Inglaterra, Tunbridge Wells.
El equipo de cine más alto del mundo

«Look», me dice Terry, a la vez que dobla con sus rudas manos de guarda forestal, un trozo blanco de cartulina, dándole una forma determinada. Mientras canturrea en voz baja veo que se convierte en un triángulo con dos solapas laterales, al que ahora añade una base. Además de un originalísimo profesional de la fotografía, Terry es todo un maestro oriental de la papiroflexia y mientras le observo, orgullosamente ensimismado en su obra, mordisqueándose la barba, me voy dando cuenta de por dónde me va a salir, pues la pirámide blanca que acaba de poner sobre la mesa, no puede ser otra cosa que… «That is K2», dice Terry convencido con la alegría satisfecha de un descubridor, «and here you write The highest Film-team, and there Julie’s curriculum and there your own», continúa, refiriéndose a las dos solapas laterales que sujetan el K2. ¡Es fantástico! Se me enciende una luz: es el recuerdo más simpático que se puede poner sobre la mesa de un productor para recordar nuestro equipo, con nuestras caricaturas, los puntos más importantes de nuestra carrera deportiva, las direcciones…; algo así no se pierde en cualquier portafolios.

Julie está radiante. Va y viene del salón a la cocina, sale por la puerta, vuelve con leña, siempre a toda prisa, mientras por en medio holgazanea con estoica tranquilidad un perro gigante, un ovillo de lana de Terranova que apenas si puede asomar los ojos entre tanto pelo.

Terry inclina la cabeza y me guiña un ojo: «Kurt, ¿cómo pudiste aguantarla durante cinco meses en China?». Me encojo de hombros. «Bastante bien». Lástima que hayan pasado, pienso paro mí. Terry está encantado. Desde que estuvimos en el espolón norte del K2 Julie posee el récord de altura femenino de Inglaterra. Si hubiera alcanzado la cima… pero bueno, eso es algo que ya llegará. Naturalmente Terry no tiene nada contra una nueva salida. Los hijos ya son mayores, independientes, Julie puede lanzarse al mundo sin contratiempos. Pero… ¿y ella? Más tarde me confesaría que fuimos Dermis y yo quienes despertamos en ella esa intranquilidad por las lejanías desconocidas.

Al mismo tiempo le encanta estar en su casa. Tiene una personalidad con muchas facetas entre las que ella se mueve, a veces con callada perseverancia, ensimismada, entregada a algo, otras veces poniéndose en camino, desapareciendo sin dejar ni rastro. Desde hace 25 años está casada con Terry y viven entre las colinas de Sussex. Una vez estuvo con Norman Croucher, el escalador que tiene las dos piernas de madera, en los Andes. Otra vez en Yosemite con Dennis. Ahora temía el Himalaya en ciernes y le había enganchado con fuerza.

Pero hay una cosa más, algo como una fuerza que todo lo traspasa, que vive en ella. Algo que según dice yo encuentro a mi manera en la montaña… y que ella ha descubierto en tu armonía de las artes marciales, Budo, Aikido. Es difícil explicarle esto a alguien. La lucha deportiva, dependiendo de cómo se practique, puede parecer, a los ojos del profano, algo brutal y no algo que precise de una disciplina, una concentración, reaccionar frente a un contrincante imaginario —que no es tu enemigo—, un juego profundo que lleva finalmente al Yo y al Ser, al centro mismo de la existencia y de donde se absorbe una fuerza, una resistencia ilimitada, un algo que no tiene palabras. Yo «lo» recibía y lo recibía aún de las montañas y era «lo» que a Julie y a mí tanto nos unía. Ciertamente ya había participado de ello cuando con frecuencia pasaba una hora observando a los «luchantes» o «meditantes». Toda la sala se llenaba de una misma energía, como un alma única que flotara entre sus movimientos. También yo me sumergía en ella. David, el Sensai —el profesor—, un hombre al que admiro por su increíble estrella, sencillez, profundidad y sobre todo por su espíritu, me invitaba continuamente a pasar a la colchoneta, pero yo declinaba con la cabeza: mi figura de oso y mi flema no eran lo más apropiado. Cuando veía a Julie blackbelt (pues tenía el cinturón negro, el color de los maestros) lanzar por los aires a uno sucesivas veces, o rodar ella misma por los suelos otras tantas, me decía a mí mismo: mejor extraigo la esencia de forma intuitiva. David es una persona fuera de lo común. Ha hecho posible muchas cosas en la vida de Julie. Hace un año averiguó que tenía cáncer. La enfermedad remitió de pronto.

Para Julie hay un Dojo en cualquier sitio, un lugar adecuado paro su aikido. Puede ser una zona con arena entre el glaciar y la pradera, como en el Nanga Parbat, un escudo de hielo a 5000 metros, entre los seracs al pie del K2…, en cualquier caso, será un sitio especial. Allí inicia sus movimientos precisos y armónicos frente a un contrincante invisible, «lucha»… o sencillamente se hunde quieta en la meditación. A veces por espacio de una hora y más.

Es inexplicable. Es algo que se comprende —tal vez intuye—, o no se entiende para nada. Como el escalar una montaña. Julie obtuvo de aquí mucha de la increíble fuerza y resistencia que llevó al Himalaya.