El escultor no se incorporó hasta que no dejó de sangrar.
—Hemos bebido demasiado y demasiado aprisa —dijo respirando con dificultad.
—Descansa un poco. Prepararé café.
Mientras calentaba agua, Dax le oyó pasar las páginas del periódico.
—¿Has leído esto? —preguntó Fagen desde la cama.
—¿El qué?
—La noticia del asesinato de esa actriz.
—Sí. Me llamó la atención. Un crimen muy extraño.
—Ya lo creo —asintió el artista. Su voz tomada arrastraba un deje etílico, pero se estaba recuperando de la conmoción—. Presenta elementos teatrales, como esa flor, esa orquídea negra, obsequio de un admirador anónimo… Una observación: las orquídeas negras no existen. Son un mito, un producto de invernadero… Supongo que la policía andará investigando el crimen, si es que lo fue.
Dax enjuagó un par de tazas en el fregadero y sirvió el café.
—No será en esta isla donde nos enteremos. Desde que he llegado, me está provocando claustrofobia. Hacía mucho tiempo que no sufría tal sensación de aislamiento… ¿Cómo aguantas tú?
Fagen probó a levantarse. Se palpó la cabeza. No tenía nada roto.
—Voy a Valverde una noche de cada dos. He descubierto un bar donde sirven un licor de plátano que te deja prácticamente ciego. Con un peta de grifa el vuelo nocturno está garantizado. De madrugada resulta una aventura regresar en moto.
—¿No tienes coche?
—Con estas carreteras, la moto es más práctica. En cuanto me tome ese café que estás preparando me sentiré en condiciones de cogerla, sentarte atrás y mostrarte mis garitos predilectos: el bar de Ferry y el Barlovento. Trasegaremos a gusto y volveremos haciendo eses por las carreteras de la isla. No hay nada más divertido.
Dax decidió plantarse.
—Ve tú.
—¿No me acompañas?
El vulcanólogo se dirigió a la mesa y encendió su ordenador portátil.
—Tengo trabajo.
Fagen consiguió levantarse. Se dirigió a la encimera donde descansaba la taza de café y se la bebió sin respirar. Debió abrasarse, pero no lo aparentó. Dejó la taza en el fregadero y se dirigió hacia la puerta con paso inseguro.
—Adiós, Dax. Siento que no me acompañes.
—No deberías coger esa moto.
Fagen destinó a su vecino una paródica reverencia, cerró la puerta y se dirigió a su barracón. Afuera había dejado de llover, pero la atmósfera seguía siendo blanda y pesada.
Durante un rato, Dax oyó canturrear a su vecino. Después, el motor de una motocicleta se puso en marcha y su petardeo se fue alejando en la distancia.