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Neil esperaba en la esquina al autobús del colegio. Sabía que la señora Lufts le miraba desde la ventana. Odiaba aquella costumbre. Ninguna madre vigilaba a sus hijos del modo que la señora Lufts le vigilaba a él. Cualquiera diría que era un niño de jardín de infancia y no de primero de primaria.

Cuando llovía le obligaba a esperar dentro de la casa. También le molestaba aquello. Le hacía parecer afeminado ante sus amigos. Había tratado de explicárselo a su padre, pero él no le había entendido. Le había dicho que necesitaba cuidados especiales por sus ataques de asma.

Sandy Parker estaba en cuarto curso. Vivía en la calle siguiente, pero tomaba el autobús en esta parada. Siempre quería sentarse al lado de Neil y él deseaba que no lo hiciera. Hablaba continuamente de cosas que a él no le gustaban.

En el momento en que el autobús doblaba la esquina, Sandy apareció corriendo, jadeante, recogiendo los libros que se escurrían bajo su brazo. Neil quiso sentarse en un asiento vacío que había al final del autobús, pero su amigo le dijo:

—Aquí hay dos asientos juntos.

El autobús hacía mucho ruido y los chicos hablaban a voz en cuello. Sandy no elevaba la voz, pero Neil oyó hasta la última palabra de lo que dijo.

Aquella mañana estaba exultante. Apenas se había sentado cuando exclamó:

—Mientras desayunábamos hemos visto a tu padre en el programa Today.

—¿A mi padre? —dijo Neil. Luego negó con la cabeza—. Me tomas el pelo.

—No, de verdad que no. Estaba con esa señora que conocí en tu casa, Sharon Martin. Se pelearon.

—¿Por qué?

—Porque ella cree que no se debe matar a los hombres que hacen algo malo y tu padre dice que sí. Papá dice que tu padre tiene razón. Dice que al hombre que mató a tu madre hay que freírlo en la silla eléctrica. —Repitió la palabra enfatizándola—. Freírlo.

Neil se volvió hacia la ventana. Apoyó la frente contra el frío cristal. El cielo estaba muy gris y empezaba a nevar. Ojalá fuera ya de noche. Ojalá hubiera venido su padre a casa ayer. No le gustaba estar solo con los Lufts. Eran muy buenos con él, pero discutían mucho y luego él se iba al bar y ella se enfadaba, aunque trataba de ocultárselo a él.

—¿No te alegras de que vayan a matar a Ronald Thompson el miércoles? —insistió Sandy.

—No… Bueno, la verdad es que no pienso en ello —dijo Neil.

No era verdad. Pensaba mucho en ello. Y soñaba todo el tiempo. Siempre la misma pesadilla sobre aquella noche. Él jugaba con el tren eléctrico en la habitación. Mamá estaba en la cocina guardando la compra en los armarios y el frigorífico. Empezaba a atardecer. Uno de sus trenes descarriló y él lo desenchufó.

Fue entonces cuando oyó aquel ruido extraño, una especie de grito ahogado. Corrió escaleras abajo. El salón estaba casi a oscuras, pero él vio a su madre. Trataba de apartarse de alguien con los brazos y emitía unos ronquidos horribles, como si se asfixiara. Un hombre retorcía algo en torno a su cuello.

Neil se detuvo en el descansillo. Quería ayudarla pero no podía moverse. Quería pedir socorro pero no le salía la voz. Empezó a respirar como ella, y de pronto sus rodillas flaquearon. El hombre se volvió al oírle y dejó caer a su madre.

Él cayó al suelo también. Notó cómo se caía. Luego la oscuridad se disipó en la habitación. Mamá estaba tendida en el suelo. Tenía la lengua fuera y el rostro morado… Sus ojos abiertos miraban fijamente al vacío… El hombre estaba arrodillado junto a ella y tenía las manos alrededor de su garganta. Luego le miró y echó a correr, pero Neil pudo ver claramente su rostro. Estaba cubierto de sudor y tenía una expresión de miedo.

Neil tuvo que contar todo aquello a los policías y señalar al hombre durante el juicio. Luego papá le había dicho: «Trata de olvidarlo, Neil. Recuerda sólo los momentos felices que pasaste con mamá». Pero él no podía olvidar. Soñaba con ello todas las noches y después despertaba con un acceso de asma.

Ahora era muy posible que papá se casara con Sharon. Sandy le había dicho que todo el mundo pensaba que su padre se casaría otra vez. Y le había dicho también que ninguna mujer quiere a los hijos de otra, sobre todo si son débiles y enfermizos.

El señor y la señora Lufts decían todo el tiempo que querían irse a vivir a Florida. Neil se preguntó si su padre le entregaría a él como regalo a los Lufts si llegaba a casarse con Sharon. Ojalá no. Miró por la ventanilla tristemente, sumido de tal forma en sus pensamientos que Sandy tuvo que empujarle varias veces con la mano cuando el autobús paró ante el colegio.