Talento por descubrir

Todos tenemos aptitudes que nos convierten en las personas idóneas para determinados trabajos, pero, lamentablemente, muchos pasan por la vida sin explorar sus habilidades innatas. Aquellos que exploran encontrarán con el tiempo un equilibrio entre su talento y las oportunidades que ofrece la sociedad. Ésa es la mejor inversión de futuro.

Algunas personas con auténtico talento nacieron en un contexto histórico en el que su vocación era impensable. Otras se criaron en un entorno que no era el más propicio para que pudieran desarrollar sus destrezas y que las presionó para que se dedicaran a la misma profesión que sus padres y abuelos. Otras, al fin, entendieron que sus habilidades no les darían de comer y se decantaron por una profesión con más salidas. En el mejor de los casos, este talento se convirtió en una afición de fines de semana. En el peor, la cámara de fotos, los pinceles, el violín o las zapatillas de ballet terminaron arrumbados en una caja del desván y más tarde en el camión de la basura.

Tuve la enorme suerte de contar con el apoyo de un mentor, el doctor Pere Farreras Valentí, que supo adivinar mi intuición científica y me animó a avanzar en esa dirección. Su ejemplo me ha servido para ayudar a jóvenes investigadores a encontrar su talento, y la mejor vía para potenciarlo es hoy la plataforma que me brinda el CNIC, el centro que dirijo en España.

Es importante no dejarse atraer por profesiones llamativas o solamente bien remuneradas, pero ajenas a la existencia que soñamos. «Elige un trabajo que te apasione y no tendrás que trabajar un solo día de tu vida», aconsejaba Confucio. Yo me atrevo a dar el mismo consejo dos mil quinientos años después. La profesión que escojamos nos acompañará siempre.

Lamentablemente, si algo ha puesto en evidencia la crisis económica actual es que el concepto «profesión con futuro» es poco sólido. Estudiar la carrera de Medicina ya no es ninguna garantía de estabilidad profesional, como tampoco lo son las carreras de Derecho, Economía, Arquitectura o Biología. Miles de jóvenes abandonaron España durante el último año y en estos momentos viven en Alemania, el Reino Unido, Suecia o cualquier otro lugar donde surge una oportunidad laboral.

Más de seis millones de personas no tienen trabajo. Uno de cada cuatro adultos está desempleado; en el caso de los jóvenes, la proporción es uno de cada dos. Este alud de despidos, de dramas familiares, de desahucios por impagos de hipotecas y de colas en los comedores sociales es motivo de peso para que ayudemos a los jóvenes que deben elegir una carrera a escoger la más idónea. Y la más idónea será aquella que quieran estudiar, sin excepción.

Para exponer otra realidad, los médicos de Estados Unidos que eligieron la especialidad de cardiología hace tres años y que ahora buscan trabajo en centros médicos se han topado con una nueva situación: en los últimos años el salario de estos profesionales se ha reducido sustancialmente. Si la elección de su especialidad estaba motivada únicamente por fines económicos, se sentirán muy frustrados.

La mejor profesión es la que más nos apasiona. Sólo así podremos librar la batalla diaria para salir a flote y sólo así tendremos la motivación suficiente para no rendirnos cuando todo parezca jugar en nuestra contra. La primera gran pregunta que tenemos que responder es la siguiente: ¿qué queremos hacer con el tiempo que tenemos por delante? La respuesta no siempre llega en forma de profesión: a veces se manifiesta como una vocación genérica que se puede materializar por vías muy distintas.

Con ello no estoy insinuando que el mercado laboral (hoy deprimido y deprimente) no requiera buenas dosis de pragmatismo. Pero ocurre que, en última instancia, no hay nada más práctico que descubrir nuestra vocación; tal vez al principio no sabremos la profesión concreta a la que queremos dedicarnos, pero sí seremos capaces de intuir, de una forma genérica, en qué tipo de ambiente queremos trabajar. Es básico que esa elección sea compatible con nuestra personalidad y nuestros valores o deseos. Ciertas personas no tienen una vocación definida, pero saben el tipo de vida que les gustaría llevar: quieren ayudar a los demás o viajar por todo el mundo o evitarse complicaciones porque prefieren llegar pronto a casa y estar con sus hijos. Algunos aspiran a ganar mucho dinero y otros se conforman con lo imprescindible si así obtienen otras ventajas.

Precisamente en este contexto de intuición y vocación más genérica, mi hija Silvia siempre tuvo una inclinación social muy clara. Quería hacer «trabajo comunitario». ¿Qué carrera debía estudiar? La respuesta es que son muchas las profesiones que nos permiten ayudar a la comunidad. Puedes ser médico y atender a los más desvalidos o ser asistente social. Éstas son dos de las alternativas más evidentes, pero lo cierto es que un cocinero puede trabajar en comedores sociales, un actor o un payaso actuar para los niños de las áreas más necesitadas y un adiestrador de perros formar lazarillos para invidentes.

Mi hija quería estudiar Medicina y especializarse en psiquiatría. Así, pensaba, podría ayudar a un sector muy vulnerable de la sociedad. Que Silvia estudiara Medicina me hacía mucha ilusión, pero un verano, antes de empezar la universidad, colaboró con un proyecto de jardines públicos en el Bronx y se dio cuenta de que era muy creativa y se movía muy bien en ese entorno. Se percató de que podía llegar a su meta siguiendo otro camino: la arquitectura. Estudiar una carrera de seis años como Medicina y hacer cuatro años más de especialización tal vez no tenía sentido si podía trabajar en proyectos públicos desde una profesión más acorde con una personalidad artística como la suya. Finalmente se decantó por Arquitectura. En la actualidad es una arquitecta con una visión urbanística y social de su tarea.

El caso de mi hijo Pau es muy distinto porque no acepta consejos. Es un tipo genial y auténtico que va completamente a su aire. Yo he aceptado su proyecto vital sin ninguna reserva. Es una persona muy honesta, autodidacta y asombrosamente hábil con las manos. En cierto modo es como los artesanos de antaño y huye de cualquier promoción porque prefiere trabajar para un público muy reducido. Nunca ha sido materialista: construye bicicletas y luego las regala a sus amigos. De hecho, unos fabricantes de bicicletas hablaron con él para que les cediera la patente de una de sus creaciones, que había causado furor en Brooklyn, pero no le interesó esa oferta. Pau vive como quiere vivir y es feliz. Compone canciones, canta, toca la guitarra, también hecha por él. Es un hombre valeroso y consecuente que siempre supo que no quería estudiar una carrera universitaria ni vivir conforme a ciertas reglas convencionales. Mi hijo nunca estudió música y me impresiona que haya podido descubrir su talento musical y desarrollarlo. No hay nada más triste que el talento desaprovechado.

En mi caso, cuando yo estudiaba segundo de carrera obtuve una beca para asistir a un curso de neurofisiología en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mis compañeros y yo conocimos a varios científicos que nos explicaron su labor investigadora, los últimos avances, las técnicas que utilizaban, pero también nos hablaron con toda sinceridad de las dificultades que afrontaban. Este curso cambió mi vida porque decidí que mi trabajo como médico siempre iba a estar unido a la investigación y la difusión científica. Medio siglo más tarde tengo la suerte de dirigir el CNIC, donde una de mis misiones es auspiciar un programa para descubrir jóvenes científicos de todo el país.

Yo no puedo prometer a todos los jóvenes con talento que pasan por el CNIC que obtendrán becas de investigación o que en los próximos años se aumentarán las partidas destinadas a investigación y desarrollo. Unos podrán trabajar en España y otros optarán por emigrar al extranjero. Pero sí sé lo que no les puedo ni debo decir: que más les vale buscar otra salida profesional porque tropezarán con muchos obstáculos en la que han escogido. Una combinación de perseverancia, motivación y talento ha hecho que se pongan en marcha y ya nadie puede ni debe detenerlos.

En la actualidad, la investigación en España atraviesa un momento muy difícil. Pero ¿quién soy yo para decir a estos chicos tan brillantes y motivados que su vocación no tiene futuro? A veces tenemos que planear una estrategia de largo alcance porque a corto plazo no podremos hacer lo que nos hemos propuesto. Por ejemplo, muchos jóvenes investigadores no pueden acceder actualmente a becas de gran envergadura: yo trato de ayudarlos a conseguir subvenciones más modestas y les digo que esto es cíclico y que dentro de unos años la situación habrá mejorado.

Además, en ocasiones puede ser más provechoso tener una sólida vocación y la fuerza de voluntad necesaria para lograr nuestro objetivo que tener talento pero no ser perseverante. En mi experiencia, el alumno tenaz tiene al final más posibilidades de llegar a la meta que quien sólo se apoya en sus destrezas. Así, ciertos médicos con expedientes envidiables no saben cómo desenvolverse en el hospital, mientras que otros con notas menos impresionantes suplen esa desventaja con esfuerzo y sagacidad.

Yo soy un profesional de la medicina cuyo principal objetivo es tener un impacto, aunque sea modesto, científico y social. A lo largo de mi carrera me han hecho propuestas que se apartaban de mi camino. Por ejemplo, ser rector de una universidad o decano de una facultad de Medicina es extraordinariamente importante por el impacto que puede ejercer, pero lo cierto es que los trabajos que tienen una gran vertiente protocolaria o institucional no van conmigo. Para que acepte participar en un proyecto, éste tiene que apasionarme, entusiasmarme y obsesionarme. Me involucro en iniciativas muy distintas que tienen un punto en común: todas ellas deben ser útiles para la ciencia y la comunidad.

Por otra parte, además de talento, vocación y perseverancia es importante contar con un método, es decir, con una estrategia para llegar al objetivo que nos hemos propuesto. La pregunta al joven que quiere ser abogado, a la empresaria que quiere abrir un restaurante o a la artista que quiere diseñar marionetas es la misma: «¿De qué modo vas a alcanzar tu meta?» Soy muy estricto con el método porque los jesuitas me educaron en ese rigor. Cuando empiezo un proyecto siempre pienso en la estrategia que voy a emplear para que se materialice. Por ejemplo, cuando decidimos que íbamos a escribir este libro, Emma Reverter y yo tuvimos que pensar en el procedimiento más adecuado para que la redacción de los capítulos fuera compatible con el ritmo frenético del hospital y con mi agenda de viajes. Acordamos la estructura del libro, un calendario de reuniones los fines de semana y también un plazo de entrega.

Muchas personas tienen proyectos geniales, pero luego intentan realizarlos sin método ni estrategia. El hecho de no tener un objetivo concreto hace que se extravíen por el camino o terminen en un sitio muy distinto del que pretendían alcanzar. Si has trazado una estrategia, luego te la puedes saltar para adaptarte a sucesos imprevistos, pero si no la has trazado caminas a ciegas.

Para evitar la desorientación, yo siempre les digo a los médicos e investigadores más jóvenes que no visualicen un camino, sino el gesto de abrir un paraguas. Nuestro sueño estaría en el centro y, a medida que el paraguas se abre, nuestra vida se va expandiendo en varias direcciones afines formando un espacio propio que nos conforta y protege.

Por ejemplo, alguien podría pensar que si quiero avanzar en mi labor como científico no debería perder el tiempo con la publicación de libros sobre las manzanas que come Triqui, el Monstruo de las Galletas, o que debería centrarme y no viajar todas las semanas a España para reunirme con los investigadores del CNIC. Sin embargo, todas esas actividades son compatibles. Uno de mis sueños es contribuir a mejorar los hábitos cotidianos de la gente y, cuando abro mi paraguas, ese objetivo se expande en varias direcciones: la práctica médica, la publicación de este libro, conferencias y encuentros con jóvenes, reuniones con empresarios y políticos o peticiones de ayuda para impulsar proyectos de investigación.

Un excelente caso de proyecto vital que se abrió como un paraguas, o en este caso como una sombrilla enorme y brillante, es la vida del economista y escritor José Luis Sampedro. Estudió Economía y durante años ocupó cargos de responsabilidad en la Administración e impartió clases en la universidad. El eje de su paraguas no era la economía, sino la promoción de los valores democráticos, la tolerancia, los derechos humanos y la justicia social. Por este motivo, cuando empezó a publicar novelas y cuentos no se estaba apartando de su camino: estaba ampliando su radio de acción. Su humanismo crítico es coherente con sus teorías económicas.

Uno de los médicos formados en el hospital Mount Sinai es un cardiólogo español. Se interesó por la estrecha vinculación entre la salud cardiovascular de los pacientes y su salud mental. Éste es un tema fascinante y, de hecho, el psiquiatra Luis Rojas Marcos y yo, en colaboración con Emma, escribimos un libro sobre la cuestión en 2008, Corazón y mente.

Ese médico pasó de la cardiología a la psicología y más tarde se dio cuenta de que también quería estudiar psiquiatría. ¿Es ésta una trayectoria errática? En absoluto. Es el recorrido de un médico excelente que tiene una visión completa del ser humano. Ahora dirige en España un exitoso proyecto para ayudar a drogodependientes.

A veces abrimos el paraguas y éste se rompe. Como todos ustedes saben, cuando esto ocurre conviene comprar uno nuevo. En cualquier momento de la vida uno puede percatarse de que su sueño se ha desvanecido, y lo mejor es armarse de valor, respirar hondo y empezar de nuevo desde cero. Cambiar de vida es duro y en la mayoría de las ocasiones no lo podremos hacer solos. Es importante compartir ese proceso con alguien que nos pueda guiar y apoyar; alguien que nos comprenda y no nos juzgue.

Uno de mis ayudantes trabajaba en la policía de Nueva York y era un experto redactor de actas policiales. Unos diez años atrás despidieron a muchos agentes y este hombre perdió su trabajo. Tenía unos treinta y cinco años y no sabía cómo reinventarse. Entró en mi hospital como voluntario y pronto me percaté de que si tenía experiencia escribiendo actas probablemente podría ayudarme en la redacción de mis consultas clínicas. No me equivoqué: es muy descriptivo, meticuloso y rápido.

Otro excelente ejemplo es el de un individuo que tenía una barbería y un buen día decidió estudiar Medicina. Empezó la carrera cuando tenía más de treinta años y hoy en día puedo afirmar que es uno de los mejores cardiólogos que he conocido.

En cierta ocasión creo que logré motivar a un taxista pakistaní frustrado con un trabajo que le parecía monótono. Llegó a Estados Unidos en busca de oportunidades, pero el elevado coste de la vida en Nueva York lo empujó a aceptar un empleo en una compañía que gestiona una flota de taxis. Hace poco se ha matriculado en una escuela de negocios de la ciudad. Ahora trabaja de día en un restaurante y estudia de noche. Obviamente, para hacer ese sacrificio es necesario tener muchas ganas y considerable ambición. Y este taxista tiene motivación a raudales y está dispuesto a hacer un esfuerzo descomunal para construir la vida que quiere llevar y salir de la vida que le tocó vivir. Para este conductor y para la mayoría de las personas que se esfuerzan por transformar su vida, su voz interior es más fuerte que las convenciones sociales que los empujan en la dirección contraria. Si esperamos que la sociedad nos indique el camino a seguir es muy probable que nos cansemos de esperar o que lleguemos a un destino no deseado.

Como decía antes, debemos construir una sociedad que se esfuerce por descubrir el talento innato de los jóvenes y los ayude a desarrollar sus aptitudes. Añadiría que el talento o la vocación pueden surgir tardíamente debido a múltiples causas. Todos podemos hacer un esfuerzo activo para hallar nuestro talento, solos o guiados por alguien que nos conozca y nos aconseje.

A veces, el sueño que se desvanece no es profesional sino personal. Durante años trabajé con un médico que siempre estaba amargado y en el tramo sureste del círculo que corresponde a la frustración porque su esposa le hacía la vida imposible: tenía mal carácter, era demasiado exigente y egoísta. Él era muy religioso y no quería divorciarse. La situación resultaba insostenible y el hombre llegó a la conclusión de que su felicidad era más importante que la presión ejercida por su entorno. Se separó y con los años pudo rehacer su vida. En la actualidad está felizmente casado con una mujer encantadora y tiene una hija que, por cierto, es estudiante de Medicina.

En muchas ocasiones, el detonante del cambio o «ruptura del paraguas» es un golpe que nos da la vida, una desgracia o un susto mayúsculo. Los cambios más radicales en los hábitos de salud suelen producirse tras un infarto. He tratado a pacientes que nunca seguían mis consejos: fumaban, tenían una vida sedentaria y se alimentaban de forma poco equilibrada. Cuando esas personas sufren un ataque cardíaco y terminan en urgencias, normalmente reaccionan porque por primera vez se sienten vulnerables; si le ven las orejas al lobo dejan de fumar, se alimentan mejor y practican deporte.

El sentimiento de vulnerabilidad es un potente motor de cambio y tiene notables efectos positivos. Sentirnos frágiles, vencidos o mortales nos humaniza y es una profunda cura de humildad. La persona que se siente vulnerable tiende a reflexionar sobre su situación y tiene la motivación necesaria para volver a recuperar la fuerza perdida. Además, precisamente porque es consciente de su fragilidad, busca el apoyo de su familia y sus amigos y se percata de lo importante que es estar rodeado de personas que le quieran y se preocupen por él. También es una poderosa llamada de atención para todos aquellos enfermos que se creen inmortales y se niegan a seguir los consejos de sus médicos. Uno de mis pacientes empezó a jugar al tenis tras sufrir un infarto. Ahora tiene setenta y dos años y practica ese deporte a diario. Otro, de cuarenta y cinco, se compró una bici cuando le dije que tenía el ritmo cardíaco alterado. Otro, de cincuenta y cinco, tenía un problema cardíaco y, además, se rompió el fémur, pero ahora juega al golf. Eran personas sedentarias que cambiaron de hábitos porque se asustaron. En resumen, el sentimiento de vulnerabilidad fue decisivo en el cambio de actitud y de estilo de vida de estos tres enfermos. Aprendieron una valiosa lección: mostrar nuestra vulnerabilidad nos hace fuertes.

También he conocido a individuos poderosos que han tenido un problema grave y luego han querido ayudar a personas con menos recursos que se hallaban en una situación similar. Entre ellos hay un paciente que sufrió un infarto de miocardio en su domicilio y que está vivo porque el servicio de ambulancias funcionó y en tan sólo dos minutos fue capaz de acudir a su domicilio y resucitarlo. Ese hombre hizo un donativo millonario para ampliar la flota de ambulancias en su ciudad. Una de mis pacientes más antiguas, tras tener un hijo con diabetes juvenil, creó junto con su marido una fundación que cuarenta años después se ha convertido en una de las más importantes en el fomento de la investigación de este tipo de dolencia. Otros dos enfermos que han tenido hijos con síndrome de Down han impulsado programas de ayuda para personas con discapacidades psíquicas.

En definitiva, creo que estos ejemplos demuestran que todos tenemos un talento innato y un gran potencial por explorar. Algunos descubrimos nuestro talento porque crecimos en un ambiente positivo y propicio para cultivar nuestras habilidades. En algunas ocasiones, lo descubrimos a una edad temprana y, en otras, cuando ya hemos alcanzado la madurez, hemos pasado por determinadas experiencias o conocido a personas que han cambiado nuestra forma de pensar. Otras personas se vieron más limitadas por un entorno que les asignó un lugar en la sociedad pero fueron lo suficientemente intuitivas como para saber que una vida distinta les estaba esperando en algún sitio y lucharon por llegar hasta allí. Y también podemos descubrir el talento a través de una experiencia positiva o negativa a partir de la cual impulsamos proyectos que son importantes para nosotros, nuestra familia y nuestra comunidad. El voluntariado es una labor que nos permite explorar nuestro talento y ayudar a los demás. También nos ayuda en momentos de espera, ya que no siempre la sociedad está preparada para ofrecernos un trabajo acorde con nuestras aptitudes y pasará tiempo hasta que nuestro talento y nuestra vocación encuentren un sitio en el mundo laboral. Para terminar, es clave que las sociedades fomenten y protejan el talento de sus ciudadanos, ya que sin lugar a dudas es la mayor riqueza que un país puede tener. Debemos propiciar entornos que guíen a los individuos talentosos y trabajadores, y los ayuden a encontrar el camino más idóneo para crecer profesionalmente y tener una vida plena.