40

A las nueve y media un inspector del cuartel general del FBI telefoneó a Hugh Taylor a casa de Steve.

—Creo que tenemos algo, Hugh.

—¿De qué se trata?

—Ese mecánico. Arty Taggert.

—¿Sí?

—Hace dos años detuvieron a un tal Gus Taggert por merodear en torno a la terminal de autobuses del puerto. Sospechaban que tuviera que ver con la desaparición de una chica de dieciséis años que había huido de su casa. No pudieron encontrar pruebas, pero son muchos los que siguen creyendo que era culpable. Le interrogaron también acerca de la desaparición de otras muchachas. Su descripción concuerda con la que tú nos has dado.

—Buen trabajo. ¿Qué más sabéis de él?

—Estamos tratando de averiguar dónde vive.

Tuvo diversos trabajos en Nueva York. Fue empleado de una gasolinera del oeste de la ciudad, camarero en un restaurante de la Octava Avenida, lavó platos en La Ostrería…

—Concentraros en averiguar dónde vivía. Entérate de si tiene familia.

Hugh colgó el auricular.

—Señor Peterson, hay posibilidad de que tengamos una nueva pista. Al parecer un mecánico, cliente habitual de la taberna El Molino, fue detenido hace doce años en relación con la desaparición de varias jóvenes. Se llama Arty Taggert.

—Un mecánico. —La voz de Steve se elevó—. ¡Un mecánico!

—Exactamente. Sé lo que está pensando. La posibilidad es muy remota, pero si alguien arregló el neumático del coche de su esposa ese día, es muy probable que ella le pagara con un cheque. ¿Tiene usted los talones cancelados o las matrices de los correspondientes al mes de enero de hace dos años?

—Sí. Voy a ver.

—Recuerde que estamos investigando todas las posibles pistas. No tenemos nada en contra de ese Arty, excepto el hecho de que le interrogaran en una ocasión hace años.

—Entiendo.

Steve se acercó a su escritorio.

Sonó el teléfono. Era Roger Perry para comunicarles a gritos la noticia de que Glenda estaba segura de que Zorro era en realidad un mecánico llamado A. R. Taggert.

Hugh colgó el auricular con un golpe seco e iba a descolgar de nuevo para hablar con Nueva York cuando volvió a sonar el timbre. Respondió impaciente.

—¿Diga? —Su expresión cambió. Se hizo inescrutable—. ¿Qué? Un momento. Repite.

Steve contempló a Hugh mientras los ojos de éste se convertían en dos hendiduras debido a la concentración intensa del policía. Cuando Taylor sacó la estilográfica, él le sostuvo el cuaderno. Haciendo caso omiso de los intentos del inspector por ocultar lo que escribía, leyó las palabras una por una conforme iban apareciendo sobre el papel.

Gracias por el dinero. Está todo lo que le pedí. Ha cumplido usted su promesa y ahora yo voy a cumplir la mía. Neil y Sharon están vivos. A las once y media morirán en una explosión que tendrá lugar en el estado de Nueva York. Encontrarán sus restos entre los escombros.

Zorro

—Repítelo. Quiero estar seguro de que he entendido bien. —Un momento después habló de nuevo—. Gracias. Enseguida te llamo.

Colgó.

—¿Quién recibió la llamada? —preguntó Steve. Una insensibilidad compasiva le impedía pensar, temer…

Hugh tardó en responder un minuto que pareció interminable. Cuando al fin lo hizo, su voz sonó infinitamente fatigada.

—El dueño de la funeraria de Carley que se encargó del entierro de su mujer.

Eran las nueve y treinta y cinco de la mañana.