El Camel Club al completo, con excepción de su líder, estaba en el apartamento de Caleb Shaw en Alexandria, Virginia, con vistas al río Potomac. Caleb justo acababa de servir té y café a todo el mundo con excepción de Reuben, quien se había llevado su petaca con algo más fuerte que un Earl Grey o Maxwell House.
Annabelle vestía una falda negra, mocasines y una cazadora vaquera. Fue la primera en hablar y con contundencia.
—¿Cómo de grave es la situación, Alex?
Alex Ford, vestido todavía con el traje y la corbata del trabajo, se apoyó en el almohadón y dio un sorbo al café antes de hablar.
—Bastante grave. Un agente del FBI ha muerto junto con tres personas más, incluido un sospechoso del atentado con bomba.
—¿Y culpan a Oliver? —preguntó Caleb indignado.
—Sí —reconoció Alex—. Con razón o sin ella. Ya le dije a Oliver que había mucha gente descontenta con su implicación en este caso, y ahora está sufriendo las consecuencias de ello.
Harry Finn estaba apoyado contra la pared. Se había terminado el café y había dejado la taza.
—¿Te refieres a que convertir a Oliver en el chivo expiatorio es una forma infalible de apartarlo del caso?
—Eso mismo. Aunque, conociendo a Oliver, probablemente se culpe por lo que pasó.
—Si persigues a terroristas puedes acabar mal parado —bramó Reuben—. Y fueron ellos quienes le pidieron que volviera al redil, no al revés.
—Eso es lo que resulta exasperante, Alex —convino Annabelle—. No tenía por qué hacer nada de todo esto. Encima ahora pone su vida en peligro y le echan la culpa de que hayan matado a otro.
Alex abrió las manos.
—Annabelle, no seas ilusa. Esto es Washington. La justicia no tiene nada que ver.
Se apartó la larga melena de la cara.
—Vaya, me alivia saberlo.
—Pero ¿ahora qué va a pasar? —intervino Caleb.
—Están llevando a cabo una investigación. Dos, en realidad. La búsqueda de los terroristas continúa, obviamente. Pero ahora habrá una segunda investigación sobre la muerte del agente Gross y los demás para determinar si hay indicio de negligencia o acción incorrecta.
—Con respecto a Oliver, quieres decir —puntualizó Annabelle.
—Sí.
—¿Qué podría pasarle en el peor de los casos? —preguntó Caleb.
—¿En el peor de los casos? Podría acabar en prisión, pero es poco probable. Podrían apartarlo del caso. Eso es mucho más probable. Incluso a pesar de las amistades que tiene en las altas esferas, nadie es capaz de soportar tanta presión durante tanto tiempo. Sobre todo si los medios de comunicación empiezan a hablar del caso.
—Esto es una pesadilla —dijo Caleb—. Si los periodistas entran en liza, entonces empezarán a investigar a Oliver y su pasado.
—Oliver no tiene pasado, por lo menos oficialmente —observó Reuben con un retumbo profundo.
—Exacto —convino Caleb—. A eso iba. Serán implacables para intentar descubrir quién es exactamente.
—Al gobierno no le interesa —dijo Alex.
Reuben asintió con complicidad.
—Sabe demasiado, joder. Un montón de información que resultaría bochornosa si saliera a la luz.
—¿Te refieres a lo de la Triple Seis?
—Exacto.
—¿No… no estarás pensando que el gobierno… quizás intente silenciarlo? —dijo ella con voz entrecortada.
Caleb adoptó una expresión de incredulidad.
—Esto no es la Unión Soviética, Annabelle. No asesinamos a los nuestros.
Annabelle lanzó una mirada a Alex, que rápidamente miró hacia otro sitio.
—De acuerdo —dijo ella—. Oliver nos ha ayudado a todos de un modo u otro, lo cual hace que me pregunte si realmente es necesario ayudarle o no.
—Esa no es la cuestión —dijo Alex—. La cuestión es: ¿empeoraremos su situación si le ayudamos?
—Imposible —respondió ella—. Ahora mismo todo el mundo está contra él. Nos necesita. Somos lo único que le queda.
—Dejó muy clara su postura al respecto —dijo Alex—. No quiere nuestra ayuda.
—Porque no quiere que corramos peligro —espetó ella—, pero para mí eso no es motivo suficiente. —Se levantó—. Así pues, voy a ayudarle, lo quiera o no.