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Averiguar el destino de Ann

—Ahí está —anunció Leona.

Miré adelante y me quedé sorprendido ante la estampa. Había estado tan concentrado en mis pensamientos que no me había percatado de que a lo lejos se levantaba una ciudad.

Vi una ciudad, Robert, pero una ciudad muy diferente de las de la Tierra. Ninguna nube de humo la rodeaba, ni tampoco el estrépito del tráfico. En su lugar, una serie de edificios preciosos de todos los tamaños, ninguno mayor de dos o tres pisos, se alzaban en medio del aire límpido. Ya conoces el Music Center en el centro de Los Ángeles. Es el único edificio que creo que te daría un vago concepto de la claridad de líneas que vi allí, del uso del espacio para equilibrar la masa, del sentido de homogeneidad proporcionada.

Me impactó a pesar de la distancia a la que nos hallábamos. Cada detalle destacaba. Un fotógrafo lo habría llamado perfección de enfoque, profundidad y color.

Cuando se lo mencioné a Leona, me dijo que poseíamos lo que podría denominarse como vista telescópica. La descripción es del todo inadecuada, puesto que el fenómeno es mucho más complejo que meramente telescópico. En efecto, la distancia se elimina como factor de la vista. Si uno mira a una persona que está a cien metros, podrá apreciar hasta el color de los ojos… y sin que la imagen sea aumentada. Leona lo explicó diciendo que el cuerpo espiritual proyecta una «antena» espiritual hacia el objeto que se halla bajo escrutinio. En esencia, la habilidad es mental.

—¿Quieres llegar allí de inmediato o prefieres seguir andando? —quiso saber Leona.

Le dije que prefería el paseo si no le iba a quitar mucho de su tiempo. No quería cometer el mismo error que con Albert. Ella me replicó que disfrutaba de un período de descanso y que le encantaría andar junto a mí.

Llegamos hasta un precioso puente que cruzaba un riachuelo de aguas rápidas. En cuanto empezamos a cruzarlo, me paré y miré el agua. Tenía la apariencia del cristal líquido; cada movimiento centelleaba con los colores del arco iris.

Giré la cabeza y me incliné, curioso.

—¿Eso es… música?

—Todas las cosas emiten cierto tipo de música. Cuando lleves aquí un tiempo la escucharás en todas partes. Lo que ocurre aquí es que el movimiento del agua es tan rápido que el sonido se capta con mayor facilidad.

Agité la cabeza, impresionado. Los sonidos componían una melodía sin forma, pero aun así melódica. Durante un momento creí oír la pieza favorita de mamá, Die Moldau. ¿Tal vez Smetama escuchó la melodía en el curso de un río?

Contemplé el arroyo y recordé un riachuelo cerca del lago Mammoth. Habíamos aparcado por encima de él, y durante toda la noche escuchamos su repiqueteo contra rocas y piedras. Un sonido precioso.

—Pareces triste —indicó Leona.

Solté un suspiro.

—Recordaba. Un día de camping. —Traté de alejar el pesar que me afligía. Lo intenté con todas mis fuerzas, pero fue inútil—. Lo siento —me disculpé—. Parece que cuantas más cosas bonitas veo, peor me siento porque me gustaría compartirlas con mi familia. Sobre todo con mi mujer.

—Lo harás —aseveró.

—Eso espero —murmuré.

Parecía sorprendida.

—¿Por qué has dicho eso? Sabes que la volverás a ver.

—¿Pero cuándo?

Me contempló un rato antes de contestar.

—¿Te gustaría saberlo? Hay un registro en la ciudad. Su función principal es conservar los datos de la gente recién llegada, pero también proporciona información acerca de los que están por llegar.

—¿Quieres decir que puedo averiguar cuando veré a Ann? —Me parecía demasiado maravilloso como para ser cierto.

—Podemos preguntar.

Respiraba entrecortadamente.

—No andemos hasta allí, por favor.

—Está bien. —Asintió con comprensión y me ofreció la mano—. Albert me ha dicho que has viajado con la mente un poco, pero…

—Sí, ayúdame, por favor —espeté impaciente, interrumpiéndola.

—Espéranos aquí, Katie —ordenó ella y me cogió de la mano.

Cerré los ojos. Otra vez esa sensación de movimiento. Sin nada a la vista como referencia, fui más consciente de ello de manera mental que física. No hubo viento, ni vértigo, ni presión alguna.

Cuando abrí los ojos un instante después, estábamos en la ciudad, en una amplia avenida pavimentada (¿es correcto decirlo así?) de hierba. La ciudad había sido diseñada como Washington: un enorme núcleo del que partían caminos radiales, en uno de las cuales nos hallábamos nosotros. A cada lado había edificios realizados con un material similar al alabastro; a algunos se accedía a través de caminos o de escalones. Todos y cada uno de ellos se veían rodeados por terrenos suntuosos que contenían estanques, arroyos, riachuelos, cascadas y lagos pequeños. Me quedé impresionado ante semejante uso del espacio.

Observé un edificio más alto en el centro de la ciudad y le pregunté a Leona lo que era. Me dijo que se trataba del lugar donde iban a parar aquellos cuyas vidas habían terminado de manera violenta o por enfermedades largas y agónicas. Pensé en Albert en cuanto me lo comentó. Al volverme a fijar en el edificio, aprecié una luz azul que brillaba a su alrededor. Leona me explicó que era un resplandor de vibración sanadora.

Olvidé mencionar que, cuando abrí los ojos, vi muchos nimbos de luz moviéndose, que no tardaron en revelarse como gente que iba de aquí para allá. Nadie pareció sorprenderse por nuestra súbita aparición, pero nos sonreían y asentían en nuestra dirección al pasar al lado.

—¿Por qué vemos a todos primero como luz?

—La energía del cuerpo espiritual es tan poderosa que sus emanaciones saturan los sentidos de los que no están acostumbrados a ellas. Te habituarás. —Me cogió del brazo—. La oficina está por aquí.

Sé que suena extraño que mencione lo rápido que me latía el corazón. Pero lo hacía a toda velocidad. Estaba a punto de averiguar cuándo me reuniría con Ann y el suspense me oprimía. Tal vez fuera por eso que Albert no me lo dijo. Quizá pensara que me bastaría con saber que volvería a estar con ella, y que era mejor que no me preocupara del cuándo. Leona había dudado antes de revelármelo. Supongo que lo que me encontraba a punto de hacer no era muy recomendable.

El pavimento sobre el que andábamos parecía alabastro blanco y pulido que, aunque sólido, se sentía flexible al contacto con la piel. Entramos en una plaza grande repleta de árboles frondosos de todo tipo que crecían sobre un césped inmaculado. En el centro de la plaza, en la que confluían cinco caminos distintos, se erguía una inmensa fuente circular de varias decenas de caños. De no haber estado dominado por la ansiedad, los tonos musicales emitidos por el agua me habrían dejado boquiabierto.

Leona me dijo (¿para distraerme?) que cada tono se creaba por una combinación de caños, y que cada uno resonaba con una nota diferente. La fuente entera podía ser (y de hecho lo era a veces) manipulada para dar lugar a una compleja pieza musical, como si se tocara a través de un órgano. Por el momento, la fuente se limitaba a repetir una serie de acordes armónicos.

Justo delante se hallaba el Registro. Traté de mantener el paso, pero cada vez andaba más deprisa. Más que nada en este increíble nuevo mundo, deseaba averiguar el destino de Ann.