—Aquí no —masculló Stone mientras el coche negro aparcaba en el Centro de Inteligencia Nacional, o NIC, diseñado a modo de campus en Virginia septentrional. Pasaron junto a la exuberante zona ajardinada pagada por los contribuyentes y se dirigieron hacia un edificio bajo que albergaba gran parte de las operaciones de inteligencia de Estados Unidos.
Una de las paredes del vestíbulo estaba repleta de fotografías de atentados terroristas perpetrados contra Estados Unidos. Al pie de aquellas imágenes desasosegadoras había una placa que rezaba «Nunca más».
De la otra pared colgaban las fotografías de los hombres que habían dirigido la agencia. No había muchas, puesto que el NIC se había creado después de los atentados del 11-S. El más destacado de los ex directores había sido Carter Gray, un funcionario con muchos cargos gubernamentales de gran importancia. El rostro corpulento de Gray les observaba mientras caminaban por el vestíbulo.
Stone había trabajado para Gray hacía ya varias décadas, cuando a Stone se le conocía por su nombre verdadero, John Carr. Carr, el asesino más eficaz del país, había empleado cuánta valentía y perspicacia poseía para servir a la patria. Como recompensa, todos sus seres queridos habían muerto a manos de aquellos para quienes había trabajado con tanta abnegación. Ese era uno de los motivos por los que Stone había acabado con Gray. Y ese motivo habría bastado.
«Púdrete en el infierno, Carter —pensó Stone cuando cerraba la puerta tras de sí—. Ya nos veremos las caras cuando me llegue el turno».
Al cabo de cinco minutos Stone estaba sentado junto a una pequeña mesa de madera en una sala sin ventanas. Miró a su alrededor mientras trataba de respirar con calma e ignorar las punzadas de dolor que sentía en la cabeza. Saltaba a la vista que era una sala de interrogatorios.
«Y ahora me interrogarán, claro».
La sala se oscureció de repente y apareció una imagen en la pared de enfrente que procedía de un proyector apenas visible en el techo.
Se veía a un hombre sentado en un sofá cómodo junto a un escritorio pulido. A juzgar por lo que Stone veía detrás del hombre, estaba en un reactor. Tenía cincuenta años, estaba moreno, con el pelo cortado casi al rape y un par de ojos verdes vivarachos.
—¿Ni siquiera me merezco un cara a cara? —preguntó Stone antes de que el hombre tuviera tiempo de abrir la boca.
—Me temo que no, pero al menos me ves —dijo sonriendo. El hombre no era otro que Riley Weaver, el nuevo director del NIC. Era el sucesor del difunto Carter Gray. No era fácil ocupar su puesto, aunque en las altas esferas se rumoreaba que Weaver se iba abriendo camino poco a poco, sin prisas pero sin pausas. Estaba por ver si eso resultaría positivo o negativo para el país.
Apenas hubo hablado Weaver, la puerta de la sala se abrió y dos hombres entraron y se apoyaron en la pared que estaba detrás de Stone. A Stone nunca le había gustado que hubiera hombres armados detrás de él, pero no le quedaba más remedio que aceptarlo. Él formaba parte del equipo visitante, y el local era el que imponía las normas.
—Infórmame de lo sucedido —ordenó Weaver mirando a Stone.
—¿Por qué? —preguntó Stone.
La sonrisa desapareció del rostro de Weaver.
—Porque te lo he pedido con educación.
—¿Trabajo para ti? No recuerdo que me lo comunicasen.
—Cumple con tu obligación como ciudadano. —Stone no replicó. Weaver fue quien rompió el silencio. Se inclinó hacia delante y añadió—: Tengo entendido que el viento y la marea te son favorables.
Stone recordó que Weaver había sido infante de marina. La referencia marítima le hizo ver que Weaver sabía más de lo que había imaginado. El presidente de Estados Unidos representaba «el viento y la marea favorables». Pero ¿sabía Weaver que Stone se había reunido con el presidente? ¿Sabía que partiría hacia México para lidiar con los rusos? Stone no pensaba contárselo.
—La obligación como ciudadano —repitió Stone—. Pues que quede claro que se aplica a los dos.
Weaver se recostó en el asiento. Su expresión indicaba que, si bien tal vez había infravalorado a Stone en un principio, ya había enmendado ese error.
—De acuerdo.
Stone resumió de forma concisa lo que había ocurrido en el parque.
—Bien. Mira a tu izquierda y observa con detenimiento —le dijo Weaver cuando hubo acabado.