T.A. espera tanto rato que le parece que ya debe de haber salido el sol, pero sabe que en realidad no pueden haber sido más de un par de horas. En cierto modo, ni siquiera importa. Nada cambia: la música suena, la cinta de vídeo con los dibujos animados se rebobina y vuelve a empezar, los hombres entran, beben y procuran que nadie los pille mirándola. Tanto daría que estuviese encadenada a la mesa; es imposible que pudiese encontrar el camino a casa desde aquí. Por tanto, espera.
De repente Cuervo está de pie ante ella. Lleva una ropa distinta, un húmedo y resbaladizo atuendo de pieles de animales o algo así. Tiene la cara roja y mojada; se nota que ha estado al aire libre.
—¿Has terminado tu trabajo?
—Más o menos —dice Cuervo—. He hecho lo suficiente.
—¿Qué quieres decir con «lo suficiente»?
—Quiero decir que no me gusta que me interrumpan en una cita por una gilipollez —dice Cuervo—. Así que he puesto un poco de orden, y que los gnomos se preocupen de los detalles.
—Yo me lo he pasado estupendamente aquí.
—Lo siento, cariño. Larguémonos de aquí —dice él, hablando con el tono tenso y vehemente de un hombre con una erección.
—Vayamos al Núcleo —dice Cuervo una vez han salido al aire fresco de la cubierta.
—¿Qué hay allí?
—Todo —explica él—. La gente que dirige todo este lugar. Pocos de éstos —dice, barriendo la Almadía con la mano— pueden ir allí, pero yo sí. ¿Quieres verlo?
—Claro, ¿por qué no? —dice T.A., odiándose por sonar tan boba, pero ¿qué va a decir si no?
Él la guía a través de una serie de pasarelas iluminadas por la luna, hacia los grandes buques del centro de la Almadía. Casi se podría llegar patinando hasta allí, pero habría que ser bueno de veras.
—¿Por qué eres distinto de los demás? —suelta T.A. sin pensárselo mucho. Pero parece una buena pregunta.
—Soy aleutiano —ríe él—. Soy diferente de muchas formas…
—No. Me refiero a que tu cerebro funciona de modo distinto —dice T.A.—. No estás chiflado. ¿Sabes a qué me refiero? No has mencionado la Palabra en toda la noche.
—Nosotros hacemos una cosa en los kayaks. Es parecido a hacer surf —explica Cuervo.
—¿De verdad? Yo también surfeo… entre el tráfico —dice T.A.
—No lo hacemos por diversión —sigue Cuervo—. Es parte de nuestra forma de vida. Vamos de isla a isla cabalgando las olas.
—Lo mismo que yo —dice T.A.—, excepto que yo voy de un fransulado a otro cabalgando los coches.
—Verás, el mundo está lleno de cosas más poderosas que nosotros. Pero si sabes cómo cabalgarlas, te llevan a sitios —dice Cuervo.
—Correcto. Entiendo perfectamente lo que dices.
—Eso es lo que yo hago con los ortos. Estoy de acuerdo con algunos aspectos de su religión, no con todos. Pero su movimiento tiene mucha fuerza. Tienen mucha gente y dinero y barcos.
—Y tú los estás cabalgando.
—Eso es.
—Guay, comparto el sentimiento. ¿Y qué intentas hacer? Quiero decir, ¿cuál es tu objetivo real?
Están cruzando una amplia plataforma. De repente él está detrás de ella, sus brazos la rodean, y tira de ella hacia su cuerpo. Los dedos de los pies de T.A. apenas tocan el suelo. Siente el frío de la nariz de Cuervo contra la sien y su cálido aliento en el oído. Siente hormigueos hasta la punta de los pies.
—¿Objetivo a corto plazo o a largo plazo? —susurra Cuervo.
—Eh… a largo plazo.
—Antes tenía un plan; iba a lanzar bombas atómicas sobre América.
—Oh. Bueno, eso sería bastante brutal.
—Quizá. Depende del humor que tenga. Aparte de eso, no tengo objetivos a largo plazo. —Cada vez que susurra algo, otra vaharada de aliento cosquillea en la oreja de T.A.
—¿A medio plazo, entonces?
—En unas cuantas horas, la Almadía se desintegrará —dice Cuervo—. Nos dirigimos a California, en busca de un lugar aceptable para vivir. Habrá quien intente detenemos, y mi trabajo es ayudar a la gente a llegar a la costa sana y salva. Así que se podría decir que me voy a la guerra.
—Oh, qué lástima —musita T.A.
—Por eso me resulta difícil pensar en nada que no sea el aquí y ahora.
—Sí, comprendo.
—He alquilado una habitación agradable para pasar mi última noche —dice Cuervo—. Tiene sábanas limpias. No por mucho tiempo, piensa T.A.
Ella había pensado que sus labios serían fríos y tiesos, como los de un pez, pero se sorprende de lo cálidos que son. De hecho, todas las partes de su cuerpo están calientes, como si fuese la única forma de mantener el calor en el Ártico.
A los treinta segundos de empezar el beso, él se inclina, pasa sus brazos grandes como muslos por la cintura de T.A. y la levanta en el aire de forma que sus pies ya no tocan la cubierta.
Se temía que la llevase a algún sitio horrible, pero resulta que ha alquilado un contenedor en lo más alto de uno de los grandes almacenes de carga del Núcleo. Ese sitio es prácticamente como un hotel de lujo para los grandes capitostes del Núcleo.
Intenta decidir qué hacer con las piernas, que ahora cuelgan inútiles. No está dispuesta a rodearlo con ellas; aún es demasiado pronto. Luego siente que se separan, mucho, muchísimo; los muslos de Cuervo deben de ser más grandes que la cintura de T.A. Él ha metido una pierna entre las suyas y ha apoyado el pie en una silla, de forma que quede montada a horcajadas sobre el muslo, y con los brazos la atrae contra su cuerpo, apretando y aflojando, apretando y aflojando, de forma que ella se mece violentamente adelante y atrás con todo el peso apoyado en la entrepierna. Algún músculo enorme, la parte superior del cuádriceps, sobresale en el punto en que se une con el hueso de su pelvis, y cuando él la atrae aún más hacia sí y con más fuerza, ella acaba sentada sobre el músculo, tan apretada contra él que puede notar las costuras de la entrepierna del mono y las monedas que hay en el bolsillo de los vaqueros de Cuervo. Él desliza las manos hacia abajo, manteniéndola pegada, y le aprieta el culo con dos manos tan enormes que debe de ser como apretar un albaricoque, dedos tan largos que la rodean y se le meten entre las nalgas, y ella se mueve para intentar soltarse pero no hay adonde ir excepto hacia su cuerpo; T.A. interrumpe el beso y desliza el rostro contra su cuello ancho, suave y sin vello. Deja escapar un gritito que se transforma en un gemido, y entonces sabe que él ha tenido éxito, porque ella jamás hace ruido durante el sexo, pero esta vez no puede evitarlo.
Y cuando llega a esa conclusión, está impaciente por ir al grano. Puede mover los brazos y las piernas, pero la parte central de su cuerpo está como clavada y no se va a mover hasta que lo haga Cuervo. Y él no va a moverse hasta que ella lo obligue, así que dedica su atención a la oreja. Normalmente eso suele bastar.
El trata de huir. Cuervo intentando huir de algo. Le encanta la idea. Los brazos de T.A. son tan fuertes como los de un hombre, de tanto colgar del arpón en las autopistas, así que se los anuda como un tomillo alrededor de la cabeza, le aprieta la frente contra su sien y comienza a girar la punta de la lengua alrededor del pliegue exterior de su oreja.
Él se queda paralizado durante un par de minutos, respirando con suavidad mientras ella se abre camino hacia el interior, y cuando finalmente empuja la lengua contra su oído corcovea y grufie como si lo hubiesen arponeado, la levanta de su pierna y le da una patada a la silla, que va a parar al otro lado de la sala con tanta fuerza que se rompe contra la pared del contenedor. Ella se siente caer de espaldas en el futón y durante un instante cree que va a quedar aplastada, pero él apoya sobre los codos todo el peso del cuerpo, excepto el de la pelvis, que choca contra ella, enviando una descarga eléctrica de placer que sube por la espalda de T.A. y baja por sus piernas. Sus muslos y pantorrillas se han vuelto sólidos y prietos como si los hubiesen llenado de jugo, y no puede relajarlos. Él se inclina sobre el codo, separando un instante sus cuerpos, planta la boca sobre la de ella para mantener el contacto, le llena la boca con la lengua y la sostiene ahí mientras con una mano suelta el cierre del cuello del mono de T.A. y baja la cremallera hasta la entrepierna; el mono queda abierto, exponiendo una amplia V de piel que converge desde sus hombros. Él vuelve a ponerse sobre ella, agarra los hombros del mono con las dos manos y lo baja con fuerza, empujando los brazos de T.A. contra el cuerpo y amontonando el tejido bajo su cintura de forma que esté arqueada hacia él. Luego se mete entre sus muslos apretados, todos esos músculos de patinadora tensados al límite, y baja las manos para volver a apretarle el culo, esta vez con su cálida piel contra la de ella, de forma que es como sentarse en una parrilla caliente untada con mantequilla, y hace que sienta aún más calor en todo el cuerpo.
Llegados a este punto hay algo que ella debería recordar. Algo de lo que tiene que ocuparse. Algo importante. Una de esas tareas pesadas que parecen muy lógicas cuando piensas en ellas en abstracto, pero que, en momentos como éste, parecen tan profundamente irrelevantes que ni se te pasan por la cabeza.
Le suena que tiene que ver con la contracepción, o algo así. Pero T.A. está inerme de pasión, así que tiene excusa. Por tanto se retuerce y agita las rodillas hasta que el mono y las bragas se bajan hasta los tobillos.
Cuervo se desnuda completamente en tres segundos. Se arranca la camiseta y la tira por ahí, se quita los pantalones y los aleja de una patada. Su piel es tan suave como la de ella, como la piel de un mamífero que nada en el mar, pero no es frío ni parecido a un pez, sino cálido. No le ve la polla, pero tampoco quiere hacerlo, ¿para qué, al fin y al cabo?
Le ocurre algo que jamás le había pasado antes: se corre en cuanto él la penetra. Es como si un relámpago estallase en su centro y descendiese por las piernas en tensión y le subiese por la columna vertebral y llegase hasta los pezones; traga aire hasta que las costillas parecen a punto de atravesar la piel y luego lo suelta con un grito. Sólo uno. Probablemente Cuervo se haya quedado sordo; pero es su puñetero problema.
Se relaja, y él también. Debe de haberse corrido al mismo tiempo. No importa; es pronto, y el pobre Cuervo estaba más caliente que un perro de tanto estar en el mar. Más tarde le exigirá mayor resistencia.
Por el momento se contenta con permanecer debajo de él y absorber calor. Lleva días muerta de frío. Los pies, que cuelgan en el aire, siguen estando fríos, pero eso sólo hace que el resto de ella aún se sienta mejor.
Cuervo también parece complacido; extrañamente complacido. Qué felicidad. Casi todos los tíos ya estarían haciendo zapping en la tele, pero Cuervo no. No le importa estar ahí tumbado toda la noche, respirando suavemente sobre el cuello de T.A. De hecho, se ha quedado dormido sobre ella, como lo haría una mujer.
Ella también dormita. Reposa unos minutos, mientras un montón de pensamientos cruza su cabeza.
Este lugar es bastante agradable, como un hotel de precio medio para ejecutivos en el Valle. Nunca imaginó que existiese algo así en la Almadía; pero aquí también hay ricos y pobres, como en todas partes.
Cuando llegaron a cierto pasillo, no lejos del primer gran buque del Núcleo, un guardia armado bloqueaba el paso. Dejó pasar a Cuervo, que llevaba a T.A. de la mano, y le echó una mirada a T.A. pero no dijo nada; toda su atención se centraba en Cuervo.
Tras eso el camino se volvió mucho más agradable. Amplio como un paseo marítimo, y no tan abarrotado de viejas chinas cargadas con gigantescos fardos sobre la espalda. Y ya no olía tanto a mierda.
Al llegar al primer buque del Núcleo, una escalera los llevó desde el nivel del mar hasta la cubierta. Desde allí cruzaron una pasarela hasta las entrañas de otro barco, y Cuervo la guió por aquel sitio como si hubiese estado allí un millón de veces, y por último cruzaron otra pasarela hasta este carguero. Y era como un puñetero hotel: botones de guantes blancos que llevaban las maletas de tipos trajeados, un mostrador para registrarse, de todo. Seguía siendo un barco, todo de metal repintado de blanco un millón de veces, pero no como se lo esperaba. Incluso hay un helipuerto para que los ejecutivos puedan ir y volver. Junto a él hay aparcado un helicóptero con un logotipo que ya ha visto antes: Rife Advanced Research Organization. RARO. La gente que le dio el sobre para llevar al cuartel general del MOGRE. Todo empieza a encajar por fin: los Feds y L. Bob Rife y las Puertas Perladas del Reverendo Wayne y la Almadía, todos forman parte del mismo asunto.
—¿Quién coño es toda esa gente? —le preguntó a Cuervo cuando los vio; pero él la hizo callar.
Se lo preguntó de nuevo más tarde, mientras buscaban su habitación, y él le dijo: esos tipos trabajan para L. Bob Rife. Programadores, ingenieros y expertos en comunicaciones. Rife es un hombre importante. Dirige un monopolio.
—¿Rife está aquí? —le preguntó ella, fingiendo, por supuesto. A esas alturas ya lo había deducido.
—Shh —dijo él.
Bonita intel. A Hiro le encantaría, si pudiera hacérsela llegar. Pero incluso eso va a resultar fácil. Nunca pensó que hubiese terminales del Metaverso en la Almadía, pero en este barco hay toda una fila de ellos, para que los trajeados visitantes puedan conectarse con la civilización. Lo único que tiene que hacer es llegar a uno sin que Cuervo se despierte. Eso puede resultar complicado. Lástima que no pueda drogarlo, como en las películas sobre la Almadía.
Y entonces es cuando lo comprende todo. Brota de su subconsciente como las pesadillas. O como cuando te marchas de casa y a la media hora recuerdas que te dejaste la tetera en el fuego. Es una realidad fría y pegajosa sobre la que T.A. no puede hacer nada.
Por fin ha recordado qué era ese fastidioso pensamiento que la molestó durante un instante, justo antes de joder.
No tenía nada que ver con la contracepción. Ni con la higiene.
Era la dentata. La última línea de autodefensa personal. La única cosa, junto con las chapas de Tío Enzo, que los ortos no le quitaron. No lo hicieron porque no practican el registro de cavidades corporales.
Lo que significa que en el momento en que Cuervo la penetró, una minúscula aguja hipodérmica se deslizó imperceptiblemente en la hinchada vena frontal de su pene, lanzando a su flujo sanguíneo un cóctel de potentes narcóticos y tranquilizantes.
Cuervo ha sido arponeado en el sitio que menos se esperaba. Ahora dormirá al menos cuatro horas.
Y luego, buf, vaya si va a estar cabreado.