Kurt, de alguna manera lo haremos posible… Resoplando voy subiendo por el cerro en Bolonia. Son cien, tal vez ciento cincuenta metros. Ya he vuelto a ponerme demasiado gordo. En la zona solo se conocen las patatas de oídas. A cambio hay pasta: tortellini, tagliatelle, lasaña, espagueti. «¿Suficiente?». «Por favor, se trata sólo del primer plato».
Sigo subiendo. Aunque hay una carretera para subir la loma elijo la empinada ladera por una buena razón: a continuación me esperan unos bocconcini flotando en su aceite, salsiccia, araona, pollo, maiale, prosciutto, grana. Humea y huele a especias en las cocinas de esta zona. También es importante saber dónde se compra el vino de los lugareños, es genuino y fantástico. Sí, pienso mientras me quito el sudor de la frente, la mejor cocina italiana está en Bolonia. De ahí que la gente tenga ese aspecto tan rollizo.
Resollando subo más arriba, hacia la cima redonda de la colina, donde me espera mi rolliza suegra —todo un exponente de este lugar— que habrá preparado un suculento invento del arte de guisar para mí, mi mujer Teresa, sus dos hermanas y mi hijo Ceci. Me miro de arriba a abajo. Ya tengo 20 kilos de más. Va siendo hora de salir de expedición. O al menos me convendría una semana de estancia espartana en mi casa. En Salzburgo. Allí cocino yo; bueno, no siempre.
En cualquier caso, allí las montañas están a la puerta de casa.
Aquí, lo más alto es la factura del teléfono desde que se habla del K2.
¿Debería empezar con el jogging? No tengo ninguna motivación para tan incómodo deporte. ¿Esquiar? Cerca hay un pequeño pegote blanco —con miles de personas— y como no seas un especialista en slalom, pues…
Podría irme con mi hijo Ceci, un auténtico campeón de esquí, a los Alpes, pero están muy lejos… sólo los días más claros pueden verse desde estas lomas, allá en el horizonte.
De todas formas estoy contento de haber cambiado el paisaje de canales y llanos de Portomaggiore por los Apeninos, donde vivimos ahora. Eso cuando no estoy dando una conferencia o en el Himalaya.
Ceci es a veces mi apoyo pues hay cuatro mujeres en casa. No es que me queje, al contrario: mi mujer Teresa es abogada. Esto me obliga a mantener mi nivel de espíritu. Angela es ingeniera en electrónica y Alida economista. Así, cuando sucede cualquier cosa, hay alguien competente cerca. Finalmente mi suegra —y esto hay que reconocérselo— es una extraordinaria cocinera.
Sólo las montañas están muy lejos.
En Pekín, Julie y yo conocimos a Stefan Wörner, un tranquilo jefe de expedición suizo. «He is efficient and a nice guy», era la opinión de Julie. El alegre Marcus Itten está con él. Simpatizamos enseguida. ¿Vamos juntos a alguna parte? Stefan tiene algo en la cabeza. El año pasado (1983) su expedición al Baltoro tuvo un éxito sensacional: escalaron el Hidden Peak, el Gasherbrum II y el Broad Peak.
Stefan tiene un sentido del humor muy suizo, seco y nada desdeñable. Había pensado como título de su conferencia: «Tres ochomiles en catorce días» por evidentes motivos de publicidad, no porque quisiera enfadar a alguien. Pero una sospechosa ironía brotó en sus ojos cuando me habló de una charla con Reinhold Messner (En aquel momento ese título sólo podía ostentarlo la expedición de Stefan). Pero bueno, esto de pincharse y retarse mutuamente pertenece también al buen espíritu de los montañeros.
Stefan tenía un permit para el K2. Una autorización del gobierno pakistaní, Julie y yo podríamos ir con él. Pero ¿y la financiación? El dinero, el querido dinero… ¿De dónde lo sacaríamos? El teléfono está que arde entre Londres, Zúrich y Bolonia. Parece que por fin Julie ha podido conseguir algo. ¿Saldrán las cosas?
Teresa es una buena esposa. Cuando estoy nervioso se mantiene serena y tranquila, con más paciencia que el santo Job. Es imposible discutir con ella. (¡Intentadlo con una abogada!). Además, los italianos son muy bondadosos, especialmente con los extranjeros, no tanto entre ellos. Por eso hay muchos abogados en Italia. Teresa no es montañera, aunque disfrutó bastante en el campamento base del Everest. Ella está de alguna manera por encima, tan equilibrada que las montañas no la tiran. Pero entiende que me vaya, sabe que tengo que vivir mi vida en las montañas, de otra manera no podría ser.
A veces, cuando vuelvo de allá arriba, como un oso polar de Groenlandia a la orilla del mar, encuentro otra callada forma de satisfacción, otro tipo de alegría.
Pero ahora me ha vuelto a enganchar. Nunca habría imaginado que una montaña me traería noches de insomnio. Por no saber si se va o no. Lo que importa es estar allí, no la cima, que depende de otras muchas cosas. No sirve de nada calentarse la cabeza antes de empezar.
Zúrich, primavera del 84. Por fin está todo claro: iremos con la expedición de Stefan Wörner. Los ingleses quieren una película sobre Julie para el programa «Assignment Adventure». El secretario, David South, un exgeólogo, ha preparado un guion grande, como un doctorado. El hombre es encantador. Y Julie está de viaje por Escocia seleccionando lo mejor en equipo de montaña. El aire vibra otra vez.
… El K2…
¿Lo haremos? ¿No lo haremos?
El K2…
Llevar adelante algo así…; por esto merece la pena vivir.
Como hombre inteligente, Stefan Wörner ha logrado una segunda autorización para otro ochomil, éste ya no tan alto: el Broad Peak, para mí un viejo conocido.