En el silencio nocturno de los barrios altos de Can Fanga empezó a sonar un estridente politono:
La gallina ha dit que no.
Visca la revolució…
—Qué hay —contestó sobresaltado el President, que a las seis y media de la mañana solía dormir.
—Andreu, soy yo —contestó la voz del Conseller de Presidéncia.
—Qué collons passa, ara…
—Malas noticias… Un comando de Innombrables ha robado el Reconector…
El President se incorporó, puso los pies en el suelo y buscó el interruptor de la lamparita antes de preguntar.
—¿Qué…?
—Me acaba de llamar el Cap dels Mossos… En Calabella, esta madrugada…, han estrellado una furgoneta contra la puerta de la escuela donde lo teníamos y se lo han llevado…
—No puede ser: dime que estoy soñando y eres un cony de pesadilla: esto lo estoy oyendo porque me han sentado mal los mejillones de la cena…
—Espera a ver las noticias: a los periódicos no les ha dado tiempo de incluir la información antes de cerrar, pero las televisiones van a sacarlo ya, me lo ha confirmado el jefe de prensa dels Mossos.
Al President, aunque la magnitud de la noticia había conseguido despejarlo ipso facto, le costó un poco no perder la calma y ordenar sus ideas:
—Pero las televisiones no saben que existe el Reconector, luego no pueden saber que lo han robado, ¿no?, dime que al menos eso no lo saben…
Al Conseller también le costó un poco hacerse la composición de lugar.
—No, claro… Eso sólo lo sabemos tú, yo, y el Cap dels Mossos… Lo único que saben los periodistas es que los Innombrables han asaltado una academia de idiomas en Calabella… Uf escolti, pues tienes razón…, por un momento me había acollonit.
—Pues ya puedes seguir acollonit, pedazo de capsigrany: también lo saben los Innombrables, y además tienen la prueba palpable, y eso significa que estamos en sus manos.
—¿Tú crees que nos van a perjudicar?, ¿los vascos?
—Tú fíate de los vascos… ¿No ves que son los que más rabia nos tienen, porque siempre nos dan más estrellas Michelin que a ellos? Éstos son capaces de irse a Madrit con el Reconector y dejarlo caer a la puerta de un Ministerio sólo para tocarnos els collons.
Otro teléfono sonaba en Madriz a las seis y cuarenta minutos de la madrugada:
Bailando
me paso el día bailando
y los vecinos mientras tanto
no paran de molestaaar…
El politono correspondía a las llamadas de urgencia moderada y el Presidente Paquito, que había pasado muy mala noche por culpa de las migas que se había visto obligado a comer en Calatayud, se hallaba tan profundamente dormido que no se despertó ni siquiera cuando el volumen llegó al máximo:
… muevo la tibia y el peroné
muevo la cabeza
muevo el esternón
muevo la cadera siempre que tengo ocasión…
La Primera Dama tuvo que darle varios codazos al Presidente para que éste empezara a manotear tratando de acallar aquel escándalo popero.
Dos minutos más tarde escuchó el «Qué hay de nué, qué hay de nué, qué hay de nuevo, amigos» que anunciaba que había recibido un mensaje de texto. Después, pudo seguir durmiendo.
Sobre las seis y veinte, el alma piadosa de la Mamagayo, como por mal nombre era conocida la veterana encargada del 5ª Avenida, pidió por teléfono un taxi para Corrales, quien, aun habiendo dormido una buena media hora apoyado en el acolchado de sky de la barra, no parecía encontrarse en condiciones de atravesar por su propio pie el centro de Calabella hasta su casa.
Eso le dio oportunidad al cabo de la benemérita de oír el avance de noticias de las seis y media en la radio del taxi.
La emisora sintonizada era en castellano y de ámbito estatal:
«Radio Nacional de Pana: Informativos de la mañana: TINTIRINTINTINTIN. El secretario general del Partido Español por Excelencia, Pepe Luis Fernández Plancha, califica de ridículas e inoperantes las medidas tomadas por el Ministro Pachorra del Cuajo…
TINTINTIN. Una célula activa de Innombrables asalta de madrugada una academia de idiomas en la localidad ampurdanesa de Calabella…».
Corrales emergió de su nebulosa espesa y gris para aguzar el oído:
—Sube un poco el volumen, Genaro, haz el favor —le dijo al taxista, que conocía a Corrales desde hacía treinta años y lo había acompañado a casa desde el 5ª Avenida en no menos de otras tantas ocasiones.
«TINTIRINTINTINTIN. Deportes: El tenista Benito Bola de Set gana por decimosexta vez consecutiva el Open de Calahorra…
TINTINTIN. El representante del flamante fichaje del Futbol Club Can Fanga Ricardinho anuncia una lesión que le impedirá jugar los partidos de pretemporada…».
—¿Estoy todavía borracho, o han dicho algo de Calabella? —preguntó Corrales.
—Me ca’, Corrales, ¿que no t’has enterau de las explosiones o qué? —dijo Genaro, que era oriundo de Pocillos de Albarracín, en esa provincia que también existe.
—Si es que me comí anoche unas angulas que debían d’estar malas y m’he puesto fatal…
Fue entonces cuando Genaro, que no sólo había escuchado los estruendos de la madrugada sino que había tenido oportunidad de charlar de buena mañana con los Mossos y la Policía Local —ambos cuerpos frecuentaban el mismo bar que los taxistas, cerca del mercado de abastos—, le detalló a Corrales el episodio protagonizado por el komando de IKEA.
Y Corrales, siempre fiel a su principio de ir a la esencia de las cosas, se quedó con dos conceptos básicos.
Primero: era una notable casualidad que los Innombrables asaltaran justamente la misma academia de idiomas que el Maestro —y él mismo— estaban a punto de investigar a propósito de una serie de muertes misteriosas —aunque, por otro lado, fácilmente explicables por picadura de medusa—. Y segundo: era también una notable casualidad que uno de los coches utilizados para el asalto fuera un Porsche blanco con matrícula andorrana, lo cual le daría sin duda un disgusto a cierta dama de muy buen ver.
Ciertamente el Maestro Sakamura había hecho voto de castidad a los 16 años. Y se había ceñido a él hasta sus 68 que parecían 57. Pero dado que el zen, sin duda debido a la influencia recibida del Tao, es poco dado a los excesos —tanto en la observación de las reglas como en su trasgresión licenciosa—, se permitió un breve periodo de suspensión de la abstinencia entre los 23 y los 24 años.
Por aquellos tiempos, el joven monje budista, diestro en toda clase de saberes ancestrales, fue enviado a una escuela de geishas de Sapporo a fin de iniciar a las mejores alumnas en el sublime arte del tiro al arco, así como en otras avanzadas disciplinas de inspiración zen.
Y hete aquí que las muchachas, ya muy avezadas en otros refinamientos requeridos por su distinguida condición, se mostraron ansiosas de completar su formación en tan elevados rendimientos del espíritu. Así, durante quince meses, el joven monje les enseñó a las geishas todo lo necesario para convertirlas en expertas en meditación, contemplación y tiro al arco, y a cambio las geishas, encantadas, le enseñaron al joven y apuesto monje lo que era canela fina.
Quizá esta remota peripecia sirva para explicar por qué, a las seis y media de aquella mañana de julio, la Agente 69 se hallaba durmiendo a pierna suelta, en diagonal sobre la cama, extenuada, derrengada, exhausta y perdiendo un fino hilillo de baba entre ronquido y ronquido, mientras que el inspector Sakamura, ya vestido, meditado y contemplado, había salido al balcón de aquella misma habitación del hotel Marina Brava para practicar su artes de combate:
—Útuuuuu, assaaaaaa, ishoooooo…
—Válgame el loro, de los payorangers… —exclamó la gitana que vendía ajos en el mercado, paralizada por el grito cuando se dirigía al puesto caminando por la avenida con sus ristras al hombro.
Pero, en el dulcísimo sueño de Jazmín, aquellos alaridos se trocaban, como por encanto, en epifanía de escogido elenco de voces blancas.
—Úpaaaaaa, úpaaaaaa, úpaaaaaa…
Y así su despertar fue indeciblemente deleitoso: un suave nacimiento a la mañana de verano, que ya olía a salitre de mar templado, a milagros de nácar sobre la arena caliente y chorros frescos de crema solar.
—Nisiiii, nisüüiyaaa… Óuuu, yóuuu, utaishoooo?
Mientras Jazmín bostezaba y se estiraba trazando con su cuerpo una X que ocupaba toda la cama, el inspector Sakamura volvía del balcón dispuesto a humedecer su vieja bayeta para fregar el suelo de la habitación.
—Ah, ji, ji, mucho perdón —exclamó, volviéndose de espaldas para preservar el pudor de la ninfa, al tiempo que su rostro se ponía un poco Gouda.
La ninfa, con el pudor todavía núbil de quien, tras haberlo entregado todo, se retira a un rincón para no dar nada, se envolvió en la sábana bajera hasta componer un crépe suzette alrededor de sus virtudes.
En eso sonó la puerta de la habitación, toc, toc, y de inmediato se produjo un lío de miradas cruzadas entre la ninfa, el inspector y la puerta de la habitación.
—¡Tú habla! —dijo el inspector dirigiéndose a la puerta, mientras la ninfa se metía en el baño dando pasitos cortos, impedida por el crépe suzette.
—Maestro, soy yo —contestó del otro lado la voz un poco afónica de Corrales.
El inspector abrió la puerta:
Media camisa fuera.
Barba de rascador de cajetilla de cerillas.
Ojeras hasta medio pómulo.
Olor a güisqui. Aliento agrio. Legañas.
Tales eran, por orden de aparición, las primeras impresiones que causaba Corrales, quien, en pocas pero certeras palabras, puso al inspector en antecedentes sobre lo sucedido durante la noche:
—… y se ve que l’han chafao to’l morro al Porsche, se lo han llevao al depósito los de la grúa municipal…
—¿Porsche?, ¿qué Porsche? —preguntó la ninfa, que había bajado de golpe de su séptimo cielo y asomaba la cabeza por la puerta entreabierta del baño.
Corrales no entendió en primera instancia aquella situación pero al inspector se le puso la cara completamente Gouda y eso le permitió al cabo atar colegas rápidamente.
—Buenos días nos dé Dios… —dijo dirigiéndose a Jazmín, con una sonrisa lúbrica.
—Mmm, buenos días —respondió la Agente 69, volviendo a su tono habitual—. Oh, lo siento: no he podido evitar escucharle… Decía usted que un Porsche…
—Un Porsche blanco, descapotable y con matrícula andorrana. No creo que haya dos así en Calabella… —explicó Corrales.
—Oh: qué contrariedad —dijo Jazmín, desapareciendo de nuevo tras la puerta cerrada.
Una vez los dos varones volvieron a quedarse solos, Corrales, sin perder su sonrisa lúbrica, hizo gesto de darle un codazo al inspector:
—Maestro, coño, esto sí que es triunfar… Que viva el Japón, me cagüen Blas…
El inspector pasó por un momento del Gouda al Cheddar intenso:
—Ah no, no mucho Blas… —negó modestamente.
—Ya decía yo anoche que la gachí estaba mucho por usté… Anda que no pega, el colega de la vega…
—Ah no, yo lava escudilla y friega suelo…
—Ya, ya… Yo también iba a fregar el suelo, con el mocho que tiene ahí dentro…
—Eeeeem, sí… Hoy mucho trabajo, sí: mucha investigación de academia… Tú espera recepción ocho por la mañana —dijo el inspector, haciendo armoniosos gestos de rotación para indicarle a Corrales que debía darse media vuelta y largarse de una puñetera vez.
—Bueno, Maestro, la compañía es grata pero me voy pa casa, que usté ya ha mojao pero mi parienta debe de estar a punto de levantarse y si no me encuentra sobando en el sofá me va a tener tres meses a pan y agua…
Como parte final de su aseo matutino, el Presidente Paquito se aplicaba a aspirar suero fisiológico por la nariz para expulsarlo después bruscamente sobre la loza del lavabo, no sin observar fascinado la mezcla de mocos tiernos junto a pequeñas y crujientes postillas que quedaban pegados aquí y allá.
Ya vestido, leyó el mensaje que tenía en el móvil. Era de Berto, el Ministro del Interior:
INNBLES ASALTN ACDEMIA D IDOMAS CSTA BRVA. VSTOS CAMARS TRFCO A DIR MADRIZ.
¿Y eso qué demonios significa? —se dijo en voz alta.
Fue a la cocina, donde la Primera Dama le había preparado su lecitina de soja con Bífidus Cautivo en el tazón de Bambi que debió de dejarse olvidado en el escurreplatos de la Moncloa algún ocupante anterior.
El Presidente conectó la radio de la cocina y escuchó mientras el bebedizo le trabajaba por dentro:
«Radio Nacional de Pana: Informativos de la mañana: TINTIRINTINTINTIN. El secretario general del Partido Español por Excelencia, Pepe Luis Fernández Plancha, califica de ridículas e inoperantes las medidas tomadas por el Ministro Pachorra del Cuajo… TINTINTIN. Una célula activa de Innombrables asalta de madrugada una academia de idiomas en la localidad ampurdanesa de Calabella… TINTIRINTINTINTIN. Deportes: El tenista Benito Bola de Set gana por decimosexta vez consecutiva el Open de Calahorra… TINTINTIN. El representante del flamante fichaje del Futbol Club Can Fanga Ricardinho anuncia una lesión que le impedirá jugar los partidos de pretemporada…».
—Será posible, que me tenga yo que enterar de todo por las noticias… —dijo el Presidente Paquito, más para sí mismo que para la Primera Dama, que le estaba preparando la Jalea Real.
Alrededor de las nueve de la mañana, el furgón de los Innombrables se detenía con dos ruedas sobre la acera junto a un portal de la calle Nardos Caballero, en el centro de Madriz.
Rápidamente, los Encapuchados 2 y 3 descargaron el Reconector y entraron con él en el portal que ya había abierto el Encapuchado nº 4. Los siguió la Encapuchada nº 1 mientras los números 5 y 6 se ocupaban de abandonar la furgoneta en cualquier parte donde los cuerpos de represión del Estado Invasor español tardaran en encontrarla.
Arriba, en el salón del pequeño apartamento que la célula solía alquilar por semanas como apoyo logístico a sus acciones, sorprendía el original mobiliario minimalista formado por un armario desmontable de loneta, cinco bicicletas de Decathlon y un tándem de la marca Orbea.
Después de alojar el Reconector en el cuartito especialmente acondicionado para él, y sin necesidad de que mediara palabra, el Encapuchado nº 4 fue extrayendo del armario hasta cuatro camisas —casi todas blancas y azulonas—, cuatro pares de zapatos —con o sin cordones pero siempre oscuros y de suela fina— y por último cuatro trajes sastre de distintas tallas y tonos, cada uno acompañado de una bonita pero discreta corbata y todo ello perfectamente identificado con etiquetas numeradas.
Quedaron en el armario las indumentarias de los números 5 y 6 en espera de que llegaran de un momento a otro. Mientras, los cuatro primeros se aplicaron a vestirse, momento en que el Encapuchado nº 4 casi se queda bizco tratando de echarle un vistazo a la Encapuchada nº 1, que en sujetador resultaba tener unos ojos aún más tiernos que con sus habituales ropas holgadas.
Una vez perfectamente ataviados con los trajes, se ayudaron mutuamente a colocarse bien los nudos de las corbatas y, con un punto de coquetería, se probaron ante el espejo las grandes gafas de sol con cristales irisados y, por último, las coloridas chichoneras de ciclista que les procurarían un perfecto anonimato.
La Agente 69 estaba tan preocupada por el destino de su preciosa Porsche como por el contenido de la guantera, de modo que decidió desatender durante un rato su misión para acudir cuanto antes al depósito municipal de la grúa. En cualquier caso, supo que el inspector y Corrales se disponían a investigar el incidente de los Innombrables, sucedido aquella misma noche y, por tanto, ajeno al encargo del President Andreu.
De modo que, a las ocho en punto, el inspector y Corrales, que apareció afeitado y limpio pero con un chichón enrojecido en la frente —se había golpeado accidentalmente con una sartén, según alegó— acudieron sin dilación a las inmediaciones de la Académia Costa Brava, donde el dispositivo policial de los Mossos mantenía todavía algunos efectivos.
—Shst, guapale —dijo Corrales a la agente de uniforme con coleta que encontraron custodiando la entrada a la academia—. Cabo Corrales, de la Guardia Civil, Ejército de Tierra; y aquí el inspector Sakamura de la Interpol, que tampoco es manco. —El inspector mostró la placa y saludó en gasso—. Verás, bonita: resulta que en cumplimiento de misión encomendada directamente por el Ministerio del Interior, sabes…, el inspector quiere hablar con el gerente del establecimiento, o, en su defecto, con algún encargado; y a mí mientras tanto me gustaría hablar un rato contigo, si no tienes prisa…
El compañero de patrulla de la agente —dos metros de eslora, otros dos de manga, tara de 0,12 toneladas— apareció junto a ella interesándose por lo que pudieran estar diciéndole aquella pareja de tipos raros. El inspector, siempre sonriente, dirigió la placa de la Interpol hacia Mister Propper hasta deslumbrarlo con su reflejo dorado, y Corrales se estiró un poco tratando de sacarle provecho a su 1,75 con los zapatos de alzas puestos:
—Nada: que le decíamos aquí a la compañera de guardia que se presenta el inspector Sakamura de la Interpol, que es este señor de la placa auténtica de la Interpol, y que si podríamos hablar un momento con el encargao, si no es mucha molestia…
Mister Propper se fijó en el chichón de Corrales y perdió la expresión de desconfianza, pero las credenciales que mostraba el inspector parecían, ciertamente, auténticas, así que contestó en tono correcto pero seco:
—Los empleados están prestando declaración en comisaría. Aquí sólo queda personal de la brigada científica.
—Ah, bueno: asi nada… Venga, Maestro, que aquí ya no queda nadie…
—Una cosa sola: yo inspecciona interior —dijo el inspector, escurriéndose con un elegante avance de aikiro entre Mister Propper y su compañera de vigilancia antes de que cualquiera de los dos tuviera tiempo de plantearse si debían dejarlo entrar o no.
—Dónde va, Maestro —dijo Corrales, tratando de pasar por el mismo hueco, que esta vez se cerró a instancias de Mister Propper.
—Aguarde un momento, por favor: sólo tiene acceso el personal debidamente identificado.
De modo que Corrales se quedó fuera mientras el inspector en solitario recopilaba información del más alto interés.
El feng shui del local, sin llegar a ser bueno, tampoco era descabellado, al menos era poco probable que alguien padeciera graves desarreglos emocionales por el simple hecho de estudiar allí. En el mostrador de recepción el orden era el normal, lo que revelaba que los asaltantes no habían revuelto nada y, por tanto, sabían lo que buscaban. Sí había, sin embargo, una puerta brutalmente descerrajada en el Lado de la Tortuga, el más indicado para guardar algo de valor, y el inspector entró en el cuartito al que esa puerta daba acceso. Allí encontró un sillón individual de cuero negro, demasiado cómodo y caro para una academia de idiomas —y en cualquier caso inadecuado para el estudio—, y una mesa que en contraste había sido improvisada con materiales ordinarios: dos caballetes de madera de chopo y un sobre de Tablex sin barnizar. Sobre esa superficie poco resistente a la punción, se detectaban las huellas de cuatro patas, sin duda de algún objeto bastante pesado, quizá de unos treinta kilos, bajo el que se había estado acumulando polvo durante al menos dos semanas hasta delimitar un perfecto rectángulo de ochenta por cincuenta centímetros.
De nuevo en la recepción, el inspector se aplicó a leer el tablón de anuncios, lleno de notas superpuestas prendidas con chinchetas.
Una cuartilla impresa por ordenador llamó especialmente su atención:
CURS ESPECIAL INTENSIU CATALÁ
Decía el encabezado de lo que parecía una parrilla de horarios; pero no fue eso lo que llamó la atención del inspector, sino algunos de los nombres que vio apuntados en la cuadrícula, cada uno de ellos asociado a un día de la semana. Concretamente, los nombres de interés eran cuatro:
Elizabeth Gordon viernes - 12 de julio
Marco Krasten - lunes 15
Günter Dorsérlwaten - martes 16
Henri Distel - miércoles 18
Eran los nombres de los cuatro muertos encontrados hasta el momento en Calabella, y su orden de aparición en la lista coincidía con el orden de su muerte.
El resto de los alumnos apuntados al curso eran Alejandro Sanz, Isabela Morales, Fabritzia Fiorella, Alain Montnoire y Ricardo Betancourt, todos ellos dignos de ser recordados junto con las fechas correspondientes, de modo que el Inspector le hizo a foto mental al horario entero y salió de la academia satisfecho por la plena confirmación de su primera hipótesis de trabajo.
El presidente Paquito se dirigía al Congreso de los diputados en el Audi blindado tratando, como siempre, de descifrar las pintorescas diatribas que José Domingo de la Cascada divulgaba desde su emisora:
«… los españoles nos hemos desayunado esta mañana con dos sapos a cuál más feo. Sapo primero: el pocasnalgas de Fernández Plancha nos sale ahora con gestos de jefe de la oposición cuando lleva veinticinco capítulos plantando tulipanes… Sapo segundo: nuestro más desafortunado Ministro del Interior, el mismo Truchaloca que nos prometió acabar con los Innombrables vascos en el plazo de seis meses, va a tener que explicarles a sus socios catalanes qué demonios hacía un comando de estos delincuentes la pasada madrugada en un pueblo turístico de la Costa Brava, donde, dicho sea de paso, sabemos por El Globo que han finado últimamente cuatro extranjeros en circunstancias extrañas, por si no teníamos las relaciones internacionales bastante complicadas…».
Cuando, ya detenido el Audi en el habitual atasco de la Gran Vía, sonó el móvil del Presidente y comprobó en la pantalla que era Berto, contestó diciendo:
—Te acaban de llamar «Truchaloca», que lo sepas…
—Quién, ¿el idiota de la radio…? Que le den po’l saco. ¿Has recibido mi mensaje?
—He recibido tu mensaje, sí, pero no se entiende una mierda.
—Como me dijiste que mantuviera a los Innombrables bajo vigilancia…
—Sí, ya he oído por la radio lo bien que los vigilabas… Supongo que no tendrás ni idea de dónde paran ahora hasta que lo publique el Marca, ¿no?
—Joder, Paquito, estamos en ello… A las cinco de la mañana los han grabado en el peaje de Bujaraloz en dirección Madriz, pero como luego no han aparecido en el peaje de la A68 dirección Logroño, pensábamos que…
Aquí el Presidente dejó de atender porque algo raro estaba pasando en el exterior de las ventanillas tintadas. Un grupito de seis ciclistas vestidos con traje y corbata había dejado sus monturas tiradas en el suelo y parecían estar extrayendo alguna clase de tela de las mochilas que llevaban a la espalda.
Siguiendo movimientos largamente ensayados que recordaban a los de los equipos mecánicos de Fórmula 1, las parejas de Encapuchados 2, 3 y 1, 4 desplegaron sendas fundas de lona impermeable reforzada de las que se venden en cualquier tienda de accesorios del automóvil para cubrir turismos compactos. Mientras, los Encapuchados 5, 6, que habían llegado montados en la quinta bicicleta y el tándem, hacían lo propio con otra funda, igualmente común aunque dimensionada para cubrir berlinas grandes.
En menos de diez segundos, las tres parejas habían ya cubierto con las fundas los tres vehículos objetivo ante la perplejidad de sus sorprendidos ocupantes: los dos en los que viajaban los guardaespaldas del Presidente —inmediatamente delante y detrás de coche—, y el Audi blindado que iban custodiando. Con ello habían conseguido, primero, que ni los guardaespaldas ni el Presidente pudieran salir de sus respectivos vehículos ya que la fuerte lona bien ceñida impedía la abertura de las puertas; y, segundo, que ninguno de ellos, sumidos repentinamente en la oscuridad más absoluta, pudiera ver qué estaba pasando afuera y, en su caso, hacer uso de las armas de fuego.
Acto seguido, el Encapuchado nº 5 empuñó un cortador bien afilado y, con precisión de cirujano, practicó en la lona que cubría al Audi un corte que reseguía las juntas de la puerta trasera derecha. De este modo, aquella puerta pudo abrirse y por ella salió el Presidente, bastante sobresaltado pero casi del todo convencido de que lo estaban rescatando sus propios guardaespaldas.
—Abra la boca, señor Presidente: aaaaaah —le dijo la Encapuchada nº 1.
El Presidente, completamente desorientado, obedeció con la misma fe de quien es requerido por su médico de cabecera para enseñar las amígdalas, docilidad que la Encapuchada nº 1 aprovechó para introducirle entre los dientes una pelota de golf. Inmediatamente, el Encapuchado nº 2 le selló la boca con una gruesa tira de cinta americana que le cruzó la cara de oreja a oreja, y el nº 3 disimuló el resultado con una braga para la garganta con la que le tapó el embozo al Presidente. Siempre en perfecta combinación, el Encapuchado nº 4 le puso unas grandes gafas de cristal irisado y el nº 5 le encasquetó una colorida chichonera aerodinámica, momento en que el Presidente se convirtió en un ciclista indistinguible de los otros seis que pululaban a su alrededor.
El resto fue fácil: 1 y 2 le hicieron pasar una pierna por encima de la rueda trasera del tándem, 5 le puso unas esposas que le ligaban las manos al manillar, de nuevo l y 2 le sujetaron los pies a los pedales con más cinta americana, 3 pintaba con espray un orinal maloliente sobre la lona del Audi, y por último 6, al gobierno del tándem, inició el pedaleo tras 4, que ya abría camino buscando huecos en el tráfico congelado en la Gran Vía.
De esta sencilla manera, el Presidente del Gobierno de España fue secuestrado en bicicleta.