26

—¿Qué has descubierto? —‌preguntó Chapman a Stone cuando regresó al Lafayette Park.

Stone se la llevó a un lado, lejos del resto de los investigadores del parque. Le contó todo lo ocurrido, incluida la aparición del jefe de ella y la misión de Fuat Turkekul.

—¡Cielo santo! —‌exclamó ella‌—. No me lo puedo creer.

—¿El qué? ¿Los hechos de fondo o que no estuvieras al corriente?

—Las dos cosas, supongo. —‌Bajó la cabeza con expresión de haber perdido la seguridad.

Al percatarse de lo que pensaba, Stone le dijo:

—McElroy no enseña sus cartas y compartimenta muy bien. Y cuando le parece necesario, oculta información. Espero que seas consciente de ello.

—Lo sé, pero es que …

Él la tomó por el brazo.

—No permitas que esto destruya la confianza que tienes en ti misma. No beneficiaría a nadie, y menos a ti. El hecho de que no te haya informado no es un reflejo de tus capacidades. Más que nada demuestra cómo es él. Todos hemos tenido que pasar por ello.

Ella alzó la mirada, exhaló un suspiro y pareció recuperar su determinación.

—Tienes razón. —‌Le puso una mano en el hombro‌—. De todos modos, gracias por decírmelo. —‌Retiró la mano‌—. ¿Te lo ha pedido él?

—¿Quieres saber la verdad?

—Sí, por favor —‌repuso ella con firmeza‌—. Resultará reconfortante.

—En un principio no quería que lo supieses, pero cuando le he dicho que no oculto información a mi compañera le ha parecido bien que decidiera contártelo.

Chapman lo observó atentamente para tratar de determinar si Stone decía la verdad.

—Vale. Dejemos el tema.

—¿Dónde has estado esta mañana? —‌preguntó Stone.

Adoptó una expresión avergonzada.

—He ido a descansar un poco. En los últimos dos días he dormido unas dos horas y el jet lag me ha dejado destrozada. Estaba un poco hecha polvo. Y me pareció que no sería de gran ayuda si apenas me mantenía despierta.

Stone le lanzó una mirada y vio que el agente Garchik se acercaba a ellos a paso ligero.

—Tal vez él tenga algunas respuestas.

Fueron a su encuentro y le siguieron hasta la zona cero. La expresión del agente de la ATF era una mezcla de curiosidad y preocupación.

—¿Hay alguna novedad? —‌preguntó Stone.

Garchik asintió mientras observaba el cráter.

—Más o menos. Los fragmentos de cuero que encontramos proceden de una pelota de baloncesto Wilson.

—¡Una pelota de baloncesto! —‌exclamó Chapman.

—¿Estás seguro de que tiene que ver con la explosión? —‌inquirió Stone.

—No se me ocurre otro motivo por el que en Lafayette Park pueda haber fragmentos de una pelota de baloncesto. Y las marcas de quemadura ponen de manifiesto que estaba bastante cerca del origen de la explosión. Podría decirse que encima, vamos.

Todos se quedaron contemplando el boquete.

—¿Conclusión? —‌preguntó Stone.

—Creo que es muy probable que la bomba estuviera en el balón y que lo colocaran en el cepellón del arce. Esta ubicación concordaría con el alcance de los escombros y otros indicadores encontrados.

—¿Una bomba en una pelota de baloncesto? —‌preguntó extrañada Chapman.

—Funcionaría —‌dijo Garchik‌—. Unas cuantas personas, todas muertas ya, lo han hecho con anterioridad. Se le hace un corte, se introduce la bomba, se vuelve a sellar, se infla para que si alguien la coge parezca normal. Aunque yo no aconsejaría driblar a quien la bote.

—¿Cómo la detonaron? —‌preguntó Stone.

—Ahora mismo diría que por control remoto, no con un temporizador.

—Pero sabemos que los perros detectores de bombas habían patrullado este lugar la noche del atentado. ¿No la habrían olido? Dijiste que era imposible engañarles.

—Es imposible, pero tienen límites.

—¿Cuáles son esos límites exactamente? —‌preguntó Chapman.

—El típico radio olfativo de los perros es de un metro en todas direcciones en la superficie y son capaces de oler explosivos enterrados a más o menos la misma distancia. —‌Garchik señaló el cráter‌—. Antes de que explotara la bomba este boquete tenía más de un metro con veinte de profundidad y más de dos metros y medio de ancho.

—Pero estaba destapado —‌señaló Stone.

—Sí, pero el cepellón era enorme. Dos metros de ancho por uno y medio de alto.

Stone se percató de una cosa.

—Y había una cinta amarilla que acordonaba esta zona, por lo que es probable que los perros no se acercaran a dos metros de ella.

—Eso es —‌convino Garchik‌—. O sea que, independientemente de que la bomba estuviera aquí o no cuando pasaron, es probable que no la detectaran salvo que sus portadores los hicieran cruzar al otro lado de la cinta y subirse encima del cepellón. Lo cual es más que dudoso.

Stone dirigió la mirada inmediatamente hacia la Casa Blanca.

—Entonces tenemos que hablar de inmediato con quienes lo colocaron, pero antes tenemos que ver el vídeo.

—¿El vídeo? —‌dijo Chapman.

—Las imágenes de vídeo mostrarán cuándo y quién colocó el árbol. También mostrarán si alguien volvió más tarde. Y qué llevaba. Como por ejemplo una bolsa lo bastante grande para meter un balón de baloncesto.

—Sería bastante difícil meter una pelota de baloncesto dentro del cepellón sin que nadie se diera cuenta —‌dijo Garchik‌—. Está dentro de un saco de arpillera para contener la tierra y las raíces juntas, pero seguro que sería complicado. Habría que introducir ahí la pelota de algún modo, bajar al agujero, rajar el saco, meter la pelota y volver a cerrar el saco de alguna manera.

—Y no sería precisamente fácil hacer todo eso delante de los guardas de la Casa Blanca —‌añadió Chapman‌—. Supongo que los trabajadores tienen que pasar por puestos de control.

—Sí, así es —‌repuso Stone‌—. Y me imagino que con una radiografía de la pelota de baloncesto se vería la bomba, ¿no?

—Por supuesto —‌dijo Garchik.

—Entonces si alguien de la brigada de jardinería participó, no pasó la pelota por los sistemas de seguridad de la Casa Blanca —‌miró a su alrededor—, sino que vino directamente al parque para empezar a trabajar en el árbol. Es posible que entonces alguien le diera la pelota. La Casa Blanca no habría participado para nada.

—Lo cual aparecería en el vídeo —‌apuntó Garchik‌—. Tendremos que comprobar esa hipótesis, pero lo más normal es que lo hubiéramos detectado.

—Lo cual significa que nos falta algo para encajar todas las piezas del rompecabezas. —‌Bajó la mirada hacia el cráter‌—. Vayamos a ver el vídeo ahora mismo.