22. Qüity: «Volví a casa»

Volví a casa, estuve sola y de vuelta en mi loft palermitano con su temperatura amable, el aire que brillaba limpio, el botiquín lleno. Primero fue el alivio, los veinte minutos de las pastillas haciéndose agua bendita debajo de la lengua, seguidos de los últimos instantes de calma, porque fue entonces, ahí empezaron, y nunca más pararon: los fantasmas son inconsolables. Nada los calma, ni descuartizar verdugos en su ofrenda ni consolar a todos los niños vivos. No me volvió el silencio ni siquiera en medio de mis antiguas costumbres: ahí tenía yo mi cama, mis sábanas de algodón y mi almohada de plumas, y en la mesa de luz, mi revólver preferido. Puse un cuchillo abajo de las plumas de la almohada, Daniel me trajo una ametralladora que dormía a mi lado como una novia, puse granadas arriba del algodón de las sábanas, y cerqué toda la cama con minas, las planté en la alfombra blanca. Me armé hasta los dientes: cuando bruxaba, escupía rayos.

Me encerré y no hablé con nadie. Solo vi videos de la masacre. Daniel los consiguió: los de la SIDE, los de los chicos alemanes, los que filmaron los pibes y las pibas con los celulares. Lo vi mil veces y dudé mil veces de lo que veía y de lo que recordaba: la memoria es caprichosa y las filmaciones hace décadas que no son documentos. Entonces no lo sabía y no lo supe después, ¿por qué no nos buscaron y nos mataron y listo? Tal vez para desmentirnos, para poder publicar que un par de putas locas deliraban boludeces y descalificar todo el testimonio así, por el absurdo. Para que diga su gente: «No envenenamos nosotros un estanque de cemento todo lleno de peces y rodeado de villeros que bombeaban todo el día para sacar agua de las napas. No envenenamos nosotros un estanque de agua turbia todo sembrado de carpas de colores, bigotudas y voraces». Y rematar, como si se siguiera lógicamente, con un «No fusilamos nosotros a ninguno de la villa». Yo tenía miedo. Pensé en volver a lo que había sido antes de Jonás y de la villa, de Cleo y Kevincito, de esa Virgen pordiosera.

Pero apareció Cleopatra en casa, casi blanca del horror y tan muda como yo y ya no hubo vuelta atrás. Tenía el cráneo vendado y traía dos trapos, unos zapatitos rojos, una maceta rota pero con tierra y malvones todavía y la cabeza de la Virgen en una bolsa de Coto. Se encerró en la cocina. No se acostumbraba a las dimensiones de mi departamento, le parecían un despropósito cien metros cuadrados para un único habitante, encima casi sin paredes. «¿No te sentías sola vos acá? Parece una carpa gigante esto. ¿Qué pasó? ¿Con paredes era más caro? ¿No te alcanzó para los ladrillos?», me preguntó después, cuando volvió a hablar. Parece que ella sí se sentía sola. No solo tenía una crisis de fe, también le daba una especie de ataque de agorafobia el loft y su vista al cielo: había reducido su radio de acción prácticamente a la cocina y ahí tenía amontonado todo lo que necesitaba, la cabeza de la Virgen, una radio, una tele, la ropa, las pelucas, cientos de paquetes de galletitas y cajas de pizza, su comida favorita. Yo empecé a salir un poco. Necesitaba estar sola y estaba convencida de que si querían matarnos no iba a impedírselo ni el de seguridad de la puerta de mi edificio ni mis vecinos, así que me iba a pasear, a tomar café al Malba. No podría explicar por qué, pero me sentía segura ahí.

En casa, con Cleo, empezamos a ver juntas las noticias de la villa, incluso su entierro, el de Cleopatra, que ese día recuperó la voz. «Qué hijos de puta, Qüity. Si tienen ganas de verme muerta, no entiendo por qué no me matan y listo, en vez de hacer una telenovela. ¿Será que la Virgen me protege?». «No seas pelotuda, Cleopatra, la Virgen no existe», le contesté yo, que también recuperé el habla temporalmente. Pero se me fue enseguida. Casi no volvimos a hablar en todo el día. Solo miramos en loop el cortejo fúnebre, el velorio, los llantos. Cleo estaba conmovidísima, lloraba como una plañidera, como una nena, como una loca lloró todo el día: había una multitud en su sepelio y las pompas eran pomposísimas. De algún lado sacaron o sencillamente produjeron un cadáver de la estatura de Cleo. Tal vez fuera travestí, tal vez era una mujer alta, la cara la tenía desfigurada. «Fervor popular en el entierro de la polémica hermana Cleopatra», rezaban los titulares. El responso lo dio el obispo de San Isidro, detalle que a Cleo la conmovió profundamente: «Mirá al padre Julio, Qüity, miralo, vistes que te dije que no era tan malo, vos sos tan descreída que te pensás que porque es cura es un hijo de puta. Nos está bendiciendo a mi nenito y a mí». «Cleo, ese canalla nos dejó matar y te cogía cuando tenías trece años». «Ay, Qüity, él no nos mandó a matar y con lo de coger, yo también tenía ganas. Además, me enseñó las cosas de Dios y a leer bien y me mandó a la escuela nocturna y me pagó estas tetas a los diecisiete. Me quería él, y cogerme me cogían todos. Además, mirá la Virgen que quedó embarazada a los catorce y el Espíritu Santo era mucho más viejo que el padre Julio, mirá qué viejito que está, tiene cara de abuelo ahora. Y esa ropa violeta le queda preciosa». «Sí, Cleo, en eso tenés razón, está hecha una abuelita sexy tu padre Julio».

Había miles de personas en el cementerio de Boulogne. El obispo declaró que la Iglesia no creía en la santidad de «Carlos Guillermo Lobos, alias Cleopatra Lynch», pero que si había sido pecadora también había sido un alma buena y seguramente Dios la acogería en su infinita misericordia. Estaría convencido el cura de estar hecho a imagen y semejanza del creador. No faltó Susana, toda de negro y con velo, estrenando pómulos para la ocasión, que contó el milagro que le había hecho Cleopatra, cuando ella estaba paralizada y salió caminando de la villa un domingo a la mañana. De los miserables de fondo casi nadie habló: nunca supimos si fue miedo o edición. Solo se los vio arrojar flores y flores y flores al cajón y antes de eso robarlas o pedirlas en los jardines de las casas ricas cercanas a la villa y al cementerio.

Después nos contaron y nos mandaron las estampitas con la Virgen Cabeza y Cleo, de rodete y trajecito sastre, con pescados en las manos. Los altares los vimos en la web.