17. Qüity: «Estuvimos el tiempo suficiente»

Estuvimos el tiempo suficiente para que ir a darles de comer a las carpas se hiciera un ritual. No sé de dónde sacaron la costumbre, pero nuestro estanque de icticultura se había transformado en la Fontana de Trevi para los pibes, nunca salían a trabajar sin antes ponerse de espaldas al estanque. Agarraban los rosarios con una mano y con la otra tiraban monedas para volver. En ese momento no tenía tiempo de detenerme en pareceres: las palabras, las imágenes, todo se me consumía y no quedaba resto que salvar. Entonces no me detenía, pero se nos hizo costumbre, esos pibes saludando a los peces y a la Virgen fueron el punto quieto de nuestro vértigo, ellos, los que siempre iban a morir. Lo hacían con gravedad, serios, aunque estuvieran descerebrados de paco y aunque vinieran de una gira de tres días sin dormir. Se concentraban, las caritas desquiciadas se componían, los músculos desencajados armonizaban, el deseo de seguir viviendo y la creencia de que ese pedazo de cemento pintado de madonna podía ayudarlos era lo único capaz de reunir el amasijo de nervios, emociones y pensamientos sueltos que era la vida de los pibes. Vistos de a uno, fuera de la masa de morochitos que fabrican los medios, eran todos hermosos en su furia, como Aquiles cuando en la muerte de su amigo ya no resiste y se entrega a la ira, cede al destino. Ah, la furia chorra de los pibes chorros.

Cleo estaba acostumbrada, es una de ellos; lejos de conmoverse, los puteó: «Pero escuchenmén, pelotudos, ¿nos quieren cagar matando todas las carpas a monedazos?, ¿no se les ocurre nada mejor que hacer con las monedas?». Se les ocurrió ir al Parque Japonés a comprar bolsitas de comida. Causaron alarma en la comunidad nipona que levantaba la vista de los cuenquitos de té, largaba los palitos y se ponía los zapatos cada vez que aparecía en su parque la banda de adolescentes flacos con zapatillas y armas que les quedaban grandes. Pensarían en niños de Mishima vestidos con ropas de sus padres.

Helena Klein apareció de golpe. El Torito había ido a laburar: cuando liberan zonas tenían que ir todos, el taquero en persona tomaba lista. Y todos iban, sin dejar nunca de pasar antes por el estanque para tirarles comida de espaldas a las carpas y a pedirle de frente a la Virgen que los cuide, que no sean ellos los que pierdan esa noche. Porque alguno iba a perder, la cana tiene que justificar sus honorarios fijos. Del botín, los pibes se quedaban con el treinta por ciento. Y corrían con los gastos funerarios. Acá tengo los mejores tés de todos los países y teteras chinas. Me hice coleccionista. Mi hijita no entiende que no puede jugar con ellas, no entiende que me sostengo en esos pequeños placeres egoístas. A ella la sostienen su furia y su alegría. Es una mujer con confianza esta nenita. La alegría y la confianza se las debe a su otra madre, a la loca de Cleopatra, que sigue hablando con la Virgen, ahora por las playas de Key Biscayne.

Helena, la pelirroja, apareció de la mano del Torito después de una de esas noches, el Torito había querido asaltarla y no pudo, ella se enamoró «a primera vista» y le dijo «qué hacés, pelotudo», él le explicó y le afanaron juntos unas joyas a la madre y la señora de Alvear sospechó un poco cuando le vio los aros de la abuela a la mujer del comisario en la Catedral un domingo y el comisario le vio la mirada y le dijo que los había comprado en la calle Libertad, «vio qué hermosos» y la señora de Alvear «que sí, que son lindos y son míos además». Allanaron el boliche de unos bolivianos joyeros, el comisario tuvo un ascenso, la señora recuperó sus aros y los bolivianos volvieron a Bolivia. Helena apareció, entonces, y nos dijo que ella sabía de peces, que su padre le había construido un acuario cuando ella tenía cinco años y que poquito después el padre se suicidó, Helena está convencida de que fue culpa de su madre y su familia católica, y se dedicó a sus peces hasta tener uno de los acuarios privados más espectaculares de Sudamérica. Es oceanógrafa, «hay muchas formas de tener un padre», dijo y sin ninguna otra explicación se fue quedando. A su madre, la señora de Alvear, antes viuda de Klein, la tranquilizó un poco que la nena anduviera por la villa ayudando a los pobres al amparo de la Virgen: si bien no ponía las distancias que corresponden con esa gente, seguramente una falta de discriminación propia del idealismo adolescente, pensó, era mejor que hiciera eso; en última instancia era caridad, lo que después de todo habían hecho de un modo u otro todas las mujeres de la familia desde que los hombres se decidieron a servir para algo y alambraron y empezaron a juntar dinero. Buena falta les había hecho antes de que la familia se hiciera un apellido, antes de América. El Torito era medio inca, bruñido, lustroso, tenía un cuello potente, de animal joven, por eso se ganó el sobrenombre, Eusebio creo que se llamaba el Torito y se hizo también costumbre, naturaleza de las cosas era verla a la pelirroja, Helena, montándolo en cualquier parte. «Decid a mi padre que Europa ha abandonado su tierra en la grupa de un toro, mi raptor, mi marinero, mi compañero de cama. Entregad, por favor, este collar a mi madre», recitaba cada vez que la veía trepada al Torito, ese inca pobre que devenía Zeus entre las piernas mágicas de su Helena.

Trabaja acá nomás Helena, estudia el lenguaje de los delfines, «lenguaje, lenguaje no es, chistes no hacen», aclara, en el acuario universitario, más grande que el de su infancia. Al Torito lo pudo rescatar después del desastre, solo tuvo que amenazar a su familia y coimear a un juez para traerlo a Miami, pero ya estaba hecho mierda el Torito, «con tanto amigo muerto la vida me hace daño», dijo un domingo y el miércoles lo encontramos desteñido y opaco con una sevillana clavada en la garganta. Helena se casó con un biólogo brillante también apellidado Klein, para ser Klein Klein, dijo, en el nombre del padre y se fue a pasar la luna de miel a Israel, estaba «acostumbrada a andar cogiendo entre milicos y contra una muralla», dijo también.

Fue acá en Fort Lauderdale donde le compusimos estos versos al Torito. Podemos incluirlos en el libro porque no son parte de la ópera cumbia. Cleopatra los recitó en su velorio, más triste que un viernes santo:

Dale la mano al fatigado ingenio

Amor, y al frágil y cansado estilo,

para cantar a aquella que se ha vuelto

inmortal ciudadana de los cielos

¿inmortal y ciudadana?

¿era Evita la finada?,

¿la poesía es de Perón?

¿of the first trabajador?

No, de Petrarca y era

al aura, al laurel.

A su Laura in the vergel

le cantaba azul un ala,

I love you y ajerejé,

al compás de una vigüela

ahí se ponía a remembrear

ella era onda la Gioconda

and she was, ella re-was

y no solo como Troya.

Vengo a cantarle a Magoya

qué pasó con el Torito:

lo encontramos de chiquito

en el medio de la villa

y fue for ever and ever

que se quedó en la familia.

De gauchos guachos rellena

está la pampa asesina:

nobody que los proteja

y without dog que los ladre

andan las guaguas sin padre

como anduvieron before

los babies de Agamenón:

¿Cómo podré dirigir

las plegarias to my father?

¿Diré que vengo acaso

a ofrecerlas al esposo

en el nombre de la Virgen,

lo que es decir de mi madre?

Eran otras orfandades

las de los crazys atridas

para el Torito la vida

from beginning to the end

fue siempre una res jodida

y lo hicieron fenecer

en un cayo de Florida.

El puto american dream,

fue la muerte para él:

le cortaron la garganta

a refalosa y tin tin.

El forense de latinos

de la Miami Police

pensó en un psycho-argentino:

diz que le oyeron decir

que es costumbre nacional

esa forma de matar

y que tenemos un baile,

que danzan hasta los frailes,

the dance of la refalosa,

y la cantamos así:

«abajito de la oreja,

con un puñal bien templao

que se llama el quitapenas,

le atravesamos las venas

del pescuezo.

¿Y qué se le hace con eso?

larga sangre que es un gusto,

y del susto

entra a revolver los ojos».

Ese fucking policía

doesn’t know romancería:

si supiera él pensaría

que el killer was español

o judío sefaradí,

un chileno o un mexicano,

ellos cantaban así:

«Por regalo de mi vuelta

te he de dar rico vestir,

vestido de fina grana

forrado de carmesí,

y gargantilla encarnada

como en damas nunca vi;

gargantilla de mi espada,

que tu cuello va a ceñir».

¿Y el Torito se fue al cielo

con la Laura de Petrarca?

Se fue, seguro que sí

Pero el check-in fue un desastre

porque alguien lo degolló

para verlo refalar

¡en la sangre!

hasta que le dio un calambre

y se cayó a patalear.

Después fue fiambre:

¡Oh limitada jornada,

oh frágil naturaleza!

Hoy is born la tierna flor

y hoy mismo her way termina;

todo a la muerte se enfila,

va a parar al asador

cada bicho que camina.

Acá yerto el matador,

acá está el amigo muerto

acá el cuerpo ceniciento

como restos de un almuerzo.

Nos venía a visitar

con latitas de caviar

que afanaba en Recoleta,

todo el día con champán

pagado por ladys chetas

que colgaban con pasión

de su hot neck de animal

que ahora yace fileteado

en la morgue judicial:

la muerte es siempre temprana

y no perdona a ninguno.

Dice Cleopatra que dice

la que aplastó a Satanás

que igual se murió el Bautista

y toda una larga lista

diz que elegidos del Lord

y creemos que al señor

le da por sacar de villas

a los que quiere llevar

a gozar sus maravillas.

Suelen decir nuestros niños,

desde la más tierna edá:

we that are young

shall never see so much

nor live so long.

Aunque atemos a la suerte,

No nos salva ni el destierro,

es super fast nuestra muerte:

nadie llega a los cincuenta

siempre hay bala o puñalada

transformándonos en tierra,

humo, polvo, sombra, nada.