Capítulo 51

«Me alegra que volvieras por mí —dijo Sangre Nocturna—. Me aburría en ese armario».

Vasher no respondió mientras saltaba la muralla que rodeaba la Corte de los Dioses. Era tarde y todo estaba oscuro y silencioso, aunque aún brillaban varías luces encendidas. Una de ellas pertenecía a Sondeluz el Audaz.

«No me gusta la oscuridad», dijo la espada.

«¿Te refieres a oscuridad como la de ahora?».

«No. A la del armario».

«Ni siquiera puedes ver».

«Una persona sabe cuándo está a oscuras. Incluso cuando no puede ver».

Vasher no supo qué responder. Se detuvo en lo alto de la muralla, contemplando el palacio de Sondeluz. Rojo y dorado. Colores audaces, en efecto.

«No deberías ignorarme —prosiguió Sangre Nocturna con sus quejas—. No me gusta».

Vasher se arrodilló, estudiando el palacio. Nunca había conocido en persona al llamado Sondeluz, pero había oído rumores: el más procaz de los dioses, el más condescendiente y burlón. Y ésa era la persona que tenía en sus manos el destino de dos reinos.

Había un modo fácil de influir en ese destino.

«Vamos a matarlo, ¿verdad?», dijo Sangre Nocturna con voz ansiosa.

Vasher siguió mirando el palacio.

«Deberíamos matarlo —insistió la espada—. Vamos. Deberíamos hacerlo. De verdad, hagámoslo».

«¿Por qué te importa? —susurró Vasher—. No lo conoces».

«Es malo», sentenció Sangre Nocturna.

Vasher bufó.

«Ni siquiera sabes lo que es eso».

Por una vez, la espada no respondió.

Ése era el quid de la cuestión, el tema que había dominado la mayor parte de la vida de Vasher. Mil alientos. Eso era lo que hacía falta para despertar a un objeto de acero y darle conciencia de sí mismo. Ni siquiera Shashara había comprendido completamente el proceso, aunque fue la primera que lo diseñó.

Era necesaria una persona que hubiera alcanzado la Novena Elevación para despertar piedra o acero. Incluso así, este proceso no debería haber funcionado. Tendría que haber creado un objeto despertado sin más mente que las borlas de su capa.

Sangre Nocturna no debería estar viva. Y, sin embargo, lo estaba. Shashara siempre había sido la más talentosa de todos ellos, mucho más capaz que el propio Vasher, que empleaba trucos, como incrustar huesos en acero o piedra, para hacer sus creaciones. Shashara había sido impulsada por el conocimiento recibido de Yesteel y el desarrollo del ícor-alcohol. Había estudiado, experimentado y practicado. Y lo había logrado. Había aprendido a forjar el aliento de mil personas en una pieza de acero, despertarla y darle una orden. Esa única orden adquiría un inmenso poder, proporcionando una base para la personalidad del objeto despertado.

Con Sangre Nocturna, Vasher y ella habían pasado mucho tiempo pensando, y luego habían elegido una orden simple pero elegante: «Destruye el mal». Pareció una elección perfecta y lógica. Sólo había un problema, algo que ninguno de ellos había previsto.

¿Cómo se suponía que un objeto de acero, un objeto tan alejado de la vida que la experiencia de vivir le resultaría extraña y ajena, podía comprender lo que era el mal?

«Lo estoy entendiendo —dijo Sangre Nocturna—. He practicado un montón».

La pobre espada no tenía la culpa. Era un arma terrible y destructora, y había sido creada para destruir. Seguía sin comprender la vida ni lo que ésta significaba. Sólo conocía su orden, y trataba de cumplirla a rajatabla.

«Ese hombre de ahí abajo —dijo—, el dios del palacio. Tiene el poder para iniciar esta guerra. Tú no quieres que la guerra tenga lugar. Por eso es malo».

«¿Por qué eso lo convierte en malo?».

«Porque hará lo que tú no quieres que haga».

«Eso no lo sabemos con seguridad. Además, ¿quién dice que mi juicio es el mejor?».

«Lo es. Vamos a matarlo. Me dijiste que la guerra es mala. Él empezará una guerra. Es malo. Vamos a matarlo. Vamos».

La espada empezaba a excitarse. Vasher podía percibirlo: el peligro en su hoja, el retorcido poder de los alientos que habían sido extraídos de anfitriones vivos e introducidos en algo innatural. Podía imaginarlos surgir, negros y corrompidos, retorciéndose al viento. Empujándolo hacia Sondeluz. Impulsándolo a matar.

«No», dijo Vasher.

Sangre Nocturna suspiró. «Me encerraste en un armario —le recordó—. Deberías pedir disculpas».

«No voy a pedir disculpas por no matar a alguien».

«Lánzame ahí dentro —propuso la espada—. Si es malo, se matará él solo».

Esto hizo dudar a Vasher. «Vaya», pensó. La espada parecía hacerse más sutil cada año, aunque Vasher sabía que sólo estaba imaginando cosas, proyectando. Los objetos despertados no cambiaban ni crecían, simplemente eran lo que eran.

Pero era una buena idea.

«Tal vez más tarde», dijo por fin, apartándose del edificio.

«Tienes miedo».

«Tú no sabes lo que es el miedo».

«Lo sé. No te gusta matar Retornados. Les tienes miedo».

La espada se equivocaba, naturalmente. Pero, vista desde fuera, Vasher suponía que su vacilación parecía miedo. Había pasado mucho tiempo sin tratar con los Retornados. Demasiados recuerdos. Demasiado dolor.

Se dirigió al palacio del rey-dios. La estructura era antigua, mucho más que los palacios que la rodeaban. En tiempos, ese palacio asomaba a la bahía. No había ninguna ciudad. No había colores. Sólo aquella torre alta y negra. A Vasher le divertía que se hubiera convertido en el hogar del rey-dios de los Tonos Iridiscentes.

Se colgó a Sangre Nocturna a la espalda y saltó de la muralla hacia el palacio. Las borlas despertadas alrededor de sus piernas le dieron fuerza extra, permitiéndole saltar unos seis metros. Cayó contra el lado del edificio, los lisos bloques de ónice le rasguñaron la piel. Retorció los dedos, y las borlas de sus mangas se aferraron al saliente que tenía encima, aupándolo.

Exhaló aliento y el cinturón, que le tocaba la piel, como siempre, despertó. El color se borró del pañuelo atado a su pierna, bajo sus pantalones.

—Escala, luego agarra, luego ízame —ordenó. Tres órdenes en un despertar, una tarea difícil para algunos. Para él, sin embargo, se había vuelto tan sencilla como parpadear.

El cinturón se desató, revelando ser mucho más largo de lo que parecía. Los siete metros y medio de cuerda serpentearon por el lado del edificio, hasta enroscarse en una ventana. Segundos más tarde, la cuerda aupó a Vasher al aire. Si estaban bien creados, los objetos despertados podían tener más fuerza que los músculos normales. Vasher había visto una vez un grupo de cuerdas no mucho más gruesas que la suya levantar y lanzar piedras contra fortificaciones enemigas.

Soltó la presa de sus borlas y luego desenvainó a Sangre Nocturna, mientras la cuerda lo depositaba dentro del edificio. Se arrodilló en silencio, escrutando la oscuridad. La habitación estaba vacía. Con cuidado, recuperó su aliento, se envolvió la cuerda en el brazo y sostuvo un cabo suelto. Echó a andar.

«¿A quién vamos a matar?», preguntó Sangre Nocturna.

«No siempre es cosa de matar», respondió Vasher.

«Vivenna. ¿Está aquí?».

La espada intentaba interpretar de nuevo sus pensamientos. Tenía problemas con las cosas que no estaban plenamente formadas en la mente de Vasher. La mayoría de los pensamientos que pasan por la cabeza de un hombre son fugaces y momentáneos. Destellos de imagen, sonido u olor. Se hacen conexiones, luego se pierden, se vuelven a recuperar. A Sangre Nocturna le costaba interpretar ese tipo de cosas.

Vivenna. La fuente de un montón de problemas. El trabajo de Vasher en la ciudad era mucho más fácil cuando creía que ella trabajaba voluntariamente con Denth. Entonces, al menos, podía echarle la culpa.

«¿Dónde está? ¿Está aquí? No le gusto, pero ella me gusta a mí».

Vasher vaciló en el oscuro pasillo.

«¿Te gusta?».

«Sí. Es agradable. Y bonita».

Agradable y bonita… palabras que Sangre Nocturna en realidad no entendía. Simplemente, había aprendido a usarlas. Con todo, la espada tenía opciones, y rara vez mentía. Debía gustarle Vivenna, aunque no pudiera explicar por qué.

«Me recuerda a los Retornados».

«Ah —pensó Vasher—. Claro. Tiene sentido».

Continuó avanzando.

«¿Qué?», dijo Sangre Nocturna.

«Desciende de un retornado —pensó él—. Se nota en el pelo. Hay un poco de retornada en ella».

Sangre Nocturna no respondió, pero Vasher pudo percibir cómo pensaba.

Se detuvo en una intersección. Estaba seguro de saber dónde estarían los aposentos del rey-dios. Sin embargo, gran parte del interior resultaba distinto de lo previsto. La fortaleza era austera, construida con extraños quiebros y giros para confundir al intruso. Además, los comedores abiertos o las salas de guarnición habían sido divididos en muchas habitaciones pequeñas, coloridamente decoradas al estilo de la clase alta de Hallandren.

¿Dónde estaría la esposa del rey-dios? Si estaba embarazada, se hallaría al cuidado de los sirvientes. En uno de los complejos de cámaras más grandes, supuso, en un piso superior. Se dirigió a unas escaleras. Por fortuna, era lo suficientemente tarde para que hubiera poca gente despierta.

«La hermana —dijo la espada—. Vas por ella, ¿verdad? ¡Vas a rescatar a la hermana de Vivenna!».

Vasher asintió silenciosamente, subió con cuidado las escaleras, contando con que su biocroma le permitiera saber si se acercaba alguien. Aunque la mayor parte de su aliento estaba almacenado en sus ropas, tenía lo suficiente para despertar la cuerda y mantenerse alerta.

«¡A ti también te gusta Vivenna!».

«Tonterías».

«¿Entonces por qué?».

«Su hermana es la clave de todo esto. Me di cuenta hoy. En cuanto llegó la reina empezaron los verdaderos movimientos para comenzar la guerra».

Sangre Nocturna guardó silencio. Ese tipo de salto lógico era demasiado completo para la espada. «Ya veo», dijo, y Vasher sonrió ante la confusión que percibió en su voz.

«Como mínimo, es una rehén que le viene muy bien a los hallandrenses. Los sacerdotes del rey-dios, o quienquiera que esté detrás de esto, pueden amenazar la vida de la chica si la guerra les va mal. Es una herramienta excelente».

«Y por eso pretendes quitársela», concluyó la espada.

Vasher asintió. Llegó a lo alto de las escaleras y se internó en un pasillo. Caminó hasta que sintió a alguien cerca: una doncella que se acercaba.

Despertó su cuerda, se ocultó en las sombras de un recoveco y esperó. Cuando la criada pasó, la cuerda salió disparada, se enroscó en su cintura y la arrastró hacia la oscuridad. Vasher le tapó la boca con una mano reforzada antes de que pudiera gritar.

Ella se rebulló, pero la cuerda la sujetó con fuerza. Vasher sintió un pequeño retortijón de culpa mientras se alzaba sobre ella y veía cómo sus ojos se llenaban de lágrimas de terror. Echó mano a Sangre Nocturna y la desenvainó un poco. La chica inmediatamente pareció enfermar. Buena señal.

—Necesito saber dónde está la reina —dijo Vasher, acercando a Sangre Nocturna de modo que la empuñadura rozó la mejilla de la doncella—. Vas a decírmelo.

La sostuvo, viéndola temblar, sintiéndose descontento consigo mismo. Finalmente, relajó las borlas, pero no retiró la espada de la mejilla. Ella empezó a vomitar, y Vasher la atrajo hacia un lado.

—Dímelo —susurró.

—La esquina sur —susurró la muchacha, temblando—. En esta planta.

Vasher la ató con la cuerda, la amordazó y recuperó su aliento. Envainó a Sangre Nocturna y corrió pasillo adelante.

«¿No quieres matar a un dios que planea llevar sus ejércitos a la guerra, pero casi ahogas a una muchacha?». Era una valoración complicada para la espada. Sin embargo, carecía de la acusación que un humano habría puesto en las palabras. Para Sangre Nocturna era sólo una pregunta.

«Yo tampoco entiendo mi moralidad —pensó Vasher—. Te sugiero que evites confundirte también».

Encontró fácilmente el lugar. Estaba protegido por una partida de hombres de aspecto brutal que parecían bastante fuera de lugar en aquellos hermosos pasillos.

Vasher se detuvo. «Aquí está pasando algo raro».

«¿Qué quieres decir?».

No pretendía dirigirse a la espada, pero ése era el problema de tener un objeto que podía leer la mente. Cualquier pensamiento que Vasher formara en su cabeza Sangre Nocturna creía que iba dirigido a ella. Después de todo, en opinión de la espada, todo tendría que dirigirse a ella.

Guardias en la puerta. Soldados, no sirvientes. Así que la habían hecho prisionera. ¿Estaba embarazada de verdad? ¿Los sacerdotes pretendían asegurar su poder?

Sería imposible matar a tantos hombres sin hacer ruido. Lo mejor que podía esperar era eliminarlos rápido. Tal vez estaban lo bastante lejos del resto del palacio para que nadie pudiera oír una breve refriega.

Esperó unos minutos, apretando los dientes. Finalmente, se acercó y arrojó a Sangre Nocturna entre los hombres. Su plan era dejarlos luchar unos contra otros, y él se encargaría de los que cayeran bajo el hechizo de la espada.

Sangre Nocturna resonó contra las losas del suelo. Los ojos de todos los hombres se volvieron hacia ella, y, en ese momento, algo agarró a Vasher por el hombro y tiró de él hacia atrás.

Maldijo, girando, y se dispuso a plantarle cara a quien fuera. Una cuerda despertada. Los hombres empezaron a pelear entre sí. Vasher gruñó, sacó el cuchillo de su bota y cortó la cuerda. Alguien lo empujó cuando se liberaba, y acabó lanzado contra la pared.

Agarró a su atacante por el rostro con una de las borlas de su brazo, y luego hizo girar al hombre y lo estampó contra la pared. Otra figura lo atacó por detrás, pero la capa despertada de Vasher lo impidió, haciéndolo caer.

—Agarra otras cosas que no sea yo —ordenó Vasher rápidamente, agarrando la capa de uno de los caídos y despertándola.

La capa se sacudió, derribando a otro hombre, a quien Vasher fulminó con un golpe de daga. Le dio una patada a otro hombre, lanzándolo hacia atrás, abriéndose hueco.

Vasher saltó hacia Sangre Nocturna, pero tres figuras más salieron de las habitaciones de alrededor, impidiéndole el paso. Eran la misma clase de hombretones brutales que peleaban ahora por la espada. Había matones por todas partes. Docenas. Vasher descargó una patada, rompiendo una pierna, pero un hombre logró arrancarle la capa. Otros se le echaron encima. Y entonces, otra cuerda despertada se sacudió, amarrando sus piernas.

Vasher intentó recurrir al aliento.

—Tu aliento al… —empezó, tratando de extraer algo de aliento para atacar, pero tres hombres le sujetaron la mano y se la apartaron. En cuestión de segundos quedó envuelto en la cuerda despertada. Su capa seguía luchando contra tres hombres que se esforzaban por cortarla, pero Vasher estaba inmovilizado.

Alguien salió de la habitación a su izquierda.

—Denth —gruñó Vasher, debatiéndose.

—Mi buen amigo —dijo el mercenario, haciendo un gesto con la cabeza a uno de sus lacayos, el conocido como Tonk Fah, para que se dirigiera a los aposentos de la reina, al fondo del pasillo. Luego se agachó junto a Vasher—. Me alegro de verte.

Vasher escupió en el suelo.

—Tan elocuente como siempre, ya veo —suspiró Denth—. ¿Sabes qué es lo mejor que tienes, Vasher? Eres sólido. Predecible. Supongo que yo también lo soy, en cierto modo. Es difícil vivir como lo hacemos sin caer en rutinas, ¿no?

Vasher no respondió, aunque se debatió un poco más mientras los hombres lo amordazaban. Advirtió con satisfacción que había eliminado a una buena docena de oponentes antes de que consiguieran detenerlo.

Denth miró a los caídos.

—Mercenarios —comentó—. Ningún riesgo es demasiado grande, siempre que la paga sea buena —se burló. Entonces se agachó, y su jovialidad desapareció cuando miró a Vasher a los ojos—. Y tú siempre has sido mi paga, Vasher. Te lo debo. Por Shashara. Llevamos dos semanas esperando, escondidos en el palacio, sabiendo que al final la buena princesa Vivenna te enviaría a salvar a su hermana.

Tonk Fah regresó con un bulto envuelto en una manta. Sangre Nocturna.

Denth la miró.

—Tira eso bien lejos —dijo con una mueca.

—No sé —respondió Tonk Fah—. Creo que deberíamos conservarla. Podría ser muy útil…

El ansia empezó a asomar en sus ojos, el deseo de desenvainar la espada, de usarla. Ella estaba hecha para destruir el mal. En el fondo, sólo para destruir.

Denth se levantó y le arrebató el bulto. Golpeó a Tonk Fah en la cabeza.

—¡Ay!

Denth resopló.

—Deja de quejarte: acabo de salvarte la vida. Ve a ver cómo está la reina y limpia este desaguisado. Yo me encargaré de la espada.

—Siempre te vuelves desagradable en presencia de Vasher —gruñó Tonk Fah, marchándose.

Denth envolvió a Sangre Nocturna con firmeza. Vasher lo miró, esperando ver el ansia aparecer en sus ojos. Por desgracia, Denth tenía una voluntad demasiado fuerte para ser dominado por la espada. Tenía casi tanta historia con ella como Vasher.

—Llevaos todas sus ropas despertadas —ordenó a sus hombres—. Luego colgadlo en esa habitación de allí. Él y yo vamos a tener una larga charla por lo que le hizo a mi hermana.