Las dos caras de las nubes

Algunos me preguntan: tú que has perdido amigos allá arriba… ¿quieres volver a subir a las cumbres del Himalaya? Esperan un no. Pero yo no sólo he perdido a esas personas, yo he vivido con ellas allá arriba. Ellas mismas encontraron su vida allí.

Tampoco yo podría cambiar mi existencia. Llevo treinta años volviendo a subir y no puedo hacer otra cosa. Tengo que estar con las grandes montañas, aun cuando sólo alguna vez suba a sus cumbres.

Agosto de 1988. Estoy sentado en el avión, camino de Sinkiang, con Agostino, Gianni y los demás. Vamos a explorar el desierto montañoso al norte del K2. Allí donde la inacabable procesión de torres de hielo sigue el recorrido del solitario glaciar, debajo del Gasherbrum…; tal vez hasta aquel rincón detrás del Broad Peak que Julie y yo quisimos conocer. Iremos allí donde ambos estuvimos de camino, con el brillante K2 sobre nosotros.

Sí, ya sé, felicidad y tristeza me acompañarán.

Y yo seguiré buscando.

Fuera, tras las ventanas del avión, han aparecido enormes masas de nubes: veo cómo crecen, cómo se expanden sus bordes, cómo cambian formando ingrávidos montes y enormes columnas que nacen desde el fondo… maravillosas figuras de nubes.

Nubes como las que Julie amaba.

Recuerdo lo que decía sobre la forma de las nubes: «Hay un aspecto, el bonito, que te enseña la fantasía; de pequeña soñaba con esos torreones imaginándome todo lo posible en esas figuras. Pero también tienen una cara oscura, que puede destrozar tus sueños».

Las dos caras de las nubes. Torres blancas que crecen y cambian su figura, aludes de agua condensada que crecen en el cielo con la misma fuerza y violencia del polvo de nieve. Con la misma fuerza de la fantasía que hace que los hombres vuelvan a subir a las montañas para entender aquello, para sentirlo, para tocarlo.

Pero cuando de ellas sale una tormenta, comprendes que no sólo puede destrozar tus sueños. Cuando está encima de ti y te tiene atrapado en su violencia, entonces no hay ni luz ni sombras. Luchas por todo lo que significa vida, por todo lo que para tu compañero y para ti mismo es importante… hasta que en algún momento te quedas allí, en silencio: como Julie.

La oscuridad, ese gris oprimente, duró bastante tiempo después tras el regreso del K2: como si la tormenta no hubiera pasado aún. Hubo pensamientos fantásticos, canciones de héroes, grandes frases. Rescates que no lo eran, pues nadie que no fuera por su propio pie hubiera llegado abajo. Las más distintas opiniones chocaron entre sí. Pero ese tiempo ya pasó, fue una lucha, pero era necesaria para todos aquéllos que volverán a subir.

También he conocido el otro lado: amistad, personas que de verdad ayudaron —y soportaron mucho—, como Teresa, Karen, Hildegard, Tona. Como Ceci, Inge, Dennis, Terray… Lleva algún tiempo hasta que uno consigue salir de un abismo así.

Hoy vuelo entre las blancas nubes de Julie. Sin ella, que está sentada junto a mí y también las ve. Está con ellas.

«El amor no es una propiedad, está en todas partes», me escribió una vez durante un vuelo entre nubes.

La voz… Ahí está. La oigo.

Hoy vuelo entre las nubes blancas…