Vista desde determinados ángulos, la silueta del K2 tiene la armónica forma de un triángulo de corte dorado. Su estructura presenta una simetría peculiar que recuerda la talla de un diamante. Podríamos llamarle el Koh-i-Noor del Himalaya. También este precioso diamante, uno de los más grandes que existen, ha traído suerte y desgracia.
Geográficamente, la montaña se eleva exactamente en el centro de las cadenas montañosas más altas de Asia. Visto en el mapa recuerda, por sus crestas y aristas, la forma de una rosa de los vientos.
El 20 de junio, Julie y yo nos encontramos en el campamento I del empinado espolón de los Abruzos, a 6150 metros de altura. El tiempo es buenísimo.
«Buena ascensión y suerte».
Así nos despedimos de Mari y Josema, nuestros amigos vascos, que poco a poco, paso a paso, suben por el desierto de nieve y piedra con sus cuerpos doblados hacia adelante, bajo el peso de sus gigantescas mochilas en las que llevan todo para su escalada del K2. Julie y yo estamos emocionados porque al principio pensamos ir junto con ellos en esta expedición. Ahora los acompañamos en nuestro pensamiento y nos vemos a nosotros mismos cargados, con ese deseo que te hace aguantar toda molestia y fatiga, que es el deseo de estar en la cima de esa montaña.
¿Estamos hechizados por el brillo de ese cristal hermoso? ¿Fascinados, embrujados o sencillamente felices? ¿Qué es lo que representa? Nadie se lo puede explicar. Se trata, simplemente, de la montaña de las montañas.
Nos entristecemos un poco viendo subir a nuestros amigos, que se hacen cada vez más pequeños a cada paso que dan en el desierto de roca del espolón de los Abruzos. ¡Qué pena! pues no solamente su estilo, sino también su forma de pensar es la misma que la nuestra. Pero nosotros hemos llegado tres semanas más tarde que Mari y Josema al pie del K2 y por ello no estamos aún suficientemente aclimatados y tenemos que acostumbrarnos a esta altura.
La vista desde aquí a las bandas paralelas sin fin, de una extraña regularidad, que se forman sobre la superficie de los glaciares del Karakórum, es increíble, y tan conocida para nosotros como si estuviéramos en casa. Sí, dos años atrás subimos y bajamos muchas veces este trayecto, antes de ascender al Broad Peak, nuestro primer ochomil juntos, que se encuentra aquí mismo, enfrente de nosotros. Sí, es como estar en casa.
Pero aún tenemos que preparar puntos de apoyo, establecer depósitos de material, antes de poder arriesgar la escalada hacia las cotas más altas de este ochomil. Julie y yo seguimos con nuestros ojos las figuras encorvadas y cargadas de Mari y Josema. ¿Será éste uno de los grandes días de su vida? ¿Alcanzarán su meta? ¿Volverán? Se lo deseamos de todo corazón.
No están solos en el espolón. Sabemos que, más arriba, progresa un grupo de cuatro personas: Maurice y Liliane Barrard, Wanda Rutkiewicz y Michel Parmentier. Han sido los primeros en ponerse en marcha. ¿Cuánto tiempo más necesitarán? Todavía no hay instaladas nuevas cuerdas fijas en el espolón de los Abruzos. Y las viejas, aunque estuvieran intactas, estarán tapadas en gran parte por la nieve. Una escalada, tal y como la están haciendo allá arriba nuestros amigos, es sin duda casi siempre en estilo alpino. El trabajo es mucho más duro ahora que luego, cuando una gran expedición haya asegurado todos los tramos; incluso si uno asciende sin aparato de oxígeno y sin porteadores de altura por el espolón, el estilo alpino en este caso no empieza hasta el campamento III, por debajo del poderoso Hombro del K2. Julie y yo hemos vivido aquí las dos formas de escalada y conocemos las diferencias. Por eso es muy difícil estimar la duración de la ascensión de Maurice, Liliane, Wanda y Michel. Menos aún la de Mari y Josema. Nadie que más tarde lleve a cabo una ascensión rápida podrá compararla con las realizadas al principio de la temporada. Pero para todos es válido —en este juego entre fuerzas, comportamientos y meteorología— encontrar el mejor día, el más indicado para la cumbre.
La suerte en la vida depende casi siempre de elegir el día adecuado. Cuando vi desaparecer a Mari y Josema entre los bastiones del espolón de los Abruzos le dije a Julie: «Deseémosles que el día sea el apropiado para la cumbre».
Y lo fue.
Pero esta elección del día, por sí misma no lo es todo.
París, primavera de 1986.
«Tengo una extraña sensación cuando pienso en el serac de hielo del glaciar colgante», nos confía Maurice mostrándonos una foto de la estructura de la cumbre, «desde 1979 ha ido empeorando su situación notablemente. En esta novísima foto se ve quebrado y desgarrado como nunca. Imagínate todo lo que puede caer por el Cuello de Botella. Prefiero subir por la izquierda de éste y quién sabe…», sonríe un poco misteriosamente, «también se podría intentar bajar después por encima de la arista por la que entonces casi alcanzamos la cumbre. Al fin y al cabo conozco ese sitio».
Sus ojos grandes, de mirada escudriñadora, sobre el bigote gris, miran tranquilizadoramente como si no estuviera pensando en la primera travesía del K2. Maurice Barrard es un alpinista eficiente y perfeccionista, un hombre de gran experiencia: en 1980 conquistó con un compañero solamente el Hidden Peak, de 8068 metros, por una nueva vía y en estilo alpino. En 1982 subió con su mujer, Liliane, al Gasherbrum II. En 1984, otra vez con ella, escaló el Nanga Parbat. Todo ello en los últimos años. Además, en 1985 estuvieron a punto de alcanzar la cumbre del Makalu. Llegaron a cuarenta metros del punto más alto, pero la tormenta era tan fuerte que no se atrevieron a pisar el castillo mágico de la cumbre. Hubieran sido barridos.
Maurice es un hombre osado pero prudente. Sabe cuándo tiene que darse la vuelta. Ha demostrado más de una vez que un hombre y una mujer solos pueden realizar magníficas ascensiones.
¿Acaso la estrella de la buena suerte brilla en el cielo únicamente mientras uno lleva su propio ritmo y cae cuando la armonía es estorbada por vibraciones extrañas?
¿Lo sabe él?
Ahora, en el campo base del K2, Julie y yo tenemos la misma sensación: algo pasa con Maurice. Liliane está tranquila y fuerte, pero Maurice es sólo medio Maurice. Esto es un acertijo para nosotros. ¿Agotó sus recursos en la montaña? ¿Sufre bajo las tensiones que se manifiestan entre Wanda y Michel?
Un día, cuando íbamos con los esquís puestos hacia el serac de hielo, los vemos volver del espolón. Ellos no pueden vernos, estamos un poco apartados para poder dejar los esquís entre las torres de hielo y después seguir subiendo con nuestra carga hasta el campo base de altura, que llamamos ABC (Advanced Base Camp), y que está situado al otro lado de los cortes de hielo. Pero nosotros los vemos andando sobre la superficie plana por debajo del cono de un alud y estamos asustados; no porque Michel vaya muy rápido tratando de alcanzar a Wanda, que le saca una buena ventaja, no, sino porque detrás de la tranquila Liliane vemos a un cansado y encorvado Maurice, que nos preocupa de verdad. Después de todos sus triunfos nos resulta misterioso.
Sobreponerse a la depresión que en aquel momento le aprisiona sólo es posible, en nuestra opinión, dejándole tranquilo y sin molestarle. Para ello no había tenido tiempo o no se lo había buscado.
Michel Parmentier, un periodista de París lleno de vida, nos era al principio desconocido. Sólo sabíamos que había conquistado el Kangchenjunga. Wanda Rutkiewicz era una buena y vieja conocida para Julie y para mí. Sí, junto a la dura polaca, atrevida y tenaz, pero que conserva un encanto que no siempre se da entre las mujeres alpinistas, estuve en el Everest en 1978. Continuamente nos ayudamos el uno al otro. En el collado Sur le dejé mi saco de dormir —el suyo había desaparecido— para que pudiera descansar bien para su asalto a la cumbre. Esto me supuso una noche un tanto fresca a ocho mil metros de altura, pero yo ya había hecho cumbre y para mí pasar una noche con frío era menos determinante. O en el Nanga Parbat, donde Wanda dejó una tienda para Julie y para mí, por encima de la pared de Kinshofer. Ella consiguió entonces alcanzar la cumbre del Nanga Parbat, ahora se trataba del K2 que ninguna mujer había conquistado aún. La ambiciosa Wanda tiene también la intención de subir al Broad Peak y directamente después, escalar el Makalu. Me pareció que ella estaba contagiada de la «fiebre de los ochomiles», pero si le gustaba…
Una cosa se notaba en ella. Parecía más solitaria y menos feliz que antes. ¿Causa o motivo de esa evolución? Nunca hablamos sobre el asunto aunque charlábamos bastantes veces cuando estábamos en el campamento base. Si se conoce a una persona desde hace tanto tiempo las diferencias se notan enseguida. Tampoco Wanda viaja ya como en 1984 y 1985 con su grupo de mujeres polacas, Krystyna Palmowska, Anna Czerwinska y «Mrówka» Dobroslawa, con las que formaba un grupo simpático y dinámico, sino que se enganchaba sola aquí y allá. Tal vez las posibilidades prácticas de las cuatro mujeres habían variado. En los dos últimos años Julie y yo habíamos estado con ellas cuando aún no se habían separado y apreciábamos aquel alegre y siempre dispuesto grupo. «Mrówka», «Anka» y «Krysiu» estaban a punto de llegar con una expedición de hombres bajo la dirección de Janusz Majer para intentar la arista Sur-Suroeste.
Estábamos muy contentos de su llegada pero la sombra de los acontecimientos cayó sobre nosotros. Fue el primer «día negro» de ese verano, el 21 de junio.
Son las 5,30 de la mañana. De pronto oímos un tremendo retumbar que viene de la Magic Line. Julie y yo salimos inmediatamente de la tienda y vemos que un poderoso alud se ha desprendido por debajo del collado Negrotto y ha barrido todo el flanco. Se ve hielo gris. Una línea quebrada marca la frontera del tobogán en la gigantesca masa de nieve. Está justo en la vía. ¿Había alguien subiendo? ¿Quién podía estar de camino? El campo base se llena de intranquilidad y miedo.
Enseguida se sabe que dos americanos, Al Pennington y John Smolich, se encontraban subiendo hacia el collado Negrotto.
Les ha pillado.
Seguramente están enterrados bajo miles de toneladas de nieve al pie de la pared.
Al fue encontrado muerto ese mismo día. John nunca fue hallado.
El entierro de Al tuvo lugar en la pirámide de Gilkey, túmulo hecho de piedras rodeado de arena y acolchado de musgo, que sirve de cementerio para los muertos de la montaña. Generalmente no hay más que un pequeño cartel que sirve para recordar a los muertos, pues habitualmente, quien muere allá arriba, desapareciendo en una tormenta o en la nieve, jamás es encontrado. Durante muchos años el K2 se había cobrado doce víctimas. Sin duda menos que el Everest o el Nanga Parbat, todavía… Fue un shock para todos. ¿Qué consecuencias tendría?
En mi vida, afortunadamente, no he estado muchas veces en contacto con la muerte. Pocas, en realidad, en los treinta años que llevo viajando. Pero conozco esta experiencia de cerca. Cuando alguien muere en la montaña aparece un pensamiento: ¿Continuar o no? Por un lado siempre se cuenta con el riesgo de morir en la montaña, por otro la muerte de alguien allá arriba significa —¿cómo decirlo?— simplemente que el sueño de un montañero —que es lo que es para cualquiera— deja de ser un sueño cuando ocurre algo así. Y cada cual toma una decisión diferente y uno mismo puede acabar tomando decisiones opuestas. No hay duda de que la cosa es distinta si se trata de un amigo o de un desconocido. Pero, incluso si tu mejor amigo muere en la montaña, no está clara la decisión que vas a tomar. Es difícil de decir. En realidad existen ambas posibilidades.
Cuando esa cumbre es la gran meta de tu amigo te puede motivar para continuar la escalada, o todo lo contrario. Y cuando algo así ocurre, cada cual piensa largamente en lo que realmente ha de hacer.
Los americanos decidieron interrumpir su expedición. Y Quota 8000 determinó abandonar su auténtica meta, la arista Sur-Suroeste, e intentarlo por el espolón de los Abruzos.
Todavía colgaban gigantescos campos de nieve avalanchosa de la pared, y nadie podía saber cuándo iban a caer. A mí me pareció que una escalada al collado de Negrotto era una ruleta rusa, y lo sería durante bastante tiempo. Por ello tanto Julie como yo aplaudimos la decisión de Agostino da Polenza y Gianni Calcagno, los dos jefes de la expedición.
Sin duda el enorme bloque que los primeros rayos de sol hizo caer —aparentemente tan seguro que incluso fueron instaladas cuerdas fijas en él— no podía romperse una segunda vez cortando como un cuchillo la tensión de la superficie nevada. Pero sin duda el equilibrio se había roto.
Los alpinistas saben que alcanzar una cumbre comporta una serie de riesgos, pero procuran reducir al máximo el peligro existente. Cuando hay un peligro conocido, puede uno evitarlo. Pero siempre existen algunos elementos variables, más o menos difíciles de estimar, por lo que siempre queda un factor riesgo que hay que afrontar, de otra forma no se debería nunca escalar montañas. Yo no creo que se pueda decir que aquéllos que sobrevivieron a una gran montaña fueran mejores que los que murieron. La suerte juega sin duda su papel, pero los errores pasados tienen su valor del mismo modo que la experiencia y la precaución.
Hay situaciones en la montaña que se parecen mucho a una ruleta rusa, como, por ejemplo, la escalada por los seracs de hielo del glaciar Khumbu del Everest, en continuo movimiento. Gracias a Dios son excepciones.
Sobrevive quien domina el juego (pues esto es lo que es al fin y al cabo), pero sin suerte nadie lo conseguiría.
El destino desempeña su papel.
La tensión que bajo la sombra del accidente se había instalado en el campo aumentó todavía más a causa de un suceso totalmente inesperado. Los mensajeros trajeron una orden de la autoridad turística de Skardu para prohibir la escalada por el espolón de los Abruzos si no se tenía un permiso explícito para ello. Una intención muy loable pero imprevista y desconcertante si se piensa que, ya en el 79, la expedición de Reinhold Messner a la Magic Line pudo cambiar el itinerario sin problemas, pues se consideró que la autorización había sido pagada en función de la cumbre y no de la vía.
Consecuentemente, la agitación se propagó entre todos los «ilegales», que de todas formas habían pagado por el K2. Extrañamente, también Quota 8000 había recibido una carta igual. Pero dado que tanto Agostino como Gianni habían pagado cada uno una tasa completa por el K2, determinaron que el espolón constituía una legítima alternativa y pensaron que se trataría de una «jugarreta» del papeleo administrativo, que podrían aclarar luego en Islamabad. Finalmente, se consiguió solucionar el problema, no sin la intervención del general Quamar Ali Mirza, presidente del Alpine Club de Pakistán.
Si Quota 8000 se hubiera retirado, la decisión nos habría afectado, naturalmente, a Julie y a mí. Nadie se explicaba quien había informado sobre la situación actual en el espolón a las autoridades de la oficina de turismo. Como consecuencia de este asunto, las cumbres pakistanís estuvieron vetadas a varios escaladores durante cuatro años.
Afortunadamente las relaciones que Julie y yo manteníamos con los oficiales de enlace eran buenas y ninguno tenía nada que objetar a nuestra presencia en el espolón de los Abruzos. Además respetaban mucho nuestra actividad cinematográfica.
El 23 de junio los primeros escaladores alcanzaban la cumbre.
Desde un vivac a 8300 metros, Wanda, Liliane, Michel y Maurice, alcanzaron, con un tiempo magnífico, la bóveda nevada más alta del K2, desde donde pudieron admirar la espléndida panorámica de los miles de picos en la lejanía.
Después de montar su tienda por última vez a ocho mil metros, también Mari y Josema alcanzan este precioso día la meta, e izan allí muy felices su ikurriña.
Cuando más tarde escuché la narración de Wanda, me dio la impresión de que les invadió un delirio de felicidad que les hizo olvidarse de todo. Y tal vez por ello Wanda y sus tres compañeros descendieron ese mismo día sólo los trescientos metros que les separaban de su último vivac y volvieron a pasar la noche allí.
De los hechos que siguieron, esto nos pareció a todos en el campo base incomprensible. Naturalmente, ninguno de nosotros había estado allá arriba.
Quien sí estaba allá arriba, a bastante altura —a 7700 metros— era Tulio Vidoni, que con tres compañeros de Quota 8000 trató, en vano, de aprovechar este período de buen tiempo.
En un relato aparecido en «Alpinismo 1987», del Club Alpino Académico Italiano, narra de forma impresionante los hechos que a continuación sucedieron:
En medio de la tormenta nos cuesta mucho dar con las tiendas de la pareja Barrard Michel Parmentier y Wanda, que llevan ya cuatro días en la montaña. Cuando al fin llegamos al sitio bajan en ese mismo momento Wanda y Michel, los dos muy cansados Nos cuentan que hace dos días llegaron a la cumbre con la pareja Barrará y los dos españoles… Esa mañana, a pesar de las malas condiciones meteorológicas, consiguieron descender, pero el matrimonio —bastante agotado— había decidido descansar unas cuantas horas. (Wanda me contó que los vio por última vez por debajo del gran voladizo de hielo. Ella misma se había tomado dos pastillas y media para dormir y tuvo que luchar al día siguiente con sus efectos).
Continúa la narración de Tulio: Con gran dificultad intentamos montar nuestras tiendas. Por las maldiciones y tacos que los golpes de viento se llevan, parece que para Agostino y Benoît la cosa tampoco es tan sencilla, mientras tanto pienso en esos dos allá arriba, más altos que nosotros, singas ni alimentos… Cuando por fin nuestro refugio para pasar la noche queda montado y estamos instalando las cosas, aparece Wanda y nos ruega que salgamos a buscar a sus amigos.
Son las 7 de la tarde. Ya está oscuro y sería una locura sin resultado salir con esta tremenda tormenta. Intentamos hacérselo comprender, aún se resiste un rato y finalmente se va. A pesar de nuestra impotencia —pues no existe la posibilidad— nos invade una sensación de culpabilidad, que no nos abandonará en toda la noche.
Pasamos la noche sin dormir entre el viento y la nieve, que golpea furiosa la tienda, con la esperanza de encontrar todavía con vida al matrimonio Barrará, que de hora en hora es menor, sin pensar en nuestra propia situación, que con toda la nieve que ha caído, es cada vez más peligrosa. No sólo es imposible seguir subiendo, ni siquiera será sencillo conseguir destrepar basta abajo.
Por fin llega la mañana: el tiempo es pésimo, nieva y hay niebla. Como no podemos pensar en subir, los cuatro tomamos la decisión de bajar. Wanda también viene, mientras que Michel decide quedarse. Todavía tiene una pequeña esperanza, y su decisión hace que nuestros corazones se sientan más pesados, parece como si quisiéramos fugarnos de esta situación. Yo bajo el último. Delante de mí Wanda se mueve tan lentamente que al poco tiempo no puedo ya ver a mis compañeros.
Ella no lleva bastones de esquí, así que le doy uno de los míos…, pero a los pocos pasos me pide el otro. Me veo obligado a negárselo, pues ahora la ladera es muy empinada y uno se hunde hasta la tripa. La nieve cae espesa y borra la huella de mis amigos. Nos encontramos a los dos españoles cuando están desmontando su tienda. Wanda se sienta y decide continuar bajando con ellos. Ahí se acaba el plateau, ahora se trata de encontrar el espolón.
Mientras esperamos a que claree algo más para poder ver algo, reconocemos claramente a Wanda y a los dos españoles, que destrepan muy lentamente y acaban parándose. Mientras tanto nosotros, tras varios intentos, conseguimos por fin localizar el espolón. Después de llamar a Wanda y a los otros inútilmente suponemos que habrán determinado quedarse en la tienda hasta que el tiempo mejore. Así pues, empezamos a bajar. De todas maneras dejo clavado mi bastón de esquí al comienzo del espolón, así ellos tendrán menos problemas para encontrar la dirección adecuada.
Durante todo el día la nieve y el viento nos fustigan. Finalmente, llegamos al campo base hacia el atardecer.
Wanda y los dos españoles llegarían agotados dos días después.
… Michel está todavía en la montaña en contacto radiofónico con Benoît. Este lleva a cabo un auténtico milagro, en el que primero le infunde valor, para luego guiarle por radio, por encima del plateau hasta el comienzo del espolón.
De los dos Barrard, desgraciadamente no se sabe nada.
Poco a poco y con dudas, acabamos convenciéndonos de que ellos no volverían. Es difícil de aceptar. Representa un fuerte golpe pues todos queríamos a esta entrañable pareja.
¿Había tenido Maurice razón con su temor al serac? Mucho más probable es que se perdieran en el Hombro durante la tormenta.
Más tarde, el cadáver de Liliane fue encontrado en la base de una avalancha caída del Hombro. Maurice sigue desaparecido. Recuerdo a la alegre Liliane con vida, porque no participé en la operación de búsqueda, durante la cual fueron hechas las fotos publicadas por una revista a pesar de la prohibición.
Maurice y Liliane habían estado en pocos años en tres de las montañas más altas del mundo. Formaban un equipo de dos y su forma de escalar era muy parecida a la de Julie y a la mía. Nos habíamos sentido siempre muy unidos a ellos y esperábamos poder algún día ir con ellos.
Preferimos no asistir al entierro. Fuimos luego, en silencio, otro día. Había algo indescriptible en el aire.
«¡Ahí vienen! ¡Mari y Josema llegarán al campo en un par de minutos!». La voz se extiende de tienda en tienda. Renato corre hacia ellos, nosotros le seguimos, muchos otros también. Estamos contentos de que lo hayan conseguido, pero sobre todo de que estén vivos.
Aquí están. Mari y Josema sólo son reconocibles por sus ojos y por sus sonrisas. Están llenos de arrugas, han debido de perder más o menos un cuarto de su peso. Parecen ciruelas pasas, dos enanos de horrible apariencia casi sin voz… y sin embargo tan queridos y apreciados.
Al día siguiente, Mari, con una voz que lentamente mejora, nos susurra: «Hemos dejado nuestra tienda en el campo II para vosotros. Sabemos que ya tenéis bastantes cosas que llevar para el equipo de rodaje». Es un gran regalo. Esto nos ahorra tener que llevar una tienda hasta los 6700 metros. Además, todavía tenemos tres de nuestras propias tiendas en el espolón.
Mari me cuenta muchas cosas de lo sucedido allá arriba, pero muchas preguntas quedan sin respuesta. Por ejemplo: ¿cuánto influyó el somnífero en la decisión de vivaquear a 8300 metros?, ¿qué sabemos sobre la duración de los efectos colaterales de medicamentos varios en un organismo, sin aparato de respiración y en alturas extremas?, y ¿cuántas veces sin que nos diéramos cuenta, la química —en lugar de ayudar— ha sido la causa indirecta de éxitos fatales en situaciones difíciles a gran altura?
A media tarde Julie rueda una entrevista que le hago a Mari.
KURT: «Mari. ¿Cómo están las cosas allí arriba?».
MARI: «¿Que cómo están?… Bueno, es difícil de decir, la escalada fue tan dura y el pensamiento de volver abajo tan obsesionante, que no te llegabas realmente a dar cuenta de cómo es la cumbre. En cualquier caso, cuando llegamos allí arriba, la cima era como una montaña encima de otra montaña, puesta encima… Fue maravilloso, con un tiempo espléndido; no sé… Lo que más he sentido ha sido haber realizado el mayor sueño de mi existencia, el punto culminante de mi vida como escalador, tal vez por ello me alegré tantísimo».
KURT: (señalando las ampollas azules de los dedos congelados de Mari). «¿Y eso? ¿Vale la pena? ¿Es el precio?».
MARI: (pensando en ello). «Sí, para mí merece la pena. El K2 a cambio de estas secuelas que seguramente tienen un tratamiento. Tal vez, si hubiera perdido… digamos una falange de un dedo, o hubiera sido necesario amputar… entonces no estoy tan segura de lo que pensaría. Pero este pequeño accidente… No creo que la cumbre valga la pérdida de una mano, pero por una cosa tan pequeña sí vale la pena haber conquistado el K2, a lo mejor incluso se puede dar algo más…».
Quota 8000 ataca de nuevo. Aprovecha unos pocos días de tiempo espléndido, favorecidos por condiciones inmejorables, y el día 5 de julio alcanzan la cumbre Gianni Calcagno, Tullio Vidoni, Soro Dorotei, Martino Moretti, Joska Rakoncaj (es la segunda vez que alcanza esta cima que había escalado anteriormente por el espolón norte) y Benoît Chamoux. El joven francés, siguiendo su técnica especial, salió más tarde que los restantes, alcanzó a sus compañeros de equipo en el momento preciso y llegó a la cumbre del K2 después de una ascensión de 23 horas.
Con nuestros amigos, también alcanzan la cumbre los suizos Beda Fuster y Rolf Zemp.
Julie y yo llegamos ese mismo día al Hombro del K2 y montamos nuestra tienda-túnel azul, la Ultimate, para el asalto a la cumbre. Pudimos ver las pequeñísimas figuras escalando por encima nuestro, con una impresionante lentitud que dejaba sospechar la dificultad y el enrarecido aire de allá arriba.
Para su regreso organizamos una especie de «hospedería» en el Hombro. Durante dos horas cocinamos para los que van bajando, hasta el atardecer. Traen una sed impresionante. Tienen que estar completamente secos. El primero en llegar, Soro, nos cuenta que ha pasado un calor increíble, bajo los rayos de este sol de altura en la pared de la cima. Es el único que no bebe y baja enseguida hacia el campo italiano, desde el que partieron para atacar la cumbre.
Al día siguiente perdemos nuestra oportunidad. Salida demasiado tardía, excesivo equipaje —con miras a un eventual vivac— el caso es que además, en la pared de la cima, en muchos puntos los ocho hombres han utilizado para la bajada las mismas pisadas de la subida. Esto forma unas bañeras, y en los mejores casos da lugar a unas separaciones muy grandes, de tal forma que no me queda más remedio que abrir tramos con huella nueva. Además, perdemos tiempo metiendo dos clavijas para asegurar el regreso por la travesía de debajo del gran balcón. A las 4 de la tarde hemos vencido las dificultades y tenemos vía libre por arriba —sólo quedan 350 metros— pero en vista de la heladísima sombra que ha llegado a la pared, no queremos arriesgar un vivac y damos la vuelta. Cansados y decepcionados alcanzamos el campamento.
El tiempo no es suficientemente bueno al día siguiente para intentar la cumbre. Esperamos pero el 8 de julio sigue sin mejorar. Descendemos…
Poco antes, abrimos una vez más la «hospedería» cuando aparece Alfred Imitzer, el jefe de la expedición austríaca, que iba a intentarlo en solitario. Parte poco después, pero, más tarde, queda claro que el tiempo no mejorará. Transformamos el campo en un depósito bien asegurado y bajamos. Hasta el día 10 estuvimos peleándonos con la tormenta mientras descendíamos, sin imaginar que en la montaña, por encima nuestro, se desarrollaba la siguiente tragedia.
A pesar del mal tiempo, el 8 de julio, Jerzy Kukuczka y Tadeusz Piotrowski llegan a la cumbre del K2, ¡el mayor logro del verano!, ¡la primera ascensión al K2 por la pared sur!
Estos dos hombres han pasado increíbles fatigas. Salieron el 3 de julio y tras una ascensión muy rápida montaron su tienda bajo un escalón vertical, alto como una casa. Después de superarlo sólo les quedan los campos nevados de la parte superior de la vía de los Abruzos. Como más tarde nos contará Jerzy, el escalón era extremadamente difícil, de quinto o sexto grado. La única posibilidad de superarlo de una vez fue abandonarlo todo: la tienda, los sacos, el hornillo… Entre viento y nubes llegaron por fin a la cumbre y aún bajaron hasta el lugar donde vivaqueó el grupo de los Barrard, a unos 8300 metros. Al día siguiente llegaron al Hombro y en la mañana del día 10 de julio intentaron bajar al campo III, que está por encima del espolón de los Abruzos, buscando, sobre todo, encontrar algo para beber. Llevaban casi tres días sin tomar líquido y habían pasado dos noches de vivac al aire.
Bajaban lentamente el escalón de hielo, por debajo del Hombro. Jerzy iba delante… De repente Tadeusz perdió un crampón, intentó sujetarse al hielo con el piolet, pero antes de que Jerzy pudiera hacer algo, perdió también el segundo y cayó contra él (casi le arranca del sitio) precipitándose ante sus ojos en el abismo. Conmocionado, Jerzy llega finalmente, el día 12, al campo base. La gran ascensión del verano se había conseguido, pero él había perdido a su compañero.
Supuse que las ataduras de los crampones eran de las modernas —que conozco bastante bien— que con los cubrebotas helados no ofrecen una absoluta seguridad, así que le pregunté a Jerzy qué tipo de ataduras llevaba Tadeusz. Se trataban de las clásicas ataduras de correas. Así pues, sólo quedaba una explicación: Tadeusz, agotado por la fatiga, no apretó suficientemente las correas sobre los helados cubrebotas y no se dio cuenta cuando se le soltaron.
Ambos habían realizado algo sobrehumano, pero como Wanda dijo: «De Jerzy se dice que puede estar comiendo nieve, tierra y piedras durante días enteros, y estar sin embargo en forma».
Sólo él, pero…
… Tadeusz no fue encontrado nunca.
Más tarde, seguramente yo también habría tenido el mismo fin que Tadeusz; cayendo en la misma fuerte pendiente, de haber escuchado el consejo de un compañero: descender cara al valle. ¡Sólo me salvó mi prudencia!
Cuando conocí la muerte de Jurek, en la sur del Lhotse, no podía creérmelo. A veces pienso en la existencia de una «ruleta rusa» a la máxima altitud, que no respeta ni a los mejores ni a los más prudentes…
En los años siguientes al negro verano del K2, él y yo nos habíamos encontrado repetidamente; la nuestra era una relación de simpatía y respeto mutuo. Teníamos opiniones muy similares sobre los hechos acontecidos aquel 1986 en el K2. Aunque algún compatriota suyo, sin haber estado presente en los acontecimientos, buscaba al «culpable»… Visto que Kurt, después de haber sobrepasado a «Mrówka» en el descenso por las cuerdas fijas, se había convertido en el penúltimo de los tres supervivientes, decide que la responsabilidad de la muerte de ella, que había quedado la última, era de Kurt. Ni siquiera una palabra referida a Willi que, en mejor condición física, sin esperar ¡había descendido primero!
El colmo de los colmos: yo, el más viejo y —a causa del vivac a 8400 metros— el más débil de nosotros tres, a veces quedaba tan rezagado en el descenso que mis compañeros nunca se habrían dado cuenta si hubiera sufrido un accidente, un desfallecimiento o me hubiera quedado exhausto. Cuando finalmente, en las cuerdas fijas, gracias a mi técnica de descenso (distinta a la de Mrówka, que por eso iba más lenta) conseguí descender más rápido, para esa persona, yo debía, de todos modos, haber tenido la obligación de permanecer el último. Puedo comprender que alguien se pregunte por qué no habíamos bajado siempre juntos, visto que, como ya he dicho, el más fuerte, Willi, con una técnica más rápida, ¡había iniciado una carrera hacia el campo II! En cualquier caso ninguno podía pensar que éstas serían las últimas horas de Mrówka —de hecho todavía no se sabe por qué murió—.
Hacía muchos días que estábamos inmersos en los engranajes de la «gran máquina». El mismo descenso tuvo mucho de «ruleta rusa». Cuánto pudo deberse a la voluntad de un solo individuo, y cuanto al instinto, es difícil de decir.
Estábamos en el extremo.