Nos encontramos en el tramo noroeste del círculo, la satisfacción. La motivación y, en consecuencia, el talante activo suelen producir resultados. Cuando la meta que nos hemos fijado es realista, probablemente estaremos más cerca de alcanzarla si dejamos a nuestra espalda las actitudes negativas, las lamentaciones y la pasividad. Constatar que nuestro esfuerzo ha valido la pena y ver alguno de nuestros deseos cumplidos produce satisfacción, refuerza nuestra confianza y nos da energía.
Al iniciar un trabajo, una relación sentimental o cualquier otro proyecto que nos ilusiona, estamos contentos y cargados de energía, pero tarde o temprano (más temprano que tarde, de hecho) descubrimos que esa aventura profesional o sentimental sólo continúa funcionando si ponemos algo o mucho de nuestra parte y nos esforzamos día a día para alimentar el fuego de la hoguera.
Parafraseando la célebre expresión, el «guerrero» no puede tomarse un descanso, no al menos en nuestro tiempo. Una vez conseguido un empleo, tenemos que conservarlo. Si abrimos un negocio, tenemos que madrugar todos los días para mantenerlo a flote. Si empezamos una relación, tenemos que cuidar y valorar a nuestra pareja. Cuando ganamos un campeonato de tenis, tenemos que seguir entrenándonos si queremos el trofeo del año próximo. Si somos directores de cine, escritores, pintores o arquitectos y hemos recibido elogios por nuestra obra más reciente, debemos reactivar nuestro ingenio para crear otra de una calidad igual o superior. Y si somos cocineros en un restaurante respetado por la crítica, tampoco podemos dormirnos en los laureles: el gran reto será no perder la ilusión, cambiar la carta y mejorar constantemente la comida y el servicio.
Seguramente, los guerreros tampoco descansaban mucho en tiempos remotos: si se despistaban, sus colegas más feroces podían saquear sus tierras para robarles las cosechas y el ganado. Hoy no nos acechan temibles sujetos armados hasta los dientes, pero también debemos vigilar nuestras posesiones: si bajamos la guardia y no cultivamos el entusiasmo, si no alimentamos la llama de la satisfacción personal, corremos el riesgo de caer en la pasividad y, por esa vía, en la frustración. Precisamente cuando estamos satisfechos debemos actuar para que esa situación no cambie.