20. Cleo: «Vos no estuvistes»

Vos no estuvistes, Qüity. Estuve yo. Tengo que contarlo yo. Te dicto. Anotá bien, porque te estoy diciendo las cosas como fueron. Loca me dijeron muchas veces, desde chiquita, a todas las mariquitas nos dicen locas, y ni hablar de los que hablamos con la Virgen o con algún santo o con Dios mismo: todos se piensan que estamos de la mente, relocos se creen que estamos, no sé por qué, es así, no me puse a pensarlo demasiado, nunca tengo tiempo de pensar demasiado nada, pero no soy loca, nunca me sentí loca a pesar de como vos me hacés aparecer en tu libro, Qüity. Hasta ese día que estás contando, nunca estuve loca.

Sentimos los helicópteros primero que nada; yo no me preocupé, había hablado con la Virgen hacía poquito, me había dicho «cuidaos, hijos míos», pero no le presté atención, creí que era un saludo como cualquiera, todos te decían «cuidate», como te decían «nos vemos» o «chau» allá en la Argentina, en vez de decir «adiós» como dicen acá y como muchas veces dice la Virgen, «adiós», dice ella y a mí me parece bien, porque tiene que ver con Dios decir así.

No le presté atención porque pensaba que nos cuidaba ella y no me preocupaba yo o no tanto, trataba de que los pibes no se droguen y que no nos roben a las nenas para los prostíbulos y que todos usen forros y nada más, pensé que del resto se encargaba ella. Cuando sentimos los helicópteros me dio apenas un poco de miedo, ya nos habían llamado del juzgado para decirnos que desalojemos la villa. Que nos iban a mudar a un barrio precioso, juraron, nos mostraron dibujos y maquetas que nos llevamos para que los chicos jueguen con los autitos y las Barbies. Nosotros les explicamos que no podíamos mudarnos porque en ese barrio tan lindo que querían hacernos en La Matanza no había lugar para el estanque ni para poner a la Virgen, aunque el barrio tenía una capilla dibujada; a nadie le gusta vivir en un lugar que se llama Matanza y a nuestra Virgen tampoco, además de que no le gusta estar encerrada, les explicamos también y estaba el padre Julio ahí que me dijo que no, que yo no sabía nada de la Virgen, que ellos la tenían metida en las iglesias hacía más de mil años, desde que habían empezado a adorarla a ella también, ¿vos sabías que antes no le daban pelota a la Virgen, Qüity? Y que ellos nunca habían recibido quejas, al revés, que la Virgen se les plantaba cada tanto en algún lado y pedía que le hicieran una iglesia como había pasado en Luján, que en 1630 llevaban una estatuita de ella igual a la que ahora hay en Luján y en las estampitas y en todas partes hasta en los patrulleros porque, ay, Qüity, es la Patrona de la Policía también. Yo a veces pienso que ellos le habían rezado más que nosotros la noche de antes de la masacre y por eso ella no nos avisó, pero ella dice que no, que no sabía y jura y jura y una vez me lloró y todo porque no le creía, no sé, debe ser verdad, no puede mentir la Virgen María, me parece a mí. La llevaban en la carreta y la carreta no se movía aunque le habían puesto una yunta de mil bueyes, que a las carretas les tiran más que mil pelos de concha, Qüity, y la descargaron a la carreta porque pensaban que debía estar demasiado cargada pero no arrancaba igual y entonces la bajaron a la Virgen, que era una estatua chiquitita, y la carreta arrancó y la subieron y se quedó atrancada otra vez y lo hicieron todo mil veces y pasó siempre lo mismo, entonces se dieron cuenta de que a la Virgen se le daba la gana de quedarse ahí y se la llevaron a la casa de un estanciero vecino. Y ahí ella se dejó llevar.

La llamaban «la Virgen estanciera» y «la patroncita morena» también, que es parecido a como le dicen a la nuestra, «la Virgen Cabeza», por nosotros, que éramos todos cabecitas como nos decían las viejas chetas del barrio, pero a la Virgen de Luján en esa época le decían morena, para mí que por el negro Manuel, porque los estancieros en esa época tenían a los negros amontonados adentro de las casas, no como nos tenían a nosotros, Qüity, al lado de las casas pero afuera, amontonados en las villas. El negro Manuel, te decía, estaba ahí cuando era chiquito y se enamoró de la Virgen y entonces los patrones lo dejaron que la cuide y toda la vida se la pasó el negro cuidándola. A la Virgen le gustamos los negros, Qüity, y las negras también le gustamos y las negras travestis para mí que le gustamos el doble.

Bueno, me contó toda esa historia el padre Julio y yo le dije que le iba a preguntar a la Virgen, pero que nuestro estanque había sido tan idea de ella como la basílica de Luján y que él mismo me estaba explicando lo terca que podía ser la Virgen, que así que por qué se pensaba que ahora sí iba a querer mudarse, le pregunté. El padre Julio insistió, me dijo que iba a ser por nuestro bien y que si hablábamos con los arquitectos seguro que encontraban una forma de hacer un estanque. Yo no le hice caso, no entendí, eso de que sería por nuestro bien me parece ahora que era una amenaza, pero los curas son casi siempre muy diplomáticos y hay que estar en el ambiente de ellos para entender bien cuándo amenazan y cuándo aconsejan, aunque la verdad no sé si hay alguna diferencia. Yo en el ambiente del padre Julio había estado bastante, incluso en el dormitorio de Julio estuve, entre sus propias sábanas que él rociaba con agua bendita, igual no le entendí un carajo la amenaza ese día, pensé que si era muy grave la Virgen me lo iba a decir y nos fuimos todos contentos, bueno, todos no, yo me fui contenta, vos estabas preocupada y los pibes se pusieron blancos cuando les contamos, pero después alguien prendió la música y nos olvidamos todos.

Además los trámites en la Argentina siempre tardan mucho, a quién se le iba a ocurrir que la justicia iba a ser rápida si nosotros teníamos un montón de amigos presos por las dudas que esperaban cuatro o cinco años para que les hicieran el juicio.

Así que cuando sentí los helicópteros pensé que no podía ser y ni salí del rancho a mirarlos; justo estaba limpiando y no quería interrumpir porque si no no limpiaba más y estaba todo hecho una mugre asquerosa. Los pibes sí miraron para arriba y vieron todo azul oscuro y antes de venir a avisarme para que le rece a la Virgen desenterraron los revólveres y todas las armas que tenían escondidas desde que Santa María había llegado a la villa. Después me avisaron.

Ernesto vino y cuando le pregunté por qué habían tardado tanto me miró duro y me dijo que para que no les hinchara las pelotas con boludeces, que se nos estaban viniendo encima por tierra y por aire y que teníamos que defendernos y que no era momento de hacer una ronda de oración, que yo rece todo lo que quiera, que ya habían hablado con unos canas que les ordenaron desalojar la villa y que ellos les habían dicho que no y que los canas entonces les ordenaron que salgan las mujeres y los niños, y las mujeres les dijeron que ni en pedo y que ahí los canas agarraron y les dijeron que iban a entrar ellos y nos iban a sacar a todos igual.

Agarré a Kevin de la mano y me lo llevé al estanque a rezarle a la Virgen y recé muy fuerte, un poco asustada porque me pareció que los nuestros habían perdido la fe y eso siempre te lo hacen pagar el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y la Santa Madre, Qüity, así que recé fuertísimo y Kevin también rezó, pero ella no nos contestó y cuando escuché el estruendo del muro cayéndose, era un ruido como de demolición, mi amor, de cascotazos y chapas rechinando, y después el ruido de las balas y el de los que gritaban y lloraban porque estaban heridos o porque les habían matado un pariente o un amigo, ahí creí que estaba loca. Por primera vez en mi vida tuve una crisis de fe.

De golpe me sentí sola y me vi hablando sola con un pedazo de cemento mientras el mundo se venía abajo y nada ni nadie nos protegía más que nosotros mismos. Así que lo agarré a Kevin otra vez y me fui para las barricadas que habían hecho los pibes y las pibas con los cascotes y con las chapas y con los pedazos de las macetas de los malvones que habíamos puesto en los techos. Cuando me acuerdo parece todo reloco, teníamos barricadas con flores, mi amor, como si en vez de un montón de negros furiosos fuéramos un montón de hippies dementes. En las barricadas me sentí más acompañada pero había una soledad tremenda en todo, era como cuando se murió mi mamá cuando era un nene, Qüity, no estaban Dios ni la Virgen en el mundo, nada más yo y mis hermanitos y la bestia de mi padre policía. Así que yo también tiré con macetas, con cascotes, con fierros y les tiré también con un fusil AK-47 que me pasaron los pibes cuando vieron que yo también estaba peleando. Todos sabían que yo tengo muy buena puntería, Qüity, me entrenó mi papá, cuando yo era muy chiquito, desde los cinco años me pasé todos los domingos tirando al blanco en un potrero en vez de ir a misa.

A Kevin lo tenía agarrado de la mano todo el tiempo, hasta cuando apuntaba, acurrucadito contra la parte de abajo de la barricada lo tenía, te lo juro, pero le dieron en la cabeza al que tenía al lado, era Jonás, y yo largué todo, el fusil y la mano de Kevin, para agarrarle a Jonás el pedazo de cabeza que le había quedado, fue un instante y me parece que ahí Kevin vio a Pototo, ese muñeco pelado que le encantaba, tirado en el barro, y salió corriendo y yo justo me di vuelta, como si hubiera sabido, y lo vi atravesando el campo de batalla y vi la bala que a él también le entró en la cabeza cuando ya estaba a menos de un metro del cocinero pelado, su Pototo, y alcanzó a estirar la manito para agarrarlo cuando ya tenía la bala adentro y se moría, pobrecito, Qüity, y yo corrí hasta él para abrazarlo y que no esté solo, yo, más sola que nunca, sin Virgen ni Dios ni una mierda y un macetazo me dio a mí también en la cabeza y me desmayé sola y loca y desesperada y creí que eso era el mundo.

Después del macetazo no sé qué pasó: me acuerdo recién a los dos días, aparecí caminando como una zombie con la cabeza de la Virgen en una bolsa de Coto y hablando sola en Grand Bourg. Una travestí que se iba a laburar me reconoció y me llevó a su rancho y se quedó conmigo. Nos quedamos muchas horas charlando alrededor de la fogata que tenía en la puerta del rancho, hacía mucho frío, y de a poquito me fui acordando y lloré y lloré y lloré a los gritos y la putié a la Virgen a los gritos, le dije las cosas más horribles que se me ocurrieron, «mosquita muerta» fue la más suavecita, después le terminé diciendo cosas peores, «conchuda», le dije, «traidora puta hija de puta», le dije, «forra violada por una paloma, sometida, cómplice del hijo de puta de Dios». De todo le dije y no pasó nada, ni noticias de la Virgen, no apareció y yo me quedé convencida de que había sido todo un delirio mío, de que no había Virgen ni Dios ni un carajo y entonces lo único que quedaba era este cuerpo mío, y como decís vos, Qüity, el cuerpo de los muertos haciéndose gusanos y tierra y fotosíntesis y mierda y nada.