Les condujeron hasta el despacho del vicepresidente desde la antesala. Era un hombre alto de pelo cano y bien alimentado, con una sonrisa agradable y que estrechaba la mano con fuerza, sin duda a consecuencia de las miles de paradas que se realizan durante una campaña electoral. El jefe de gabinete era bajo y fibroso, con unos ojos que no dejaban de escudriñar el espacio que le rodeaba, como un radar.
De repente a Stone se le ocurrió que la presencia del vicepresidente tenía sentido, aparte de darle empaque a la situación. Formaba parte del Consejo de Seguridad Nacional. De todos modos, a Stone le sorprendía que el hombre accediera a reunirse con él directamente en vez de mediante un subordinado. Pero era difícil contradecir al presidente.
Intercambiaron los cumplidos de rigor rápidamente. Alex Ford se quedó junto a la puerta, apostado allí como agente de seguridad y no en calidad de amigo.
—El presidente nos ha pedido que nos reunamos con ustedes. —Asintió en dirección a Chapman—. Con ustedes dos. Es obvio que deseamos llegar al fondo de este… delicado asunto lo antes posible.
Stone tradujo aquellas palabras a un lenguaje sencillo en su interior. En realidad, lo que el vicepresidente les comunicaba era: «Esto no ha sido idea mía y, aunque soy leal al presidente, no cargaré con las culpas si sale mal. Por eso está aquí el jefe de gabinete. Mi jefe quizá caiga, pero no yo».
Stone se preguntó si alguno de los dos hombres estaba al tanto del plan original de enviar a Stone a México para ayudar a lidiar con la pesadilla del cártel ruso. Era habitual que los vicepresidentes no supieran tanto como el jefe del ejecutivo. Normalmente, los jefes de gabinete sabían tanto como el presidente.
El vicepresidente inclinó la cabeza en dirección al jefe de gabinete, que tendió un tarjetero de cuero negro a Stone.
—Sus credenciales —dijo el hombre.
Stone tomó lentamente lo que le ofrecía, lo abrió y observó su rostro, que le devolvía la mirada desde las profundidades de la foto oficial que formaba parte de su nuevo encargo. Se preguntó cuándo habrían hecho esa foto. Tal vez cuando se sentó en la sala del NIC, lo cual significaba que Riley Weaver estaba al corriente de todo eso. No le quedó más remedio que sonreír cuando vio su nombre «oficial»: Oliver Stone.
Junto a la foto estaba su carné de identidad, donde figuraba como agente de campo del coordinador nacional de seguridad, protección de infraestructuras y contraterrorismo. Tenía sentido, pensó Stone. El coordinador nacional trabajaba en el Consejo Internacional de Inteligencia e informaba al presidente a través del asesor de seguridad nacional. Había una conexión con la Casa Blanca, pero con un paso intermedio. El presidente tenía todos los flancos cubiertos. Lo mismo que hacía ahora su espabilado vicepresidente. Pasó a la siguiente funda del tarjetero y encontró una reluciente insignia de la agencia para él.
—Interesante la elección de agencias —dijo.
El vicepresidente le dedicó una de sus encantadoras sonrisas inescrutables.
—Sí, ¿verdad?
De todos modos, Stone había conseguido interpretar miles de esas sonrisas inescrutables. La del vicepresidente no era ninguna excepción.
«Cree que todo esto es una locura, y probablemente tenga razón».
—Tiene el mismo peso que el Departamento de Seguridad Nacional y el FBI, o incluso más. Hay pocas puertas que no se le abrirán, y la mayoría se encuentran en este edificio.
«Pues entonces esperemos que no tenga que intentar abrir ninguna de las puertas de aquí», pensó Stone.
—Estás a su servicio —le dijo al jefe de gabinete. Antes de que el hombre, asombrado, pudiera decir algo, Stone se dirigió al vicepresidente—. Y es obvio que usted confía en el criterio de su compañero de partido, o por lo menos espera que no esté cometiendo un grave error de cálculo al conferirme tal autoridad.
Stone tuvo la impresión de que ambos hombres le miraron con otros ojos.
El vicepresidente asintió.
—Es un buen hombre. Por lo que espero que su confianza quede justificada cuando todo esto haya acabado. Supongo que opina lo mismo.
Stone se metió sus nuevas credenciales en el bolsillo sin responder.
—Tomará juramento tras esta reunión ante un representante de la oficina del coordinador nacional —informó el jefe de gabinete—. También tendrá autoridad para practicar arrestos y derecho a un arma. Si así lo desea —añadió con tono dudoso.
Quedaba claro que al jefe de gabinete también le parecía una locura ceder tanta autoridad a un hombre como él. Stone se planteó durante unos instantes cuánto tiempo habría discutido el jefe de gabinete con el presidente acerca de esta decisión antes de que este último se saliera con la suya.
Stone lanzó una mirada a Chapman.
—Mi amiga del MI6 tiene una Walther PPK muy bonita. Creo que por ahora me bastará.
—De acuerdo. —El vicepresidente se levantó, lo cual indicó el término de la reunión. Stone sabía que su jornada laboral se medía por incrementos de quince minutos y que tenía el incentivo añadido de concluir aquel encuentro.
«Si espera mucho más el tufillo de todo esto le impregnará, señor».
Se estrecharon la mano.
—Buena suerte, agente Stone —dijo el vicepresidente.
Mientras seguían a Alex por el pasillo, Chapman habló irónicamente:
—Cielos, si hubiera sabido que era tan fácil convertirse en agente americano habría venido aquí hace mucho tiempo.
—Ha sido demasiado fácil —reconoció Stone mirando a Alex.
—Las cosas han cambiado en los últimos quince años —reconoció el agente del Servicio Secreto—. Tenemos a más contratistas rondando por ahí con pistolas e insignias de lo que os imagináis. Tanto en protección de fuerzas en campañas militares en el extranjero como aquí, en casa. Así son las cosas. —Cuando Chapman no lo oía, añadió—: Mira, tienes que comprender que la gente sabe que John Carr ha vuelto.
—Soy consciente de ello.
—Tienes muchos secretos, Oliver. Demasiados, para algunos.
—Sí, eso también se me ocurrió a mí.
—No hace falta que hagas esto.
—Sí, en realidad sí que hace falta.
—¿Por qué? —preguntó Alex.
—Por varios motivos. —Alex, muy contrariado, guardó silencio—. Cuando acabemos aquí, volveremos al parque. ¿Puedes venir con nosotros? —sugirió Stone.
Alex negó con la cabeza.
—Estoy en misión de protección y, como te he dicho antes, no se me permite acercarme a esta investigación. Han erigido la gran muralla china alrededor de este marrón por motivos obvios.
Stone le observó.
—¿Porque alguien piensa que hay un topo en el Servicio?
Al otro hombre pareció incomodarle tal observación, pero asintió.
—Creo que es una mierda, pero hay que tener todos los flancos cubiertos.
Stone tomó juramento en otra sala de la Casa Blanca. Acto seguido, Chapman recuperó su querida pistola y salieron de la residencia oficial. Ella y Stone se dirigieron al parque.
—No está mal tener de tu lado al presidente de la única superpotencia que queda.
—Puede ser.
—¿Me voy a enterar alguna vez de toda la historia?
—No, no te vas a enterar.