Neil sabía que Sharon se había hecho daño. Le había engañado al decirle que se había caído. Seguro que el hombre la había empujado Quería hablar con ella, pero la mordaza estaba demasiado apretada, mucho más que la vez anterior. Quería decirle a Sharon lo valiente que había sido al tratar de enfrentarse con el secuestrador. Él no se había atrevido a hacerlo cuando le vio tratando de matar a su madre. Pero ni siquiera Sharon, que era casi tan alta como él, había sido capaz de vencerle.
Ella le había avisado de que iba a tratar de quitarle la pistola a Zorro. Le había dicho: «No te asustes si me oyes decir que voy a dejarte. No voy a hacerlo. Pero si puedo quitarle la pistola, quizá podamos obligarle a que nos saque de aquí. Tú y yo nos hemos equivocado y somos los únicos que podemos salvar a Ronald Thompson».
La voz de Sharon sonaba rara y como lejana cuando le hablaba y seguro que la suya también, pero aun así había logrado contárselo todo… Que Sandy le había dicho que debía haber ayudado a su mamá, que siempre soñaba con aquella tarde en que la mataron, que Sandy le había dicho que los Lufts iban a llevárselo con ellos a Florida, que los chicos del colegio le preguntaban si quería que mataran a Ronald Thompson en la silla eléctrica.
A pesar de lo difícil que era hablar con aquella mordaza, cuando acabó se dio cuenta de que respiraba mucho mejor. Entendía muy bien lo que quería hacer Sharon. Iban a matar a Ronald Thompson porque le creían culpable de la muerte de su mamá, pero Thompson no era el asesino. Él había dicho que sí, pero no había querido mentir. Eso era lo que trató de decirle a su padre en el mensaje.
Ahora tenía que tener cuidado de respirar lentamente por la nariz y de no asustarse ni llorar porque si no se ahogaría. Hacía frío y le dolían los brazos y las piernas, pero algo en su interior había dejado de torturarle. Sharon encontraría el modo de salir de allí, de escapar de aquel hombre para que entre los dos pudieran salvar a Ronald. O papá vendría a buscarles. Estaba seguro de ello.
Sentía el aliento de Sharon en su mejilla. Había colocado la cabeza bajo la barbilla de la muchacha. De vez en cuando Sharon hacía un ruido extraño, como si le doliese algo, pero acurrucado contra ella se sentía mejor. Como cuando era muy pequeño y a veces despertaba en medio de la noche con una pesadilla y corría a meterse en la cama de papá y mamá. Su madre le apretaba contra ella y le decía «Deja ya de removerte» con voz somnolienta, y él volvía a dormirse acurrucado junto a su cuerpo.
Sharon y papá le cuidarían bien. Se acercó un milímetro más a la muchacha. Ojalá pudiera decirle que no se preocupara por él. Respiraría lentamente, aspirando el aire hasta el fondo. Le dolían los brazos. Se propuso dejar de pensar en el dolor. Pensaría en algo agradable… En el cuarto del último piso y en los trenes Lionel que Sharon iba a regalarle.