—Sólo hacía mi trabajo, tío —dice T.A.—. Ese tal Enki quería hacer llegar un mensaje a Hiro, y yo se lo he entregado.
—Cierra el pico —dice Rife, pero no como si estuviese enfadado. Simplemente quiere que se calle. Porque lo que haya hecho no representa ninguna diferencia ahora que todas esas antenas humanas retienen a Hiro.
T.A. mira por la ventana. Sobrevuelan el Pacífico a baja altura; el agua se mueve por debajo de ellos con rapidez. No sabe a qué velocidad viajan, pero parece que van a toda hostia. Siempre había creído que el mar era azul, pero en realidad es del gris más aburrido que haya visto jamás. Y se extiende durante kilómetros y kilómetros.
Tras unos cuantos minutos, otro helicóptero les da alcance y vuela junto a ellos, muy cerca, en formación. Es el helicóptero de RARO, el que está lleno de médicos.
Distingue a Cuervo dentro de la cabina, en uno de los asientos. Al principio piensa que está inconsciente porque está encorvado hacia delante, sin moverse.
Luego levanta la cabeza y T.A. ve que está conectado en el Metaverso. Levanta una mano y se pone el visor sobre la frente, mira de reojo por la ventana y ve que ella lo está mirando. Sus ojos se cruzan; el corazón de T.A. comienza a dar débiles saltos, como un conejito en una bolsa hermética. Cuervo sonríe y la saluda con la mano.
T.A. se recuesta contra el asiento y baja la persiana de la ventanilla.