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Por el camino Adelphia contó a Stone que Fuat Turkekul se alojaba en el campus de Georgetown, en la residencia de un profesor titular que estaba pasando un año sabático en el extranjero.

Stone miró hacia donde se dirigían.

—Por aquí no se va a Georgetown —‌comentó.

—No voy a llevarte donde se aloja —‌repuso ella‌—. Por si nos siguen. Se reunirá con nosotros cerca del campus de la Universidad George Washington.

—De acuerdo.

—A tu amiga parece que no le ha hecho gracia quedarse sola —‌dijo Adelphia mientras caminaban. Stone había pedido a Chapman que esperara en el parque.

—A mí tampoco me habría gustado. Cuéntame más cosas sobre Turkekul.

—¿Qué quieres saber? —‌preguntó con prudencia. Las bocinas de los coches sonaban en medio del atasco mientras se alejaban por el oeste de la Casa Blanca en dirección a la Universidad George Washington.

—Todo.

—Eso es imposible.

—Has dicho que es un erudito amigo de este país. También has dicho que es mucho más que un académico. Y que había quedado contigo en el parque aquella noche por un motivo que no vas a revelar.

—¿Lo ves? Ya te he contado mucho.

—En realidad no me has dicho nada —‌replicó él.

—No tenía por qué acudir a ti —‌espetó ella enojada.

—Pero lo has hecho. Esperemos que no sea en vano.

—Dejaré que sea Fuat quien decida lo que quiere contar. En realidad depende de él.

Se negó a decir nada más. Llegaron al campus de la George Washington y Stone siguió a Adelphia al lugar donde habían quedado con Turkekul.

Entraron en el edificio después de que Adelphia tocara un timbre y se identificara ante una voz masculina que Stone supuso que era la de Turkekul. Subieron un tramo de escaleras. Turkekul les esperaba en la puerta abierta de un apartamento. Llevaba una camisa de vestir blanca con un cárdigan encima y pantalones anchos de color gris. Era más alto de lo que Stone había calculado, un metro ochenta aproximadamente, y calvo, tal como recordaba. De cerca, Stone se dio cuenta de que Turkekul tenía su misma edad o quizá fuera incluso un poco mayor.

Adelphia los presentó y Stone le enseñó la placa. Turkekul observó las credenciales, cerró la puerta y les hizo una seña para que tomaran asiento en el sofá blanco de la estancia principal del apartamento. Cuando Stone miró a su alrededor, se quedó intrigado al ver las pilas de libros y páginas mecanografiadas desperdigadas por doquier. A juzgar por algunos de los títulos cuyo idioma entendía, Turkekul era un hombre con intereses intelectuales muy diversos y que dominaba por lo menos cuatro idiomas.

—Por lo que me ha dicho Adelphia no se aloja aquí, sino en Georgetown.

—También tengo este apartamento. Por si acaso. Ser cuidadoso nunca está de más —‌declaró Turkekul.

—Y que lo diga.

Les ofreció un té caliente. Adelphia aceptó, aunque no así Stone. Turkekul fue a buscar el té y se acomodó delante de ellos.

—Adelphia me ha hablado de la situación y me ha dado la libertad de tomar la decisión de reunirme con usted. Lo cual le agradezco. —‌Turkekul hablaba con voz firme, autoritaria. Quedaba claro que estaba acostumbrado a dar conferencias. Stone intentó identificar el acento y la inflexión para determinar el origen del hombre. Aunque solía dársele bien, fue incapaz de llegar a una conclusión definitiva.

—¿Por qué se lo agradece? —‌preguntó Stone‌—. Al parecer usted no tenía ningunas ganas de reunirse conmigo.

—Entonces es que la malinterpretó. Me pareció más apropiado aclarar las ideas ahora en vez de dejar lo que ustedes llaman «cabos sueltos».

—Sabía que el parque estaba vigilado —‌dijo Stone‌—. ¿Y también dónde estaban las cámaras?

Adelphia sujetó la taza de té con un poco más de fuerza mientras Turkekul terminaba un sorbo de su bebida antes de dejar la taza y limpiarse la boca cuidadosamente con un pañuelo que se sacó del bolsillo del suéter.

—¿Por qué lo dice?

—Se mantuvo de espaldas a ellas. Se encorvó, con la cara hacia abajo. Lo recuerdo. Esa maniobra hizo que calculara mal su estatura. Y fingió leer la placa de la estatua para tener algún motivo por el que no mirar hacia las cámaras. —‌Lanzó una mirada a Adelphia‌—. ¿Le dijiste dónde estaban situadas las cámaras?

Antes de que ella tuviera tiempo de responder, Turkekul intervino:

—Tiene parte de razón. Sin embargo, no fingí leer la placa. De hecho la leí. El alemán Von Steuben hace tiempo que me interesa a nivel histórico.

—¿Por qué?

—Mi abuelo materno era alemán. También fue militar.

—¿Alemán y militar?

—El Tercer Reich, sí. Pero con una particularidad.

—¿Qué particularidad?

—Era judío. —‌Stone no dijo nada‌—. Y fue espía. Descubrieron su verdadera identidad en 1944. No se molestaron en enviarlo a un campo de concentración para que hiciera compañía a sus amigos judíos. Se limitaron a ejecutarlo en las calles bombardeadas de Berlín. La turba de alemanes enfurecidos y hastiados de la guerra le desmembró el cuerpo, eso es lo que me dijeron. Sin duda fue un final trágico. Al cabo de unos meses la guerra en Europa llegaría a su fin.

—Murió como un héroe —‌añadió Adelphia mirando a Stone.

—Adelphia me ha dicho que tenía usted una cita con ella en el parque aunque ella no se presentó. También me ha dicho que tiene usted otros intereses aparte del mundo académico.

—Es cierto.

—¿De qué intereses se trata?

—No veo qué relevancia podrían tener con lo que usted investiga.

—Preferiría ser yo quien lo decida.

—Entiendo.

—Pero podemos empezar con lo que vio usted aquella noche en el parque.

Turkekul explicó durante diez minutos y con todo lujo de detalles lo que había visto.

—Había dejado atrás la Decatur House cuando oí que empezaban los disparos —‌añadió.

—¿Y qué hizo?

—Lo que cualquier persona sensata habría hecho. Corrí en la dirección contraria.

—¿O sea que advirtió de dónde procedían los disparos?

—Vi las balas atravesando los árboles del parque. Por tanto, supuse que procedían de la calle H o por ahí. No me paré a mirar ni a averiguar exactamente el origen de los disparos. Tengo coraje, pero no tanto como para quedarme parado cuando hay tiros.

—¿Y la mujer que se marchó del parque más o menos a la misma hora que usted?

—La vi una vez. Ella también cruzó la calle corriendo.

Stone miró a Adelphia.

—¿Cuál era el motivo de la cita?

—Si nos negamos a decírselo supongo que nos entregará a la policía —‌dijo Turkekul.

—No.

Turkekul pareció sorprenderse.

—¿Por qué no?

—Porque Adelphia es una vieja amiga mía. Me ha ayudado en otras ocasiones. Guardó secretos sobre mi persona. No traiciono a mis amigos.

—Aun así, tengo entendido que ahora trabaja para el Gobierno.

—No traiciono a mis amigos —‌insistió Stone.

—Un rasgo admirable —‌opinó Turkekul. Guardó silencio durante unos segundos mientras tamborileaba con aire ausente sobre el brazo del sillón con el dedo índice. Al final se echó hacia delante en el asiento‌—. Me han encomendado una misión, agente Stone. Una misión muy difícil. Algo que jamás se ha conseguido.

—¿De qué se trata?

—Tiene que ayudarnos a encontrar a Osama bin Laden.

La voz no era la de Fuat Turkekul.

Stone se volvió y vio a sir James McElroy entrando por la puerta.