Inconsciente y repetición

La idea de inconsciente es algo que se ha instalado en la cultura de un modo tal que todos creen saber de qué se trata. Pero generalmente se equivocan.

El inconsciente no habita dentro del cerebro, no es un lugar físico en el que cada sujeto guarda sus acontecimientos traumáticos. Tampoco hay que pensarlo solamente como la ausencia de consciencia.

El inconsciente es algo mucho más profundo y complejo. Es, en primer lugar, algo que existe en un momento y deja de existir en el siguiente. Por decirlo de un modo claro, se abre y se cierra, aparece y desaparece. ¿Y cómo hace sus apariciones? Generalmente, de una manera a la que llamamos formaciones del inconsciente: los lapsus, los sueños, los actos fallidos, los chistes y los síntomas.

Pero, antes de avanzar sobre esto, me gustaría volver sobre una idea que trabajé en un libro anterior, pero que se me hace necesario recordar. Escuetamente, el punto es diferenciar los tres tipos de inconsciente que ha desarrollado el Psicoanálisis a lo largo de la elaboración freudiana, para ubicar en qué circunstancias tiene lugar la aparición de las formaciones del inconsciente.

Inconsciente descriptivo: son representaciones que no están en la conciencia, pero que pueden devenir conscientes ni bien le prestamos la atención necesaria. El nombre de nuestro abuelo o el colegio en el que cursamos los estudios secundarios, por ejemplo. Desde el punto de vista teórico, esto es lo que denominamos preconsciente.

Inconsciente dinámico: para explicarlo, hay que recurrir al concepto de represión y decir que se trata de un fenómeno que escapa a la voluntad del sujeto. Cuando alguien decide que no va a hacer una cosa, aunque tenga muchos deseos, no se está reprimiendo. Porque la represión es un mecanismo de defensa inconsciente. En su afán por defenderse de alguna representación o suceso que juzga intolerable, el aparato psíquico lo expulsa, reprime el hecho o la idea peligrosa y le niega su acceso a la consciencia. Eso que ha sido reprimido pasa a formar parte del inconsciente dinámico que, como se ve claramente, es muy distinto al preconsciente. Aquí el sujeto no puede recordar por mucho esfuerzo que haga.

Inconsciente estructural: sólo voy a nombrarlo, ya que su explicación es de una enorme complejidad. Simplemente diré que no es algo de lo que podamos echar mano a voluntad, como el preconsciente, y no está formado por sucesos reprimidos, como el inconsciente dinámico. Se trata, más bien, de una fuerza constitutiva que nos impulsa a ir en busca de aquello que nos hace mal. No va a retornar nunca a la consciencia, ni siquiera disfrazado, porque nunca estuvo allí. Es una energía que se satisface con nuestro padecimiento y que está en el origen mismo de todos nuestros síntomas. Aquello que hace que sea tan difícil renunciar al sufrimiento.

Entonces, para hablar de las formaciones del inconsciente nos tenemos que situar en el terreno del inconsciente dinámico.

Recordemos que se trata de vivencias o representaciones que estuvieron en la consciencia y fueron expulsadas de ella (reprimidas) pero que siempre tendrán el anhelo de volver.

¿Y cómo lo hacen? Disfrazándose para eludir la represión, para que no nos demos cuenta de su retorno.

Pues bien, las formaciones del inconsciente son esos disfraces bajo los cuales vuelve algo de lo reprimido; productos psíquicos deformados que dan cuenta del fracaso de la represión.

Digamos algo acerca de ellas.

Lapsus: un lapsus es un error verbal, la aparición de una verdad que se enmascara bajo la forma de una equivocación. El sujeto quiere decir algo y dice otra cosa. Confunde un nombre, se traba y a veces, aunque intente corregirse, no puede pronunciar esa palabra, pues se le impone otra.

Actos fallidos: son torpezas cometidas en las acciones. Alguien vuelca «sin querer» una taza de café sobre una persona o, como le ocurrió a un paciente, «olvidó» su celular en la cama, al lado de su esposa, mientras esperaba el llamado de su amante.

Sueños: han sido definidos de muchas maneras, entre ellas como una satisfacción alucinatoria de deseos. Es decir que en los sueños podemos concretar lo que en la vigilia no. Pero lo cierto es que, al menos desde mi interés como analista, lo trascendente es que traen un contenido que ha eludido la represión. El armado de un sueño se hace a partir de una energía que parte de un deseo inconsciente y reprimido, a la cual se le suman vivencias o pensamientos que nos acompañaron durante el día (restos diurnos) e incluso algunas percepciones que podamos tener mientras dormimos (bocinas, gritos). Cuando el paciente cuenta un sueño en sesión, nos narra lo que llamamos el contenido manifiesto del sueño, que es la manera en la cual tuvo que disfrazarlo para que pudiera acceder a la consciencia. Pero sabemos que, debajo de este relato, se esconde un sentido más profundo, lo que llamamos el contenido latente, esa cara del sueño que da a lo reprimido, y es allí adonde apuntamos con el trabajo de interpretación.

Chistes: no es necesario explayarse demasiado sobre esto. Basta con decir que muchas veces, amparados en la broma, pueden aparecer algunas verdades que seriamente no podrían ser dichas.

Síntomas: el síntoma es una respuesta equivocada que alguien encuentra para salir de una situación compleja, una manera errónea de defenderse contra la angustia que tiene como precio el padecimiento del sujeto.

El síntoma tiene dos caras. Una de ellas es interpretable y tiene que ver con ese retorno enmascarado de lo reprimido. La otra resiste toda interpretación posible, porque en él se satisface la pulsión de muerte. Es decir que parte del dolor que nos genera, no es más que el precio que exige el inconsciente estructural. Por esto es que la aspiración de lograr la cura total, la anulación de todo sufrimiento, no es más que un anhelo imposible.

Pero el inconsciente es mucho más que esto.

Es lo que marca cada una de nuestras elecciones, incluso las más pequeñas, las que creemos tomar voluntariamente. La persona que amamos, el lugar al que vamos de vacaciones, la carrera que decidimos estudiar o el trabajo que elegimos. Todo lo que ocurre en nuestra vida está ligado al inconsciente, porque es, antes que nada, la matriz de nuestras repeticiones, ya sean estas sanas o enfermas. De allí la fuerza de la frase de Nasio que abre este libro: no elegimos sino lo inevitable.

En el caso de Horacio, podemos ver cómo juegan algunos de estos conceptos. Repite todo el tiempo. Y repite, sobre todo, el abandono sin palabras. Como él mismo dice cuando habla del final de su terapia anterior: «simplemente desaparecí». Pero ¿cuál es la desaparición que no puede evitar repetir? La desaparición de su madre.

Dice claramente que ella se fue «sin siquiera haberle dado un abrazo». No hubo palabras, no hubo gestos, no hubo despedida. Simplemente desapareció.

La muerte hizo que esto fuera así, pero más allá de esta justificación consciente, lo que aquel bebé registró fue esa partida silenciosa. Y es lo que él repite en cada ocasión importante de su vida, más aún cuando algo está a punto de nacer: una familia, una carrera o la posibilidad de la cura.

En cuanto a las formaciones del inconsciente, vemos cómo un sueño que, en su contenido manifiesto le parecía incluso gracioso, luego del trabajo de interpretación desplegó su contenido latente y puso en juego un profundo temor: el de que su padre muriera, el de volver a quedarse solo. Soledad que él intentó evitar a lo largo de la vida perdiéndolo todo.

El vínculo con su padre era lo único seguro que tenía y la posibilidad de que muriera lo arrojó a un abismo de dolor, como lo hiciera la muerte de su abuela, ocasión en la que apareció por primera vez uno de sus síntomas: la bebida.

He allí lo que marcábamos, el síntoma intentando dar una respuesta a la angustia ante la muerte. Respuesta que, como vemos, resulta patológica y sufriente.

El día que viene borracho a sesión podría ser considerado un acto fallido, porque Horacio nunca había hablado de eso, no quería conscientemente que yo me enterara, por eso me lo mostró, se encargó de que un acto —venir en ese estado—, me dijera lo que no podía comunicar con palabras. Por eso mismo, al despedirlo en la calle, intervine señalándole que lo que quería decirme ya me lo había dicho.

Otro tema importante que se despliega en su análisis es la deuda que cree tener con su padre. Él renunció a todo, ni siquiera se permitió estar con una mujer «para que nada los separara», y Horacio se hace cargo de la deuda y repite ese modelo. Él también renuncia a todo para que nada los separe.

Pero la muerte es una injusticia inevitable. Y, más tarde o más temprano, iba a exponer la ineficacia de su solución sintomática.

Todos fuimos un eslabón (un significante) en la cadena simbólica de su síntoma: su ex terapeuta, su novia, su carrera, yo mismo. Con todos puso en juego y reactualizó la desaparición de su madre. Por suerte, bajo los efectos de la transferencia, pude intervenir para que no lo repitiera conmigo.

Horacio dijo en un momento que él también, como el empleado de su sueño, era «un hijo de puta». Se equivocaba. Era apenas un hombre que no podía hacer otra cosa y que pagaba un precio muy alto por ello.

Hoy continúa en análisis. Está duelando la pérdida de Lucrecia, quien no quiso darle una nueva oportunidad. Sufre por la pérdida de este sueño y se hace cargo de su responsabilidad. Pero cada semana viene, trabaja y lucha por su sanidad.

Hace seis meses murió su padre.