«No me arrepiento de este amor…». Me despertó la voz de Cleo y su aura matutina, el olor a tostadas. Era la mañana después de nuestra primera noche de amor. Entre los rayos de sol que entraban por mis ventanas apareció disfrazada de Gilda, con una peluca negra y un vestidito rojo parecido al que la santa lleva en las estampitas. Bailaba y se reía. Terminó con «amar es un milagro y yo te amé», apoyó la bandeja en la cama y empezó a cebar el mate. «Buen día, Qüity, mi amor», me deseó. Que nunca se le había dado antes por el lesbianismo pero que me adoraba y que íbamos a ser felices para siempre, siguió hablando con la boca llena de tostada. Yo le dije que sí, que para siempre y que a mí me había aflojado el pánico: en ese momento solo tenía miedo y ganas de seguir cogiendo. Y alegría, la sentí esa mañana y con esa alegría concertamos el plan de fuga. Me llegó el mail de Dani que había estado esperando. Entendí que era hora de partir. Habíamos compartido travesías por el Delta con él. Teníamos los kayaks en la misma guardería y el horario era el de siempre, el mismo del principio de nuestra amistad, cuando coimeábamos a los serenos para que nos abrieran a las diez de la noche. Teníamos que irnos antes de que se acordaran de terminar de amasijarnos y no podíamos irnos en avión o en tren o en micro. No podíamos salir de una estación si nos estaban buscando.
Yo creo que no nos estaban buscando porque de hecho estábamos lo más tranquilas en mi casa. El poder puede ser misericordioso también, si se le da la gana. Pero teníamos que salir del país y supe que había una travesía a Nueva Palmira. Metida adentro del kayak, con un gorro, anteojos de sol, cubrecockpit, indumentaria deportiva y un corte de pelo, Cleo pasaría más desapercibida. Y las fuerzas de seguridad tienden a ser indulgentes con los deportistas. Pensarán como Cleopatra, «mens sanos in cuérpores sanos».
Como no podía parar de llorar, Cleo intentó consolarme contándome el paraíso de Jonás: «Está en una playa linda, toda llena de palmeras y de rubias. Al costado hay un camino y pasan autos sin techo, manejados por las rubias con anteojos y pañuelos que se les vuelan al viento. Todas se parecen a Marilyn, a Susana y a Evita, divinas son. Estudia con los mejores, hace autos voladores con Ferrari y Ecclestone. Física de las estrellas, eso aprende por las noches, se hizo amigote de Hawking, que ahora baila de contento: tiene un cuerpo que funciona, y vive de joda en joda. Escuchan música fuerte de los coros celestiales. A Jonás le cantan cumbia los santos y los ángeles, lo despiertan con esa que le gustaba a él cuando era chiquito, ¿vos lo conocías ya, no?, “Laura, se te ve la tanga”, le cantan a la mañana y él se ríe y se le achinan los ojos como cuando era un nene».
Nos encontramos con Dani frente al río Luján, en la puerta de nuestra guardería a las diez de la noche. Habíamos reservado lugar y fideos a la boloñesa en el Fondeadero. Remamos por el Sarmiento, el San Antonio, el Dorado y el Arroyón. Era una noche de luna llena y charlamos en el brillo azul del agua, en el silencio, en ese espacio casi sagrado comprendido entre los árboles y el río. Dani no vendría con nosotras. Eso fue una despedida. Nos tomamos dos botellas de un vino que Dani guardaba hacía un lustro para una ocasión especial. Y nosotras nos quedamos en la isla.