Nota de la autora

Esta novela me ha costado sudor y lágrimas y ha resultado ser mucho más difícil de lo que esperaba. Desde mi punto de vista, la leyenda de Merlín siempre ha tenido tremendas contradicciones de fondo, e interpretar esas rarezas fue lo que más me costó. Un hombre sabio y decente como Myrddion jamás podría haber traicionado a la reina Ygerne de una forma tan cruel como la que sugiere la leyenda. Jamás llegué a comprender qué habría podido pervertir la naturaleza de Merlín hasta el punto de convertirlo en colaborador de Úter, y es que algunas versiones insinúan que Úter intentó, igual que Herodes, asesinar a su propio hijo matando a todos los bebés varones de la ciudad para procurar destruir de ese modo al fruto de sus entrañas.

No, no y… ¡no! Mi Merlín no podía ser un monstruo como ese sin un buen motivo.

Así pues, además de crear la trama, de tejer las distintas leyendas y de concebir de forma creíble a los personajes de Úter, Ygerne, Gorlois y Morgana, el reto consistía en convertir a Merlín en un hombre que hace lo que puede con lo que se ve obligado a afrontar, un mantra que entoné mentalmente un día tras otro.

¿Cómo podía evitar que el sanador se convirtiera en un llorica deleznable y molesto que no hace más que quejarse de lo que Úter le obliga a hacer? Mi respuesta fue simple, pero me costó un poco llegar a ella. Tuve que recurrir a la coacción por medio de los dos elementos que ya había convertido en los principales rasgos del carácter de Merlín. Primero, adoraba a la diosa Dôn, que sigue inmortalizada con el nombre elegido para el río Aberdeen y que seguía siendo una formidable deidad celta. Si Merlín creía que la diosa lo había elegido a él para crear las circunstancias que trajeron al mundo a Arturo, entonces podría haberse sentido impulsado a ayudar al gran rey. Así pues, a través de las personas a las que amaba y debido a la importancia que tenía la familia para ese hombre que tan rechazado se había sentido de niño, sus compañeros podían ser utilizados como moneda de cambio por parte de un gran rey sin escrúpulos.

Al menos he intentado explicar las contradicciones del personaje de Merlín. El lector es la única persona que puede juzgar si lo he conseguido.

Otro de mis retos fue el hecho de escribir la trilogía de Merlín después de haber publicado las novelas sobre el rey Arturo, ya que en realidad se trata de una precuela de la serie artúrica. Puedo afirmar con toda sinceridad que cuando empecé a escribir la primera trilogía, la artúrica, lo hice por diversión y sin pensar realmente en publicarlos desde un lugar tan remoto como Australia. Sin embargo, los libros sobre Merlín preparan el terreno para El hijo del Dragón, El guerrero de Occidente y El caliz maldito, por lo que era imprescindible que el tercer libro sobre Merlín se fundiera con El hijo del Dragón, el primero sobre Arturo.

Por cierto, si alguien quiere saber qué le sucede a Merlín, El hijo del Dragón responderá a la mayor parte de esas preguntas.

Morgana y Ulfin fueron dos personajes especialmente difíciles de situar en mi versión de la leyenda. Ulfin ayudó a Merlín a introducir a Úter en Tintagel con el propósito de violar a Ygerne, por lo que tiene una cierta relevancia. Sin embargo, alguien que sirviera a Úter Pendragón cuando este estaba en su apogeo asesino no podía ser un personaje benevolente. Así, Ulfin se convierte en algo parecido a los guardias de Belsen o de Auschwitz. No es del todo monstruoso, porque le falta la inteligencia necesaria para ser realmente malvado, pero es un comparsa nato que basa su estatus y su respeto en el refugio de la sombra de un hombre poderoso. Para un personaje tan perverso, perder la aprobación de Úter sería como perder la capacidad de respirar, por lo que Ulfin buscaría a Ruadh hasta encontrarla: a ella y a Artórex. Solo la muerte podía evitar que completara esa misión. Decidí que debía morir como le correspondía, a manos de una mujer y mientras intentaba violarla.

Morgana no se convirtió en malvada de la noche a la mañana. Espero haber mostrado que sus ansias de poder preceden a la muerte de su padre. En muchos sentidos habría sido un hombre excelente pero, al no poder asumir el papel de guerrero, se vuelve poderosa del único modo que tiene a su alcance. Al fin y al cabo, le faltan el encanto y la belleza de su madre, si bien posee la fuerza y la determinación de su padre. Tal vez habría terminado por rechazar el papel de bruja legendaria por amor a su padre si este hubiera sobrevivido, y eso le hubiera permitido elegir un papel más benévolo de adivina y herbolaria. Así pues, la muerte de Gorlois la condena a un nuevo y peligroso anhelo de poder y de venganza que terminará por arruinarle la vida.

Botha es otra historia, es un caso completamente distinto. Su terrible destino en El rey Arturo. El hijo del Dragón y las lecciones que su lealtad para con el gran rey proporcionarán a Artor lo convierten en una figura crucial en mi versión de la leyenda del rey Arturo. Botha es la única persona que realmente ama a Úter Pendragón, aunque a la vez es consciente del lado oscuro de su señor. Hasta cierto punto, el gran rey intenta que sus excesos no afecten a Botha y a su preciado honor. Me pareció extremadamente difícil crear un personaje que sirva a Úter junto a Ulfin pero que, en lugar de ser malvado como este, fuera decente. Respecto al personaje de Myrddion tuve que analizar la difícil situación de Botha, que llega a su apogeo con el asesinato de las niñas y marca el final de la posición privilegiada de Botha con su señor.

Quien haya leído El hijo del Dragón observará una diferencia notable en la manera como Úter trata a Botha. El gran rey ya no dispone de un bruto como Ulfin para que actúe como amortiguador entre él y su sirviente más leal.

¿Qué puede decirse de Úter Pendragón? En los tiempos modernos, su inconsciencia lo convertiría en un sociópata o en un psicópata altamente funcional, que mantiene sus excesos a raya gracias al amor obsesivo que siente por su hermano. Pero ese amor pasa a ser una espada de doble filo y Úter termina considerándolo una debilidad. Un juramento puede manipularse, de manera que lo que hace es alimentar sus demonios sin dejar de cumplir las promesas que le hizo a su hermano. Lo que lo salva como monarca son sus dotes para la guerra y el firme odio que siente por los sajones. Al final, debido al destierro que sufre de niño y a las penalidades de la juventud, Úter se convierte en un hombre arisco e irascible.

Hoy en día reconocemos lo mucho que sufren los niños que se ven desprovistos de seguridad y amor a una edad temprana. Nunca llegan a recuperarse del todo de esa pérdida. Úter es como es porque Vortigern lo expulsó de casa después de haber lanzado a su madre y a su hermano por un acantilado, de manera que la única estabilidad que conoce proviene de su otro hermano. Lo mismo podía decirse de Myrddion Merlinus, aunque el sanador recibe el amor apasionado de su abuela, Olwyn, que ya es adulta, a diferencia de Ambrosio, que todavía es niño cuando pasa a ser el único sostén de Úter. Del mismo modo que Myrddion crece con la necesidad de amigos como debilidad, Úter se vuelve cada vez más cruel porque rechaza cualquier tipo de compañía. Más allá de sus vicios, Úter es una figura impotente, igual que Morgana, porque rechaza el amor y la belleza.

El problema del odio que siente ante cualquier heredero es otra parte extraña de la leyenda, puesto que la transferencia de poder de padres a hijos era de suma importancia en esas épocas oscuras e impredecibles. Al parecer, Úter odia la idea de que alguien le sustituya, y más aún que le sustituya un niño que le recordaría de forma tangible que había asesinado a Gorlois y violado a Ygerne. Incluso Úter era capaz de sentir vergüenza, y el nacimiento de un heredero como ese en un momento tan inoportuno habría despertado recelos y lo habría expuesto al ridículo. Además, mi Úter es un megalómano que odia la idea de que un hijo suyo pueda ser tan hábil y competente como él. Aspira a ser recordado como el más grande de los caudillos celtas, capaz de competir con las proezas de sus ancestros. Nadie, ni siquiera un niño que llevara su propia sangre, podría eclipsar o debilitar su reputación. Hoy en día se le diagnosticaría un peligroso narcisismo: sin embargo, en esa época fue un hombre de su tiempo, el más adecuado para mantener a raya a los sajones.

Andrewina Ruadh está completamente inventada a partir de una mujer a la que vi posando desnuda para una sesión de pintura en una colonia de artistas de Montville, Australia. He conocido a pocas personas que encarnen la imagen celta de un modo tan genuino. Esa mujer también irradiaba un aura de firme lealtad y fortaleza de carácter. Tuvimos la oportunidad de hablar un momento y, si llega a leer este libro, espero que reconozca algo de sí misma en el personaje. Por desgracia, no recuerdo su nombre.

Por supuesto, Andrewina Ruadh, la intrusa y heroína más trágica de la historia, tiene su contraria: la frágil y en ocasiones irritante Ygerne.

La belleza de Ygerne es una parte fundamental de la leyenda, puesto que Úter Pendragón se obsesiona con poseerla hasta el punto de arriesgar su reino asesinando a su marido y de recurrir a un disfraz para penetrar en la fortaleza en la que vive ella, con lo que arriesga también la vida. Una vez conocí a una mujer muy hermosa que, sin embargo, ignoraba la naturaleza de su aspecto y el efecto que producía sobre los demás. Confieso que utilicé a esa mujer como punto de partida para mis descripciones de Ygerne.

Ygerne no es absolutamente débil ni está desamparada. De hecho, a pesar de las apariencias, tiene una fortaleza considerable, aunque su vida relativamente idílica lo es cada vez menos a partir del momento en el que acompaña a su marido a Venta Belgarum. Al fin y al cabo, el hecho de creer que su nuevo marido ha matado a su hijo la induce a interrumpir tres embarazos más. Ygerne sabe que ese pecado mortal pesará sobre su alma y, aunque no se suicida, ansía la muerte.

En ocasiones es necesario más valor para seguir viviendo.

Lo que parece imposible es que una mujer tan piadosa pudiera engendrar a Morgana y a Morgause, pero no hay duda de que las niñas han crecido malcriadas por sus padres. También intenta aceptar el don de la clarividencia, por mucho que le horrorice. Ygerne, en mi mundo artúrico, es especialmente inocente y tiene un componente trágico.

Durante la Alta Edad Media gobernaron los hombres; las mujeres solo podían aspirar a encontrar un lugar si eran muy bellas o muy inteligentes. Pero por buenas, grandes o infames que fueran, el tiempo pasó por encima de ellas y las hizo desaparecer de la historia. Solo permanece ese extraño nombre antiguo que nos recuerda el leve perfume de su piel o el brillo de su cabello bajo la luz de las antorchas.

Hasta la vista, valientes.