Capítulo 48

Susebron no salía ya por las mañanas.

Siri yacía en la cama junto a él, ligeramente acurrucada, su piel contra la suya. Él dormía apaciblemente, su pecho subía y bajaba, las sábanas blancas desprendiendo prismas de colores a su alrededor ya que reaccionaban inevitablemente a su presencia. Unos meses atrás, ¿quién habría imaginado dónde se encontraría Siri? No sólo casada con el rey-dios de Hallandren, sino enamorada de él también.

Todavía le parecía sorprendente. Él era la figura seglar y religiosa más importante de toda la zona del mar Interior. Era la base de la adoración de los Tonos Iridiscentes de Hallandren. Una criatura temida y odiada por la mayoría de los habitantes de Idris.

Y estaba durmiendo tranquilamente a su lado. Un dios del color y la belleza, su cuerpo tan perfectamente esculpido como una estatua. ¿Y qué era Siri? No era perfecta, de eso estaba segura. Sin embargo, de algún modo, ella le había traído algo que necesitaba. Una pizca de espontaneidad. Un soplo del exterior, no domado por sus sacerdotes y su reputación.

Suspiró, apoyando la cabeza en su pecho. Habría un precio que pagar por su felicidad de las últimas noches. «Qué tontos somos —pensó—. Sólo tenemos que evitar una cosa: darle un hijo a los sacerdotes, y no hemos tomado precauciones. Nos encaminamos directos hacia el desastre». Le costaba reprocharse con demasiada firmeza. Sospechaba que su farsa no habría engañado a los sacerdotes mucho más tiempo. Recelarían, o al menos se sentirían frustrados, si ella seguía sin engendrar un heredero. Podía imaginarlos entrometiéndose si seguían retrasándolo.

Fuera lo que fuese que Susebron y ella hicieran para cambiar los acontecimientos, tendrían que hacerlo rápidamente.

Él se agitó a su lado, y ella se volvió para mirarlo a la cara cuando abrió los ojos. Susebron la contempló durante unos minutos, acariciándole el pelo. Era sorprendente lo rápido que se habían sentido cómodos en su intimidad.

Él echó mano a su pizarrita. «Te amo».

Ella sonrió. Siempre era lo primero que escribía por las mañanas.

—Y yo a ti —respondió.

«Sin embargo, probablemente tenemos problemas, ¿verdad?».

—Sí.

«¿Cuánto tiempo? Hasta que quede claro que engendrarás un hijo, quiero decir».

—No estoy segura. No tengo mucha experiencia con esto, obviamente. Sé que algunas mujeres allá en Idris se quejaban de no poder tener hijos tan rápido como querían, así que tal vez no suceda siempre de manera inmediata. Conozco a otras mujeres que parieron hijos casi nueve meses exactos después de la noche de bodas.

Susebron parecía pensativo.

«Dentro de un año a partir de ahora, podría ser madre», pensó Siri. La idea le parecía abrumadora. Hasta hacía muy poco, no se había considerado realmente una persona adulta. «Pero, según lo que nos han dicho, todo hijo que engendre del rey-dios nacerá muerto». Aunque eso fuera mentira, su hijo correría peligro. Siri seguía sospechando que los sacerdotes lo quitarían de en medio, para sustituirlo por un retornado, Con toda probabilidad, entonces también la harían desaparecer a ella.

«Dedos Azules intentó advertirme. Habló de peligro, no sólo para Susebron, sino para mí», pensó.

Susebron escribió: «He tomado una decisión».

Siri alzó una ceja.

«Quiero que la gente y los otros dioses me conozcan. Quiero tomar el control de mi reino por mí mismo».

—Creí que habíamos decidido que eso sería demasiado peligroso.

«Lo será. Pero empiezo a pensar que es un riesgo que debemos correr».

—¿Y tus objeciones de antes? No puedes gritar la verdad, y es probable que los guardias te lleven rápidamente si intentas algo parecido a escapar.

«Sí, pero tú tienes bastantes menos guardias, y puedes gritar».

Siri dudó.

—Sí, pero ¿me creería alguien? ¿Qué pensarían si empezara a gritar que el rey-dios es prisionero de sus propios sacerdotes?

Susebron ladeó la cabeza.

—Créeme: pensarían que estoy loca.

«¿Y si te ganaras la confianza del retornado del que sueles hablar? Sondeluz el Audaz».

Siri pareció pensativa.

«Podrías acudir a él —escribió Susebron—. Cuéntale la verdad. Tal vez te lleve con otros Retornados que crea que puedan hacerte caso. Los sacerdotes no podrán hacernos callar».

Siri permaneció junto a él, la cabeza apoyada en su pecho.

—Parece posible, Seb, pero ¿por qué no huir? Mis sirvientes son todas de Pahn Kahl. Dedos Azules ha dicho que intentará ayudarnos a escapar si se lo pido. Podemos huir a Idris.

«Si huimos, las tropas de Hallandren nos seguirán, Siri. No estaríamos a salvo en Idris».

—Entonces podríamos ir a otra parte.

Él negó con la cabeza.

«Siri, he estado escuchando las discusiones en la corte. Pronto habrá una guerra entre nuestros reinos. Si huimos, estaremos abandonando a Idris a la invasión».

—La invasión se producirá también si nos quedamos.

«No si tomo el control de mi trono. El pueblo de Hallandren y los dioses están obligados a obedecerme. No habrá ninguna guerra si saben que yo lo desapruebo».

Borró, y luego continuó escribiendo, más rápido.

«Le he dicho a los sacerdotes que no deseo ir a la guerra, y ellos parecieron comprensivos. Sin embargo, no han hecho nada».

—Probablemente están preocupados. Si te dejan empezar a hacer política, entonces puede que empieces a pensar que no los necesitas.

«Tendrían razón —escribió él, sonriendo—. Tengo que convertirme en líder de mi pueblo, Siri. Es el único modo de proteger tus hermosas montañas y la familia a la que tanto amas».

Ella guardó silencio, sin poner más objeciones. Hacer lo que él decía sería seguirles la corriente a los sacerdotes. Jugárselo todo a una carta. Si fallaban, sin duda deducirían que Siri y Susebron podían comunicarse. Eso indicaría el final de su etapa juntos.

Susebron advirtió su preocupación. «Es peligroso, pero es la mejor opción. Huir sería igual de arriesgado, y nos dejaría en peores circunstancias. En Idris, nos considerarían el motivo del ataque de los ejércitos de Hallandren. Otros países serían aún más peligrosos».

Siri asintió lentamente. En otro país, no tendrían dinero y serían presa fácil para pedir rescate. Escaparían de los sacerdotes sólo para acabar cautivos y ser utilizados en contra de Hallandren. El Reino de la Iridiscencia seguía siendo muy rechazado a causa de la Multiguerra.

—Nos harían cautivos, como dices —reconoció—. Además, si estuviéramos en otro país, dudo que pudieran darte un aliento cada semana. Sin ellos, morirías.

Él pareció vacilar.

—¿Qué ocurre?

«No moriría sin aliento —escribió Susebron—. Pero eso no es un argumento a favor de la huida».

—¿Quieres decir que las historias de que los Retornados necesitan aliento para vivir son mentira?

«En absoluto. Necesitamos aliento… pero te olvidas que yo contengo la riqueza de aliento transmitida por generaciones en mi familia. Se lo escuché decir a mis sacerdotes una vez. Si fuera necesario trasladarme, podría sobrevivir con los alientos extra que contengo. Son muchos más que el aliento que me convierte en un retornado. Mi cuerpo se alimentaría de esos alientos extra, absorbiendo uno por semana».

Siri se sentó, pensativa. Eso parecía implicar algo respecto al aliento que no lograba dilucidar del todo. Por desgracia, no tenía ninguna experiencia a la que referirse.

—Muy bien —dijo—. Entonces podríamos ocultarnos si hiciera falta.

«He dicho que no es un argumento a favor de la huida. Mi tesoro de alientos podría mantenerme vivo, pero también me convertiría en un objetivo muy valioso. Todo el mundo querrá esos alientos: aunque no fuera el rey-dios, correría peligro».

Eso era cierto. Siri asintió.

—Muy bien. Si vamos a intentar descubrir lo que han hecho los sacerdotes, será mejor que lo hagamos pronto. Si muestro signos de estar embarazada, apuesto a que los sacerdotes no tardarán ni dos segundos en secuestrarme.

Susebron asintió.

«Habrá una asamblea general en la corte dentro de un par de días. He oído decir a mis sacerdotes que será una reunión importante: es raro que todos los dioses sean convocados para votar. Esa reunión decidirá si atacaremos Idris o no».

Siri asintió, nerviosa.

—Podría sentarme con Sondeluz y pedirle ayuda. Si acudimos a otros dioses, delante de las multitudes, tal vez puedan exigir saber si estoy mintiendo o no.

«Y yo abriré la boca y revelaré que no tengo lengua. Entonces veamos qué hacen los sacerdotes. Se verán obligados a inclinarse ante la voluntad de su propio panteón».

Siri asintió.

—De acuerdo —dijo—. Vamos a intentarlo.