Al final hablé.
—¿La India?
—Estaba disponible de forma inmediata. Además, suponía un desafío para su alma: una desventaja que ha de superar para compensar el efecto negativo de su suicidio.
—¿Desventaja? —pregunté, algo confuso.
—El cuerpo que ha elegido contraerá en unos pocos años una enfermedad que le provocará un trastorno del sueño.
Ann se había suicidado con píldoras para dormir. Para equilibrar la situación, contraería una enfermedad que le impediría dormir con normalidad.
—¿Y ella ha sido quien lo ha elegido? —pregunté para asegurarme.
—Claro —respondió Albert—. El renacimiento es siempre una decisión voluntaria.
Asentí y lo contemplé.
—¿Y qué pasa con… el resto?
—Nada. En compensación por las penalidades sufridas, y debido a los logros de su anterior vida, sus nuevos padres son inteligentes y simpáticos. El padre trabaja como funcionario y la madre es una artista de éxito. Ann, aunque tendrá otro nombre, se sentirá querida y tendrá la oportunidad de cultivarse, intelectualmente hablando.
Pensé un largo rato antes de hablar.
—Quiero ir con ella.
Albert pareció disgustarse.
—Chris, a menos que uno se vea obligado, no debería renacer hasta haber estudiado lo suficiente y desarrollado su mente, de tal forma que la siguiente vida sea mejor que la última.
—Estoy seguro de que tienes razón —concedí—. Pero tengo que estar con ella y ayudarla si puedo. Me siento culpable por no haberla ayudado lo suficiente en nuestra anterior vida. Quiero probar de nuevo.
—Piensa, Chris. ¿De verdad quieres volver tan pronto a un mundo donde unos pocos roban y engañan a los demás? ¿Donde se tira comida a la basura mientras en algunos lugares se pasa hambre? ¿Donde el servicio al Estado es una hipocresía brutal? ¿Donde matar es una solución más sencilla que amar?
Sus palabras fueron bruscas, pero yo sabía que lo hacía por mi bien. Que esperaba convencerme para que volviera a Summerland.
—Ya sé que solo te preocupas por mí. Pero amo a Ann y tengo que estar con ella y ayudarla.
Su sonrisa fue triste, pero comprensiva.
—Lo entiendo —asintió—. Ahora que os he visto a los dos juntos, tampoco me sorprende.
—¿Cuándo?
—Cuando salisteis de vuestra prisión etérea. —Su sonrisa se volvió tierna—. Ambas almas se fusionaron. Tenéis la misma vibración, como ya os he dicho. Por eso no puedes soportar alejarte de ella. Es tu alma gemela; comprendo que quieras estar a su lado. Estoy seguro de que Ann decidió renacer con la esperanza de reuniros. Aun así…
—¿Qué?
—Me gustaría que entendieras lo que implica regresar.
—Es posible, ¿no? —pregunté preocupado.
—Quizá no sea tan simple. Y tal vez existan riesgos.
—¿Qué tipo de riesgos?
Dudó antes de responder.
—Será mejor que hables con un experto.
* * *
Creí que iba a regresar enseguida. Debería haber imaginado que un proceso tan complejo no se realizaba de manera tan sencilla. Y eso, al igual que todo en el Más Allá, requería de su pertinente análisis.
Primero, el discurso.
Fuimos a un lugar cerca del centro de la ciudad, un templo circular, enorme, con miles de asientos. Un eje de luz blanca, visible a pesar de la abundante iluminación, se derramaba sobre la estructura.
Cuando Albert y yo entramos en el templo, nos sentamos en un par de sillas a medio camino del púlpito. No sabría decirte la razón. No estaban marcadas ni eran diferentes del resto de asientos. Aun así, sabía que aquellos asientos eran nuestros en cuanto entramos.
La audiencia conversaba sosegadamente. Conversaba, claro está, sin emitir sonido alguno. Muchos nos sonrieron cuando nos acomodamos.
—¿Toda esta gente piensa renacer? —pregunté sorprendido.
—Lo dudo. La mayoría de ellos viene aquí para aprender.
Asentí. Procuré que mi desasosiego creciente no se notara, pero estaba ahí. Era similar al sentimiento que había tenido cuando llegué a Summerland por primera vez, cuando algo me había alertado de las intenciones de Ann.
Similar. Pero no podía ser igual. Sabía que ella vivía. A pesar de ello, nuestra separación seguía siendo igual de estresante para mí. Robert, no sería capaz de explicarte todo lo que implica ser almas gemelas. Lo intentaré de todos modos. Mientras estés separado de ella, te sentirás incómodo. Sin importar las circunstancias de cada momento, ni tampoco lo extraordinario que sea el lugar donde te encuentres.
Ser la mitad de otro es un tormento cuando el otro no está.
* * *
Una mujer encantadora se subió al púlpito y nos sonrió.
—Shakespeare se refirió así a la muerte: «El país desconocido del que no retorna viajero alguno». —Sonrió de nuevo—. Lo expresó de manera soberbia, aunque no fue del todo preciso. Todos hemos descubierto ese país tras nuestra muerte. Lo que es más, es un lugar al que todos los viajeros terminan por regresar.
»Somos trinos —continuó—. Espíritu, alma y cuerpo. Este último elemento, durante la vida en la Tierra, está compuesto por los cuerpos físico, etéreo y astral. No hablaré de nuestro espíritu en esta ocasión. Nuestra alma contiene la esencia de Dios que está dentro de nosotros. Esta esencia guía nuestra vida y conduce el alma a través de las múltiples experiencias de la vida. Cada vez que una parte del alma se convierte en carne, absorbe esa experiencia y evoluciona, enriqueciéndose en el proceso. O… —guardó silencio— haciendo todo lo contrario.
Que era lo que Albert me había dicho antes. El suicidio de Ann había involucionado su alma, y por ello había decidido absorber la suficiente experiencia positiva para reconstruirla.
¿Cómo este yo se añade o se resta? A través de la memoria. Cada uno de nosotros posee una memoria interna y externa. La externa pertenece a nuestro cuerpo visible, y la interna a nuestro cuerpo invisible (o espiritual). Cada cosa que hemos pensado, deseado, hablado, hecho, oído o visto alguna vez queda inscrita en nuestra memoria interna.
Esta colección de recuerdos permanece en la «Casa del Padre» y se enriquece o empobrece con los resultados de cada nueva vida física. El cuerpo astral (o espiritual) vuelve a la Tierra, pero en esencia sigue siendo el mismo. Solo el cuerpo carnal y su doble etéreo se ven alterados.
Hay una línea de comunicación entre el yo más elevado y la forma física que el alma ha elegido. Por ejemplo, si el yo físico recibe una inspiración, esta proviene del alma. La así llamada «voz de la conciencia» no es más que el conocimiento que tiene su origen en antiguas lecciones que advierten a un individuo de que no cometa determinado acto que dañaría su alma.
Sin embargo, y salvo en casos en los que se trata de sujetos especialmente receptivos o que son capaces de estudiar su interior (a través de la meditación), la penetración de este auténtico yo en la materia pasa inadvertido.
—El proceso es el siguiente —nos dijo la mujer—: la existencia tras una vida de logros se intercala con períodos de descanso y estudio en este plano, de tal manera que el alma se va moldeando para convertirse a lo que aspira. A veces, lo que se ha fracasado en vida se puede conseguir en el más allá, de tal manera que en la próxima reencarnación se posea una mayor sabiduría y una mayor habilidad para continuar ascendiendo hacia Dios.
»De esa forma, la trinidad que somos experimenta una tríada de encarnación, desencarnación y reencarnación. El hombre debería ser consciente de en qué consiste la muerte, puesto que ha muerto muchas veces. Aun así, cada vez que vuelve a la carne (excepto en ocasiones contadas) lo olvida todo.
* * *
Se me ocurrió una pregunta. La mujer la respondió enseguida, como si me hubiera leído la mente.
—Ahora tenéis el mismo aspecto que poseísteis en vuestra última encarnación. Por supuesto, habéis tenido muchas apariencias diferentes, algunas incluso de sexo diferente. Conserváis el aspecto de vuestra última encarnación porque es el más vívido en vuestra memoria.
»Cuando la vida llega a su fin, vuestra consciencia retrocede, paso a paso, hacia su fuente, disociándose así de su relación con la materia. Este proceso de renuncia tiene lugar en el mundo etéreo, donde vuestros deseos y sentimientos fueron refinados y las fuerzas no susceptibles de regeneración de vuestra vida se centraron y transmutaron. Al final, vuestra consciencia retrocede hasta su fase mental o fase del «cielo», donde estáis ahora y en la que se carece por completo de materia.
No sé si lo recibió, pero le di las gracias por la respuesta. Tal vez lo imaginara, pero me dio la impresión de que sonrió.
—El tiempo de estancia en el Más Allá varía —continuó—. A veces pasan mil años entre las reencarnaciones. Cuando vuelve la consciencia tras la muerte, el impulso inicial de la personalidad es reencarnarse. Los recién llegados comienzan a practicar el método mediante el cual las vibraciones se controlan, para así poder renacer.
»Lo difícil de verdad para un alma es elegir quedarse en Summerland y estudiar con la intención de mejorar para que la próxima encarnación sea un paso más en el proceso de enriquecimiento del alma.
Tuve otra duda, pero también esta vez se resolvió de inmediato. Me pregunté si fui yo el único en pensar en ello.
—No todo el mundo renace. Algunas almas son tan avanzadas que ya no se reencarnan, sino que trascienden a un nivel de existencia más allá de lo que la Tierra puede ofrecer, y se reúnen para siempre con Dios.
»Estas almas, que han conseguido expiar sus penas o adquirir todo el conocimiento posible, se unen al Creador y pasan a un estado de unidad perfecta con Él, convirtiéndose en parte integral del patrón universal.
No entró en detalles acerca de la «tercera» muerte, puesto que es muy complicado y todos nosotros teníamos que adquirir mucha más experiencia, y teníamos también mucho más que aprender y muchas limitaciones que superar antes de enfrentarnos a ella. Estas limitaciones solo se dan en la Tierra porque es el único lugar donde se pueden manifestar. Summerland es demasiado maleable, demasiado controlable. Solo en la densidad de la materia la personalidad puede arrostrar el más severo de los desafíos. Es el campo de pruebas principal para el hombre, el lugar para actuar y experimentar.
Todos nosotros tenemos un camino por delante, y el camino comienza en la Tierra.