Desconfía de este hombre, Nathalie. Le he incitado a elegirte porque eres la persona que necesito, pero no respondo de él. Por mucho que yo sea su obsesión, no consigo saber si desea o no mi bien, y su concepción del bien tal vez sea para mí el más enojoso de los males.

Le gusta el poder sobre los seres. Lo sabe todo de ti, o casi y por consiguiente te manipulará. Me ha gustado mucho el modo como le has plantado cara. Sin embargo, parece convencido de que vas a aceptar y a realizar la misión que ha venido a proponerte. Quisiera compartir su confianza. Pero aún no existo lo bastante para ti; no te anima reserva mental alguna, no te soy de ninguna utilidad y, por lo tanto, no tengo posibilidad de ejercer sobre ti influencia alguna: eres libre.

Si al menos tu perro estuviera vivo aún… El ordenador es un medio de expresión práctico, más sencillo de controlar que una mesa, un vaso o los movimientos de una mano, traduce mi energía pero transmite tan mal mis emociones, influye tan poco en los pensamientos… Percibo tu rechazo, tus prejuicios, tus defensas. El instinto de tu perro es el único fenómeno irracional que nunca has admitido sin experimentar un sentimiento de agresión. Cuando tu madre te decía que sabía, a varios kilómetros de distancia y fueran cuales fuesen tus horarios, el momento preciso en el que decidías regresar a tu casa, y que se dirigía enseguida al vestíbulo para aguardarte, te sentías halagada, amada, importante. Hoy tu casa está vacía, lo inexplicable ha perdido su derecho de ciudadanía. Estás sola y dos más dos son cuatro.

Deja que tome poco a poco cuerpo en un rincón de cu espíritu, pequeña Nathalie, mientras examinas los ojos de esas personas: consérvame con ocultas palabras en este reducto de memoria y amor donde tu perro sigue esperándote. Me gustaría hacerme familiar. Permanecer aún un poco en ti, conocernos mejor… Pero estás demasiado acaparada por tus consultas, bien lo advierto. Te concentras en tus pacientes, tu perro se esfuma y me disuelve.

Tengo que regresar al lugar del que nunca he salido realmente, donde me retienen sin cesar el fervor y la esperanza de millones de desconocidos. Ven a verme, Nathalie. Te espero, te llamo, te necesito.