El Presidente del Gobierno terminaba de enganchar su bolita pegajosa bajo el asiento de la butaca de despacho de la Moncloa cuando alguien llamó con los nudillos a la puerta.
—Adelante —dijo.
El picaporte giró y asomó la cabeza el Ministro del Interior.
—Hombre, Berto —dijo el Presidente—, qué me cuentas de los catalanes…
El Ministro compuso una mueca de extrañeza, pero no habló hasta haberse sentado en la butaca frente al Presidente:
—Chico: me he pasado el día leyendo extractos de periódicos y hablando con los contactos que tenemos por allí, y nada. Están todos con el fichaje del Ricardinho de los cojones, que se ve que ya le han hecho la revisión médica y dará una rueda de prensa el lunes… Aparte de eso, está todo el mundo pensando en la crisis y en las vacaciones, más o menos igual que aquí.
—Pues algo huele a podrido en Cataluña… —dijo el Presidente—. Iba a tomarme un güisquito, ¿te sirvo uno?
Se levantó de su butaca para acercarse a una mesita rococó que soportaba varias botellas y adminículos de bar.
—Dos dedos, sin hielo… ¿Lo dices sólo por la llamada del Andreu…? Vete a saber qué demonios tenía en la cabeza: con estos polacos nunca se sabe…
El Presidente le tendió al Ministro la bebida y volvió a sentarse en su butaca probando un sorbo corto de su propio vaso:
—Ya no es sólo por eso. Esta tarde también me ha llamado Satrústegui…
—¿El gordo?… Joder con la autodeterminación: ZP se quejaba de Ibarretxe, pero éste nos ha salido peor aún…
—No… Precisamente tampoco éste ha pronunciado sus palabritas mágicas: ni «autodeterminación» ni «referéndum». Se ha pasado cinco minutos hablando de comida, de no sé qué restaurante nuevo que ha abierto un amigo suyo en Hondarribia, y de convidarme al hamaiketako el día que suba por allí… Luego, como de pasada, me ha preguntado qué tal iba todo con los gallegos, los catalanes y los canarios, y se ha despedido muy campechanamente reiterando la invitación a chacolí y montaditos.
—¿Te ha preguntado por los canarios?
—Gallegos, catalanes y canarios, en este orden…
—Pues yo le he oído decir más de una vez que las Canarias ni siquiera deberían considerarse europeas, ¿te acuerdas cómo se puso cuando reclamaban el AVE en Tenerife?
—Me acuerdo… ¿Y qué podríamos deducir entonces de su repentino interés por los pobres guanches sometidos al imperialismo hispánico…?
—Bueno… Puestos a ser suspicaz, yo diría que lo que le interesaba saber estaba relacionado o con los catalanes o con los gallegos, pero los ha mencionado entre otros para no delatarse…
El Presidente asintió:
—Lo cual, unido a la conversación que he tenido con Andreu esta mañana, nos permite suponer que, primero, los catalanes están tramando algo; segundo, que los vascos se han enterado antes que nosotros; y tercero, que el sistema de información que maneja nuestro Ministerio del Interior es una mierda pinchada en un palo.
—No me jodas, Paquito, que tampoco es eso… Si los vascos ya supieran de qué va el asunto de los catalanes no te habría llamado Satrústegui para preguntarte por ellos…
—Puede que no sepan de qué va exactamente pero saben que algo pasa. O puede que lo sepan exactamente pero les falta saber si nosotros lo sabemos; de hecho el tono de Satrústegui era de bastante cachondeíto, como si estuviera disfrutando. En cualquier caso nos llevan al menos un paso de ventaja.
—Bueno, ya sabes que los Innombrables le chafardean al Lehendakari todo lo que averiguan por ahí, sobre todo desde que tiene a los de los Valles Verdes en el heptapartito…
—O sea, que me quieres decir que sale más a cuenta hacer buenas migas con un grupo de delincuentes que tener un Servicio de Inteligencia como el nuestro, que nos cuesta una fortuna en fondos reservados y al parecer sólo sirve para informarnos de que el Can Fanga ha fichado a Ricardinho justo el mismo día que lo publica el Marca…
—Joder, Paquito, tampoco es para ponerse así… Se hace lo que se puede.
—Pues hay que esforzarse más, Berto, cojones: hay que esforzarse más…
El feng shui del apartamento de los holandeses le gustó bastante al inspector Sakamura. Para empezar, el recibidor era amplio y exento de impedimentos que bloquearan la entrada del chi, aunque en contrapartida se hallaba ligeramente elevado sobre un escalón, lo que, llegado el caso, podría dificultar la emancipación de los hijos mayores. Sin embargo, dado que según los informes de los Mossos el apartamento pertenecía a una pareja sin descendencia, el grave error de diseño perdía gran parte de su importancia.
—Cabo Corrales, de la Guardia Civil —le dijo Corrales a la mujer de cabello corto y muy rubio que les abrió la puerta—; acompaño en su investigación al inspector Sakamura, enviado especial de la Interpol. El inspector volvió a sacar su placa dorada como por arte de prestidigitación y después saludó en gasso.
—¿Es por Johann? —dijo la viuda, que aparentaba unos cuarenta y tantos años—. Yo ya he parlat molt con los Mossos… —añadió, en una mezcla de castellano y catalán pronunciados con fortísimo acento holandés.
—Estamos informados —explicó Corrales en su retomado papel de agente del FBI—. Se trata de una línea de investigación independiente; ¿sería tan amable de atendernos unos minutos?
La holandesa, cuya cara demacrada y lánguidos ademanes podían seguramente atribuirse a la penosa experiencia vivida en los últimos días, hizo pasar a los dos hombres y cerró la puerta tras ellos. Luego los invitó a atravesar una puerta doble que conducía a un gran salón pintado en colores claros y neutros.
El inspector Sakamura advirtió con satisfacción que todo guardaba armonía. El amplio sofá de cuero marfil estaba en el Lado de la Tortuga, con la espalda bien protegida por una sólida pared y la entrada a la vista, aunque —con muy buen criterio— el mueble no apuntara directamente hacia ella. El equipo de música y el televisor estaban en el Lado del Dragón, que simboliza el agua corriente y por tanto se aviene con los elementos móviles y aparatos electrónicos. En el Lado del Tigre estaba la cristalera de salida a la terraza, desde la que felizmente no se distinguía ningún árbol, ni antena, ni elemento puntiagudo alguno que envenenara la serenidad de la estancia. Y por último, la zona del Ave Fénix era convenientemente espaciosa y permitía que el yin y el yang se reencontrasen sin tensiones. Por otro lado, los cinco elementos —agua, fuego, madera, tierra y metal— tenían suficiente presencia simbólica en los diferentes materiales de la decoración, si bien el único objeto estrictamente ornamental era un sencillo y elegante arreglo de flor cortada que reposaba sobre el aparador del Lado del Dragón, junto a unos periódicos perfectamente ordenados que el inspector observó atentamente.
—Ah, buen ikebana, sí —dijo después, alejándose un poco del mueble para admirar mejor las flores—. ¿Hace tú sola?
—Sí, m’agrada molt —contestó la viuda, esforzándose en sonreír en correspondencia al amable tono del inspector—. En Jolanda yo estudia floristería, sí, en Amsterdam, Japanise Stile, sí…
—Aaaah…: mucha flores bonita holandesa. ¿Permite pequeño corrección sin importancia?
—Sorry?
El inspector se acercó de nuevo al aparador haciendo con sus manos y brazos lentas semejanzas de las formas caprichosas que salían del florero:
—Un estilo ikebana rikka siete rama, otro estilo shoka shofutai tres rama única. Aquí tú cuatro rama, mucha y poca rama…
El inspector se dio golpecitos en la sien con el puño, quizá para indicar que ponerle cuatro ramas a un florero era algo, no sólo manifiestamente estúpido, sino incluso peligroso para la armonía del cosmos.
La mujer había seguido la mímica del Maestro con gran interés:
—Ja, ja… —dijo, esta vez en holandés, no en catalán.
—Shoka shofutai siempre tres elemento —siguió el inspector—: shin, soe y tai: una rama de cielo paraíso, otra rama de tierra planetaria y otra rama persona humana. ¿Ahora tú permite pequeño corrección sin importancia?
—Ja, ja… —volvió a afirmar la mujer, completamente rendida a la delicada mímica de aquel extraño policía de edad dudosa y ojos invisibles.
El inspector tiró de una de las flores hasta desprenderla del conjunto del jarrón, recolocó ligeramente las otras con mano experta, y después se alejó unos pasos para valorar el resultado.
—Ah, molt bien, sí… Millor… —dijo la holandesa, que también se había alejado un poco e inclinaba la cabeza como haría el visitante de un museo al admirar una rara obra de arte abstracto.
—Siete rama bien; cuatro rama cosa loca: mejor tres rama pequeño truco —dijo el inspector riendo—, ji, ji.
A los pocos segundos de la magistral maniobra, el chi de la habitación cambió levemente y de pronto se había hecho mucho más fácil sonreír, cosa que la viuda holandesa hizo con gran satisfacción por primera vez en los últimos cinco días.
—Eh: ¿usted quiere recibirnos otro día mañana pasado, por favor? —preguntó el inspector, que no consideró oportuno corregir nada más en aquel salón casi perfecto.
—Oh, ja, ja… —dijo la holandesa.
—Bien, gracias, adiós —dijo el inspector, y esperó a que la anfitriona lo precediera para salir. Poco después, mientras bajaban en el ascensor, Corrales, que no había dicho ni mil en toda la entrevista, se quedó mirando con cara de suspicacia al inspector:
—Pues sí que entiende usté de flores, Maestro…
—Ah sí: mucha sabiduría de flores para universo mejor…
—¿Y eso no será cosa de mariquitas?
—Una cosa sola: ¿qué cosa es Ma Li Kita?
—Pues esos que andan con cosas de mujeres…
—Ah, no: ikebana arte de guerrero samurái… Mujeres nunca flores en Japón antiguo, sólo hombre importante…
Ya salían al paseo Marítimo cuando Corrales, en tono confidencial, advirtió al Maestro:
—Pues vaya usté con cuidao con las flores porque en el Japón serán cosa de machos, pero en España namás les gustan a los raritos… Y no se crea, que aquí donde me ve yo también soy un tío sensible, ¿sabe usté?… Lo que pasa es que yo manifiesto mi sensibilidá diciéndoles cosas bonitas a las mujeres, que ése sí que es un arte fino a la par que viril y español. Se trata de usar de la metáfora y el doble sentido, que son mayormente las herramientas del poeta… Por ejemplo, ve usté esos dos chochos que vienen de frente…
Caminando hacia ellos, dos jóvenes bañistas belgas volvían de la playa con el cabello y los bikinis mojados. A su paso, Corrales se desvió un poco para homenajearlas:
—Hay que ver lo rico que está el marisco recién sacao del aguales —dijo casi en un susurro—. Os iba a llevar al circo pa que vierais al enano…
Las bañistas belgas no entendieron la fina lírica del requiebro, pero la pareja formada por Corrales y el inspector Sakamura resultaba lo bastante pintoresca como para que ambas se volvieran a mirarlos entre risitas.
—Ve usté, Maestro: no hay gachí que se resista a la poesía.
El President de la Generalitat se había tomado el Aeroret hacía sólo un rato y prefirió reunirse con el Conseller de Presidéncia al aire libre del Pati dels Tarongers. (Patio de los Naranjos, emblemático lugar en el interior del palacio de la Generalitat de Catalunya, cuyos árboles frutales dan lugar al nombre).
—¿Y cómo has dicho que aprendió a hablar español? —le preguntó el President al Conseller mientras miraba muy atentamente una foto que sostenía en su mano.
—Leyendo las instrucciones de una Sony de plasma. Como estaban en japonés y en español, se las apañó para establecer una correspondencia entre los dos idiomas.
—Collons… ¿Estás seguro de que no te han tomado el pelo?
—No lo sé, eso es lo que él dice cuando le preguntan… De todas maneras, el que me lo ha contado lo conoce y lo cree capaz de eso y de más. Se ve que hasta puede hacer fotos mentales.
—Y eso de Maestro zen qué cony significa.
—Me parece que es algo de meditación, y cosas de concentrarse…
—Ya… Escolta, ¿y dices que se ordenó como monje budista a los veintitantos años…?
—A los veintitrés.
—¿Y esos budistas son como los capuchinos de Montsecret, o es esa cosa de cantar himnos y andar por los parques haciendo el jipi?
—Me han dicho en el ora que son algo parecido a los monjes cristianos: llevan hábito y la cabeza afeitada, y también hacen votos de pobreza y de castidad…
—Pues en la foto no lleva la cabeza rapada…
—A lo mejor es como los curas de aquí, que ya no llevan sotana.
Al President se le escapó un petardeo corto pero bastante sonoro por el efecto eco del patio:
—Perdona, el Aeroret… Eeehem: qué te iba a decir… Ah sí: así que para hacerse monje budista hay que guardar voto de castidad, ¿no?
—Eso parece.
—¿Y eso quiere decir que el tío no chinga nunca, ni discretamente?
—Ni idea. Pero no se le conoce ni mujer, ni novias, ni líos de faldas de ningún tipo…
—A lo mejor es de la otra acera…
—Puede, pero tampoco se le conocen aventuras en la otra acera… Según me cuentan mis fuentes, es como si fuera indiferente al sexo. A lo mejor es por algo de la disciplina zen… De hecho también ayuna…, dicen que come un día sí y otro no…
El President arqueó las cejas sorprendido y movió la foto a modo de abanico para renovar el aire acre que ascendía flotando a su alrededor.
—Así es que ni fuma, ni bebe, ni come, ni chinga… Pues por ahí vamos a intentar distraerlo un poco… —dijo al fin, con el tono de quien ha encontrado, si no una solución, al menos una línea de actuación clara.
—¿Distraerlo por dónde? —preguntó el Conseller, que era un poco más lento que el President y por eso mismo era Conseller y no President.
—Por la bragueta…
—Por qué bragueta…
El President no se molestó en contestar: guardó silencio hasta que se sintió capaz de formular unas cuantas instrucciones claras y directas. El President Andreu no tenía el menor parecido físico con el actor James Cagney —gastaba gafas de pasta y fina perilla, ambas cosas muy negras—, pero desde que lo había visto en una película de Billy Wilder haciendo de director de la Coca-Cola en Berlín, solía imitar sus gestos cuando quería mostrarse resolutivo.
—Toma nota —le dijo al Conseller.
»Uno: quiero una lista con información completa de los voluntarios del Experimento Catalonia, con domicilios, profesiones, familia, y todo lo demás.
Chasqueó repetidamente los dedos para enfatizar las palabras importantes.
»Dos: vamos a reunirnos tú, yo y el director de los Mossos con aquel tiparraco que preparó el Experimento, ¿cómo se llamaba?
—Doctor Cafarell.
—Ése: quiero tenerlo en la sala de audiovisuales lo antes posible, y que se traigan preparada una exposición de cómo funciona el Reconector, al menos para que podamos entenderlo someramente.
»Y tres: localizame inmediatamente a la Agente 69.
—No jodas, Andreu: ¿a la Agente 69?
—Ya me has oído. Si es necesario, envía un coche oficial a buscarla y me la traes directamente a mi despacho: esto es la guerra.
Prrrrrrrrrrrp, resonó un trémulo estertor en el Pati dels Tarongers, quizá demasiado largo para no dejar un ligero recuerdo untuoso.
Los Innombrables tenían en realidad un nombre: Iraultzaren Komando Euskaldun Abertzaleak, IKEA para los simpatizantes. Sin embargo, el Ministerio del Interior y los medios de comunicación habían logrado ponerse de acuerdo durante algún tiempo para no nombrarlos jamás a fin de no dar publicidad a sus acciones. En realidad, las primeras células activas de los IKEA eran de muy reciente fundación, y, pese a proclamarse principalmente soberanistas vascos, recibían influencias muy diversas: desde grupos escandinavos de liberadores de enanos de jardín, hasta cierta facción de Green Peace que promovía la protección legal de especies tales como la Phthirus pubis, o ladilla común, al parecer en vías de extinción debido al uso indiscriminado del jabón. Pero la popularidad de los Innombrables —apelativo con el que finalmente todo el mundo se refería a ellos— había crecido rápidamente debido a que, a diferencia de otros grupos radicales, conseguían darle al gobierno y sus altos funcionarios toda clase de fatigas sin llegar a atentar jamás contra la integridad física de las personas. Todo ello suscitaba la simpatía de los trabajadores y de gran parte de la clase media, tanto en Euskal Herria como en otros territorios peninsulares, y, sobre todo después de su última acción, cuando lograron embozar con chicle todas las cerraduras de los lavabos del Ministerio de Hacienda y hubo que llamar a los GEO para acabar con el caos de inspectores de cuentas con la vejiga a punto de estallar, habían conseguido trascender el círculo marginal que les era propio para convertirse en incipientes héroes populares.
Precisamente envalentonados por ese reciente éxito, una de las células más activas se había reunido en la trastienda de una taberna afín a la lucha para planear una acción infinitamente más radical y ambiciosa que cualquiera de las acometidas hasta el momento: el golpe definitivo que los situaría en el centro de atención de la prensa mundial.
—Qué pasa: ¿que no hay cojones, o qué? —dijo la Encapuchada nº 1, naturalmente en euskera.
—Que no es eso, joder, si cojones sobran… —se defendió el Encapuchado nº 2, que había manifestado algún reparo al plan de fuga final.
—Y entonces qué hablas, pues…
—Digo, que la parte de los catalanes la veo clara, joder, pero en Madriz nos la jugamos…
—Oye, que yo tampoco, lo veo claro —terció el Encapuchado nº 3, que como era del mismo pueblo que el Encapuchado nº 2 siempre estaba de acuerdo con él.
—Bah: que no hay cojones, digo —insistió la Encapuchada nº 1, siempre apelando a la testosterona a pesar de ser la única fémina del komando.
—Eeeeh…, ¿cuánto tiempo tendremos que mantenerlo retenido? —preguntó tímidamente el Encapuchado nº 4.
—Eso no lo sabremos hasta el momento —contestó el Encapuchado nº 6 y cerebro de la célula—, puede que una hora, o dos…, depende de cómo se desarrolle el proceso.
—Pues eso es lo que yo no veo claro —insistió el Encapuchado nº2—. ¿Tú sabes qué es el dispositivo antifuga que pueden organizar los monos en dos horas? Aquello va a ser una puta ratonera.
Intervino el Encapuchado nº 5:
—Tampoco tenemos que salir corriendo, joder: simplemente podemos acabar el trabajo y quedarnos por allí tomando unos vinos, ¿o no? Si todo sale bien, van a estar tan ocupados para mantener controlados a los periodistas que les va a importar poco dónde estemos nosotros…
—Eso —dijo la Encapuchada nº 1—. Y si nos pillan qué, eh: yo digo que hay que echarle cojones, y punto.
El Encapuchado nº 6 quiso zanjar el tema: Beno, pentsatuko dut. Ostiralean topatuko gara, eta orduan azalduko dizuet ekintza plana. (Bueno, habrá que pensarlo, nos vemos el viernes y os explico el plan de acción).
Con lo cual quedó desconvocada la reunión.
Aunque las dietas las sufragaba la Interpol, Corrales no quiso abusar y fue a comer con el inspector a El Llamántol d’Or, donde los jueves se incluía el arroz con bogavante en un menú de sólo cuarenta y cinco euros por barba. Aunque naturalmente el menú no comprendía ni los berberechos al vapor, ni los chipironcitos rebozados, ni el Albariño bien frío que Corrales pidió para ir haciendo boca mientras el arroz se cocinaba en su lento chupchup.
El Maestro Sakamura, en cambio, no encontró en toda la carta escrita en cinco idiomas nada compatible con su dieta zen.
—Yo come fruta española de bola no tan roja, gracias —le dijo con su mejor sonrisa al camarero zangolotino que los atendió.
—Mande… —exclamó el zangolotino, alzando el pírsin con que se había taladrado una ceja para realzar su estrecha frente poblada de granos.
—Espera, que debe ser que en el Japón se comen la fruta de aperitivo —intervino Corrales, que como había oído decir que los japoneses trabajaban más cuando estaban en huelga y acababa de enterarse también de que los samuráis componían ramos de flores, empezó a sospechar que en el lejano país del sol naciente se hacía todo al revés—. La fruta es pa luego, Maestro —le explicó a su compañero de mesa, alzando el volumen de la voz a fin de aclarar cualquier duda sobre el significado de las palabras—, aquí en España primero van los entrantes, pa picar un poco, luego el plato fuerte de carne o de pescao, y después si eso, pues ya, pedimos los postres…
—Aaaah, sí… —dijo el inspector, como si se hubiera enterado de algo, e inmediatamente se quedó sonriéndole al zangolotino, que seguía esperando lápiz en ristre.
—Que tiene que decirle usté lo que quiere pa primero… —insistió Corrales, alzando aún más la voz y haciendo gesto de comerse los dedos.
—Ah, sí: fruta española. Una bola no tan roja. Gracias.
Corrales decidió no perder más tiempo con aquello y le habló al camarero, ya en un volumen de voz normal:
—Nada: tú tráete el arroz pero que sea en una paellita para dos, y si acaso ábrele también al Maestro cuatro ostrones pa’hacer tiempo, que a los japos les va lo crudo.
Cuando el zangolotino se retiró, el inspector Sakamura se levantó un momento para saludar en gasso a una pareja de turistas británicos que, alarmados por las voces de Corrales, no les quitaban ojo a sus recién llegados vecinos en la esperanza de descubrir que, después de todo, no eran peligrosos. Pero, ya puesto en pie, el inspector aprovechó para volverse hacia otra pareja de jubilados —noruegos pero igualmente inquietos— y también los saludó muy respetuosamente antes de volver a sentarse.
—Y qué —preguntó Corrales, con un punto de sorna—: ¿ha sacado usté muchas conclusiones de la inspección en casa de la inglesa y del holandés?
—Ah, sí: mucha conclusiones. Caso avanza rápido.
—Joder: cojonudo… Con la Interpol da gusto trabajar… ¿Y qué sabemos que no se pueda leer en el informe de los Mossos…?, más que nada pa que yo m’entere un poco…
—Ah: mucha cosa común de tres cadáveres, sí.
—¿Mucha cosa común?, si se parecían el uno al otro como un huevo a una castaña…
—Ah, no castaña: mucho parecido. Un parecido primero: tres muerto, tres extranjero.
—Vale, hasta ahí también m’he coscao yo. Pero eso ya sale en los informes de los Mossos… Qué más…
—Un parecido segundo: tres muerto, tres sonrisa en cara de felicidad.
—Vale, eso ya es más raro pero también sale en los informes. Qué más…
—Un parecido tercero: tres muerto, tres lee mismo periódico.
—¿Cuál periódico? —volvió a preguntar Corrales, pero esta vez con el punto de acritud del que, por un momento, se comprende menos perspicaz de lo que él mismo presumía.
—Ah: yo no mucha letra española —dijo el inspector Sakamura, y en un gesto rápido sacó un lápiz diminuto y una pequeña libreta, quizá del mismo bolsillo misterioso de donde también sacaba su placa dorada de la Interpol—. Tú ayuda mí ahora.
En ese momento, el Maestro cerró sus ojos invisibles y los dirigió interiormente a una de sus imágenes memorizadas. En ella se veía a un tipo con pinta de cetáceo rosado estirado en una tumbona. A su lado, una mesita auxiliar soportaba un vaso de líquido rojo con una rama de apio asomando. Y junto a él, se distinguía un periódico doblado.
El inspector hizo zoom mental sobre la mesita auxiliar; después giró la imagen 117 grados para poner el periódico a derechas; volvió a hacer zoom para acercarse al encabezado y, todavía con los ojos cerrados, escribió en la libreta:
EL PUM DIARI
Diari independent, catalá, comarcal i democrátic.
Luego abrió los ojos y le tendió a Corrales lo escrito.
—Eso va a ser El Pum… —dijo Corrales, usando el apócope popular del nombre del periódico—. Pues no m’había fijao yo, ya ve usté…
—¿Periódico español de mucha venta?
—Naaa, éste es nacionalista perdido, lo compran namás los que lo quieren todo en catalán…
—Aaaah… —dijo el inspector—: esta razón yo no entiende letra catalana de periódico…
—Oiga, Maestro: y cómo sabe que la inglesa y el holandés también leían El Pum —preguntó Corrales, caviloso y ya sin ninguna sorna…
—Ah: yo visto dos casa extranjero. Casa primera inglesa, periódico en Lado Tigre. Mucho desastre. Casa segunda holandesa, periódico en Lado Dragón. Mucho feng shui.
Por primera vez fue Corrales el que no entendió lo que le explicaba el inspector Sakamura, pero como estaba bastante impresionado por el alarde nemotécnico del Maestro, no le pareció oportuno poner en duda la veracidad de la información básica:
—Pues sí que es un poco raro que tres extranjeros lean precisamente El Pum… ¿Qué cree usted que puede significar eso?
—Aaaah… Gran koan. Para resolver tú ayuda ahora. Yo sabe un parecido cuatro de tres muerto… Pero no dice en informe de Mossos… Raro. Tú escucha mucho ahora —bajó un poco el tono—: tres muerto leen periódico igual, tres muerto hacen raya de bolígrafo —consciente de que su explicación era difícil de seguir, el inspector Sakamura la ilustró subrayando con su lápiz liliputiense una de las palabras que había escrito en la libreta.
—Joder, ¿en serio?: los tres muertos habían señalado la misma cosa en sus periódicos… —preguntó Corrales.
—No misma cosa, no —contestó el inspector—, tampoco mismo periódico de día miércoles jueves domingo… Tu ayuda mi ahora —insistió en proponerle a Corrales, y de nuevo cerró los ojos en busca de fotografías mentales. En una de ellas, correspondiente al desordenado salón del inglés, aparecía el siguiente subtitular en un periódico de la mesa de centro, con una palabra subrayada:
Segons informes dels Mossos, no es pot descartar que es tracti d’un cas d’emmetzinament (Envenenamiento) per part d’alguna persona del seu entorn.
El inspector escribió en la libreta la palabra emmetzinament y la giró hacia Corrales:
—¿Qué cosa es palabra catalana?
—Emecinamén —pronunció dificultosamente Corrales, aunque enseguida dio razón con su seguridad habitual—. Ésta es una palabra rara del catalán antiguo, y significa mayormente cuando te dan medicina pa curarte de algo. O sea, lo que en Madriz llamamos «medicación».
—Aaaah… —dijo el inspector, un momento antes de volver a cerrar los ojos en busca de otras palabras subrayadas en alguna de las páginas de periódico que habían quedado registradas al azar en sus fotografías mentales.
Es preveu que les vendes de vivendes de nova construcció baixin enguany (Hogaño, este año) fans un gs per cent.
—Enguán —pronunció Corrales—, esto también es del catalán antiguo, y es cuando inviertes un dinero por ejemplo en la Bolsa y tienes un beneficio. Lo que en español se llama mayormente «ganancia».
La siguiente palabra que el inspector buscó en su memoria y anotó en la libreta fue desencís (Desencanto).
—Desensís —dijo Corrales—, esto es un número bastante grande pero no me acuerdo cuál… El doscientos seis, o por’ay…
La siguiente palabra fue andromina (Trasto).
—Andromina —dijo Corrales—. Esto va a ser alguna droga de diseño… Pero fíjese usté, Maestro, ahora que me doy cuenta: «ganancia», «andromina» y «doscientos y pico», que podrían ser millones de euros… Oiga, a ver si esto va a ser de algún tráfico internacional de droga…
—Aaaah, sí… Una cosa sola: ¿qué cosa es Dro Ga?
El President de la Generalitat jugueteaba con la caja de Aeroret mientras hablaba por teléfono en su despacho. Su interlocutor era el responsable de la policía autonómica.
—¿Rastros de radiación en el cadáver? —preguntó el President, alarmado.
—Sí, del orden de un veinte por ciento por encima de lo normal, pero dice el forense que tampoco es tanto. De persistir una sobreexposición semejante durante mucho tiempo parece que podría desarrollarse alguna enfermedad a largo plazo, pero nadie se muere de repente por eso…
—Es igual, de radiaciones mejor que no trascienda nada, ¿estamos?: basta que aparezca la palabrita en un titular para que todo el mundo se vuelva paranoico… Y lo otro que has dicho qué cony era…
—Endorfinas… Son sustancias que fabrica el propio cuerpo y que producen sensación de bienestar. Se liberan en determinadas circunstancias, cuando se comen algunos alimentos o se practican ciertas actividades, por ejemplo las sexuales… Por lo visto, el nivel de presencia de estas sustancias en la sangre de la inglesa era altísimo. El forense habla de «intoxicación por endorfinas», así que es muy posible que el paro cardiorrespiratorio se deba a eso. Es como si se hubiera fumado cincuenta gramos de marihuana en un solo porro; de hecho dicen en el laboratorio que algunas endorfinas son químicamente parecidas a los derivados del cannabis…
—Pero esta inglesa no había tomado ninguna droga, ¿no?…
—No: sólo han encontrado un poco de vino en el estómago, mezclado con pasta de espagueti y salsa carbonara… Las endorfinas las generó su propio organismo, y se ve que debió de llegar al séptimo cielo antes de morirse.
—Collons… Y a qué puede deberse tanta producción de esas… endorfinas…
—Nadie tiene ni idea. Me dicen que es posible que el simple hecho de tumbarse a tomar el sol las libere, seguramente por eso hay tanta gente que se pasa horas tostándose en la playa, pero nunca en tanta cantidad.
—¿Sabes qué?, me gusta eso que has dicho de «paro cardiorrespiratorio»… Suena a manera normal de morirse, ¿no te parece?, cualquiera puede sufrir un paro cardiorrespiratorio… ¿No es eso lo que les pasa a los futbolistas que se caen muertos en medio del campo?
—Pues…, no sé, pero «Muerte súbita por causa desconocida» tampoco es que suene muy bien en un titular de prensa. Y menos si aparece tres veces en pocos días.
—En cualquier caso es mucho mejor que «niveles de radiación anormalmente altos», así que eso es lo que vamos a decirle a la prensa: «paro cardiorrespiratorio». Pero sólo si preguntan, eh, tampoco hace falta comunicarles nada que no hayan solicitado saber, ¿estamos?
—Haré lo que pueda, pero ya sabes cómo son los periodistas…
—Oye: y llámame inmediatamente en cuanto sepáis algo de las autopsias del holandés y el alemán.
Cuando el President colgó, se reclinó un poco en la butaca para poner sus ideas en orden, pero casi inmediatamente lo sobresaltó el sonido del intercomunicador de su mesa.
—Está aquí la Agente 69 —dijo la voz desabrida de su secretaria—; ¿la hago pasar ya o dejo que al becario y a los de seguridad se les termine de caer la baba en la moqueta?
—Un momento, ya salgo —dijo el President, antes de levantarse y apresurarse a sacudir con un ejemplar del Avui el airecillo caliente que flotaba alrededor de su butaca. Después arrojó la caja de Aeroret en un cajón de su mesa, sacó un botellín de Donna Karan para pulverizar aquí y allá, y por último husmeó un poco antes de encaminarse a la puerta para recibir a su visita.
—Queridísima amiga… —dijo al salir y encontrarse en el centro de la antesala con la estampa poco común de la Agente 69, que ya le tendía la mano a fin de que le fuera besada.
Todo ello ocurría ante la atenta mirada del becario y los dos fornidos guardaespaldas, que no sabían qué parte de aquel juego de volúmenes envueltos para regalo en un ajustado Galiano carmesí reclamaba mayor atención. El guardaespaldas de la derecha parecía decantarse por la observación trasera, su compañero estaba más interesado en la doble victoria sobre la ley de la gravedad que se fraguaba por delante, y el becario alternaba varios planos cortos, en tal estado de estupor, que olvidó cerrar la boca durante un buen rato.
—Mmmm, hace tanto tanto calor —dijo la Agente 69, apartándose la melena con la mano que le quedaba libre—, ¿es que ya no tenéis aire acondicionado en el Palau de la Generalitat?
—Sí, a 26 grados…; ya sabes: los de Medi Ambient, que dicen que contamina… —Se dirigió brevemente a su secretaria sin mirarla—. Margarida, sube un poco el aire, haz el favor.
—No va a servir de nada —dijo la interpelada señalando con el pulgar al becario—; a éstos vamos a tener que remojarlos para que vuelvan en sí.
Pero el President estaba ya haciendo un amplio gesto con la mano para invitar a su visita a entrar en el despacho.
—Hacía tanto tanto tiempo que no venía por aquí. Y está todo tan tan igual… Deberías al menos cambiar las cortinas, o la bandera…, ¿me equivoco, o es la misma que ya tenía Montilla?
—Me alegra comprobar que no pierdes el sentido del humor… Estudiaré un cambio de decoración para tu próxima visita, te lo prometo, pero ahora estoy preocupado por algo más urgente.
—Si puedo ayudarte en algo —dijo la Agente 69 sentándose en la butaca frente a la mesa del President sin olvidar cruzar las piernas al estilo Sharon Stone.
—Pues ahora que lo dices, a lo mejor sí que puedes… Verás… ¿Te acuerdas cuando te enviamos a entretener a aquel señor alemán?
—Mmmm, para ser funcionario era tan tan simpático… ¿Recibisteis bien las fotos de los documentos?
—Perfectamente, como siempre… El caso es que ahora nos convendría entretener a otro señor muy simpático, pero éste es japonés.
—Oh: adoro a los japoneses, son tan tan educados… Pero ¿qué me dices de mi regalito?, ya sabes cómo me gusta comprar alguna chuchería…
—¿Podrás comprar bastantes chucherías, digamos, con 50.000 euros?
La Agente 69 frunció un poco sus carnosos labios brillantes de carmín:
—Oh, Andreu, cariño, veo que no sabes lo que puede valer un bolso bonito.
—¿75.000?
—Mmmm, qué número tan tan poco redondo…
—¿100.000?
—Bueno, eso cubriría unos tres días…
—¿Sólo tres días por 100.000?
—Oh, cariño, es la tarifa mínima, se trata de un trabajo tan tan especializado… —la Agente 69 dijo esto abriendo su Hermés de cocodrilo teñido de rojo brillante y sacó un larguísimo cigarrillo de la pitillera Bulgari. Naturalmente estaba prohibido fumar en cualquier lugar del edificio, pero el President se apresuró a buscar fuego en sus cajones para ofrecerle lumbre a su visita.
—De acuerdo —dijo—: si de aquí a tres días no hemos encontrado una solución ya veremos de dónde le sisamos al presupuesto.
—Mmmm: te llamaré. Cómo dices que se llama ese caballero japonés… —dijo la Agente 69, tras exhalar una larga bocanada.
El President le tendió la foto hecha aquella misma mañana en la que aparecía el inspector Sakamura caminando por la calle Mayor de Calabella junto a Corrales, que parecía adelantarse hacia el fotógrafo para decirle algo.
—Se llama Sakamura, es un inspector de la Interpol enviado a investigar a Calabella. Digamos que no nos interesa que tenga mucho tiempo para husmear por el pueblo, ¿me explico? Y de paso, nos gustaría saber qué ha averiguado hasta ahora… El que lo acompaña es un cabo de la Guardia Civil, se llama Corrales…
—Oh: ¿y hay que entretener también al cabo Corrales?
—No, éste es un zoquete que le hace de guía, nos interesa sólo el japonés… A menos que el otro te sirva para acercarte a él, claro. Te advierto que no creo que sea fácil: además de policía es monje budista…
—Oh: adoro a los monjes budistas, son tan tan dulces…
—Ya, pero al parecer hacen voto de castidad…
La Agente 69 exhaló otra larga bocanada de humo echando la cabeza atrás antes de susurrar con los ojos entornados:
—Y son tan tan apasionados cuando lo rompen…
—Estupendo, estupendo… —murmuró el President, impresionado—. Pero necesito que te pongas a la labor hoy mismo, ¿crees que podrás conseguirlo…?
—Bueno —dijo la Agente 69 tomando la foto—, ¿crees que puedes firmarme un cheque ahora mismo?
—¿Andorra, Zurich, Caimán…?
—Oh: Andorra queda tan tan cerca… —dijo la Agente 69 aplastando su largo cigarrillo en un plato votivo de la Virgen de Montsecret que también le quedaba muy muy cerca.
El President hurgó en sus cajones hasta dar con lo necesario para firmar el talón.
—¿A tu nombre? —dijo el President, con la secreta esperanza de que le fuera revelado ese dato esquivo.
—Oh: temo que nunca uso el mismo nombre demasiado tiempo… ¿Te importaría extenderlo al portador?
—Como quieras: al portador, con fecha de… —contó tres días con los dedos— 25 de julio. Ten cuidado de dónde lo llevas porque no se puede anular, es como dinero andorrano en metálico…
—Mmmm, lo guardaré en el más inaccesible de mis rincones.
—Ah: y eso dónde está… —preguntó el President, permitiéndose esta vez un punto de picardía en el tono mientras tendía el cheque por encima de la mesa.
—Oh: en la guantera de mi preciosa Porsche, naturalmente.
—No sabía que hubiera porches hembra…
—Mmmm, pues la mía es toda una señorita.
Poco antes de las once de la mañana, hora del hamaiketako, la célula de los seis Innombrables se hallaban en Can Fanga, concretamente en el centro geométrico de la plaza Universidad.
—Joder, ¿y esto es Barcelona?, pues no es poco más majo Bilbao… —dijo la Encapuchada nº 1, que al igual que sus cinco compañeros había cambiado su habitual capucha negra por gorra de visera, gafas de sol y barba postiza, lo que le daba al grupo un vago aspecto de roqueros al estilo ZZ Top.
—Pues habrá que comer algo, ¿no? —dijo el Encapuchado nº 5.
No hubo discusión sobre este extremo; sin embargo, después de que los seis giraran la vista 360 grados desde el centro de la plaza, comprendieron que no iba a ser tan fácil.
—Joder, si estos catalanes no tienen casi bares: son todo bancos.
—Allí veo uno grande —dijo el Encapuchado nº 4, señalando a lo lejos.
Se dirigieron al lugar cruzando la Gran Vía en fila de a uno.
—Universitat de Can Fanga —leyó el Encapuchado nº 3—. ¿Quién coño es Can Fanga?
—Es el verdadero nombre de Barcelona en catalán —contesto el Encapuchado nº 5, que era el encargado de documentarse en el Google—. Es como lo de vuestro pueblo, que se llama Pronosti pero los invasores españoles lo llaman Tan Tarantán…
—Bué: pues no es poco más grande la universidad de Deusto… —valoró la Encapuchada nº 1.
Entraron en un bar esquinero de la calle Aribau y ocuparon un gran pedazo de barra bajo la que, incomprensiblemente, no encontraron ni servilletas arrugadas, ni palillos usados, ni cabezas de gamba chupadas.
—Oyes, ponte unos chacolís y algo pa picar —le dijo en castellano la Encapuchada nº 1 al camarero.
—¿Chaco qué cosa dijo? —preguntó el camarero, que era colombiano.
—Chacolí, joder, chacolí…
—Aquí no se estila el chacolí —explicó en euskera el Encapuchado nº 5, consultando sus notas en el ordenador portátil—. Al vino blanco aquí le llaman Penedés, que es la comarca donde lo producen…
—Pues vaya una puta mierda —protestó la Encapuchada nº 1.
—Allá adonde fueres, haz lo que vieres —sentenció el Encapuchado nº 2.
—Claro, joder: si estás en Cataluña tendrás que beber vino catalán, o qué —apoyó el Encapuchado nº 3, el del mismo pueblo.
—Pues ponte un Pichadés d’esos —volvió a pedir la Encapuchada nº 1 en castellano—; y, oye, de hamaiketako, qué nos das…
Tras varios minutos de malentendidos euskocolombianos sobre comida catalana, los seis Innombrables se encontraron ante un plato de butifarra amb monjetes y varias rebanadas de pa amb tomaquet que la cocinera dominicana tuvo que improvisar para ellos siguiendo las indicaciones del Google.
—¿Y esto es la famosa butifarra con monchetas? —dijo la Encapuchada nº 1—, pues si es una salchicha gorda con alubias, joder, y están más secas que Dios. Esto lo sirves en Bilbao y te lo tiran a los putos morros…
Cerca de mediodía salieron al fin del bar en busca de una furgoneta o monovolumen que cumpliera tres requisitos básicos: tener capacidad para seis viajeros, buen espacio de carga atrás y estar aparcada en un lugar sin vigilancia. Aunque, visto el bochorno que hacía en aquel polvoriento rincón de la península, el aire acondicionado era también un extra valorable, de modo que les costó casi dos horas dar con el vehículo adecuado, orientarse en la maraña indiferenciada del Ensanche, y terminar saliendo de Can Fanga hacia el norte por la avenida Meridiana.
Dada la libertad con que Corrales traducía del catalán, de haber existido alguna relación de significado entre las distintas palabras subrayadas en los periódicos de los extranjeros muertos, lo más probable es que el inspector Sakamura jamás la hubiera encontrado. Pero como tal relación de significado no existía, el inspector pudo valerse de una información errónea para sacar una conclusión correcta, lo cual le habría parecido una peripecia sumamente zen de haber sido consciente de ella.
Y esa conclusión correcta era, en las precisas palabras del Maestro Sakamura, la siguiente:
—Tres muerto quiere aprender español catalán en mismo profesor de escuela.
—Qué —preguntó Corrales, degustando ya el Napoleón y el grueso Cohiba a los que tan amablemente invitaba la Interpol.
—Muerto estudia idioma con periódico, así marca palabra difícil… Ahora yo lava escudilla —dijo el maestro, y se marchó hacia el lavabo con sus cubiertos y el plato en el que habían quedado las peladuras de la fruta española de bola no tan roja, denominación que finalmente, y gracias al esfuerzo de varios empleados del restaurante, se descubrió que se refería a una naranja.
—Adónde va, Maestro, que los platos ya los lavan ellos —dijo Corrales, en vano.
Cuando el inspector regresó del lavabo, traía el servicio limpio y seco y lo volvió a dejar en la mesa.
—Ahora tú y yo visita yate alemán… —dijo.
—¿Ahora?, ¿no sería mejor acercarse mañana con la fresca? —dijo Corrales, envuelto en humo de Cohiba.
—Ah: no mañana: ahora pronto —insistió el Maestro siempre de pie.
—No joda, Maestro, ¿a la hora de la siesta quiere que vayamos hasta los amarres, con to’l Lorenzo que está cayendo?
—Aaaah sí, pronto: puede peligro más extranjero muerto…
—Claro: como usté namás se ha comido la fruta de bola y no tiene que digerir… Total pa que al final sea cosa de las medusas…