50

Rosie se resistía denodadamente a los esfuerzos de la policía por sacarla de la estación. Lally estaba en Sing-Sing. Lo sabía. Había policías por todas partes. Junto al mostrador de informaciones vio un grupo de agentes. Distinguió entre ellos a Hugh Taylor, un inspector muy simpático del FBI que siempre hablaba con ella cuando iba por la estación. Corrió hacia él y le cogió del brazo.

—Señor Taylor, Lally…

Él la miró y trató de liberarse.

—Lárgate de aquí, Rosie.

Una voz habló por el altavoz ordenando a todos desalojar el edificio.

—¡No! —sollozó Rosie.

El hombre alto que se hallaba junto a Hugh Taylor cogió a éste por los hombros y le obligó a volverse hacia él. Vio cómo Hugh y otro policía forcejeaban con él.

—¡Papá! ¡Papá!

¿Estaría viendo visiones? Rosie se volvió en redondo. Un niño corría a trompicones por la terminal. En ese preciso instante el hombre que había estado discutiendo con Hugh Taylor echaba a correr hacia él. Rosie oyó al niño decir algo acerca de un hombre malo y se acercó. Quizá hubiera visto al que vigilaban ella y Lally.

El niño gritaba:

—¡Papá, ayuda a Sharon! No puede moverse. La ha atado. Hay una anciana, herida…

—¿Dónde, Neil? ¿Dónde? —dijo Steve con voz suplicante.

—Una vieja, herida —exclamó Rosie—. Ésa es Lally. Está en su habitación. Ya sabe, señor Taylor, en Sing-Sing. El cuarto donde lavaban los platos.

—¡Vamos! —gritó Hugh.

Steve empujó a Neil hacia un policía.

—¡Saque a mi hijo de aquí! —pidió al agente.

Salió corriendo detrás de Hugh. Dos hombres les siguieron transportando a duras penas una pesada plancha de metal.

—¡Y usted, fuera de aquí!

Alguien cogió a Rosie por la cintura y la arrastró hacia la puerta.

—¡La bomba va a estallar en cualquier momento!