30

Se reunieron con Gross no en su despacho del FBI, sino en una cafetería cercana al Verizon Center. El agente federal vestía de modo informal, con pantalones caqui, un polo y una chaqueta con cremallera de los Washington Capitals. Pidieron un café y se sentaron a una mesa del fondo. A Gross se le veía pálido y nervioso, iba recorriendo el pequeño espacio con la mirada continuamente, como si sospechara que le hubieran seguido.

—No me gusta cómo está saliendo todo esto —‌reconoció Gross. Se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta y la apartó de inmediato.

—¿Eres ex fumador? —‌preguntó Stone.

Gross asintió.

—En este preciso instante me arrepiento de haberlo dejado.

—Cuéntanos.

Gross se inclinó hacia delante y agachó la cabeza.

—Primero contadme cómo ha ido con Carmen Escalante.

Stone y Chapman se fueron alternando para informarle sobre la joven lisiada y apesadumbrada.

—Pobrecilla… entonces, ¿es un callejón sin salida?

—De todos modos, nunca hemos albergado grandes esperanzas al respecto —‌dijo Stone‌—. Es una víctima, al igual que su tío.

—Lugar equivocado en el momento equivocado. Pobre hombre. Ama América y mira lo que le pasa.

—¿Qué tal te han ido a ti las cosas? —‌preguntó Chapman.

Gross se removió en el asiento y dio un sorbo de café antes de responder.

—He decidido no andarme por las ramas y he pillado a todo el personal del Servicio Nacional de Parques que trabajó en la instalación, incluido el supervisor, y me los he llevado a la Oficina de Campo de Washington. El supervisor se llama George Sykes. Siempre ha trabajado para el Gobierno; el tío tiene seis nietos. Un historial impecable. Estuvo constantemente con su equipo y juró ante una pila de biblias que ninguno de ellos está implicado. Le creo. Unas siete personas participaron en la entrega y posterior plantación del árbol. Es imposible que los compraran a todos.

—¿Y por qué seguía el agujero sin cubrir? —‌preguntó Stone.

Gross sonrió.

—Me han dado una buena lección al respecto. El Servicio Nacional de Parques es muy quisquilloso con lo que planta en Lafayette Park. Al parecer solo se instalan ejemplares que existieran durante la época de George Washington. Estos tíos son en realidad historiadores que de vez en cuando excavan un agujero. Hoy he aprendido mucho más de lo que me hacía falta. Pero el motivo por el que dejaron el agujero sin tapar es porque tenían que preparar una tierra especial y un arboricultor analizaría el árbol para asegurarse que el transporte no lo había dañado y tal. Estaba previsto que cubrieran el agujero al día siguiente.

—Entonces la bomba estaba en el cepellón antes incluso de que lo colocaran en el sitio —‌dijo Chapman‌—. No hay otra posibilidad. El personal del Servicio Nacional de Parques no está implicado.

Stone la miró a ella y luego a Gross.

—¿Sabemos la cronología del árbol? ¿De dónde vino? ¿Quién lo manipuló?

—Estoy en ello. La cuestión está en que no sé cómo llega un árbol al Lafayette sin que nadie compruebe si hay un puto explosivo. Me refiero a que, como mínimo, un perro debería olisquearlo cuando llega al lugar donde va a plantarse. Ese árbol era enorme. Como visteis en el vídeo hubo que meterlo con una grúa.

—Bueno, ¿hay constancia de que algún perro lo husmeara en busca de explosivos? —‌preguntó Stone.

—No que yo sepa. Y nadie del equipo de instalación recuerda que pasara.

—Otro agujero de seguridad, si es verdad —‌dijo Chapman.

—Sí, pero ¿una bomba en el cepellón? —‌se planteó Gross‌—. ¿Quién se imagina algo así?

—Sí, igual que un jumbo que se estrella contra dos rascacielos —‌dijo Stone‌—. O explosivos en la ropa interior o en los zapatos. Tenemos que dejar de pensar así o morirá más gente inocente.

Gross dio otro sorbo al café con el ceño totalmente fruncido.

—¿Algo más? —‌preguntó Stone, que le observaba con atención.

Al hablar, Gross bajó tanto la voz que Stone y Chapman tuvieron que inclinarse hacia delante para oírle.

—Me cuesta creer lo que estoy diciendo, pero creo que nuestro bando nos observa. Nos jode, quiero decir. Por eso os he pedido que nos reuniéramos aquí.

—¿Nuestro bando? —‌preguntó Chapman‌—. ¿Qué te hace pensar tal cosa?

Gross miró a Stone con recelo.

—Ya sé que perteneces al Consejo de Seguridad Nacional y, francamente, he trabajado demasiados años como para mandar mi carrera al garete pero tampoco pienso quedarme de brazos cruzados y fingir que todo va bien.

Stone se inclinó todavía más.

—Yo estoy con las personas de esta mesa. Ahora dime por qué sospechas que los de tu bando están en tu contra.

Gross parecía molesto y azorado a la vez.

—Para empezar, creo que me han pinchado el puto teléfono. En el despacho y en casa. Cuando hago preguntas hay más huellas dactilares en la línea de las que debería haber. —‌Observó a Stone y luego a Chapman‌—. Decidme una cosa y quiero la verdad.

—De acuerdo —‌dijo Chapman rápidamente mientras Stone guardaba silencio, a la espera.

—¿Las imágenes de vídeo de la noche de la explosión? ¿Después de la detonación? Tengo que deciros que no me trago lo de que la explosión dañó las cámaras de forma permanente. Tal como han dicho hoy los del Servicio Secreto, hay muchos ojos en el parque. Pero no todos comparten lo que ven. —‌Dejó de hablar y los observó‌—. Así pues, ¿hay algo más?

Chapman lanzó una mirada a Stone.

Gross frunció el ceño.

—Sí, me lo imaginaba. También vosotros me estáis tomando el pelo. ¿Cómo coño voy a llevar a cabo una investigación si tengo las manos atadas a la espalda? ¿Sabéis qué? La única persona de este mundo en la que confío en estos momentos es mi mujer. Os lo juro por Dios.

—No me extraña.

—¿Y por qué coño estabais vosotros dos enterados del vídeo completo y yo no? —‌Miró a Chapman enfadado‌—. Joder, tú ni siquiera eres americana.

—No hay ningún motivo de peso por el que te mantuvieran al margen —‌reconoció Stone. Miró a Chapman‌—. ¿Tienes el portátil en el coche? —‌Chapman asintió‌—. Ve a buscarlo.

Al cabo de un momento ya estaba de vuelta y con el ordenador en marcha. Al cabo de unos segundos estaban mirando el vídeo. La grabación completa.

Cuando terminaron, Gross se recostó en el asiento, supuestamente apaciguado.

—Bueno, sigo estando cabreado por el hecho de que me dejaran en la estacada, pero no he visto nada ahí que merezca dejar al margen al FBI.

Era cierto, pensó Stone. Pero, a juzgar por lo que había descubierto, ¿había algo que se le escapaba?

—Ponlo otra vez a partir del momento en que todo el mundo empieza a marcharse del parque. A cámara lenta —‌indicó a Chapman.

Ella hizo lo que le pedía. Al cabo de un momento, Stone dijo:

—Páralo ahí. —‌Contempló el vídeo en pausa. Se enfadó por no haberlo visto antes, sobre todo después de lo que había descubierto ese mismo día.

—¿Puedes ampliar la imagen?

Pulsó varias teclas y se vio la imagen a mayor tamaño.

—¿Puedes mover el encuadre hacia la izquierda?

Chapman manipuló el ratón y la imagen se desplazó hacia la izquierda.

Stone puso el dedo en un punto de la pantalla.

—¿Lo veis?

Gross y Chapman se acercaron más.

—¿El qué? —‌preguntaron ambos al unísono.

—Los faros de ese coche iluminaron esa ventana. Se ve una cara reflejada claramente en el cristal tintado.

Los otros dos se inclinaron hacia delante.

—Vale —‌dijo Chapman‌—. Ahora lo veo.

Gross asintió.

—Pero ¿quién es?

—Es el hombre del traje. Por eso no te enseñaron esta parte del vídeo.

—Un momento —‌dijo Gross‌—. ¿Cómo sabes que es el tío del traje?

—Porque hoy le he conocido.

Gross se enfureció y se levantó.

—¿Sabéis dónde está? Hijo de puta. Estáis continuamente ocultándome la información, joder. A lo mejor sois vosotros quienes me habéis pinchado el teléfono.

Stone lo miró de hito en hito.

—Baja la voz y contrólate. Y siéntate ahora mismo.

El tono de Stone tenía algo que hizo obedecer al agente federal. Se sentó, aunque seguía teniendo una expresión airada.

—El hombre del traje —‌continuó Stone— estaba en el parque aquella noche para reunirse con alguien acerca de una misión de alta prioridad para este país.

—¿Y cómo lo sabes?

—Te digo que es lo que me ha contado hoy mismo una fuente fidedigna. Como he dicho, he conocido al hombre cuyo rostro está reflejado en esa ventana. Su misión consiste en rastrear a alguien que es enemigo de este país. Tal vez su mayor enemigo —‌añadió Stone.

La expresión de Gross denotó que iba cayendo en la cuenta.

—Hostia, ¿te refieres a…?

Stone levantó la mano.

—Una misión de alto secreto. Lo bastante secreta como para que el FBI haya recibido un vídeo incompleto de la escena del atentado para que sus facciones no se aprecien. Dejémoslo así.

—¡Pero entonces es posible que el objetivo fuera ese tipo! —‌exclamó Gross.

—No. Si lo hubiera sido no habrían fallado.

—¿Y dónde está ese hombre?

—Cerca.

—Vale —‌dijo Gross‌—. Entonces, ¿qué nos queda?

—Poca cosa —‌dijo Chapman de mal humor‌—. Poca cosa, joder.