McElroy se sentó frente a Stone.
—Resulta reconfortante ver que mientes tan bien como siempre —dijo Stone.
—Una habilidad necesaria en nuestro oficio, como bien sabes.
—¿Cuán grande es la mentira, entonces?
—Hace algún tiempo que sé lo de Fuat. En realidad colaboramos con los americanos para que esta misión llegara a buen puerto.
—El hecho de que me hayáis mantenido al margen me ha hecho perder muchísimo tiempo, pero eso ya lo sabías.
—No quiero que parezca una excusa, Oliver, pero yo también tengo que responder ante mis superiores.
—¿Y ellos quieren ocultarme la verdad?
—Sí. Sin embargo, he decidido acabar con esta farsa por dos motivos. Uno, no era justo para ti. Y segundo, resulta ineficiente.
Stone miró a Adelphia.
—Supongo que él te pidió que acudieras a mí.
Adelphia asintió.
—Pero hace tiempo que quería hacerlo. Echo de menos nuestras charlas. Nuestra amistad.
Stone volvió a mirar a McElroy.
—¿Estás aquí solo para decirme que lo sientes y darme una palmadita en la espalda o tienes intención de informarme? ¿Chapman está al corriente de esto?
—No, no lo está.
—De acuerdo —dijo Stone con recelo.
—Volviendo a la pregunta inicial. Decidimos decírtelo porque existía la posibilidad de que lo averiguaras tú solo. Sé lo tenaz que puedes llegar a ser. Fue una casualidad de lo más desafortunada que Fuat estuviera en el parque esa noche.
—¿Y no le ves ninguna relación? —preguntó Stone.
—Ojalá se la viera. Así por lo menos le encontraríamos algún sentido a lo que hasta ahora resulta inexplicable.
—¿Estás seguro?
—¿Que Fuat no era el objetivo? Razonablemente seguro. La misión apenas ha empezado y Fuat no está en primera línea. No tiene mucho sentido pensar que un hombre persigue a Osama bin Laden desde Estados Unidos. No está más que en la fase de planificación, una operación delicada entre varios países de mentalidades similares, pero sí implica un nuevo enfoque con nuevos activos sobre el terreno, de ahí la necesidad de secretismo. Adelphia representa uno de esos entes. Mis intereses resultan obvios.
—¿Y cuáles son sus intereses, señor Turkekul? —Stone miró fijamente al otro hombre.
—Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial mi madre, alemana, se marchó a Turquía, donde conoció a mi padre. Creo que él no sabía el origen étnico de ella. La guerra destruyó los registros oficiales de millones de personas. Yo me enteré cuando ya era adulto. Nací en Turquía, a las afueras de Constantinopla. Pero me crie en Pakistán, aunque mi familia vivió en Afganistán durante un tiempo. Soy musulmán como mi padre, pero desprecio a los autores del atentado del 11-S. Han convertido el concepto de yihad en algo repugnante e indefendible para favorecer el odio que sienten hacia los demás.
—Fuat es nuestro as en la manga, por así decirlo —reconoció McElroy—. Tiene relaciones muy profundas no solo con la comunidad islámica, sino también en la zona del mundo donde creemos que está nuestra presa.
—¿Las montañas situadas entre Pakistán y Afganistán? —preguntó Stone.
Turkekul sonrió.
—No pillaremos al hombre con un ataque de aviones teledirigidos Predator. Es demasiado astuto. Además, quizás esté en esas montañas o quizá no.
—¿Y han decidido utilizarle a usted ahora y no antes? —preguntó Stone.
Turkekul estaba a punto de responder algo cuando McElroy intervino.
—No es un tema en el que tengamos que profundizar, Oliver. Te lo aseguro.
—De acuerdo, pero si usted está tan bien conectado, señor Turkekul, algunos sospecharán que pudiera resultar de ayuda a Occidente. Quizás hayan intentado un ataque preventivo.
—¿Con metralletas y bombas y no le dieron a Fuat, que estaba en medio del parque? Cuesta de creer —apuntó McElroy.
—No digo que no. Pero ¿el grupo de Yemen que asume la autoría?
—A mi entender, igual de increíble, pero tengo que reconocer que los yanquis lo ven de un modo distinto.
—¿Por qué una cita en Lafayette Park?
McElroy lanzó una mirada a Adelphia.
—Nadie espera que vayas a un lugar tan visible a mantener un encuentro clandestino —dijo ella.
—Callejones oscuros y pubs todavía más oscuros —coincidió McElroy con un estremecimiento fingido—. Como en el cine. En realidad una tontería. Ahí es donde la poli busca a los espías, entre pintas de cerveza.
—¿Por qué no te presentaste esa noche, Adelphia? —volvió a preguntar Stone.
—Mis superiores desconvocaron la reunión. No me dieron ningún motivo. Sabía que, si a cierta hora no aparecía, Fuat se marcharía tal como habíamos acordado —añadió Adelphia—. ¿Se conoce el origen de la bomba?
—No, todavía no.
—¿Fue un terrorista suicida? —preguntó Turkekul—. Es su forma de ataque preferida, aparte de los artefactos explosivos improvisados. Conozco este grupo de Yemen. Siguen esta norma a pies juntillas.
Stone miró a McElroy, que meneó ligeramente la cabeza. Stone se movió incómodo en el asiento.
—La investigación está en curso.
—¿Tendrá que informar de este contacto a sus superiores? —preguntó Turkekul.
McElroy carraspeó.
—Oliver, oficialmente no puedo decirte qué hacer, pero te pediría que te lo pensaras bien. En esta disyuntiva un informe, aunque fuera censurado, podría suponer el fin de esta misión antes de que siquiera tenga posibilidades de prosperar. —McElroy inclinó la cabeza y dio la impresión de estar esperando una respuesta.
Stone no caviló mucho tiempo. Se giró hacia Turkekul.
—No diré nada por el momento. Sin embargo, a pesar de lo que ha dicho, si queda claro que usted era el objetivo supongo que querrá saberlo, ¿no?
—Supone bien. Y se lo agradezco —dijo Turkekul.
—Informaré a Chapman.
—Ella no tiene por qué estar al corriente —se apresuró a decir McElroy.
Stone negó con la cabeza.
—No pienso ocultarle información a mi compañera. Si yo lo sé, ella también.
McElroy se mostró indeciso.
—Tú mismo.
Stone se levantó.
—Una última pregunta, Adelphia. ¿Cómo os comunicasteis el lugar de encuentro?
—Dejé un mensaje en el tablón de anuncios principal que está en medio del campus de Georgetown —dijo Adelphia—. Estaba cifrado con un código que Fuat y yo inventamos.
—¿El mismo código que utilizábamos cuando tú y yo estábamos en el parque?
—Muy parecido —reconoció.
—¿No confías en las comunicaciones electrónicas seguras? —preguntó Stone.
—Eso no existe, amigo —dijo Turkekul—. Varios de mis colegas lo han descubierto con gran perjuicio para ellos.
—La falta de seguridad de los sistemas electrónicos nos ha obligado a todos a utilizar los viejos recursos de los espías —añadió McElroy—. Son un poco menos eficaces, pero así todos utilizamos el ingenio en vez de confiar en las máquinas. En realidad lo prefiero con diferencia. Pero, claro, soy una vieja reliquia de la Guerra Fría.
McElroy acompañó a Stone al exterior.
—Siento que haya tenido que hacerse así. Habría preferido hacerlo de otra manera, Oliver. No ha sido justo contigo.
—La vida pocas veces es justa.
—Esta investigación es lenta.
—Si es que progresa.
—Debería tener algún sentido. De lo contrario, buena parte de lo que creo en esta vida se va al garete.
—¿Me han reservado otras sorpresas?
—Espero que no. ¿Qué pasará con Chapman?
—Voy a contárselo. Y no me convencerás de lo contrario.
—Probablemente tengas razón.
—Cuídate, sir James.
—Oliver, cúbrete las espaldas. —Hizo una pausa antes de añadir—: Y la parte delantera también.
—¿Me ocultas algo?
—No, pero las antenas de la vieja reliquia tiemblan ante la llegada de algo fuerte.
—Te lo repetiré de nuevo —insistió Stone—. ¿Me ocultas algo?
—Buena suerte, Oliver. Y, por favor, hazme caso.