Capítulo 33

Joyas trabajaba en silencio, ignorando a Vivenna, mientras suturaba otro punto. Las entrañas de Clod (intestinos, estómago y algunas otras cosas que Vivenna no quería identificar) yacían en el suelo junto a él, cuidadosamente recogidas y dispuestas para ser reparadas. En ese momento trabajaba con los intestinos, cosiendo con un hilo grueso especial y una aguja curva.

Era asqueroso, aunque no afectaba del todo a Vivenna, no después del shock que había vivido antes. Estaban en el escondrijo seguro. Tonk Fah había salido a explorar la casa regular para ver si Parlin estaba bien. Denth estaba en el piso de abajo, recogiendo algo.

Vivenna se había cambiado de ropa y se había puesto un vestido largo, comprado por el camino (su falda estaba sucia de barro), y estaba sentada con las piernas recogidas contra el pecho. Joyas seguía ignorándola, trabajando sobre una manta tendida en el suelo. Murmuraba para sí, todavía furiosa.

—Estúpido —mascullaba—. No puedo creer que te dejaras herir así sólo por protegerla a ella.

Herir. ¿Significaba eso algo para una criatura como Clod? Estaba despierto: Vivenna veía que tenía abiertos los ojos. ¿Qué sentido tenía coser sus entrañas? ¿Sanarían? No necesitaba comer. ¿Por qué molestarse con los intestinos? Vivenna se estremeció y apartó la mirada. Se sentía, en cierto modo, como si la hubieran desgarrado a ella. Expuesta. Para que todo el mundo la viera.

Cerró los ojos. Habían pasado horas, y todavía temblaba por haberse visto atrapada en aquel callejón, pensando que moriría de un momento a otro. ¿Qué había aprendido de sí misma cuando se vio finalmente amenazada? El recato no había significado nada: se había quitado la falda para no volver a tropezar con ella. Su cabello no había significado nada: lo ignoró en cuanto llegó el peligro. Su religión, al parecer, tampoco significaba nada. Aunque no es que hubiera podido usar el aliento, pues ni siquiera había conseguido cometer blasfemia.

—Casi me dan ganas de marcharme —murmuró Joyas—. Tú y yo. Fuera.

Clod empezó a agitarse. Vivenna abrió los ojos y vio que intentaba levantarse, aunque le colgaban las tripas.

Joyas maldijo.

—Tiéndete —susurró—. Criatura maldita por los Colores. Aullido del sol. Quédate inactivo. Aullido del sol.

Vivenna vio cómo Clod se tendía y luego dejaba de moverse. «Puede que obedezcan órdenes —pensó—. Pero no son muy listos. Intentaba marcharse, siguiendo la orden aparente de Joyas». ¿Y qué era esa tontería que había dicho Joyas sobre el sol? ¿Era una de las frases de seguridad que había mencionado Denth?

Vivenna oyó pasos en las escaleras que conducían al sótano, y entonces la puerta se abrió y apareció Denth. Cerró la puerta, se acercó y le entregó a Joyas algo que parecía un gran odre de vino. La mujer lo cogió y volvió a su trabajo.

Él se sentó junto a Vivenna.

—Dicen que un hombre no se conoce a sí mismo hasta que se enfrenta por primera vez a la muerte —dijo con tono tranquilo—. Yo no entiendo de eso. Me parece que la persona que eres cuando estás a punto de morir no es tan importante como la persona que has sido durante tu vida. ¿Por qué deberían importar más unos instantes que toda una vida?

Vivenna no respondió.

—Todo el mundo se asusta, princesa. Incluso los hombres valientes huyen a veces la primera vez que se ven en una batalla. Por eso en los ejércitos existe la instrucción. Los que aguantan no son los valerosos, sino los bien entrenados. Tenemos instintos como cualquier animal. A veces se apoderan de nosotros. No pasa nada.

Ella continuó mirando cómo Joyas colocaba con cuidado los intestinos dentro del vientre de Clod. De un paquetito sacó algo similar a una tira de carne.

—Lo cierto es que lo hiciste bien —dijo Denth—. No perdiste los nervios. Encontraste la salida más rápida. He protegido a algunas personas que se quedaron quietas esperando morirse a menos que las sacudieras y obligaras a correr.

—Quiero que me enseñes a despertar —susurró Vivenna.

Él se la quedó mirando, vacilante.

—Sería mejor que lo pensaras un poco, ¿no?

—Ya lo he hecho —respondió ella en voz baja, las manos sobre las rodillas, la barbilla apoyada en ellas—. Creía que era más fuerte de lo que soy. Creí que prefería morir antes de usarlo. Era mentira. En ese momento, habría hecho cualquier cosa para sobrevivir.

Denth sonrió.

—Serías una buena mercenaria.

—Está mal —dijo ella, todavía mirando al frente—. Pero no puedo seguir siendo pura. Debo entender lo que tengo. Usarlo. Si eso me condena, sea. Al menos me habrá ayudado a sobrevivir lo suficiente para destruir a los hallandrenses.

Él alzó una ceja.

—Ahora quieres destruirlos, ¿eh? ¿Se acabaron los sabotajes y retrasos?

Ella negó con la cabeza.

—Quiero derrocar este reino —susurró—. Tal como dicen los señores de los suburbios. Puede corromper a esa pobre gente. Puede corromperme incluso a mí. Lo odio.

—Yo…

—No, Denth. —Su pelo se había vuelto de un rojo oscuro, y por una vez no le importó—. Lo odio de verdad. Siempre he odiado a esta gente. Me quitaron mi infancia. Tuve que prepararme para convertirme en su reina. Prepararme para casarme con su rey-dios. Todos decían que era un hereje impío. ¡Y, sin embargo, yo tenía que acostarme con él! ¡Odio a esta ciudad entera, con sus colores y sus dioses! ¡Odio el hecho de que me robara la vida, y luego me exigiera que dejara atrás todo lo que amo! Odio las calles abarrotadas, los jardines silenciosos, el comercio y el clima sofocante. Y odio sobre todo su arrogancia. Pensar que pudieron forzar a mi padre, obligarlo a firmar ese tratado hace veinte años… Han controlado mi vida. La han dominado. La han destruido. Y ahora tienen a mi hermana.

Inspiró profundamente, los dientes apretados.

—Tendrás tu venganza, princesa —susurró Denth.

Ella lo miró.

—Quiero que sufran, Denth. El ataque de hoy no tenía por objetivo sofocar un elemento rebelde. Los hallandrenses enviaron esos soldados para matar. Matar a los pobres que ellos mismos crearon. Vamos a impedir que hagan esas cosas. No me importa lo que haga falta. Estoy cansada de ser simpática y amable e ignorar la ostentación. Quiero hacer algo.

Denth asintió lentamente.

—Muy bien. Cambiaremos de estrategia, empezaremos a lanzar ataques un poco más dolorosos.

—Bien —dijo ella. Cerró los ojos, frustrada, deseando ser lo bastante fuerte para mantener todas esas emociones a raya. Pero no lo era. Las había reprimido demasiado tiempo. Ése era el problema.

—Esto no fue nunca por tu hermana, ¿verdad? —preguntó Denth—. Lo de venir aquí.

Ella negó con la cabeza, los ojos todavía cerrados.

—¿Por qué, entonces?

—Me he instruido toda la vida —susurró Vivenna—. Yo era quien iba a sacrificarse. Cuando Siri se marchó en mi lugar, me convertí en nada. Tenía que venir a recuperarlo.

—Pero acabas de decir que siempre has odiado a Hallandren —dijo él, confuso.

—Y lo odiaba. Y lo odio. Por eso tenía que venir.

Denth guardó silencio unos instantes.

—Demasiado complicado para un mercenario, supongo.

Ella abrió los ojos. No estaba segura de comprenderlo tampoco. Siempre había controlado con firmeza su odio, dejándolo manifestar solamente como desdén hacia Hallandren y sus costumbres. Ahora se enfrentó a ese odio. Lo reconoció. De algún modo, Hallandren podía ser repulsivo y atractivo al mismo tiempo. Era como si hubiera sabido que hasta venir a ver el lugar con sus propios ojos, no tendría un foco real, una comprensión real, una imagen real de qué era lo que había destruido su vida.

Ahora lo comprendía. Si sus alientos ayudaban, entonces los usaría. Igual que Lemex. Igual que aquellos señores de los suburbios. No estaba por encima de aquello. No lo había estado nunca.

Dudaba que Denth lo comprendiera. Vivenna señaló a Joyas con un gesto.

—¿Qué está haciendo?

Él se volvió.

—Colocando un nuevo músculo —dijo—. Uno de los del costado quedó desgarrado. Los músculos no funcionan bien si los coses. Hay que sustituirlo todo.

—¿Con tornillos?

Denth asintió.

—Hasta el hueso. Funciona bien. No perfectamente, pero bien. Ninguna herida puede repararse a la perfección en los sinvida, aunque se curará un poco. Se los cose y se los llena de ícor-alcohol. Si los arreglas muchas veces, el cuerpo deja de funcionar bien y hay que gastar otro aliento para mantenerlos en marcha. A esas alturas, suele ser mejor comprar otro cuerpo.

Salvada por un monstruo. Tal vez era eso lo que la había decidido a usar su aliento. Debería estar muerta, pero Clod la había salvado. Un sinvida. Le debía la vida a un ser que no debería existir. Aún peor, si miraba en su interior, sentía una traicionera piedad por aquella criatura. Incluso afecto. Considerando eso, pensaba que ya estaba condenada a tal punto que usar sus alientos no importaría.

—Luchó bien —susurró—. Mejor que los sinvida que empleaba la guardia de la ciudad.

Denth miró a Clod.

—No todos son iguales. La mayoría de los sinvida están hechos de lo que haya cerca. Si pagas buen dinero, puedes conseguir uno que haya sido muy hábil en vida.

Ella sintió un escalofrío al recordar aquel momento de humanidad que había visto en la cara de Clod mientras la defendía. Si una monstruosidad no muerta podía ser un héroe, entonces una princesa piadosa podía blasfemar. ¿O estaba sólo intentando justificar sus acciones?

—Habilidad —susurró—. ¿La conservan?

Denth asintió.

—Algunos trazos, al menos. Considerando lo que pagamos por este tipo, debe de haber sido un buen soldado. Y por eso vale el dinero, el tiempo, y la molestia de repararlo, en vez de comprar uno nuevo.

«Lo tratan como a una cosa», pensó Vivenna. Igual que debería hacer ella. Sin embargo, cada vez más, consideraba a Clod una persona. Le había salvado la vida. No Denth, ni Tonk Fah. Clod. Le parecía que deberían mostrar más respeto hacia él.

Joyas terminó con los músculos y luego cosió la piel con hilo grueso.

—Aunque sanará, es mejor usar algo fuerte en la reparación, para que no vuelva a abrirse —explicó Denth.

Vivenna asintió.

—Y el… jugo.

—Icor-alcohol. Descubierto por los Cinco Sabios. Un material maravilloso. Mantiene muy bien a los sinvida.

—¿Eso es lo que condujo a la Multiguerra? —susurró ella—. ¿Conseguir bien esa mezcla?

—En parte. Eso y el descubrimiento, de nuevo por uno de los Cinco Sabios, he olvidado cuál, de algunas órdenes nuevas. Si quieres de verdad ser despertadora, princesa, eso es lo que tienes que aprender. Las órdenes.

Ella asintió.

—Enséñame.

A un lado, Joyas sacó una pequeña bomba y conectó una manguerita a una pequeña válvula situada en la base del cuello de Clod. Empezó a bombear ícor-alcohol, moviendo la bomba muy despacio, probablemente para no reventar las arterias.

—Bueno, hay muchas clases de órdenes —dijo Denth—. Si quieres dar vida a una cuerda, como la que intentaste usar en el callejón, una buena orden es «sujeta las cosas». Dilo con voz clara, impulsando tu aliento para que actúe. Si lo haces bien, la cuerda agarrará lo que tenga más cerca. «Protégeme» es otra buena orden, aunque puede interpretarse de formas bastante extrañas si no imaginas exactamente lo que quieres.

—¿Imaginar?

Él asintió.

—Tienes que formar la orden en tu cabeza, no sólo pronunciarla. El aliento que das es parte de tu vida. Tu alma, diríais los idrianos. Cuando despiertas algo, se convierte en parte de ti. Si eres bueno y tienes práctica, las cosas que despiertas harán lo que esperas de ellas. Son parte de ti. Comprenden, igual que tus manos comprenden lo que quieres que hagan.

—Empezaré a practicar, entonces.

—Lo pillarás fácilmente —asintió él—. Eres una mujer lista, y tienes un montón de alientos.

—¿Eso sirve de algo?

Denth asintió, algo distante, como distraído por sus propios pensamientos.

—Cuantos más alientos tengas al empezar, más fácil es aprender a despertar. Es como… no sé, como si el aliento fuera más parte de ti. O tú más parte de él.

Ella reflexionó.

—Gracias —dijo por fin.

—¿Por qué? ¿Por explicarte el despertar? La mitad de los niños de las calles podrían haberlo hecho.

—No. Aunque aprecio la instrucción, el agradecimiento es por otras cosas. Por no condenarme como hipócrita. Por estar dispuesto a cambiar de planes y correr riesgos. Por protegerme hoy.

—La última vez que lo comprobé, ésas eran las cosas que un buen empleado debe hacer. Al menos si ese empleado es un mercenario.

Ella sacudió la cabeza.

—Es más que eso. Eres un buen hombre, Denth.

Él la miró a los ojos, y ella pudo ver algo en ellos. Una emoción que no supo descifrar. Una vez más, pensó en la máscara que llevaba, la personalidad del risueño y jovial mercenario. Ese hombre tenía una fachada, pues si mirabas sus ojos veías mucho más.

—Un buen hombre —dijo Denth, volviéndose—. A veces. Ojalá eso fuera cierto todavía, princesa. Hace muchos años que no soy un buen hombre.

Vivenna abrió la boca para responder, pero algo la hizo vacilar. Una sombra pasó ante la ventana. Tonk Fah entró un momento después. Denth se levantó sin mirarla.

—¿Y bien? —le preguntó a su colega.

—Parece segura —respondió, mirando a Clod—. ¿Cómo está el fiambre?

—Acabo de terminar —dijo Joyas. Se agachó y le dijo algo al sinvida en voz muy baja.

Clod empezó a moverse de nuevo, se sentó y miró alrededor. Vivenna esperó mientras sus ojos la miraban, pero no parecía haber ningún reconocimiento en ellos. Tenía la misma expresión aturdida.

«Claro —pensó Vivenna, poniéndose en pie—. Al fin y al cabo, es un sinvida». Joyas había dicho algo para que empezara a funcionar de nuevo. Probablemente era lo mismo que lo había detenido antes. Aquella extraña frase…

Aullido del sol. Vivenna tomó nota, y luego los siguió mientras salían del edificio.

* * *

Poco después llegaron a casa. Parlin acudió corriendo, expresando sus temores por su seguridad. Se acercó primero a Joyas, aunque ésta no le hizo caso. Cuando Vivenna entraba en el edificio, se dirigió a ella.

—¿Vivenna? ¿Qué ha pasado?

La princesa sólo negó con la cabeza.

—Hubo una pelea —dijo él, siguiéndola escaleras arriba—. Lo he oído.

—Atacaron el campamento que visitábamos —respondió ella, cansada, mientras llegaba a lo alto de la escalera—. Un escuadrón de sinvidas. Empezaron a matar gente.

—¡Señor de los Colores! ¿Joyas está bien?

Vivenna se ruborizó, se volvió en el rellano y lo miró.

—¿Por qué preguntas por ella?

Parlin se encogió de hombros.

—Creo que es guapa.

—¿Y tienes que decirlo en voz alta? —replicó la princesa, advirtiendo que su pelo se volvía de nuevo rojo—. ¿No estás prometido a mí?

Él frunció el ceño.

—Tú estabas prometida al rey-dios, Vivenna.

—Pero sabes lo que querían nuestros padres —repuso, las manos en las caderas.

—Sí, pero bueno, cuando dejamos Idris, pensé que ambos íbamos a ser desheredados. En realidad no hay ningún motivo para continuar la charada.

«¿Charada?».

—Quiero decir, seamos sinceros —añadió él, sonriendo—. Nunca has sido muy amable conmigo. Sé que crees que soy estúpido; quizás hasta tengas razón. Pero si te importara de verdad, pienso que no me harías sentirme estúpido. Joyas me riñe, pero se ríe a veces de mis chistes. Tú nunca has hecho eso.

—Pero… —Vivenna descubrió que le fallaban las palabras—. Pero ¿por qué me seguiste hasta Hallandren?

Él parpadeó.

—Bueno, por Siri, naturalmente. ¿No vinimos por eso? ¿Para rescatarla? —Sonrió y se encogió de hombros—. Buenas noches, Vivenna.

Bajó las escaleras, llamando a Joyas para ver si estaba herida.

La princesa lo vio marchar.

«Es mejor persona que yo —pensó avergonzada, volviéndose hacia su cuarto—. Pero ahora mismo me cuesta preocuparme». Se lo habían quitado todo. ¿Por qué no también a Parlin? Su odio por Hallandren se hizo más firme cuando entró en la habitación.

«Ahora necesito dormir —pensó—. Tal vez después de descansar pueda decidir qué estoy haciendo en esta ciudad».

De una cosa estaba segura. Iba a aprender a despertar. La Vivenna de antes, la que tenía derecho a ir con la cabeza alta y denunciar el aliento como algo impío, ya no tenía sitio en T’Telir. La verdadera Vivenna no había venido para salvar a su hermana. Había venido porque no podía soportar no ser importante.

Aprendería. Ése sería su castigo.

Una vez en su cuarto, echó el cerrojo de la puerta y se dispuso a cerrar las cortinas.

Había una figura en el balcón, apoyada tranquilamente contra la barandilla. Llevaba barba de varios días y sus ropas oscuras estaban gastadas, casi en jirones. Portaba una espada negra.

Vivenna dio un respingo, los ojos muy abiertos.

—Tú —dijo él con voz furiosa—. Estás causando demasiados problemas.

Ella abrió la boca para gritar, pero las cortinas avanzaron, cubriéndole el cuello y la boca. Apretaron, ahogándola. Se envolvieron en todo su cuerpo, sujetándole los brazos a los costados.

«¡No! —pensó—. ¿Sobrevivo al ataque y los sinvida, y luego caigo en mi propia habitación?».

Se debatió, esperando que alguien la oyera y acudiera en su ayuda. Pero no lo hizo nadie. Al menos, no antes de que cayera inconsciente.