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Al cabo de media hora Stone volvía a estar en Lafayette Park. La zona seguía acordonada y las medidas de seguridad eran las más estrictas que había visto jamás, incluso más estrictas que después del 11-S. Alguien había penetrado en el núcleo del liderazgo del país, y Stone intuía ira, bochorno y miedo en el semblante atónito de las fuerzas de seguridad.

Nada más llegar a la zona cero Chapman se reunió con él. Vestía unos pantalones negros y anchos y una americana a juego que le quedaba un poco larga para disimular la pistolera que le colgaba del hombro.

—Todas las agentes que he conocido llevaban la pistolera en el cinturón.

—¿Ah, sí? Bueno, a mí me parece que se saca más rápido desde el hombro. Y así no tengo que guardar la dichosa pistola en los pantis cuando voy al baño. Y llevo una capa adicional de tejido en las blusas justo en ese sitio.

—¿Por qué?

Le dedicó una mirada feroz.

—Porque tengo pechos, Stone, por si no te has dado cuenta.

—En realidad intentaba mantenerme neutral ante cuestiones de género, agente Chapman.

—Muy amable por tu parte. ¿Entonces Yemen? —‌dijo Chapman.

—¿Te lo crees? —‌preguntó Stone.

—Muy conveniente para algunos.

—¿Y para tu jefe?

—Ya no se cree casi nada, la verdad.

—Cosas de la edad —‌observó Stone‌—. El agente Garchik vendrá aquí más tarde para hacer un seguimiento.

—¿Seguimiento? ¿No tuvo bastante la primera vez con su superanalizador de residuos?

—Creo que lo del seguimiento significa que tiene ciertas preocupaciones.

—¿Oliver?

Stone se giró de inmediato al oír la voz. Era característica, realmente inconfundible. Hacía mucho tiempo que no la oía.

—¿Adelphia?

La mujer estaba detrás de las barricadas en la calle H. Tenía a cuatro agentes de policía y dos agentes del Servicio Secreto delante.

Stone se acercó rápidamente a ella seguido de Chapman.

—La señora dice que le pidió que se reuniera con usted aquí. De lo contrario no habría llegado tan lejos —‌dijo uno de los agentes.

—¿Adelphia? —‌repitió mirándola fijamente.

—¿Entonces la conoce, señor? —‌preguntó el agente.

—Sí, sí que la conozco.

—De todos modos no puedo dejar pasar a ninguna persona que no esté autorizada. La escena todavía está acordonada.

—De acuerdo —‌dijo Stone‌—. Saldré y la acompañaré desde aquí.

Pasó por una abertura de las barricadas, tomó a Adelphia del brazo y la condujo en dirección a St. John’s Church. Cerca de la entrada había un banco. Stone sabía que ese banco se había utilizado hacía años para enseñar a los agentes de la CIA novatos cómo realizar misiones de señalización para pasar información clandestina. Ahora no era más que un lugar de descanso.

Se sentaron mientras Chapman rondaba por las inmediaciones, lo bastante lejos paro no oírles, por deferencia a la petición apresurada de Adelphia de hablar con Stone a solas.

Oliver Stone y Adelphia compartían una historia común. Ella se había manifestado en Lafayette Park antes incluso que él. Se habían hecho amigos. Había ayudado a Stone en varios momentos críticos de su vida. Un día no había regresado a su pequeña tienda situada cerca del extremo del parque. Al cabo de unos días, Stone fue a su diminuto apartamento situado encima de una tintorería en Chinatown para ver si le había pasado algo. El sitio estaba vacío. Nadie fue capaz de decirle a dónde había ido. No la había visto desde entonces.

Había envejecido, tenía el pelo muy canoso. Su rostro, surcado de arrugas cuando la vio por última vez, estaba incluso más demacrado y apagado, y las ojeras se le habían hinchado. La recordaba combativa y reservada. Pero había sabido lo bastante de sus orígenes para sospechar que había tenido una vida extraordinaria antes de instalarse en Lafayette Park.

—Adelphia, ¿dónde has estado todo este tiempo? Desapareciste, sin más.

—Me vi obligada, Oliver. Llegó el momento.

No tenía un acento tan marcado como en el pasado. Su dominio del idioma inglés, siempre un tanto irregular, había mejorado de forma considerable.

—¿Qué quieres decir con eso de que llegó el momento?

—Tengo que contarte algo.

—¿El qué?

—Antes una pregunta. ¿Estás trabajando para el gobierno otra vez?

—¿Otra vez? ¿Cómo sabes que hubo otras veces?

—Hay muchas cosas que no sé sobre ti, Oliver. Pero otras sí las sé. —‌Hizo una pausa antes de añadir‌—: Como que tu nombre verdadero es John Carr.

Stone se recostó y la observó con otros ojos.

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

—¿Recuerdas cuando aquel hombre te agredió aquella vez que intenté dar dinero a un sintecho?

—Lo recuerdo.

—Te defendiste empleando una técnica que solo había visto una vez con anterioridad, cuando unos comandos de elite soviéticos vinieron a Polonia a detener a disidentes.

—¿Sospechaste que era espía?

—Se me pasó por la cabeza, pero los acontecimientos me demostraron lo contrario.

—¿Estás al corriente de ciertos acontecimientos?

—Sé que el país te traicionó. Pero ¿vuelves a trabajar para ellos?

—Sí.

—Entonces puedo ayudarte.

—¿Cómo?

—¿El hombre del traje que estuvo aquí hace dos noches?

Él se inclinó más hacia ella.

—¿Sabes dónde está?

—Sí.

—¿Y sabes por qué estaba en el parque esa noche?

—Sí.

—¿Estaba aquí para reunirse con alguien?

—Sí. —‌Hizo una pausa‌—. Había quedado conmigo.