Dejaron un mensaje para Gross y compraron comida para llevar en un chino camino de la casa de Stone. Hacía un buen día, así que Stone puso la pequeña mesa redonda de la cocina y dos sillas en el porche delantero. Colocó dos platos y cubiertos y sacó dos cervezas de la neverita que tenía en la cocina.
Se sentaron y Chapman levantó la cerveza y brindó con la de Stone.
—¡Chin-chin! Sabes cómo tratar a una dama.
—Tú has pagado la comida y no tengo ni idea de cuánto tiempo lleva esta cerveza en la nevera.
Ella tomó una cucharada de sopa wonton. Picaba tanto que se le humedecieron los ojos y volvió a dar un sorbo a la cerveza.
—¿Demasiado picante para ti? —preguntó Stone mientras la miraba un tanto divertido.
—De hecho, me va lo de sufrir. Uno de los motivos por los que hago este trabajo, supongo.
—Trabajé con el MI6 en mis tiempos. Entonces no conocí a ninguna agente.
—No abundamos. Es un mundo en el que reina la testosterona pura y dura.
—¿Tenías claro que querías dedicarte a esto o fue por casualidad?
—Un poco de ambas cosas, supongo. —Tomó un pedazo de pollo y arroz—. Mi padre era poli, y mi madre, enfermera.
—Eso no explica la conexión con el MI6.
—Sir James McElroy es mi padrino.
—De acuerdo —dijo Stone lentamente mientras bajaba el tenedor.
—Él y mi abuelo estuvieron juntos en el ejército antes de que sir James entrara en el servicio de inteligencia. Supongo que se encaprichó conmigo. En realidad se convirtió en una figura paterna cuando mi padre perdió la vida.
—¿Cómo murió tu padre? ¿En acto de servicio?
Chapman se encogió de hombros.
—Eso es lo que dijeron. Nunca he sabido los detalles exactos.
—¿Y así es como llegaste a formar parte de las fuerzas del orden?
—Supongo que sir James fue preparándome el terreno. Los colegios adecuados, la formación adecuada, los contactos correctos. Parecía inevitable.
—¿A pesar de tus deseos, quieres decir?
Dio un sorbo a la cerveza y la retuvo en la boca un momento antes de tragársela.
—De vez en cuando me lo pregunto.
—¿Y cuál es la respuesta?
—Varía. Tal vez esté donde tengo que estar. Quizás incluso averigüe qué le pasó a mi pobre padre. —Apartó el plato y se recostó en el asiento, apoyó los pies en la barandilla del porche—. ¿Y tú? Es obvio que conoces a sir James desde hace mucho tiempo. Y que sabe cosas de ti que supongo que yo nunca sabré.
—No significarían nada para ti.
—¿Qué sentiste al cumplir con tu deber?
Stone se levantó y se quedó mirando las lápidas bajo la luz cada vez más tenue. El clima de Washington D. C., terriblemente húmedo y caluroso en verano, y sumamente crudo en invierno, de repente podía variar y quedar así, perfecto, y uno deseaba que el día nunca acabara.
Ella se puso de pie a su lado.
—Mira, no voy a insistir —dijo Chapman con voz queda—. En realidad no es asunto mío.
—Llegó un momento en que ya no sentía nada —reconoció Stone.
—Pero ¿cómo saliste?
—No sé si he salido.
—¿Fue por tu esposa?
Stone se giró hacia ella.
—Pensaba que tu jefe era más discreto.
—No ha sido él —se apresuró a decir—. Me he limitado a suponerlo basándome en mis observaciones.
—¿Qué observaciones? —preguntó Stone abruptamente.
—De ti —se limitó a responder ella—. De las cosas que te importan. Como las amistades.
Stone se giró.
—Has supuesto bien —dijo.
—Entonces, ¿por qué volviste al redil? ¿Después de eso?
—No me quedaba otra opción.
—Creo que alguien como tú siempre tiene otra opción.
Stone guardó silencio un buen rato. Se limitó a observar las tumbas. Corría una ligera brisa y Chapman se rodeó con los brazos.
—Me arrepiento de muchas cosas —reconoció Stone al final.
—¿O sea que ha llegado el momento de resarcirse?
—Creo que no podré resarcirme jamás, agente Chapman.
—Por favor, llámame Mary. Ahora no estamos de servicio.
Él la miró.
—Vale, Mary. ¿Has matado a alguien alguna vez? ¿A propósito?
—Una vez.
Stone asintió.
—¿Y cómo te sentiste?
—Al comienzo, feliz. De que la muerta no fuera yo. Y luego me mareé. Me había preparado para ello, por supuesto, pero …
—Es imposible prepararse para ello.
—Supongo que sí. —Sujetó con fuerza la barandilla del porche—. ¿Y a cuántas personas calculas que has matado?
—¿Qué más te da?
—Supongo que me da igual. Y no es por curiosidad morbosa. Yo… no sé por qué es, exactamente.
Antes de que Stone tuviera tiempo de contestar, le sonó el móvil. Era Tom Gross.
—Volvemos a estar de servicio, «agente Chapman» —dijo Stone.