12

Al llegar a la casita del cementerio, Stone puso agua a calentar para preparar un té mientras Chapman sacaba la documentación del maletín y la colocaba en el escritorio de Stone. También puso un DVD en el portátil.

—La verdad es que preferiría que nos reuniésemos en un lugar más seguro —‌dijo Chapman con el ceño fruncido‌—. Estos documentos son confidenciales.

—No te preocupes —‌dijo Stone alegremente‌—, no necesito ninguna autorización para verlos, o sea, que quedarán desclasificados en cuanto los haya visto.

—Joder —‌murmuró Chapman.

Con las tazas de té en la mano se sentaron junto al escritorio y comenzaron a repasar los documentos y los informes. Stone, acostumbrado a separar el trigo de la paja, miró rápidamente los papeles y las fotografías.

—¿Quieres ver la grabación completa? —‌preguntó Chapman cuando hubieron terminado.

Stone asintió.

—No sé por qué me enseñaron una versión incompleta en el NIC.

—Ni idea. Es cosa de los tuyos.

—A lo mejor solo tienen esa versión.

A modo de respuesta Chapman se limitó a contemplar la pantalla estoicamente.

Vieron la grabación. Eran imágenes sin sonido. Tras la explosión la pantalla se quedó en negro, pero solo durante unos instantes, como si la detonación hubiera desactivado temporalmente las cámaras de vigilancia. Las imágenes reaparecieron en la pantalla y Stone vio el resto de la grabación. Las llamas y el humo blanco envolvían la estatua de Jackson o lo que quedaba de la misma. La valla y los cañones también habían salido despedidos. Era un milagro que no se hubieran producido víctimas. Por suerte, el parque estaba casi vacío a esa hora y los de vigilancia solían quedarse en el perímetro.

Stone se vio a sí mismo tumbado en el suelo, inconsciente, mientras el agente británico se levantaba lentamente y se alejaba a duras penas.

—El agente parece estar bien… menos por lo del diente.

—Es un tipo duro, aunque dijo que chocar contigo fue como impactar contra una pared de ladrillos.

Stone siguió observando la grabación. El hombre del traje y la mujer ya no estaban allí. Vio a gente corriendo; los bolardos de seguridad se replegaron en la calle y los coches de policía y las camionetas del Servicio Secreto partieron a toda prisa. La Blair House se acordonó de inmediato.

—¿Puedes enseñarme de nuevo los últimos treinta segundos?

Chapman apretó un par de teclas y Stone volvió a ver la explosión. Se reclinó, desconcertado.

—¿Qué pasa? —‌preguntó Chapman mientras paraba la grabación.

—¿Puedes ralentizarla un poco más?

—Lo intentaré. —‌Chapman apretó varias teclas‌—. Me temo que esto es lo que hay.

Vieron de nuevo todo a cámara ultralenta.

Stone siguió al del chándal mientras pasaba junto a un par de agentes uniformados del Servicio Secreto y un perro antes de entrar en el parque.

—Un tanto gordo para llevar zapatillas de deporte —‌apuntó Chapman‌—. No tiene pinta de deportista.

—Hay gente que va en chándal pero no es deportista. Tal vez salió a dar un paseo.

—Si tú lo dices …

—La bomba podría haber estado en el iPod.

Chapman asintió.

—Estaba pensando lo mismo. C-4 o Semtex, o algo incluso más potente. Debería haber pruebas entre los escombros.

—Sí y no. Sí, el iPod estará destrozado, pero lo estaría de todas maneras aunque no se hubiera usado en el artefacto explosivo.

—Pero los expertos sabrán determinarlo por las marcas de la explosión —‌dijo Chapman‌—, por el ángulo de deformidad, hacia fuera en lugar de hacia dentro, y por otros detalles.

Stone se volvió hacia ella.

—¿Eres experta en explosivos?

—Otro motivo por el que me enviaron. Me pasé tres años persiguiendo a unos irlandeses de cuidado que no creían que el IRA hubiera firmado un tratado de paz. Les gustaba que las cosas saltasen por los aires. Aprendí mucho.

—Estoy seguro. —‌Stone miró la pantalla de nuevo‌—. Se arrojó al agujero.

—Y la bomba explotó al cabo de unos segundos. Tal vez fuera un terrorista suicida.

Stone parecía escéptico.

—¿Quién se tira a un agujero para suicidarse y no matar a nadie más?

—¿Cómo ves el panorama entonces?

Stone la miró con interés.

—¿Qué panorama?

—Pues el panorama del millón de agencias, joder. Llevo menos de un día en el caso y ya estoy mareada.

—¿Has oído hablar del Infierno? —‌Chapman negó con la cabeza. Stone se inclinó hacia delante y dio un golpecito en la pantalla, en la que se veía Lafayette Park‌—. Eso es el Infierno —‌dijo‌—. Pennsylvania Avenue, la calle, pertenece a la policía de Washington D. C. Las aceras que rodean Lafayette Park son cosa del Servicio Secreto y el parque está dentro de la jurisdicción de la Policía del Parque. A los agentes del Servicio Secreto se les enseña que cuando atrapen a un sujeto de interés en la calle o en el parque lo lleven hasta la acera y lo arresten allí para evitar problemas de jurisdicción.

—Entiendo —‌dijo Chapman lentamente.

—El Infierno —‌repitió Stone‌—. Los federales y los polis lo odian, pero saben lo que hay. La explosión es un ejemplo perfecto. La Policía del Parque se hará cargo de la escena, pero el FBI y la ATF, ya que hubo un explosivo, controlarán la investigación. La Seguridad Nacional, el Servicio Secreto, el NIC y la CIA permanecerán a la espera como buitres.

Chapman sorbió el té.

—¿Y ahora qué?

—Iremos al parque, hablaremos con los investigadores y averiguaremos las identidades del tipo del chándal, la mujer y el hombre del traje. —‌Miró a Chapman‌—. Por cierto, ¿dónde anda metido tu hombre?

—Le podemos interrogar cuando queramos, pero ya tenemos su versión de los hechos. Vio menos cosas que tú.

—De acuerdo.

Chapman recogió la chaqueta.

—Entonces vamos al parque, ¿no?

—Sí.

—¿Quieres que vayamos en mi coche?

—Será lo mejor, porque yo no tengo.