21

Al día siguiente Stone miraba la tele acompañado de Tom Gross en el despacho de este mientras los medios informaban de que un grupo afincado en Yemen había abierto fuego en Lafayette Park y también había hecho estallar una bomba. El objetivo era demostrar que eran capaces de dar un golpe en el mismísimo centro neurálgico del gobierno de Estados Unidos. Por lo menos es lo que la traducción libre del mensaje del grupo enviada a los medios occidentales venía a decir. A continuación hubo una breve rueda de prensa en la que habló el director del FBI, y luego el ADIC respondió a unas cuantas preguntas de los periodistas, sin decirles realmente nada.

—¿El mensaje de Yemen es verídico? —‌preguntó Stone.

Gross asintió.

—Quienquiera que llamara disponía de los códigos de autorización adecuados.

—Pero eso solo autentifica al grupo que emite el comunicado. No demuestra que fueran ellos realmente —‌añadió Stone.

—Es cierto. Y a veces mienten.

—Supongo que no han revelado ningún detalle sobre cómo manejaron las armas y la bomba delante de nuestras narices, ¿no? —‌preguntó Stone.

—No. Lo que realmente me da miedo es que, si son capaces de cometer un atentado en Lafayette Park, ¿qué será lo próximo? ¿Qué lugar es seguro? Es como si hubieran dicho «es simbólico». Y ya sabes que ahora mismo todos los estadounidenses están pensando lo mismo.

—¿Y si los terroristas pueden dar un salto al otro lado de la calle y atacar la Casa Blanca? —‌se planteó Stone.

Gross asintió.

—Es lo que se preguntan todas las personas de este edificio.

—De muchos edificios —‌añadió Stone.

—¿Dónde está tu compinche británica? —‌preguntó Gross.

—No lo sé seguro —‌repuso Stone.

—¿Qué opinas de ella? —‌preguntó Gross.

—Es una de las mejores, de lo contrario no estaría metida en esto.

—Un buen activo para nosotros, ¿no?

—Eso creo. ¿Alguna noticia sobre el tipo del chándal o el hombre trajeado?

—Nada. A diferencia de Marisa Friedman, las imágenes del vídeo del tío trajeado no estaban muy claras. No me extraña que nadie le haya reconocido. No miraba a la cámara. Iba siempre mirando al suelo.

—¿Crees que sabía dónde estaban colocadas las cámaras?

—Ni siquiera yo sé dónde están las cámaras —‌repuso Gross‌—, pero hemos emitido un aviso en los medios para que todo aquel que estuviera en el parque aquella noche se presente ante las autoridades. Por eso lo hizo Friedman. Así que me extraña que no hayamos sabido nada de él.

—Bueno, es normal que no sepamos nada de él si está implicado en este asunto —‌señaló Stone.

Gross se sentó junto al escritorio y jugueteó con la grapadora.

—¿Lo viste de cerca?

Stone se concentró.

—Un metro setenta, calva incipiente, hombros ligeramente encorvados. No llegué a verle la cara. Es probable que tuviera la piel tirando a oscura. Pero no sé decir si era una cuestión de raza, etnia o bronceado. Obviamente no llevaba turbante, kufi ni pañuelo palestino. Eso se habría visto claramente en el vídeo.

—Tu descripción encaja con las imágenes del vídeo.

—¿Has tenido noticias del agente Garchik? —‌preguntó Stone.

—Le doy la lata cada media hora. Ha dicho que hoy iba a volver al parque para continuar la búsqueda.

—¿Cuándo iba a ir exactamente? —‌preguntó Stone.

—Ha dicho que esta tarde.

Stone se levantó.

Gross lo miró.

—¿Vas a algún sitio?

—Voy a comprobar unas cuantas cosas.

—¿Y compartirás lo que descubras?

—Yo juego limpio.

—Te he buscado en la base de datos oficial, pero no he encontrado nada.

—Lo contrario me habría sorprendido.

—¿Por qué?

—Porque oficialmente no existo.