10. Cleo: «… empezó el agua»

Ese día empezó el agua, mi amor, ¡cómo nos hicimos la Venecia en la villa, vida!, qué lindo era el barrial, pero eso fue después y yo quiero ser ordenada y no irme por las ramas como vos que parece que más que contar una historia estuvieras contando un árbol. Te vas por las ramas, Qüity, encima te saltás partes: lo único que importa acá es que la historia nuestra empezó cuando la Virgen me dijo que teníamos que ser piscicultores como los apóstoles. ¡Qué diva, Susana! La Virgen le había hecho el milagro y ella ya tenía el titular para la prensa, aullaba la loca, parecía una gerontobarbie ambulancia, interrumpió mi charla con la madre celestial, me acuerdo de que me calenté por los gritos pero el Ernestito, que yo lo había bautizado, «desde hoy te vas a llamar el Gallo y con tu cresta nos vas a cuidar el gallinero», me dijo que Susy se había ido jurando que me iba a llevar a trabajar a la televisión.

Yo me olvidé de todo y la niña que fui resucitó de felicidad, veía que estaban todos mirándome calladitos y entonces el Ernestito me volvió a hablar, me dijo: «¿Y?», «¡Y, que voy a ser una estrella, Gallito lindo!», le dije sonriendo con todos mis dientes como sonrío ahora solamente que ahora sonrío mejor por los implantes blanquísimos que tengo y fue la Colorada la que me dijo: «No, boluda, qué te dijo la Virgen queremos saber» y ahí me largué a hablar, ponelo esto, que es la explicación de la Virgen, no cualquier pelotudez que se te ocurre: que usemos el potrero para hacer icticultura, había dicho. Que es como la agricultura pero con pescados. Hace mucho que se hace, como quinientos años antes de que ella nazca, como cuatrocientos ochenta y cinco antes de que tenga a Jesús. Que no me crea que por ser Virgen se la llevó de arriba, que parir parió con dolor como cualquiera, algo así como cagar una sandía dice que fue. Pobrecita ella, tan buena que es, pero lo dice la Biblia, ¿no? Y todo tenía que ser como estaba escrito, me explicó. Me regaló la Biblia para que la lea. Es larguísima. Le pregunté si no me la podía meter en la cabeza de otra manera, ella que hace tantos milagros por todos lados, pero no, dice que hay que trabajar para que Dios vea nuestro esfuerzo y nos recompense. Me acuerdo de que gritaba yo: «Y ni empecé y ya me está recompensando, ¡a trabajar en la tele!, dicen que engorda, ¿voy a parecer una ballena?». Lo de la ballena le hizo acordar a la Colorada de los pescados, así que me interrumpió: «Cleo, ¿y la icticultura?». Y su marido, el Ernestito, que se había tomado en serio eso de ser el Gallo y quería poner orden, agregó: «Rescatate, Cleo, queremos saber lo de los pescados». Me acuerdo de que me enojé y los putié, dije algo como «qué egoístas de mierda que son a veces pero los quiero, bueno, lo de la icticultura como sembrar pescados es. No me miren con esa cara, a los pescados los metés en el agua, les tirás comida y ellos se reproducen. Lo que tenemos que hacer es un estanque acá en el potrero; resulta que se inunda porque la tierra es muy arcillosa, puro barro es, ¿vieron? Y eso quiere decir que puede retener el agua. Y que el agua la podemos sacar de abajo, que están las napas, que les pregunte a las señoras de la Espuela que tuvieron que sacar los playrooms de los sótanos porque les subía el agua, dice la Virgen que a ella le rezaron un montón pidiéndole que no se les inunde más». Y ahí entró la señora De Alagarquetea, ¿te acordás de esa vieja, Qüity?, dando fe de mis palabras: «Es la pura verdad, querida, una vergüenza; a mi marido se le arruinó un billar que había traído su chozno, el tata Marcelito T. de Alvear, hace doscientos años de París. Imaginate qué pérdida. Por suerte la espada de mi chozno, Justo José de Urquiza, la que usó en Caseros para vencer al tirano, la tenía en mi escritorio porque si se arruinaba me muero, ¡una reliquia del heroísmo argentino! ¡Un pedazo de historia! Eso para que vean que ustedes no son los únicos que se inundan, el agua nos afecta a todos por igual. Mi marido tiene una empresa constructora, es ingeniero él, si le digo que es cosa de la Virgen seguro que nos ayuda a construir el estanque. ¿Qué peces tenemos que cultivar, querida?».

«Querida», le dije yo también, «es verdad que el agua nos inunda a todos, pero vos te tenés que dar cuenta de que no es lo mismo perder una mesa del tatarabuelo que al abuelo abajo del agua, son diferentes clases de antigüedades, ¿entendés?». Puso cara de que entendía que había alguna diferencia, así que seguí: «De esos que hay en el Parque Japonés, dice que criemos, ¿cómo se llamaban?, ¿rayas?, ¿arpas?, ¿parcas?, ¡carpas! Sí, son preciosas, todas naranjitas y rojas, con manchas blancas me parece, no me acuerdo muy bien, ¿vos te acordás, Ernestito? Cuando éramos pendejos saltábamos el paredón y nos metíamos en el parque y les dábamos de comer, cualquier porquería comen, lo que comíamos nosotros les tirábamos, pancho, choripán, y se lo comían con chimichurri y todo. Si ponías la mano en el agua te chupaban los dedos». «Claro que nos acordamos, Cleo, pero ¿por qué carpas?, ¿te dijo la Virgen?», preguntó Ernestito. «Son tan hinchapelotas. Qué sé yo por qué carpas, son unos pescados lindos, ¿qué mierda quieren, que cultivemos delfines acá en el medio del potrero? La Virgen dijo carpas, ni tiburones ni ballenas, déjensen de joder. No se le puede cuestionar a la Santa Madre cada palabra que dice».