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VIII

Caballeros espectrales

P

e digo que la armadura se movía sola! —casi gritó Miriam, muy nerviosa—. ¡Parecía cosa de brujería!

—Y sin duda lo era, Miriam, pero cálmate ya —respondió Zacarías, mientras pasaba las páginas de uno de los grimorios—. No sé cómo han podido encantar una armadura para que se mueva como un ser humano, pero lo descubriré.

—¿Y por qué no se lo decimos al rey? —propuso Santiago, que estaba cómodamente sentado sobre la mesa.

—No, eso es inconcebible —replicó Zacarías, algo perplejo—. Los asuntos sobrenaturales deben tratarse con sumo cuidado. No creo que el rey esté preparado para luchar contra algo como lo que nos enfrentamos.

—¿Por qué no? Tiene mucha experiencia en la lucha contra la brujería. No se ha visto un brujo en este reino desde hace muchos años.

—¿En serio? —replicó Miriam—. ¿Y qué me dices de Cornelius? Siento decepcionarte, Santiago, pero la mayor parte de los que se dedican a cazar brujas jamás han visto una de cerca. Te sorprendería saber la cantidad de gente inocente que ha muerto en la hoguera.

—Por no hablar del hecho de que hay muchas clases de brujería —añadió Zacarías—. No todos los magos son nigromantes. Hay personas que utilizan la magia para hacer el bien.

—Me cuesta creerlo —disintió Santiago, sacudiendo la cabeza—. Quiero decir… ¿no se supone que la magia proviene del diablo?

—¿Ves? Eso demuestra lo poco que sabes —respondió Zacarías amablemente—. Hay muchas clases de magia, y es necesario estar bien informado antes de embarcarse en una caza de brujas.

—Por ejemplo —añadió Miriam—, imagínate que ahora mismo entra el rey y nos ve con todos estos libros de nigromancia. ¿Qué crees que pensaría? Pero lo cierto es que, aunque mi padre sepa mucho sobre el tema, ni él ni yo somos brujos. ¿Verdad que no, padre?

—Eh… —vaciló Zacarías—. Mejor será que nos centremos en el problema que ahora nos ocupa. Cornelius nos lleva mucha ventaja.

—¿Queréis decir que Cornelius está detrás de lo de la armadura andante? —preguntó Santiago—. ¿No se suponía que se dedicaba a invocar espíritus o algo así?

—¡Un momento! —exclamó Miriam, recordando algo de repente—. En la justa… alguien dijo que el Caballero del León Dorado había muerto durante la Cruzada.

—Sí, eso pasa a menudo —respondió Santiago—. Muchos caballeros desaparecen durante cierto tiempo y se les da por muertos, pero algunos no lo están y…

—¿Y si este lo estuviera? —interrumpió Miriam—. Quiere decir…

—¡Un caballero espectral! —exclamó Zacarías, dando un puñetazo sobre la mesa—. ¡Claro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes?

Los dos jóvenes lo miraron como si se hubiese vuelto loco.

—Eh… padre… —vaciló Miriam—. ¿Qué es un caballero espectral?

—Es un caballero fallecido cuyo espíritu es invocado y obligado a regresar al mundo para seguir peleando. Al carecer de cuerpo, el alma conjurada se introduce en la armadura que solía llevar en vida, y de esta manera logra interactuar con los vivos, que de lo contrario no lo verían ni oirían.

—Es decir, que un caballero espectral es una armadura ambulante —sintetizó Miriam.

—Pero ¿por qué querría alguien revivir viejas glorias? —preguntó Santiago—. ¿Qué es lo que busca?

—Es evidente —respondió Miriam—. Envió al Caballero del León Dorado a matar al príncipe. Todos lo vimos.

—Sí, pero, entonces, ¿por qué no lo hizo? Marco se llevó un buen golpe, pero se recuperará, ¿y sabes por qué? Porque el caballero cambió de idea y se fue. Podría haberlo matado en aquel momento, pero no lo hizo. ¿No lo viste? Oh, claro, no pudiste verlo —añadió con cierto sarcasmo—, estabas encima de Marco…

—¡Yo no estaba encima de Marco! —se enfadó Miriam—. ¿Pero quién te has creído que eres? El hecho de que tu padre sea el dueño de un torreón y un puñado de casas no te hace superior a mí.

—Pero sí me hace inferior a Marco, ¿verdad? Siento decirte esto, pero… ya deberías haberte dado cuenta de que él ni siquiera sabe que existes.

—¡Eso no es verdad! —estalló Miriam.

—¡Basta ya! —intervino Zacarías—. Santiago tiene razón: el Caballero del León Dorado cambió de opinión y se fue.

—¿Y por qué es eso tan importante?

—Porque los Caballeros espectrales están esclavizados a la persona que los ha invocado. Sólo oyen su voz, y sólo obedecen sus órdenes. Y, si la misión de este caballero en concreto era matar al príncipe, no me explico por qué se detuvo sin acabar con su cometido.

—Parecía confuso —recordó Santiago—. Como si no comprendiese del todo qué estaba haciendo él allí. Y cuando lo vimos en el bosque, nos hizo una seña. Como si se despidiese.

—Probablemente, su alma regresó al lugar del que procedía, dejando la armadura vacía de nuevo. Tal vez, de alguna manera, Cornelius perdió el control sobre el Caballero del León Dorado y este volvió a pensar por sí mismo. Por eso abandonó la justa.

—¿Y por qué Cornelius no pudo controlar al Caballero del León Dorado?

—Me parece que todavía está experimentando. No es sencillo despertar a un caballero espectral. Probablemente necesita algo más de práctica. Pero, cuando domine la técnica…

Zacarías no terminó la frase.

—Los campos de batalla están llenos de restos de caballeros fallecidos —dijo Santiago a media voz—. ¿Queréis decir que Cornelius podría formar un ejército de armaduras vacías que, sin embargo, luchan igual que cualquier caballero vivo?

—Igual, no. Mejor —puntualizó Zacarías—. Tened en cuenta que no se puede matar a un espíritu. Sería un ejército invencible.

Hubo un largo silencio.

—Bien —dijo Miriam finalmente—, lo hemos logrado. Por fin hemos descubierto cuáles son los planes de Cornelius. Pero ¿por qué será que eso no me hace sentir mejor?

—No conozco ninguna manera de pararlos —añadió Zacarías—. Tal vez existía un contraconjuro en el Animae Defunctorum, pero Cornelius se lo ha llevado, y no sé dónde puedo encontrar otro ejemplar. Creo recordar que se mencionaba el tema en el Liber Tenebrarum

Sacó un grueso volumen de la estantería de los libros de nigromancia y lo dejó caer sobre la mesa. Los chicos esperaron mientras Zacarías pasaba las páginas.

—Ajá, aquí está… Lo que os decía: caballeros espectrales, fantasmas de guerreros muertos en combate que son invocados por un nigromante muy poderoso y están sometidos a su voluntad, actuando en el mundo de los vivos a través de sus armaduras… Hum… muy interesante…

—¿Qué? —preguntó Miriam, impaciente.

—Aquí dice que el ejército de los caballeros espectrales necesitaría un capitán. Un capitán vivo. Pero Cornelius, por lo que yo sé, no ha sido entrenado como caballero. ¿Cómo piensa guiarlos?

—Tal vez estemos sacando las cosas de quicio —dijo Santiago—. Tal vez no busque formar un ejército, sino que se conforma con un solo caballero espectral…

—O tal vez tenga un aliado en el castillo —dijo Miriam—. Un caballero. Alguien que odie al rey Héctor, o al príncipe Marco. Como… ¡como el conde de Castel Forte!

Les contó en pocas palabras la conversación que habían mantenido el rey Héctor y el conde Gregor de Castel Forte.

—Bien —dijo finalmente Zacarías, pensativo—. Podría ser, pero no podemos estar completamente seguros. Veamos qué más dice el Liber Tenebrarum

Siguió pasando las páginas con cuidado. Miriam y Santiago se acercaron a él con curiosidad y aguardaron, expectantes.

—No puedo creerlo —soltó Zacarías al cabo de un rato—. ¡Será canalla!

—¿Qué? —preguntó Miriam, espiando el Liber Tenebrarum por encima de su hombro—. ¡No! —exclamó ella también, horrorizada.

—¿Qué es lo que pasa? —quiso saber Santiago, inquieto.

Zacarías le mostró el libro abierto.

—Ese miserable ha arrancado varias páginas del Líber —dijo, con gesto torvo—. Le haré pagar por este crimen.

Santiago echó un vistazo a Miriam, que, muy afectada, acariciaba las cubiertas del volumen como si quisiese consolarlo.

—Me estáis asustando —dijo, inseguro.

—Esto no es lo peor. —Zacarías le tendió el Liber Tenebrarum—. Estas son las páginas donde se mencionaba el contrahechizo que detendría a los caballeros espectrales. Estaba claro que Cornelius no quería dejar ningún cabo suelto.

—Eso significa que estamos como al principio —gruñó Santiago—. No os ofendáis, maese Zacarius, pero creo que esos libros no nos servirán de mucho. Mejor será que vigilemos el lugar donde Miriam vio a Cornelius, por si sale otra vez y averiguamos cómo se entra en ese pasadizo.

—Es muy peligroso —se opuso Zacarías—. Buscad el pasadizo si queréis; pero, si lo encontráis, no os internéis por él. Recordad que estamos hablando de un nigromante muy poderoso, de alguien que ha logrado invocar a un caballero espectral.

—Lo tendremos en cuenta —asintió Miriam.

—Bien, pues yo seguiré consultando mis libros —replicó Zacarías, mirando a Santiago algo ofendido—. Y ahora, a trabajar. No tenemos mucho tiempo y, cuanto antes empecemos, mejor. El comienzo es la mitad de todo: Inápere dimidium est

—Padre —protestó Miriam—, guarda tus latinajos para Nemesius.

Momentos después, ella y Santiago estaban examinando la chimenea del salón hasta donde Miriam había seguido a Cornelius.

—¿Estás segura de que lo viste por aquí? —preguntó Santiago al cabo de un rato.

Habían palpado cada centímetro de pared y manipulado cada saliente, pero, si había allí algún tipo de pasaje secreto, estaba muy bien escondido.

—Tal vez esté dentro de la chimenea —comentó Miriam, y se arrodilló para asomarse a su interior.

Estaba examinando las paredes de la chimenea cuando la sobresaltó una voz conocida.

—¡Estás aquí, Santiago! Te hemos estado buscando.

En aquel momento, una nube de hollín cayó sobre Miriam, que lanzó una exclamación ahogada. Se incorporó, entre toses y jadeos, y se golpeó la cabeza contra la parte superior de la chimenea. Cuando, frotándose la cabeza, logró ponerse de pie, deseó que se la tragara la tierra.

Ante ella se hallaba el príncipe Marco, con un brazo en cabestrillo y un vendaje en la cabeza, pero con buen aspecto en general. Y ella había sido sorprendida en una situación bastante poco airosa, despeinada y sucia de hollín.

Sin embargo, lo peor de todo fue que Marco no la miró ni una sola vez. Le dijo a Santiago que tenía que hablar con él, y los dos quedaron para un rato después. Miriam, sin atreverse a mirar al príncipe, escuchó, sin embargo, todas y cada una de sus palabras. Y, cuando Marco se marchó, ella sintió que una parte de su corazón se iba con él.

—Estás enamorada —dijo Santiago.

—No es verdad.

—Claro que sí. Y sufres porque él piensa en otra persona. Créeme; sé de qué estoy hablando.

—¿De verdad? —replicó ella, irritada—. Lo dudo. No te tomas nada en serio. ¿Cómo vas a saber lo que es el amor?

Se volvió para marcharse, pero Santiago la retuvo por el brazo y la miró a los ojos.

—Sé de qué estoy hablando —repitió.

Y Miriam lo comprendió.

Pero eso no le hizo sentir mejor. Furiosa, se apartó de él y corrió a su cuarto.

Obviamente. Santiago no podía estar hablando en serio. No era más que otra de sus bromas.

Miriam hervía de indignación. Estaba claro que el joven trovador seguía tratando de incomodarla, de dejarla en ridículo. Y, aunque no era así… ¿qué era lo que pretendía? ¿Jugar con ella para luego ir a rondar a otra muchacha?

«Haré como que no he oído nada», decidió por fin. «Tengo cosas más importantes que hacer que prestar atención a las bromas de un bufón».

Como, por ejemplo, tratar de resolver el misterio de Cornelius.

Resolvió ir a visitar a su padre en la torre para ver si había averiguado algo nuevo; en el pasillo se encontró con la princesa y sus doncellas. Ángela e Isabela trataban de consolar a Valeria, quien, por lo visto, había roto con Darío. Miriam prosiguió su camino hacia la torre sin detenerse, preguntándose por qué Valeria armaba tanto escándalo por una relación que sólo había durado dos días. «Son tan caprichosas», pensó. «No saben lo que es el amor. Si yo tuviese la suerte de ser correspondida, no me rendiría tan fácilmente».

Al girar una esquina tropezó con alguien. Iba a murmurar una excusa, pero las palabras murieron en sus labios.

Era el príncipe Marco.

Desesperada, buscó algo inteligente que decir, pero no se le ocurría nada. Por suerte, fue Marco quien habló.

—Tú eres la hija del sabio —dijo.

S-sí, alteza, así es.

—Y sabes muchas cosas, ¿verdad? Quiero decir que has estudiado.

—Un poco —respondió Miriam con precaución; todavía no sabía qué opinaba el príncipe sobre las doncellas «leídas», como había dicho el rey.

—¿Crees que podrías enseñarme?

Miriam se quedó con la boca abierta. La cerró inmediatamente al ver que Marco fruncía el ceño.

—Quiero saber cosas —explicó Marco—. Ya sabes, algo más aparte de… de… justas, caballos, espadas, armaduras… No quiero ser un… vanidoso ignorante —añadió, como si repitiera algo que había oído en alguna parte.

—Alteza, yo no creo que vos seáis…

—¿Puedes enseñarme o no?

Miriam vaciló.

—¿Os referís a materias como gramática, retórica, historia, medicina, teología…?

—Medicina y teología, no —replicó Marco rápidamente—. Quiero hablar mejor, y saber algo de latín y de historia, y no parecer estúpido por no saber quién fue Cicerón. ¿Puedes ayudarme?

Miriam sonrió ampliamente. Aquello parecía un sueño hecho realidad.

—Por supuesto, alteza —respondió.

Subió a la torre feliz y ligera como una nube de verano. «Santiago estaba equivocado», pensó. «¡Marco sabe que existo!». Incluso podía ser, dijo una vocecita en su mente, que las clases fueran sólo una excusa para acercarse a ella…

Zacarías no había averiguado nada nuevo, de modo que Miriam cogió de su biblioteca algunos manuales que necesitaba para aquella tarde y salió de la habitación.

A la vuelta pasó por la habitación donde creían que estaba la entrada al pasadizo secreto y encontró a Santiago allí todavía, examinando por enésima vez cada centímetro de pared. Miriam dejó los libros sobre una mesa para ayudarle.

—Por lo que has contado —dijo él al cabo de un rato—, estoy casi convencido de que la entrada secreta está junto a la chimenea. Pero no entiendo por qué no la hemos encontrado. ¿Tú qué opinas, Miriam?

—¿Eh? —dijo ella, como si cayese de las nubes.

—El pasadizo… bah, es igual, olvídalo. Está claro que no puedes pensar en otra cosa que no sean esas clases con Marco —añadió, echando un rápido vistazo a los libros.

—¡No estoy…! ¡Un momento! ¿Y tú cómo sabes eso?

—Mira, me alegro por ti —dijo Santiago, sin responder a la pregunta—, pero no te hagas ilusiones: Marco está interesado en ser un poco menos bruto de lo que es porque Rosalía le rechazó esta mañana, después de la justa.

—¿Que Rosalía…? —Miriam no pudo completar la frase; el rostro se le iluminó.

—Por lo visto, ella se dio cuenta de que nuestro príncipe no ha leído mucho que digamos, y tiene una conversación que dista mucho de ser interesante. Por eso Marco te ha pedido que le des clases; y debe de estar muy enamorado para tomarse tan en serio lo que ella le ha dicho. Así que no te lo tomes a mal, pero él… bueno, no está interesado en ti.

—No te creo —replicó Miriam, airada—. Dices eso porque estás celoso.

Santiago retrocedió un paso y le dirigió una mirada herida.

—Eso ha sido un golpe bajo.

Miriam no contestó. Recogió sus libros y salió de la sala sin una palabra. Después se alejó escaleras abajo en dirección a la sala en la que había quedado con Marco.