«Siempre que yo mismo he determinado mi ritmo, estuvo bien.
Si alguien me apremiaba, los resultados fueron peores que con mi
propio ritmo. Errores, pérdida del control, desperdicio
de reservas, son consecuencias del hastío».
(Anotación de mi diario).
«Soy un perpetuum mobile que tiene su ritmo,
que tiene que sacarlo de sí mismo, de día, de noche,
desde el amanecer hasta el atardecer y de nuevo de noche…».
«De algún sitio vine y a algún sitio iré… aunque cambien las formas.
El lugar y el camino están en PELBE, el nudo infinito».
(Anotación de mi diario).
11 de agosto. Es mediodía. Estoy otra vez descendiendo.
Luce el sol. El tiempo es bueno. Por fin tengo el deseado rapelador. Lo cogí de nuestro depósito de la torre rocosa bajo la Chimenea House, junto con un martillo-piolet que me será de utilidad cuando llegue la noche. Todavía me quedan 1000 metros de altura hasta el pie de la montaña. Desde que tengo el descensor la cosa va como la seda. Me reclino como en un diván en el aire, suavemente frenado por el aparatito y tan sólo tengo que mover los pies. Necesitaré todas mis reservas para el descenso nocturno que aún me espera. Apenas sí llegaré antes a la pendiente final.
La noche no me asusta. Lo he hecho muchas veces. Incluso los rápidos escaladores modernos lo tienen asumido. Pero yo no voy corriendo. Marco mi ritmo desde otros puntos de vista. Desde mi propio ritmo natural y desde las circunstancias de la montaña.
¡Qué maravilla de viaje con el rapelador! ¡Qué bien que Julie y yo preparáramos depósitos a lo largo de todo el espolón! También al pie de la montaña, en el campo base avanzado, hay de todo en nuestra tienda para la retirada y la estancia. Me quedaré allí seguramente hasta mañana a mediodía. Luego continuaré hasta el campo base (no podía imaginar que en el campo base avanzado no quedaba ya nada, pues, una semana más tarde de que se nos viera por última vez durante el ascenso, había sido recogido todo ya que nos dio por muertos).
Ya siento los efectos benéficos de las capas más bajas del aire. ¡Cuánto oxígeno se respira a 6000 metros!
Willi llegará pronto al campo base y pondrá en movimiento un equipo de rescate para «Mrówka». ¿Y «Mrówka»? Mientras rápelo, de cara a la montaña, miro de cuando en cuando hacia arriba. Pero sería un milagro que apareciera ahora: si ha alcanzado la tienda de Wanda, en el campo situado a 7000 metros, estará durmiendo. Allí está segura, tiene gas y alimentos. Si no la ha alcanzado, es que algo ha pasado. Entonces apenas si hay esperanzas. Qué amargo resulta que sea ahora, cuando luce el sol.
El campo I lo veo lleno de mudo movimiento. Aquí estuve sentado con Julie, bebiendo té con Hannes y Alfred antes de que continuaran subiendo tras Willi. En la cúpula de la tienda roja cuelgan nuestras últimas películas rodadas. Julie y yo, Hannes bebiendo té, estábamos contentos y confiados. Sabíamos que, a partir de entonces, la cumbre del K2 era más importante que la película y dejamos aquí la cámara definitivamente. No podíamos desaprovechar la última oportunidad que se nos ofrecía.
Ahora todo es muy distinto: con manos temblorosas, mientras se me llenan los ojos de lágrimas, abro la entrada de la silenciosa tienda. Alargo la mano hacia arriba. Sí, aquí en un saco cuelgan la cámara y las películas. Lo último de nuestro equipo, que a partir de ahora, pertenece al pasado. No pueden quedarse aquí. Mientras las meto en la mochila siento crecer en mí como un legado: no, nuestros pensamientos no están muertos, nuestras ideas están aquí mientras viva uno de los dos. Julie, continuaré nuestra labor, contigo… el equipo.
Cuando abandono el campo y comienzo a andar en las sombras de la noche que se aproxima, el suelo cede bajo mis pasos, me parece que todo gira a mi alrededor, las aristas, las nubes que se alargan, me rodea el aire terso y luminoso, con los prados verdes de Tashigang. Con lágrimas en los ojos veo la montaña que desaparece tras de mí, bella como el sueño de la profundidad de la tierra. Nos perteneció.
Noche, cansancio, estrellas desteñidas. Los últimos 500 metros de descenso. He renunciado a las cuerdas fijas que no puedo reconocer, en parte enterradas en la nieve, en parte descolocadas y atrapadas entre rocas. Sería una tortura escalar en la oscuridad para encontrarlas. Por eso dejo a un lado el espolón de los Abruzos, inmóvil e inmenso como un dragón durmiente, y bajo por la enorme pared de nieve. Así que estoy de nuevo solo, en la oscuridad, con el abismo debajo de mí, con el piolet y el martillo-piolet, solo con mis pensamientos. De cara a la pendiente y ayudándome alternativamente con los crampones en un movimiento rítmico, procedo paso a paso manteniendo el equilibrio. Desciendo por la pared que se alarga hacia el fondo por encima del glaciar Godwin-Austen. Esto va a durar muchas horas.
A pesar de las ganas de estar por fin abajo es, precisamente ahora, cuando más atención he de prestar. Aquí, en plena pared, no me será perdonado ni un solo fallo.
Tac, tac… tac, tac… tac, tac…
En la oscuridad, el ruido de mis crampones en la nieve congelada, suena rítmicamente mezclado con el del pico de los piolets. Cada veinte pasos descanso.
Me apoyo hacia delante con el brazo en la frente formando parte de la oscuridad.
Luego pienso en el agua allá abajo, en el pequeño riachuelo entre las piedras, el agua que fluye entre los escudos de hielo… pienso en ese par de hojas verdes, que crecen en pocos sitios, asomando allá abajo entre los bloques, como un jardín misterioso e invisible que sólo se puede intuir. Ambos queríamos mucho ese lugar… sitiado delante de los colosos salvajes de las torres de hielo, ante la figura piramidal de la última cumbre del Broad Peak. Desde allí uno puede mirar, a 5300 metros de altura por encima del glaciar Godwin-Austen, hasta el alejado campo base, a dos horas, el pequeño poblado con su pulular. Aquí, al pie del espolón de los Abruzos, en cambio, el lugar era placentero y tranquilo, y tenía incluso un «señor de la casa». Una especie de hámster, un pequeño roedor con ojos como botones negros. Ésta debía ser su despensa de verano.
Pasa polvo de nieve alrededor de mí. Respiro el aire de la noche. Debo continuar. El pulgar de la mano derecha me duele de tanto golpear con el piolet, los otros dedos se aferran agarrotados. Un par de estrellas lucen en el cielo. Todavía quiero quedarme…
… El animalillo vivía de la basura de un par de expediciones y de las verdes hojas. Luego observamos qué cuidadoso era con su secreto jardín: sólo se comía parte de las hojas, de tal forma que podían seguir creciendo… un animal inteligente. ¿Pero cómo trepa un hámster por el hielo? ¿Y por qué?
Alrededor de mí está la oscuridad, por todos lados la pared. Me apoyo en la nieve dejando caer mi cabeza sobre el brazo; oigo el agua del glaciar en la profundidad. El viento me trae su murmullo. Quisiera estar allí abajo.
Tac, tac… tac, tac… tac, tac… continúo bajando. El ruido de mis propios pasos suena como un perpetuum mobile. Un compás rítmico, como el latido de un corazón.
… Cuando llegaron los coreanos creció el número de tiendas junto a la nuestra, que casualmente tenía el mismo color verde que ese par de hojas. Como un racimo de setas de varios colores entre las rocas. El «señor de la casa» debió de enfadarse al principio pues no volvió a asomarse. Luego tal vez debió traerse a toda la familia, pues había mucho arroz…
Tac, tac… tac, tac… tac, tac… Sí, el jardín ante las torres de hielo era un sitio muy especial para Julie. Y era nuestro sitio. Cuando pienso en ello, soy feliz.
Tac, tac… tac, tac…
Algo de ella está ahora allá abajo. ¿Ella misma? Cuando toque el agua, ella estará allí.
Tac, tac… tac, tac…
La nieve es más profunda, está menos empinada; ahora, como una oscura serpiente gigante, continúa junto a mí la cresta hacia el fondo. Puedo intuir dónde acaba.
¿Por qué te has quedado arriba, Julie? Nunca podré comprenderlo.
Tac, tac… tac, tac… tac, tac…
Tal vez tú lo sentiste interiormente. ¿Y yo? ¿Por qué no lo intuí? Ambos lo sabíamos, sabíamos que podía ocurrir.
Queríamos estar una vez más en la montaña de nuestros sueños, intentar una última vez su cumbre, antes de que —tal vez para siempre— lo diéramos por imposible. Fue una sensación tan bonita cuando la cuerda nos volvió a unir…
Tac, tac… tac, tac… tac, tac…
Ahora estoy solo. Únicamente me queda la nostalgia hacia ese lugar allá abajo. Allá abajo, tal vez, estés allí, en el agua…
«I will be a little mouse and watch you», dijiste sonriendo en Tashigang… «Seré un pequeño ratón y te miraré».
Fue la única vez que hablamos sobre ello, de lo que pasaría si uno de nosotros se quedaba en la montaña. Pero el sol lucía sobre los techos del pueblo y el verde de los campos, y sentíamos el calor sobre nuestra piel; inmediatamente hablamos de otra cosa. Era absurdo pensar en la muerte. Creer que uno solo de nosotros quedaría en la montaña era algo impensable y no debería ocurrir nunca.
Tac, tac… tac, tac… tac, tac…
Ha ocurrido.
Estoy descendiendo del K2.
Hemos realizado nuestro sueño, y hemos dado todo lo demás a cambio. No lo sabíamos.
Oigo el silbido de una piedra en el aire. Luego se hace de nuevo el silencio. ¿Cuántas horas llevo destrepando en la oscuridad? ¿Dos, tres?
Tac, tac… tac, tac… tac…
¿Qué significa este cansancio? ¿Qué me obliga? Tiritando hago una parada. Una sensación extraña recorre mi cuerpo y mi cerebro. Una idea inconcebible… Debo dormir un rato.
No, Kurt, si te duermes te despeñarás.
Tienes que bajar, ahora ya no queda mucho.
Tac, tac… tac, tac… tac…
Pero mi seguridad, ¿dónde se ha quedado? Mi convencimiento cae en la duda.
De pronto no puedo más. Oscuridad. Todo está vacío a mi alrededor. El miedo me asalta. Debajo de mí la profundidad sin fondo se me aparece como sin fin. Un abismo sin límites. Tranquilo Kurt, descansa, y luego continúas destrepando. Clava bien ambos piolets, no puede pasar nada…; estate tranquilo. Apoya la cabeza en el brazo…
Soy parte de la noche.
Pasa un tiempo infinito.
¿Qué se mueve allí? Eso son… eso son hombres. Luces. ¡Luces! ¡Hombres! ¿Una tienda iluminada? ¿Es una alucinación? Hace un momento estaba todo oscuro, estaba en medio de la noche, no pueden ser hombres. Despacio, Kurt, no te dejes llevar, mira a la pendiente que hay delante de ti.
Tac, tac… llego a la zona del cono del alud. Encuentro un camino despejado y continúo tanteando hacia abajo a cuatro patas, con la cara vuelta a la pendiente; tendría que darme la vuelta, pero ello puede suponer una caída sobre los bloques. Descanso otra vez, los hombres se han convertido en realidad, existen, las luces brillan con pequeños movimientos, todavía no han notado mi presencia. Una sensación de alivio me recorre. Lo he conseguido, en pocos minutos estaré en el lugar del agua, alcanzaré nuestro jardín de la felicidad, cuyo «señor de la casa» dormirá ahora entre las piedras.
¿Quiénes son los otros? Estoy como en trance, no me afecta, continúo destrepando, siento en los pies el borde del campo nevado, la luz de una lámpara llega de pronto hasta mí. ¿Me han descubierto? Tengo la sensación de pertenecer aún a la noche.
De pronto siento que el aire de alrededor está helado, noto que estoy temblando, acaso también de excitación, estoy abajo, ahí hay alguien, habrá una tienda, la de Julie y mía o alguna otra; estoy abajo, no tendré que volver a clavar el piolet, se acabó.
De repente me alegro de los que por allí vienen.
Alguien ha debido notar mi presencia, oigo voces, llamadas, veo luces que asoman por debajo de mí pero no doy ninguna respuesta, destrepo mudo, sin pausas, sin inmutarme, el perpetuum mobile de esta noche no conoce otros movimientos.
Tac, tac… tac… muy despacio.
He entrado en la zona de luz de una lámpara. Ahí hay una figura que se acerca a mí, ahora está a mi lado, me doy la vuelta lentamente, me levanto…
«You are safe at last», oigo la voz de Jim Curran que me abraza y me sujeta mientras que yo, poco a poco, escapo a la noche, de la que fui parte y que ahora imperceptiblemente me deja en libertad.
Se acercan más luces.
—Por fin estás a salvo.
¿Por qué dice eso en realidad? Naturalmente que estoy seguro, aquí, en el lugar de nuestro jardín. Sí, lo he conseguido… pero ella… se ha quedado arriba.
—I have lost Julie —le digo a Jim. No puedo decir otra cosa.
Es medianoche del 11 de agosto. Los 2700 metros de descenso desde el lugar de la tormenta mortal han llegado a su fin. Krystyna, Janusz, Jim… me acompañan entre los bloques de hielo hasta la tienda. A su tienda, que acaban de montar. Todo el campamento que había aquí ha sido desmontado. Todo se ha recogido, pues hace días que se nos dio por muertos.
Hace dos semanas salimos de aquí…
Casi se me olvida contar una cosa: como queriendo cumplir una promesa, bajo hasta nuestro jardín, junto al agua murmurante, tropiezo y caigo sobre el hielo, y bebo y bebo y bebo…
Estoy echado en un doble saco de dormir polaco, suave y mullido. Calentito. Krysiu, rubia como mi hija, me da té caliente para beber. ¡Oh, qué bueno está! ¡Qué bonito es estar cuidado! Janusz me ha quitado hace un momento el calzado y Jim me cuenta cómo me descubrió:
—Había un ruido en la noche que se repetía, como un latido lento, que no me podía explicar. Luego volvía el silencio… entonces lo volvía a oír… sonaba como a metal y también como a un hombre… que aún viviera…
Un latido que movía los pensamientos, y los brazos y las piernas y el piolet, una energía inagotable que venía de la noche. Un perpetuum mobile.
Para mí es un milagro que aún viva.
Médicos y físicos dicen que todo tiene su fin, que el perpetuum mobile no existe. Ni dentro de ti ni fuera de ti. Pero tal vez, a veces se forma parte de la totalidad del mundo.
Al día siguiente, de forma completamente inesperada, pudo haber sido el fin para mí. Cuando junto con Jim, un porteador de altura y Krysiu descendíamos esforzadamente por los seracs, con mucho cuidado —había cambiado debido a mis pies hinchados mis botas por unas de aprèski muy resbaladizas; y progresábamos sin cuerda—. Se partió de pronto mi apoyo en el hielo. Resbalé, perdí el equilibrio y si no es por Jim, quien me sujetó del brazo, hubiera caído sin duda en una grieta llena de agua y me hubiera ahogado.
Algo más tarde padecí un hambre terrible, sintiéndome al límite de mis energías… hasta que la buena Krysiu salió corriendo hacia el campo base mandándome una escudilla llena de sopa. Luego, despacio, pudimos continuar. Pero cuando en la morrena, en el último kilómetro hasta el campo base, los alpinistas trajeron una camilla, yo la acepté.
La acción de rescate puesta en marcha por Willi concluyó sin éxito. No se encontró a «Mrówka» al pie de la montaña ni durmiendo en la tienda del «campo 7000». Ése fue el punto más alto que alcanzó el equipo de rescate. Un año más tarde la encontró una expedición japonesa en las cuerdas fijas, un poco por encima de la escalera que comienza detrás de la tienda. Tal y como me dijeron tenía un pequeño cordino alrededor de la cuerda fija, sobre cuyo significado nadie sacó nada en claro. ¿Tuvo una embolia? ¿Se quedó dormida? Quedará siempre la duda.
Más tarde «Mrówka» fue enterrada cerca del campo base avanzado. De los otros muertos por encima del Hombro del K2 no se vio nada, las tormentas de nieve los habían tapado.
***
Se puede pensar como se quiera sobre las relaciones «trascendentales» en la vida de una persona. No son visibles y nunca son explicables. Muchas veces son calificadas de locura por mentes lógicas, aun cuando ningún lógico ha aclarado aún el acertijo de la vida y la muerte. Pero incluso el más realista, el más frío matemático, se encuentra a veces ante signos y sucesos que pertenecen a otro mundo, que son inexplicables pero reales… y para los cuales la palabra «casualidad» suena a disculpa barata en la boca de un desconocedor.
Y así, lo que a continuación viene, permanecerá siempre inexplicable:
Ocurrió entonces algo extraño en mi pie derecho, que era en el que tenía menos congelaciones. Cada vez más claramente, de día en día, apareció en la uña del dedo gordo un «11» de color azul, que finalmente se hizo negro…; una marca misteriosa. Era tan clara que no la pude achacar a la fantasía y empecé a pensar en ella. En el hospital de Innsbruck tuve tiempo de sobra para ello.
¿Debía de haber sido yo la undécima víctima del K2? Tras la muerte del jefe de los porteadores, Mohamed Alí, el día 4 de agosto, Julie fue el día 7 la novena víctima de aquel horrible verano en el K2, el décimo en morir fue Alfred en el intento de descenso del día 10, luego Hannes, Alan, y finalmente «Mrówka» en las cuerdas fijas. Fue el once de agosto cuando, poco antes de la medianoche, gané la batalla por la vida tras dos días de descenso desde los ocho mil metros, durante los cuales estuve casi siempre solo, hasta el pie de la montaña al que había llegado el equipo de rescate para «Mrówka», que en su caso tendría que haberme rescatado a mí también. ¿El 11 de agosto debía de ser mi último día? ¿O tendría que haber sido el undécimo en morir allá arriba?
El 11 negro fue una marca misteriosa… Se tome como se tome, sin duda yo escapé a mi destino.