La pasividad

Finalmente, completamos el círculo y llegamos al tramo noreste, la pasividad. La satisfacción no es eterna, especialmente en una sociedad sometida a cambios constantes. Si no somos capaces de seguir motivados, tarde o temprano iniciaremos el descenso de la pendiente del círculo y entraremos en la fase de pasividad. Una vez más, tendremos que recorrer todo el círculo.

Lo veo a menudo en los médicos residentes que trabajan conmigo. Si, por ejemplo, una revista especializada les encarga un artículo sobre una investigación que hayan realizado, suelen tener el empuje necesario para cumplir la tarea y, tras la publicación, quedan extremadamente satisfechos. Sin embargo, si al cabo de unas semanas no se ponen nuevas metas, algunos entran en una etapa de pasividad que sólo termina cuando entienden que deben embarcarse en un nuevo proyecto y seguir avanzando.

Lo observo de igual modo en los pacientes; ellos también pasan una y otra vez por las cuatro fases del círculo. Individuos que, por ejemplo, están frustrados porque no tienen pareja. Más tarde conocen a alguien y se sienten motivados con el nuevo compromiso. Dan el paso de casarse y entran en la fase de satisfacción. Pero muchos de ellos no cuidan la relación, se aburren y desalientan; no han entendido que deben seguir esforzándose todos los días y entran en un período de pasividad y desilusión que sólo tiene dos desenlaces posibles: prolongar la perezosa rutina de un matrimonio fracasado o espabilar y entender que la ilusión sólo se recupera con esfuerzo, que la bicicleta sólo avanza y conserva su equilibrio cuando el ciclista pedalea. Es alarmante el poco tiempo que invertimos en reflexionar sobre nuestras relaciones de pareja si lo comparamos con el tiempo que dedicamos a otras ocupaciones o preocupaciones. Nada hay más peligroso que una pareja inerte que ha bajado la guardia y piensa que ya no ha de buscar nuevos alicientes para seguir adelante.