el puto gatillo, Oliver.

—Como si lo hubiera hecho. Un trabajo como el mío no se deja por voluntad propia. Y no tenía que haberme casado. No tenía que haber tenido una hija.

—A veces esas cosas no pueden controlarse. El amor no se puede controlar. —‌Stone la miró. Chapman lo miraba de hito en hito‌—. No se puede, ni siquiera nosotros podemos.

—Pero, teniendo en cuenta cómo acabó la cosa, debería haberlo intentado.

—¿O sea que piensas culparte para siempre?

La pregunta le pilló por sorpresa.

—Por supuesto que sí. ¿Por qué?

—Solo preguntaba. —‌Dejó lo que le quedaba del bollo y se centró en los informes que tenía delante.

Stone puso en marcha el televisor con el mando a distancia y sintonizó las noticias. Justo entonces apareció una periodista retransmitiendo desde las proximidades de Lafayette Park.

—Y los últimos informes apuntan a que Alfredo Padilla, de origen mexicano, murió en la explosión. Según parece, había una bomba en el agujero de un árbol en Lafayette Park, y el señor Padilla, que huía de los disparos que asolaban el parque, cayó en el agujero y la bomba estalló. Se está preparando un funeral para el señor Padilla, que murió como un héroe aunque fuera de forma involuntaria. El agente especial del FBI, Thomas Gross, veterano dentro del cuerpo, murió durante un tiroteo en el vivero donde se había adquirido el árbol con la bomba. Recibirá los honores en el mismo funeral en lo que algunos califican de estratagema política para mejorar las relaciones entre los dos países. Otro hombre, John Kravitz, que trabajaba en el vivero y supuestamente estaba implicado en esta conspiración con bomba, fue asesinado por una persona desconocida en su casa de Pensilvania cuando la policía lo abordó. Seguiremos informando.

Stone apagó el televisor.

—Por ahí hay algún bocazas —‌dijo‌—. En mis tiempos nunca habríamos revelado tanto sobre una investigación inconclusa.

—Eso era antes de la época de Internet y el periodismo banal que se ve obligado a ofrecer contenido cada segundo del día —‌comentó Chapman.

—No sé si me dejarán asistir al funeral de Gross.

—Yo en tu lugar no contaría con ello.

Al cabo de cinco minutos, Chapman habló:

—Un momento.

—¿Qué? —‌preguntó Stone, mirándola.

Alzó una hoja de papel.

—La lista de pruebas de la escena del crimen correspondiente al parque.

Stone la miró.

—Bueno, ¿qué ves?

—Lee esa columna —‌indicó, señalando una lista de números y las categorías correspondientes en la parte izquierda de la hoja.

Stone la leyó.

—Vale. ¿Qué pasa?

Le enseñó otra hoja.

—Ahora lee esto.

Stone así lo hizo. Se estremeció y volvió a mirar la primera hoja.

—¿Por qué nadie lo ha comparado hasta ahora?

—Probablemente porque estaba en dos informes distintos.

Stone comparó ambos documentos.

—Doscientas cuarenta y seis balas en el parque y alrededores que concuerdan con las TEC-9 —‌dijo.

—Cierto.

Miró el otro papel.

—Pero los cartuchos que encontraron en el hotel Hay-Adams solo ascendían a doscientas cuarenta —‌dijo.

—También es cierto.

—Cabría esperar más cartuchos que balas, porque algunas balas quizá no se encuentren —‌empezó a decir Stone.

—Pero nunca se tienen menos cartuchos que balas encontradas —‌dijo Chapman para rematar la idea de Stone‌—. A no ser que los malos cogieran unos cuantos y dejaran el resto. Lo cual nunca harían. O se los llevan todos o ninguno.

Stone alzó la mirada.

—¿Sabes qué significa eso?

Chapman asintió.

—Los cartuchos se colocaron en el hotel y alguien se equivocó al contarlos. Los disparos procedieron de otro lugar.