Nos aproximábamos a una estructura de dos pisos que, como las demás, tenía la textura y brillo del alabastro. Leona me dijo que era el Pabellón de Literatura.
Subimos por los amplios escalones y entramos. Al igual que en el Registro, había mucha gente en su interior, pero el silencio era casi absoluto. Leona me guió hasta una habitación enorme, con un techo muy alto y cuyas paredes estaban cubiertas de libros. Dispersas por la sala había preciosas mesas grandes, ocupadas por decenas de personas que se dedicaban a leer.
Entonces reparé en que el silencio se mantenía porque hablábamos con la mente.
—Así podemos hablar sin molestar a nadie. Una biblioteca perfecta.
—Cierto —respondió ella con una sonrisa.
Miré en derredor.
—¿Qué clase de libros tenéis aquí?
—Las historias de cada nación de la Tierra. Como sucedieron. No hay ningún tipo de censura.
—Debe de ser clarificador —respondí—, puesto que en la Tierra es prácticamente imposible determinar cuál es la verdad de nada.
—Así es. Los libros de historia de la Tierra son ficción en su mayoría.
Paseamos por la habitación y me percaté de que, igual que pasaba con todo objeto en Summerland, también los libros emitían una radiación débil, pero visible.
—¿Estos libros se publicaron en la Tierra? —inquirí al recordar mis manuscritos en la casa de Albert.
Leona asintió.
—También hay algunos que aún no se han publicado.
—¿Cómo es posible?
—Los contenidos se imprimirán en los cerebros de los vivos.
—¿Y ellos sabrán que en realidad no los han escrito?
—Es una cuestión complicada. Sin embargo, si no entramos en disquisiciones profundas se puede decir que no lo saben.
—Me gustaría leer uno de esos.
—No suelen estar disponibles. Aquellos que los leen podrían deteriorarlos, aunque no sé cómo ocurre. Quise leer un libro de esos hace tiempo, pero me dijeron que como todo aquí es mental, mis pensamientos podían afectar a los contenidos del libro.
Me llevó a otra habitación que estaba dedicada a libros sobre la ciencia psíquica, el ocultismo y la metafísica. Al caminar por entre los estantes, sentí que las emanaciones eran más fuertes que las de la sala de historia.
Se paró frente a una de las estanterías y sacó un volumen para luego alargármelo. Sus vibraciones resultaban incómodas.
—Es costumbre enseñar a los recién llegados este libro o uno parecido.
Le di la vuelta y leí el título en el lomo: La falacia del más allá. A pesar de la desagradable sensación que el tomo me producía, sonreí.
—Irónico, cuando menos.
En cuanto devolví el libro a su sitio, un ataque de ansiedad me sobrevino. Ann no creía en la vida más allá de la muerte. Se lo había oído decir. ¿Sería posible que rechazara aceptar lo que sus sentidos mostraban como evidencias?
—No me preocuparía por ello. Creerá en ti. Lo demás vendrá por añadidura.
No describiré el resto del paseo por el Pabellón de Literatura. En realidad no forma parte de mi historia. Baste con decir que el edificio y su contenido fueron impresionantes. Cuando comenté de pasada lo intimidante que podía resultar tanto conocimiento a la hora de ponerse a estudiarlo, Leona me recordó que teníamos todo el tiempo del mundo.
Tras salir del pabellón, volví a preguntarle:
—No creo que aún estén listos —me respondió.
—Está bien —asentí.
«Paciencia —me repetí—. Un poco más de tiempo y lo sabrás».
—¿Te gustaría ver una de nuestras galerías de arte?
—Vale.
Me apretó el brazo.
—Ya falta poco.
Intercambiamos una sonrisa.
—Perdona por comportarme de manera tan egoísta. No te he hecho ninguna pregunta sobre ti.
—Hay tiempo de sobra para eso. Tu prioridad principal ha de ser tu esposa.
Estaba a punto de contestar cuando ocurrió otra cosa sorprendente. Una mujer pasó a nuestro lado moviéndose de forma extraña, sin rumbo, como si fuera sonámbula o anduviera bajo el agua. Durante un momento me recordó al remedo de mí mismo que había visto en la sesión, y no pude reprimir un escalofrío.
—¿Quién es?
—Aún vive. Su yo espiritual ha viajado aquí en sueños. Ocurre de cuando en cuando.
—¿No sabe dónde está?
—No. Y lo más seguro es que no lo recuerde cuando despierte.
Me giré para mirar a la mujer, que seguía andando despacio, de forma mecánica, y vi un cordel de plata que emergía de su cabeza y que se elevaba hacia el cielo, antes de desaparecer.
—¿Y por qué no lo recuerdan?
—Porque el recuerdo se halla en la mente espiritual, y el cerebro físico es incapaz de extraerlo de ahí. Me han contado que hay gente a la que un viaje astral lleva hasta aquí y son conscientes del todo, antes y después, pero lo cierto es que yo nunca he visto ninguno de esos.
Contemplé a la mujer mientras se alejaba y se me ocurrió si Ann podría hacer algo así. Incluso si no sabía lo que sucedía, la podría ver por un instante, tal vez hasta tocarla. El pensamiento me sumió en una melancolía tan profunda que casi pareció física. Al recordar su calidez y suavidad contra mí, fue como sentirla en mi piel.
Con una expresión dolida, me di la vuelta hacia Leona. Me sonrió y yo le devolví la sonrisa, no sin cierto esfuerzo.
—Sé que no soy buena compañía.
—Claro que lo eres. —Me cogió de la mano—. Vamos, vayamos a la galería y luego averiguaremos cuándo volverás a estar con ella.
El edificio hacia el que nos dirigíamos era circular, y la fachada, fabricada de un material similar al mármol, exhibía bellos diseños de flores y ramas inscritos en ella.
Por dentro era gigantesca: una galería arqueada sin fin cuyas paredes estaban cubiertas de pinturas de gran tamaño. Grupos de personas las examinaban. Muchos de ellos no eran más que profesores con sus estudiantes.
Reconocí un Rembrandt y comenté la perfección de la copia. Leona sonrió.
—El de la Tierra es la copia. Este es el original.
—No entiendo.
La pintura que había en frente de mí era la que Rembrandt tenía en mente, tan perfecta como su genio era capaz de visualizarla. La que hizo en la Tierra para reproducir esta imagen mental estaba sujeta a las limitaciones de su cerebro y de su cuerpo, y creada con materiales que se deterioraban con el paso del tiempo. Esta de aquí constituía su visión completa: pura y eterna.
—¿Quieres decir que todos los artistas de la Tierra solo reproducen pinturas que ya existen aquí?
—Existen aquí porque ellos las crean. A eso me referí cuando dije que la cuestión acerca de si una persona sabe o no que recibe impresiones creativas es compleja. Los pensamientos de Rembrandt crearon esta pintura a partir de la matriz, y luego la reprodujo en términos físicos. Si fuéramos expertos, seríamos capaces de ver lo mucho que se diferencian ambas obras.
Cada obra de arte que hay aquí está viva. Los colores brillan con vivacidad. Cada pintura parece casi realizada en tres dimensiones (no es una buena descripción, pero es lo que más se acerca). Desde cerca, dan la impresión de tratarse de escenas reales en lugar de representaciones planas.
—En muchos sentidos, creo que la gente más feliz de aquí son los artistas. La materia que nos rodea es tan sutil que se manipula con mucha facilidad. La creatividad de un artista no está limitada en absoluto.
Traté de mantener el interés por lo que me contaba, ya que me resultaba fascinante. Pero los pensamientos acerca de Ann seguían sin abandonarme. Por eso, cuando Leona dijo de pronto que podíamos volver, solté un suspiro de alivio.
—¿Podemos ir con el pensamiento?
Ella me sonrió y me cogió de la mano. Esta vez no cerré los ojos, aunque tampoco vi nada. Estábamos en la galería; parpadeé, y el hombre del Registro estaba delante de nosotros.
—Se espera que su mujer abandone la Tierra a la edad de setenta y dos años.
«Veinticuatro años», pensé. Era mucho tiempo.
—Recuerde que el tiempo en Summerland se mide de forma diferente. Lo que parecería una eternidad en la Tierra aquí puede pasar con mucha rapidez, si está activo.
Le di las gracias y Leona y yo nos marchamos del Registro.
Continué andando con ella. Conversé con ella. Sonreí e incluso reí. Pero algo iba mal. Seguía pensando: todo estaba en orden. En veinticuatro años volveríamos a estar juntos. Me centraría en el estudio, prepararía la casa para ambos. La prepararía justo como a ella le gustaría. Sobre el océano. Con un barco. Todo estaba en orden.
¿Por qué entonces esta falta de seguridad? ¿Esa incertidumbre?