Topadoras y bulldozers
doble trabajo lograron,
not only nos aplastaron:
they also did los cimientos
pa’ los del country privado.
No fue como un tsunami ni como un terremoto ni como un alud. O sí, pero entonces vivíamos como los que viven en tierras en las que se sabe que pueden suceder. Ahí se teme al terremoto, se trata de huir del tsunami y se construyen barricadas contra el alud, pero siempre que suceden sorprenden, nunca se está listo: los heridos o los golpeados sienten antes la sorpresa que el dolor. Porque no se puede estar listo para el desastre; los que están preparados lo evitan, se le sustraen. Quiero decir que nadie está listo, por ejemplo, para un bombardeo; salvo el que puede huir del bombardeo y entonces el bombardeo no sucedió. Les pasó a los otros, al lugar donde antes vivíamos y ahora es escombros y vecinos muertos. Tampoco el condenado a muerte deja de ser sorprendido por la bala ni aunque haya estado horas mirando cómo se formaba el pelotón de fusilamiento y esperando, entonces sí, que un tsunami llegue justo hasta los soldados, que un terremoto abra una grieta y se los trague o que un alud los aplaste. Pero nunca les pasan esas cosas a los pelotones y si los condenados no están atados intentarán atajar las balas con las manos, se taparán la cara como en el cuadro de Goya o se cerrarán sobre sí mismos contra una pared: no estoy haciendo profecías, hace varios siglos que se fusila y la gente se defiende siempre igual.
Es que la de la muerte es una espera imposible: la vida se le resiste hasta el último instante. Y cuando deja de resistirse ya no es vida. Entonces no hay espera, hay lucha y hay sorpresa hasta el final.
No sé cuánto luchamos y dado que perdimos no puedo dejar de concluir que no fue suficiente. Suficiente solo hubiera sido transformarnos en un ejército, pero trocados en fuerza armada hubiéramos dejado de ser lo que éramos: una pequeña multitud alegre.
Resistimos. Logramos que Baltasar Postura matara a la Bestia, el líder de los primeros hostigadores que padecimos. Cuando el auto de la Bestia se hizo mierda en la autopista pensamos que ya estaba, que habíamos ganado y podríamos seguir viviendo en paz, que ya nadie obligaría a los pibes a salir a robar ni a las pibas a prostituirse. Y en cierto sentido tuvimos razón: al jefe de la Bestia ya no le interesaban esos negocios. Nunca le habían interesado especialmente. Él quería construir, era la punta de la ola del tsunami inmobiliario. De algún modo, no es muy difícil adivinar cuál, obtuvo los derechos sobre las tierras. Le debe haber costado bastante caro, porque el Concejo Deliberante en pleno se los otorgó. Y tuvo el visto bueno de Postura, que desde que teníamos las carpas no contaba con los pibes para que le hagan de tropa. A cambio, el Jefe prometió construir un complejo de viviendas sociales en las últimas tierras baldías de La Matanza.
En El Poso había gente viviendo por más de cincuenta años; y eso acredita propiedad, como cualquier familia de estancieros sabe por los cuentos de los abuelos y de los tatarabuelos sobre los orígenes de la fortuna del clan. Quiero decir, se alambraba y con los años y la fuerza eso se volvía un título de propiedad. De todos modos no creo necesario argumentar mucho: había como cinco generaciones de villeros nacidos en la villa; los pobres se reproducen cuando son muy jóvenes. Los chicos más chicos de la villa eran cuarta e incluso quinta generación de villeros. Y estaba el estanque, con las carpas tan proclives a la reproducción pese a todo hacinamiento como sus dueños. Y estaba la Virgen que ya era la Virgen Cabeza, tan villera como su médium, mi amada Cleo.
Empezamos a armarnos un poco más, pero no lo suficiente; jamás imaginamos semejante desmesura. Los vendedores de armas sí que sabían; siguen las noticias y cuando olieron el conflicto aparecieron como si hubieran estado siempre ahí y crecieran del barro, nos ofrecieron hasta morteros. No sé qué hubiera pasado si hubiéramos aceptado. El Jefe movió sus influencias en los medios y empezaron a publicar noticias sobre crímenes cometidos por los pibes. Los hacían otros pibes que arreaban de las villas vecinas, pero para la opinión pública un negro es igual a otro y cuando se rectificaba la información ya era tarde, ya se había instalado la sensación de que éramos unos lobos. Yo empecé a hablar un poco en nombre de todos y al lado de Cleo, se votó así porque yo era de los pocos que tenía cierto dominio sobre el lenguaje y vivía en El Poso.
Estábamos bastante listos, entonces, para que algo sucediera, incluso bastante armados. Pero no éramos un ejército, insisto, hubiera sido dejar de ser nosotros, los libres, los alegres. Estábamos bastante listos, sí, pero no imaginamos nunca la ferocidad de la represión: nos echaron un ejército encima, solo puedo comparar el aparato de infantería que nos mandaron con el Likud en Palestina. Ametralladoras, bulldozers y la decisión de avanzar cueste lo que cueste. A nosotros nos costó ciento ochenta y tres muertos. A ellos, cuarenta y siete. Pero avanzaron igual. Y acá estamos. Nosotras, en Miami, convertidas en estrellas, previa temporada paranoica en mi casa y de duelo en la isla. Wan está en China y solo este año volvió a Argentina. La Colo y el Gallo, en el hogar de Laferrere. Helena en el acuario con su Klein y sus delfines parlanchines. Los ciento ochenta y tres podridos o ya hechos polvo en el cementerio de Boulogne. Los demás, no sé.