32

—Cierra la puerta tras de ti —‌ordenó Stone‌—. Y apártate de la misma, hacia la izquierda.

Se levantó desde detrás del escritorio, manteniéndose fuera de la línea de fuego procedente de la ventana.

—Ábrete la chaqueta.

—No voy armado.

—Ábrete la chaqueta.

Weaver obedeció. Se sorprendió cuando una mano lo registró rápidamente.

—Eres rápido —‌dijo Weaver. Stone se apartó del hombre mientras le apuntaba con la pistola‌—. ¿Encendemos una luz? —‌sugirió—. No veo nada.

—Si no te hubieras presentado aquí con una sección de artillería te habría tratado de forma más educada. —‌Mientras hablaba, Stone no había dejado de moverse, dando vueltas alrededor del hombre. Supuso que el ex marine poseía una capacidad para la visión nocturna excelente y no se equivocó.

—Bueno, ahora te veo y sé que tú me ves —‌reconoció Weaver‌—. ¿Cómo quieres que hagamos esto?

—¿Ves las sillas que hay junto a la chimenea?

—Sí.

—Tú en la de la izquierda.

—¿Y dónde estarás tú?

—En otro sitio.

Weaver avanzó y se sentó en una silla de madera desvencijada. Giró la cabeza ligeramente hacia la derecha.

—Ya no te veo.

—Ya lo sé. ¿Qué quieres?

—Nuestra última reunión acabó de forma demasiado brusca.

—Culpa tuya.

—Lo sé. Lo reconozco. Ahora trabajamos para el NSC. Y el FBI.

—¿Y?

—Pues ¿qué te parecería colaborar con el NIC?

—Ya pertenezco a demasiadas organizaciones con siglas, gracias.

—No habéis avanzando nada desde el momento en que explotó la bomba.

—Bueno, ya tienes a tus espías de entre agencias colocados. El hombre al que sustituiste hacía lo mismo. No siempre con consecuencias positivas.

—Yo no soy Carter Gray. Ya sé que os conocíais desde hacía mucho tiempo y que la relación dejaba mucho que desear.

—Era excelente en su trabajo. Lo que pasa es que no siempre estaba de acuerdo con sus actos.

—He leído más sobre John Carr.

—Me alegro por ti. ¿Por qué estás aquí? No será solo para ofrecerme un trabajo que sabes que no aceptaré.

—Tienes el apoyo del presidente. Sé por qué.

Stone observó al hombre en la oscuridad. Estaba a tres metros de Weaver, detrás y ligeramente a su derecha. Un ángulo para matar perfecto, puesto que la mayoría de las personas eran diestras y para repeler el ataque no era normal que se giraran hacia la derecha, era demasiado incómodo. Lo lógico es que se giraran hacia la izquierda. Y entonces, por supuesto, sería demasiado tarde.

—¿Y adónde nos lleva eso? —‌preguntó.

—No soy de los que se regodea en el pasado. Ahora me interesan la bomba y las metralletas de Lafayette Park.

—Algunos dicen que es simbólico.

—¿Tú te lo crees? —‌preguntó Weaver.

—No. A los terroristas les da por el simbolismo siempre y cuando provoquen muchas muertes.

—Estoy de acuerdo. A esto dedicaron demasiado tiempo y recursos. Tiene que haber algún motivo.

—Intentaba pensar en alguno precisamente cuando has aparecido.

—Si trabajamos juntos quizá lleguemos a eso más temprano que tarde.

—Ya te he dicho que tengo a un equipo trabajando en esto.

—Estamos todos en el mismo equipo.

—Me sacaste de la cama del hospital antes de que el FBI pudiera contactar conmigo, te hiciste el matón en el NIC, ridiculizaste mi intento de decirte lo que sabía o pensaba y luego apagaste las luces cuando hice una pregunta. Si esta es tu versión del juego amoroso nunca tendrás suerte.

—De acuerdo, me lo merecía. Me hice el duro contigo y me salió el tiro por la culata. Ahora me doy cuenta.

—¿Y estás aquí para ser amable?

—¿Es tan difícil de creer?

—Pues sí. Esto es Washington, donde se comen a los jóvenes y a los mayores. Así que, una vez más, ¿por qué estás aquí?

Stone contó diez segundos para sus adentros y el silencio persistía. Alineó la silueta de Weaver con la del punto de mira. Trató de oír el sonido de las botas negras avanzando hacia él.

«No puede ser tan imbécil», pensó Stone. Actuar como distracción. A Stone no le importaba que los hombres del exterior trabajaran para el mismo gobierno que él. Tenía experiencia de sobra para saber que la ciudadanía no protegía de nada si uno se interponía en los planes de otro. O de una conspiración, lo cual para Stone era básicamente lo mismo.

—Tengo miedo, Stone.

Ese comentario inesperado hizo que Stone alzara la vista del punto de mira.

—¿Por qué?

—Porque va a pasar algo. Algo grande y no tengo ni idea de qué podría ser. Y si el jefe de inteligencia de la nación no tiene ni idea, pues, vamos, mal asunto. No quiero que se me recuerde por no haberme enterado de una gorda.

Stone se relajó un poco.

—¿Una gorda? ¿Basándote en qué? ¿Habladurías?

—Eso y mi intuición. ¿Cómo colocaron esa bomba en el agujero? ¿Por qué las metralletas no alcanzaron a nadie? Y tengo otro interrogante que creo que tú no te has planteado.

—¿Cuál?

—¿Qué pasó con el arce que ya estaba en el parque? Mis fuentes dicen que se murió de repente. Por eso tuvieron que cambiarlo. Llevaba allí décadas, como una rosa, y entonces se murió y nadie sabe por qué.

Esa información dejó paralizado a Stone. Hacía mucho que no había ido a Lafayette Park. De todos modos, recordaba ese arce, con una copa enorme y alta, un ejemplar hermoso. Que siempre había estado sano.

«Y entonces se murió. Y nadie sabe por qué».

Se sentó al lado de Weaver y deslizó la pistola en la cinturilla. Cuando Weaver vio el arma, Stone dijo:

—Estoy autorizado para llevarla.

—Por mí no hay inconveniente. Y probablemente la necesites antes de que acabe todo esto.

—¿O sea que crees que sabotearon el árbol a propósito?

—O eso o se trata de la mayor de las coincidencias. Si no hubiera hecho falta otro árbol la bomba no habría llegado a Lafayette Park. Porque llegó en el interior de ese árbol. Creo que a estas alturas todos somos conscientes de ello.

—El agente Gross del FBI dijo que estaban investigando ese supuesto, pero no están descubriendo gran cosa.

—Qué interesante.

—¿Me estás diciendo que todavía no lo sabías?

—El FBI siempre ha ido por libre. Sin embargo, yo me mantengo al corriente. Y creo que lo que descubran por ese lado es una gran nadería.

—¿Por qué? ¿El rastro está bien oculto?

Weaver trató de mirar a Stone en la oscuridad.

—No pasaron el cepellón por el escáner. Iba a ir al parque, a la tierra. No es el árbol de Navidad para la Casa Blanca.

—¿Barrido canino?

—No estoy seguro, pero no lo creo.

—¿Por qué no?

—No tengo una respuesta concluyente al respecto.

—La ATF considera que la detonación se activó de forma remota.

—Humm.

—¿No estás de acuerdo?

—Permíteme que te diga una cosa. No hay ninguna bomba infalible. Una vez casi me quedo sin mano manejando un explosivo «infalible» mientras estaba en los marines.

—Entonces, ¿cuál es tu teoría?

—¿Podemos encender la luz? Me siento como si estuviera otra vez en el instituto birlándole algún licor a mi viejo.

—Prefiero la oscuridad.

—Bueno, como quieras. La bomba estalla mediante un detonador remoto. Probablemente un teléfono móvil. El agujero del árbol se tapa. Y la detonan justo en el momento que quieren. Pero resulta que un tío huye de los disparos, salta dentro del hoyo para salvarse y pum.

—Pero ¿cómo se detonó la bomba?

—Como he dicho, las bombas son peliagudas. Un tío gordo salta y aterriza encima de la misma o quizá le alcanzara una de las balas y detonó.

—Ya nos habíamos planteado esa posibilidad.

—¿O sea que estoy aquí perdiendo el tiempo?

—No, no se me había ocurrido lo de que sacrificaran el árbol. Esa te la debo a ti.

—Se me ha ocurrido esta noche.

—La ATF piensa que la bomba estaba en una pelota de baloncesto que colocaron en el interior del cepellón.

—Da igual. De todos modos podía haber estallado de forma accidental.

—Pero no tiene sentido. El único motivo por el que el tipo saltó al agujero y, según tu teoría, detonó la bomba antes de tiempo, fue porque huía de los disparos. ¿Por qué tomarse la molestia de introducir una bomba allí y luego cagarla disparando las metralletas?

—Tiene todo el sentido del mundo si lo analizas desde otro punto de vista.

Stone tardó unos segundos en caer en la cuenta.

—Te refieres a que los francotiradores y los de la bomba fueran de bandos distintos.

—Exacto. Si fuese así, los terroristas de la bomba están ahora mismo muy cabreados con quienquiera que disparase.

—¿El grupo yemení? —‌preguntó Stone.

—Esos tipos se atribuyen la autoría de un montón de atentados con los que no tienen nada que ver. Tal vez fueran los de las metralletas. Pero entonces estalla la bomba y dicen: «Joder, pues vamos a reivindicar eso también». Potencia su imagen frente a otros terroristas. Más credibilidad en las calles implica más financiación. Así funciona la cosa. Se parece a las guerras por el territorio y el presupuesto en Washington D. C.

—Entonces eso significa que la bomba tenía que haber matado a otra persona en el parque a otra hora.

—Eso es. Pero ¿a quién?