—¿Oliver?
Stone olió el antiséptico y el látex y se dio cuenta de que estaba en un hospital, lo cual era mucho mejor que estar muerto en el depósito de cadáveres.
Abrió los párpados. Le vio la cara.
—¿Annabelle?
Annabelle Conroy, miembro extraoficial del Camel Club y su única timadora profesional, le sujetó la mano con fuerza. Era esbelta, una pelirroja que medía casi metro ochenta.
—Tienes que dejar de saltar por los aires —le dijo.
El tono era frívolo, no así la expresión. Con la mano libre se apartó el pelo de la cara y Stone vio que tenía los ojos hinchados. Annabelle no era de las que lloraba con facilidad, pero había llorado por él.
Stone se llevó la mano a la cabeza y se tocó el vendaje.
—Espero que no se haya abierto en dos.
—No, tienes una conmoción leve.
Stone miró en derredor y se dio cuenta de que la sala estaba repleta de gente. En el otro extremo de la cama estaban el gigantón de Reuben Rhodes y, junto él, Caleb Shaw, el bibliotecario menudo. Alex Ford, el alto agente del Servicio Secreto, se encontraba a la derecha de Annabelle con expresión preocupada. Detrás de ellos Stone vio a Harry Finn.
—Cuando me enteré de que había explotado una bomba en el parque supe que andarías metido.
Stone se incorporó poco a poco.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Todavía no se sabe con certeza —respondió Alex—. Hubo un tiroteo y luego la explosión.
—¿Hay más heridos? ¿Y el primer ministro británico?
—Entró en la Blair House antes de la explosión. No hubo víctimas.
—Es sorprendente que nadie resultara herido en el tiroteo.
—Más bien milagroso.
—¿Hay alguna teoría? —preguntó Stone mirando a Alex.
—Todavía no. El parque está patas arriba. No dejan entrar a nadie, nunca había visto nada igual.
—¿Y el primer ministro?
Alex asintió.
—En un principio era el blanco.
—Un atentado muy mal organizado —apuntó Reuben—, ya que la explosión y el tiroteo fueron en el parque, y el primer ministro no estaba allí.
Stone volvió a mirar a Alex.
—¿Se te ocurre alguna explicación? —preguntó lentamente. Cada vez que pronunciaba una palabra le dolía la cabeza. Hacía treinta años no le habría dado la menor importancia y habría seguido trabajando como si nada. Pero los años no pasaban en balde.
—Ya he dicho que todavía no lo sabemos, pero ese es uno de los principales misterios. En general no fue un buen día para el primer ministro.
—¿A qué te refieres? —preguntó Stone.
—Se torció el tobillo y se movía con dificultad.
—¿Lo sabes de primera mano?
—Se cayó por una de las escaleras interiores de la Casa Blanca antes de que comenzase la cena. Fue bastante vergonzoso. Por suerte, las cámaras de los medios no graban en esa zona del edificio.
—¿Qué estabas haciendo anoche en el parque? —preguntó Annabelle—. Creía que estabas en Divine con Abby.
Stone miró por la ventana y vio que era de día.
—Volví —replicó— y Abby se quedó allí.
—Oh —dijo Annabelle con tono de decepción, aunque su expresión era de alivio.
Stone se volvió hacia Alex.
—Había otras cuatro personas en el parque anoche. ¿Qué fue de ellas?
Alex miró a su alrededor antes de aclararse la garganta.
—No está claro.
—¿No lo sabes o no puedes decírnoslo? —preguntó Stone.
Annabelle lanzó una mirada iracunda al agente del Servicio Secreto.
—Casi matan a Oliver, Alex.
Alex suspiró. Nunca había logrado dominar el arte de equilibrar el secretismo de su profesión con las constantes preguntas del Camel Club sobre asuntos confidenciales.
—Están repasando las grabaciones de vídeo e interrogando a quienes vigilaban el parque anoche. Tratan de resolver el misterio.
—¿Y las otras cuatro personas? —insistió Stone.
—¿Cuatro personas?
—Tres hombres y una mujer.
—No sé nada al respecto —repuso Alex.
—¿Dónde explotó la bomba exactamente? No llegué a verlo.
—En el centro del parque, cerca de la estatua de Jackson, o lo que queda de la misma. Fragmentos de la estatua, la valla y el cañón cayeron por todo el parque.
—¿Entonces hubo daños importantes? —preguntó Stone.
—Todo el parque se vio afectado, pero el mayor daño se produjo en un radio de quince metros. Parece una zona de guerra. Fuera lo que fuera, esa bomba era potente.
—Había un hombre obeso con un chándal en esa zona cuando comenzó el tiroteo —apuntó Stone. Frunció el ceño y trató de recordar—. Le estaba observando. Corría para salvar el pellejo, y entonces desapareció. Estaba justo en el epicentro de la explosión.
Todos miraron a Alex, que parecía incómodo.
—¿Alex? —volvió a reprenderle Annabelle.
—Vale, parece que el tipo se cayó en el agujero en el que habían plantado un árbol nuevo. La explosión tuvo lugar allí o muy cerca, pero no hay nada confirmado.
—¿Se sabe quién era? —preguntó Caleb.
—Todavía no.
—¿Y el origen de la bomba?
—Se desconoce de momento.
—¿De dónde salieron los disparos? —preguntó Reuben.
—No lo sé.
—Me golpeé con algo mientras caía —dijo Stone—. Un hombre me vigilaba.
—Tal vez —dijo Alex con recelo.
—La enfermera me dijo que te sacaron un diente de la cabeza, Oliver —dijo Annabelle.
—¿Un diente? ¿Choqué con el hombre tras la explosión?
Annabelle asintió.
—Eso parece. Si fuera así le faltaría un incisivo.
—¿Has visto las grabaciones de las cámaras de vigilancia, Alex? —preguntó Stone.
—No. No formo parte de la investigación y por eso desconozco la mayoría de las respuestas. Ahora estoy en el equipo de escoltas, lo cual significa que, al igual que muchos otros, estoy con el culo al aire en lo que al trabajo se refiere.
—¿Y el Servicio Secreto tiene que lidiar con la situación? —preguntó Reuben.
—Pues sí, la cosa va en serio.
—Me sorprendió ver a tantos escoltas anoche —comentó Stone—. Había leído lo de la cena, pero los periódicos decían que el primer ministro se alojaría, como de costumbre, en la embajada británica. ¿Qué pasó?
—Cambio de planes de última hora. El presidente y el primer ministro querían reunirse a primera hora de la mañana siguiente. Era mucho más sencillo desde un punto de vista logístico trasladar al primer ministro desde la Blair House hasta la Casa Blanca —añadió Alex—, pero el cambio no se comunicó a la prensa. Sin embargo, ¿sabías que iría anoche a la Blair House?
Stone asintió.
—¿Y eso?
—Pasé junto al séquito de coches de camino al parque. Solo había un motorista a la cabeza, lo cual significaba que no irían muy lejos y que el control del tráfico no era lo más primordial. La jefatura de policía de Washington D. C. no desperdiciaría recursos de manera innecesaria, y habían acordonado los alrededores de la Blair House. Al ver que iban tan armados supuse que era un dignatario de primer orden. El primer ministro era el único que tenía ese rango.
—¿Qué hacías en el parque a esas horas? —le preguntó Annabelle.
—Recordar —respondió como si nada antes de dirigirse de nuevo a Alex—. ¿Por qué las medidas de seguridad fueron tan poco estrictas anoche?
—No fueron poco estrictas, y se trata de un parque público —replicó Alex.
—No cuando la seguridad es un asunto de máxima prioridad. Lo sé mejor que nadie —repuso Stone.
—Obedezco órdenes, Oliver.
—De acuerdo. —Stone miró a su alrededor—. ¿Puedo irme?
—Sí —respondió una voz—, con nosotros.
Todos se volvieron y vieron a dos hombres trajeados junto a la puerta. Uno tendría unos cincuenta años, era bajito y robusto, huesudo y ancho de espaldas, con un arma debajo del traje. El otro tendría unos treinta años y era delgado, medía casi un metro ochenta y llevaba el corte de pelo típico del cuerpo de marines. También iba armado.
—Ahora mismo —ordenó el mayor de los dos.