—¿A quién se le ha ocurrido dejar solo al agente Gross?
Stone y Chapman estaban en la Oficina de Campo del FBI en Washington, sentados en uno de los lados de una larga mesa frente a cuatro hombres con expresión adusta y una mujer de aspecto severo.
—Ha sido idea mía. La agente Chapman y yo hemos ido al tráiler a buscar a John Kravitz y el agente Gross se ha quedado con Lloyd Wilder —explicó Stone.
—¿Sabíais si alguno de los otros trabajadores del vivero estaba implicado en la conspiración terrorista? —preguntó la mujer, que se había identificado como agente especial Laura Ashburn. Vestía un traje negro y llevaba el cabello castaño recogido en una cola de caballo. Rondaba la cuarentena, de estatura media, con unas facciones agradables y una silueta esbelta, pero sus ojos eran como puntos negros que perforaban todo lo que encontraba a su paso. En esos momentos lo único que tenía delante era a Stone.
—No lo sabíamos, y seguimos sin saberlo.
—¿Y aun así lo habéis dejado allí sin refuerzos? —dijo uno de los agentes.
Antes de que Stone tuviera tiempo de responder, otro hombre intervino:
—Te has marchado con la agente Chapman y encima teníais el apoyo de la policía local. Tom Gross no tenía nada de eso. Estaba solo.
—Debería haberle dicho a la agente Chapman que permaneciera junto a Gross y luego haber pedido refuerzos para ellos mientras me dirigía a la zona de caravanas —reconoció Stone.
—No había nada que impidiera al agente Gross hacer tal cosa —intervino Chapman.
Los cinco agentes del FBI se la quedaron mirando.
—Cuando se intenta controlar una posible situación hostil y se está en presencia de un posible terrorista no se tiene mucho tiempo para charlar por teléfono —dijo uno de ellos.
Este mismo hombre se dirigió a Stone.
—Tengo entendido que eres una incorporación reciente a la agencia anexa al NSC.
—Sí.
—Pero eres un poco mayorcito para entrar en juego, ¿no?
Stone no dijo nada, porque ¿qué iba a decir?
Ashburn abrió una carpeta.
—No encuentro gran cosa sobre ti, Oliver Stone —comentó—, aparte de una carrera cinematográfica ilustre. —El tono burlón del comentario equivalía a la expresión de sus cuatro colegas.
—Menuda cagada de novato para un hombre de tu edad —añadió el agente del extremo izquierdo de la mesa—. Dejar a un agente en una situación vulnerable. —Se inclinó hacia delante—. ¿Qué sugieres que le digamos a su esposa? ¿A sus cuatro hijos? ¿Se te ocurre algo? Me encantaría saberlo, «agente». Stone.
—Les diría que su esposo y padre ha muerto luchando. Como un héroe. Eso es lo que les diría.
—Estoy convencido de que así se quedarán tranquilos —dijo Ashburn con desprecio.
—¿Alguna vez te han dejado solo en una misión? Lo dudo, puesto que un tipo como tú probablemente esté cubierto en todo momento. Con toda la artillería a la espalda —dijo otro agente.
—No tenéis ni idea de lo que estáis diciendo —saltó Chapman—. Nos ha salvado la vida a mí y a dos agentes de policía. Se ha dado cuenta de que había un francotirador en el bosque mientras nosotros nos chupábamos el dedo. Y si supierais la mitad de la historia de este hombre, no estaríais aquí acribillándole a preguntas por …
—Su historia me importa un bledo. Lo único que me importa es el presente —espetó Ashburn.
—Pues entonces igual tendrás que consultar a tus superiores, porque …
Stone le puso una mano en el brazo.
—No sigas —le instó con voz queda.
Ashburn cerró la carpeta.
—Vamos a presentar un informe detallado sobre lo sucedido y la recomendación principal será que te aparten del caso y se inicie una investigación completa para ver si ha habido delito o te mereces algún tipo de sanción.
—Esto es totalmente ridículo —espetó Chapman.
Ashburn le dirigió una mirada fulminante; las pupilas negras parecían puntos huecos a punto de salir disparados.
—No sé cómo se hace al otro lado del Atlántico, pero esto es América. Aquí somos responsables de nuestros actos. —Miró a Stone—. O de la falta de ellos, como bien podría ser el caso. —Volvió a mirar a Chapman—. ¿Quieres un consejo? Yo de ti me buscaría a otro compañero.
Todos los agentes se levantaron a la vez y salieron de la sala.
Chapman lanzó una mirada a Stone.
—¿Es normal que os machaquéis los unos a los otros así?
—Normalmente solo cuando nos lo merecemos.
—¿Y crees que es el caso?
—Un hombre bueno ha muerto y no debería haber ocurrido. Hay que echarle la culpa a alguien, y yo soy un candidato tan bueno como otro cualquiera. —Se levantó—. Y tal vez tengan razón. Tal vez sea demasiado mayor para esto.
—No lo dices en serio, ¿verdad?
Stone no respondió. Abandonó la sala, se marchó de la Oficina de Campo, salió a la calle y se puso a caminar. El aire nocturno era frío y seco, el cielo estaba despejado. El tráfico era denso y se oían muchos cláxones cerca del Verizon Center porque se estaba celebrando algún evento.
Mientras caminaba Stone pensó en los últimos momentos que había pasado con Gross. No había tenido en cuenta su seguridad. Su principal deseo era ir a por John Kravitz. En realidad, le había parecido que Gross estaría más seguro si era él quien iba a por el supuesto terrorista a su casa. En ningún momento se planteó que atacaran el vivero y encima mataran a Kravitz. Quedaba claro que los terroristas contaban con efectivos, información privilegiada y agallas. Una combinación formidable.
De repente tuvo una idea y marcó el número que Riley Weaver le había dejado. Quería saber si Weaver tenía la lista de los eventos programados en Lafayette Park. Si había alguna pista en esa lista, Stone deseaba investigarla. Alguien respondió al teléfono. Stone se identificó y preguntó por Weaver. El hombre le dijo que esperara y volvió a contestar al cabo de diez segundos.
—No vuelva a llamar a este número, por favor.
La línea enmudeció y Stone se guardó lentamente el móvil en el bolsillo. La explicación de aquel corte abrupto era sencilla. Weaver sabía que Stone la había cagado y que un agente del FBI había perdido la vida. Stone ya no constaba en la lista de cooperación del NIC. Con carácter indefinido.
Dejaba atrás manzana tras manzana con su actitud introspectiva mientras la vida nocturna de Washington D. C. se desarrollaba a su alrededor. Corredores por el Mall, turistas con planos en la mano, grupos de juerguistas que se dirigían al siguiente local y ejecutivos y ejecutivas trajeados armados con pesados maletines y con expresión de agobio que volvían a casa caminando fatigosamente para seguir trabajando.
Cargarse a Kravitz era de lo más comprensible si estaba implicado en el atentado. Una boca menos que podía traicionar a quienes estuvieran detrás. Debían de tener vigilada la zona de caravanas y estaban allí para matar a Kravitz cuando apareció Stone. Pero había una teoría alternativa que resultaba mucho más inquietante.
«Sabían que íbamos a presentarnos».
O bien les habían seguido o bien se les habían adelantado. Ambos supuestos tenían implicaciones graves, además de la posibilidad de que hubiera un topo en sus filas. Pero ¿por qué el vivero? ¿Acaso Lloyd Wilder también estaba implicado? Si así fuera, era un actor consumado. ¿La mujer de la oficina? Poco probable.
¿Tom Gross? Pero ¿por qué eliminarlo? Era el investigador principal y se limitarían a sustituirlo por otro. Y el asesinato de un agente del FBI no haría más que triplicar el esfuerzo ya de por sí ingente del FBI para encontrar a los autores del incidente de Lafayette Park. No tenía ningún sentido. Ninguno.
Llegó a su destino, enseñó la placa para que le permitieran el acceso y entró en Lafayette Park. Por lo menos no le habían quitado las credenciales. Todavía. Se sentó en un banco e inspeccionó los alrededores, donde seguían las labores de investigación. Los sucesos recientes se agolpaban en su mente, pero nada tenía suficiente sustancia como para resultar útil. No era más que neblina, vapor. En cuanto se centraba en algo prometedor, se desvanecía.
Desvió la mirada hacia la Casa Blanca, al otro lado de la calle. Sin duda, el estallido de la bomba había reventado la burbuja de seguridad que el presidente creía tener. El ego profesional de todas las fuerzas de seguridad encargadas de defender aquel trozo de tierra había sufrido un duro revés.
El Infierno estaba a la altura de su nombre, pensó Stone.
Al levantar la vista vio al hombre que se le acercaba. En parte se sorprendió y en parte no. Exhaló un largo suspiro y aguardó.