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T.A. despierta de repente. No se ha dado cuenta de que se quedaba dormida. El golpeteo de las palas del rotor la ha acunado. Está hecha polvo de cansancio; seguro que es por eso.

—¿Qué coño le pasa a mi red de comunicaciones? —está berreando L. Bob Rife.

—No responde nadie —dice el piloto ruso—. Ni en la Almadía, ni en Los Ángeles, ni en «Jiuston».

—Entonces, ponme con LAX por teléfono —dice Rife—. Quiero coger un reactor hasta Houston. Moveremos el culo hasta el campus y averiguaremos qué está pasando.

El piloto trastea con el panel de control.

—Problema —dice.

—¿Qué?

—Alguien está jodiendo el teléfono. Nos están interfiriendo —dice el piloto, sacudiendo la cabeza con impotencia.

—Quizá yo pueda conseguir una línea —dice el Presidente. Rife le lanza una mirada que significa «claro, gilipollas».

—¿Alguien tiene unas monedas? —grita Rife. Frank y Tony se miran sorprendidos—. Tendremos que aterrizar y llamar por teléfono desde la primera puta cabina que veamos. —Se echa a reír—. ¿No es increíble? ¿Yo, usando un teléfono?

Un instante después T.A. mira por la ventana y se sorprende de ver nada menos que tierra, y una autovía de dos carriles que serpentea por una cálida playa. Es California.

El helicóptero se frena, aproximándose al suelo, y empieza a seguir la autopista. En su mayor parte está libre de plástico y luces de neón, pero antes de que pase mucho rato encuentran una corta franja de gueto de franquicias, construido a ambos lados de la carretera en un sitio donde ésta se aleja un poco de la playa.

El helicóptero aterriza en el aparcamiento de un Buy’n’Fly. Por fortuna está casi vacío y no cortan ninguna cabeza. Un par de jóvenes juegan con videojuegos en el interior, y apenas levantan la vista ante la sorprendente visión del helicóptero. T.A. se alegra; le da vergüenza que la vean en compañía de este aburrido grupo de viejales. El helicóptero se detiene, con el motor al ralentí, mientras L. Bob Rife salta fuera y corre hacia el teléfono atornillado a la fachada.

Estos tíos han cometido la estupidez de ponerla en el asiento que está junto al extintor de incendios. No hay motivo para que no se aproveche de ello. Lo arranca del soporte y casi con el mismo movimiento le quite el pasador de seguridad y aprieta el gatillo, apuntando en dirección a te cara de Tony.

No ocurre nada.

—¡Joder! —grita T.A., y se lo lanza, o más bien lo empuja hacia él. Tony se estaba inclinando hacia delante para agarrarla por la muñeca, y el impacto del extintor en el rostro es suficiente para quitarle un poco las ganas de actuar. Eso le da tiempo a T.A. para sacar las piernas del helicóptero.

Todo está saliendo mal. Lleva un bolsillo abierto, y mientras medio cae, medio rueda fuera del helicóptero, la llave del extintor se engancha en ese bolsillo y la frena. Cuando logra liberarse. Tony ya ha reaccionado y, ahora a cuatro patas, intenta cogerla del brazo.

Logra evitarlo. Echa a correr por el aparcamiento. Al fondo le cierra el paso el Buy’n’Fly, y por los lados la alta verja que separa este lugar de un Templo Neo-Acuariano en un lado y de una franquicia del Gran Hong Kong de Mr. Lee en el otro. La única forma de escapar es salir a la carretera… al otro lado del helicóptero. Pero el piloto, Frank y Tony ya han saltado al exterior y le bloquean la salida.

El Templo Neo-Acuariano no le va a servir de ayuda. Si ruega y suplica, quizá la incluyan en los manirás de la próxima semana. Pero el Gran Hong Kong de Mr. Lee es otra historia. Corre hasta la verja y comienza a escalarla. Dos metros y medio de valla metálica coronada de alambre de púas. Pero el mono debería protegerla. Más o menos.

Llega hasta media altura, y entonces unos brazos rechonchos pero fuertes la rodean por la cintura. Se acabó su suerte. L. Bob Rife la levanta apartándola de la valla, y sus pies y brazos se agitan inútilmente en el aire. Rife retrocede de espaldas un par de pasos y la lleva de nuevo hacia el helicóptero.

T.A. vuelve la vista hacia la franquicia de Hong Kong. Estuvo cerca.

Hay alguien en el aparcamiento. Un korreo que abandona el trasiego de la autopista y se lo toma con calma.

—¡Eh! —grita T.A. Pulsa el botón de la solapa del mono, que adquiere de inmediato brillantes colores azul y naranja—. ¡Eh! ¡Soy korreo! ¡Me llamo T.A.! ¡Estos maníacos me han secuestrado!

—Guau —dice el korreo—, qué putada. —Luego le pregunta algo, pero con el zumbido de las aspas del helicóptero no puede oírlo.

—¡Me llevan a LAX! —grita T.A. tan alto como puede. Pero Rife la lanza de cara al interior del helicóptero. El aparato despega, minuciosamente vigilado por la nube de antenas del techo del Gran Hong Kong de Mr. Lee.

En el aparcamiento, el korreo observa el despegue del helicóptero. Es guay, y tiene un montón de armamento.

Pero los tíos del helicóptero estaban maltratando a esa chica cosa mala.

El korreo extrae el teléfono móvil de la funda, conecta con el Centro de Mando de RadiKS, y pulsa un gran botón rojo. Está avisando de una Emergencia.

Dos mil quinientos korreos están reunidos en las riberas forradas de hormigón del río Los Ángeles. Abajo, en el cauce del río, Vitaly Chernobyl y los Desastres Nucleares atacan la mejor parte de su próximo sencillo, «Avería en las varillas de control». Varios korreos aprovechan la banda sonora para patinar arriba y abajo por las riberas del río; sólo Vitaly, en vivo, puede lograr que su adrenalina brote con tanta fuerza como para que patinen sobre una rampa empinada a ciento treinta kilómetros por hora sin dejarse los piños en el hormigón.

Y de repente, la oscura masa de fans de los Desastres Nucleares se convierte en una galaxia giratoria de color naranja rojizo; han aparecido dos mil quinientas estrellas. Es una visión alucinante, y al principio piensan que es un nuevo truco visual de Vitaly y sus ingenieros de imágenes. Es como si todo el mundo encendiese el mechero, pero más brillante y mucho más organizado; todos los korreos bajan la vista a su cinturón y ven una luz roja que parpadea en el teléfono móvil. Al parecer, un pobre patinador ha lanzado una señal de Emergencia.

En una franquicia del Gran Hong Kong de Mr. Lee a las afueras de Phoenix, la Criatura Rata número B-782 se despierta.

Fido se ha despertado porque esta noche los perros están ladrando. Siempre hay ladridos, aunque la mayoría de las veces suenan muy lejos. Fido sabe que los ladridos lejanos no son tan importantes como los cercanos, así que a menudo sigue durmiendo pese a oírlos.

Pero, a veces, un ladrido lejano lleva un sonido especial que inquieta a Fido, y no puede evitar despertarse.

El ladrido que oye ahora mismo es uno de ésos. Llega de muy lejos, pero es apremiante. Un buen perrito está muy enfadado. Está tan enfadado que sus ladridos se han extendido a todos los demás perritos de la jauría.

Fido lo oye ladrar y también se pone nervioso. Unos desconocidos malos se han acercado mucho al patio de un perrito bueno. Iban en una cosa voladora. Tenían montones de armas.

A Fido no le gustan las armas. Un desconocido con un arma le disparó una vez y le hizo daño. Luego vino la chica simpática y lo ayudó.

Estos desconocidos son extremadamente malos. Cualquier perrito bueno en su sano juicio querría hacerles daño y echarlos. Al escuchar los ladridos, ve el aspecto que tienen y oye los ruidos que hacen. Si alguno de esos desconocidos tan malos se acerca a este patio, él se enfadará muchísimo.

Después, Fido nota que los desconocidos malos están persiguiendo a alguien. Sabe que le están haciendo daño por la forma en que ella se mueve y por cómo suena su voz.

¡Los desconocidos malos están haciendo daño a la chica que lo quiere!

Fido se enfada más de lo que nunca se había enfadado, incluso más que cuando el hombre malo le disparó hace mucho tiempo.

Su trabajo es mantener a los forasteros malos fuera de este patio. Es lo único que tiene que hacer.

Pero es aún más importante proteger a la chica simpática que lo quiere. Eso es más importante que cualquier otra cosa. Y nada puede detenerlo. Ni siquiera la verja.

La verja es muy alta. Pero él recuerda que hace mucho tiempo saltaba cosas que eran más altas que su cabeza.

Fido sale de su caseta, dobla las largas patas bajo el cuerpo y salta sobre la verja que rodea su patio incluso antes de recordar que no puede saltarla. La contradicción no lo preocupa; como perro que es, la introspección no es uno de sus puntos fuertes.

El ladrido se está extendiendo a otro sitio lejano. Todos los perritos buenos que viven en ese sitio distante reciben el aviso de estar a la espera de los desconocidos malos y de la chica que quiere a Fido, porque van a ir a ese lugar. Fido lo ve en su mente. Es grande y amplio y plano y muy abierto, como un lindo campo para perseguir frisbis. Tiene montones de cosas grandes que vuelan. Alrededor hay varios patios donde viven perritos buenos.

Fido oye los ladridos de respuesta de esos perritos. Sabe dónde están. Muy lejos. Pero se puede llegar allí por las calles. Fido conoce muchísimas calles. Le basta con correr por una, y sabe dónde está y adonde se dirige.

Al principio, la única huella que deja B-782 de su paso es un rastro de chispas danzarinas en el centro del gueto de franquicias. Pero en cuanto llega a una zona recta de la autopista, comienza a dejar más pruebas: una rociada de vidrio azul de seguridad que se extiende hacia afuera en franjas paralelas desde los cuatro carriles de la autopista, al saltar de sus marcos las ventanillas y los parabrisas de los automóviles y salir despedidos por el aire como la estela de una lancha motora.

Como parte de la política de buenos vecinos de Mr. Lee, las Criaturas Ratas están programadas para no romper jamás la barrera del sonido en áreas pobladas, pero Fido tiene demasiada prisa para preocuparse por la política de buenos vecinos. A la mierda la barrera del sonido. Bienvenido sea el ruido.