51

Desde unos cuantos kilómetros de distancia la Almadía parece misteriosamente animada. Una docena de focos y al menos el mismo número de láseres están montados en la imponente superestructura del Enterprise, moviéndose de acá para allá entre las nubes como en un estreno de Hollywood. Más de cerca ya no se ve tan clara y brillante. El vasto embrollo de pequeños navíos irradia una lóbrega nube de luz amarilla que estropea el contraste.

En un par de lugares, la Almadía está ardiendo. No es una fogata bonita y alegre, sino altas llamas borboteantes que lanzan un humo negro como el que se produce al quemar gran cantidad de gasolina.

—Una guerra entre bandas, quizá —teoriza Eliot.

—Una fuente de energía —supone Hiro.

—Entretenimiento —propone Ojo de Pez—. En la Almadía no hay televisión por cable.

Antes de zambullirse en el Infierno, Eliot destapa el depósito e introduce la varilla indicadora para comprobar el nivel de combustible. No dice nada, pero no parece especialmente feliz.

—Apagad todas las luces —dice Eliot cuando aún parecen estar a kilómetros de distancia—. Recordad que ya nos han visto varios centenares o millares de personas armadas y hambrientas.

Vic ya está recorriendo el barco, apagando las luces por el expeditivo método de dar martillazos a las bombillas. Ojo de Pez, repentinamente muy respetuoso, escucha a Eliot con atención.

—Quitaos toda la ropa naranja —sigue éste—, aunque tengáis frío. A partir de ahora, nos tumbamos en cubierta, nos dejamos ver lo menos posible, y no hablamos entre nosotros a menos que sea necesario. Vic, tú te quedas en medio del barco con el rifle y esperas a que alguien nos apunte con un foco. Si lo hace, venga de la dirección que venga, te lo cargas. Eso incluye también las luces de los barcos más pequeños. Hiro, tu trabajo será vigilar la borda. Ve recorriendo los bordes del yate, mirando todos los sitios en que un nadador podría escalar y subirse a bordo; y si eso pasa, le cortas los brazos. Ten cuidado también con los garfios y las cosas de ese tipo. Ojo de Pez, si se acerca cualquier objeto flotante a menos de treinta metros, húndelo.

»Si veis tipos con antenas en la cabeza, cargáoslos los primeros porque pueden comunicarse entre ellos.

—¿Antenas en la cabeza? —se extraña Hiro.

—Sí. Gárgolas de la Almadía —explica Eliot.

—¿Quiénes son?

—¿Y yo qué cojones sé? Los he visto unas cuantas veces, de lejos. En cualquier caso, voy a dirigirme en línea recta hacia el centro, y cuando estemos cerca, viraré a estribor y rodearé la Almadía en sentido antihorario, a ver si encuentro a alguien que quiera vendernos combustible. Si las cosas salen mal y acabamos en la Almadía, permanecemos juntos y tratamos de contratar un guía, porque si intentamos movemos por ahí sin la ayuda de alguien que conozca esa telaraña, nos meteremos en un lío serio.

—¿Cómo de grande? —se interesa Ojo de Pez.

—Como acabar en una pútrida y enfangada red de carga colgada entre dos buques que se balancean en direcciones opuestas, con nada bajo el culo excepto agua helada llena de ratas, desperdicios tóxicos y ballenas asesinas. ¿Más preguntas?

—Una —dice Ojo de Pez—. ¿Me puedo ir a casa?

Bien. Si Ojo de Pez puede estar asustado, Hiro no lo está menos.

—Recordad lo que le pasó al pirata Bruce Lee —dice Eliot—. Era poderoso y estaba bien armado. Un día se acercó a una balsa salvavidas llena de Refus, buscando un poco de poontang, y murió casi antes de darse cuenta. Ahí fuera hay un montón de gente que querrá hacernos lo mismo.

—¿No hay polis o algo por el estilo? —dice Vic—. Había oído que sí. En otras palabras, que Vic ha matado mucho tiempo en Times Square viendo películas sobre la Almadía.

—La gente del Enterprise funciona en modalidad ira-de-Dios —explica Eliot—. Tienen armas grandes montadas alrededor de la cubierta superior, grandes ametralladoras Gatling como Razones pero que disparan balas más grandes. Su objetivo original era derribar misiles Exocet. Golpean con la fuerza de un meteorito. Si la gente se pone tonta en la Almadía, se limitan a eliminar el problema. Pero unos pocos asesinatos o tumultos no son suficiente para llamar su atención. Si es un duelo con misiles entre organizaciones piratas rivales, eso es otro asunto.

De buenas a primeras los ilumina un foco tan grande y potente que no hay forma de mirar hacia él.

Luego se apaga de nuevo, mientras retumba en el agua un disparo del rifle de Vic.

—Buen tiro, Vic —dice Ojo de Pez.

—Es como una de esas lanchas de los traficantes de droga —dice Vic, observando a través de su mira mágica—. Hay cinco tíos en ella. Vienen hacia aquí. —Dispara otra vez—. Corrección: quedan cuatro tíos. —Bum—. Corrección: ya no vienen hacia aquí. —Bum. A treinta metros una bola de fuego hace erupción en el océano—. Corrección: ya no hay lancha.

—¿Estás grabando todo esto, Hiro? —dice Ojo de Pez, riéndose y dándose una palmada en el muslo.

—No —dice Hiro—. No saldría bien.

—Oh. —Ojo de Pez parece desconcertado, como si eso lo cambiase todo.

—Ésa era la primera oleada —dice Eliot—. Piratas ricos en busca de presas fáciles. Pero tienen mucho que perder, así que se asustan con facilidad.

Por encima de las risotadas profundas del motor Diesel del yate se oye el zumbido agudo de motores fueraborda.

—La segunda oleada —sigue Eliot—. Aspirantes a piratas. Vendrán mucho más rápido, así que permaneced atentos.

—Este trasto tiene radar milimétrico —comenta Ojo de Pez. Hiro lo mira: su rostro está iluminado desde abajo por el brillo de la pantalla de Razones—. Puedo ver a esos cabrones como si fuese de día. Vic dispara varios tiros, saca el cargador y coloca uno nuevo. Un zodiac pasa a toda velocidad, saltando sobre las crestas de las olas, lanzándoles débiles chorros de luz con un proyector. Ojo de Pez les dispara un par de ráfagas cortas con Razones, levantando nubes de vapor en el frío aire nocturno, pero falla.

—Ahorrad munición —dice Eliot—. Aun con Uzis, no pueden damos hasta que frenen un poco. Y aun con radar, no puedes darles.

Una segunda zodiac pasa junto a ellos por el otro flanco, más cerca que la primera. Ni Vic ni Ojo de Pez disparan. Oyen cómo da vueltas a su alrededor y se marcha por donde vino.

—Esas dos lanchas se están reuniendo —dice Vic—. Hay otras dos, cuatro en total. Están hablando.

—Han hecho un reconocimiento —aclara Eliot—, y ahora planean su táctica. La próxima vez irá en serio.

Un instante después, de la parte posterior del yate, donde está Eliot, brotan dos sonidos increíblemente fuertes acompañados por breves fogonazos. Al volverse, Hiro ve caer un cuerpo sobre la cubierta. No es Eliot. Eliot está allí sosteniendo su rematador extragrande de halibuts.

Hiro corre hacía atrás y mira al nadador muerto a la escasa luz que reflejan las nubes. Está desnudo excepto por una gruesa capa de grasa negra y un cinturón con una pistola y un cuchillo. Aún se sujeta a la soga que ha utilizado para subir a bordo. La soga termina en un garfio de abordaje que ha prendido en la serrada y rota fibra de vidrio de un costado del yate.

—La tercera oleada llega antes de tiempo —dice Eliot con voz aguda y temblorosa. Está haciendo un esfuerzo tan intenso por sonar tranquilo que tiene el efecto contrario—. Hiro, me quedan tres balas y voy a guardar la última para ti si vuelve a subir a bordo otro cabrón más.

—Lo siento —se excusa Hiro. Desenfunda el corto wakizashi. Se sentiría mejor si pudiese llevar la nueve milímetros en la otra mano, pero necesita una mano libre para sujetarse y no caerse por la borda. Recorre rápidamente el yate en busca de más garfios, y encuentra uno en el otro lado, sujeto a un soporte de la barandilla, del cual cuelga una tensa soga que desciende hacia el mar.

Corrección: es un cable. Su espada no puede cortarlo. Y está tan tenso que no puede desengancharlo del soporte.

Mientras está en cuclillas, luchando con el garfio, una mano grasienta surge del agua y le agarra la muñeca. Una segunda mano busca a tientas el otro brazo de Hiro, pero se agarra a la espada. Hiro libera el arma de un tirón, notando cómo corta, y empuja el wakizashi de punta en el espacio entre esas dos manos, justo cuando alguien hunde los dientes en la entre pierna de Hiro. Pero la entrepierna de Hiro está protegida: el traje de motociclismo tiene un protector de plástico resistente. Así que el tiburón humano sólo se mete en la boca un puñado de tejido antibalas. Luego su apretón pierde fuerza, y cae al mar. Hiro suelta el garfio de abordaje y lo arroja tras él.

Vic dispara tres veces en rápida sucesión, y una bola de fuego ilumina un costado del navío. Durante unos instantes pueden ver todo lo que los rodea en un radio de cien metros, y el efecto es como encender la luz de la cocina en medio de la noche y descubrir que en las encimeras se apiñan las ratas. Al menos una docena de barcas los rodean.

—Tienen cócteles molotov —dice Vic.

La gente que está en las barcas también puede verlos a ellos. Las balas trazadoras vuelan a su alrededor procedentes de varias direcciones. Hiro ve fogonazos de armas de fuego al menos en tres sitios distintos. Ojo de Pez dispara una, dos veces con Razones, breves ráfagas de unas pocas docenas de tiros cada una, y crea otra bola de fuego, ésta más lejos del yate.

Hace al menos cinco segundos que Hiro no se mueve, así que vuelve a comprobar la existencia de garfios y luego sigue su circuito alrededor del yate. Esta vez está limpio. Los dos latinos debían de trabajar juntos.

Un cóctel molotov describe un arco en el cielo e impacta con el costado de estribor del yate, donde no hará mucho daño. Dentro sería mucho peor. Ojo de Pez usa Razones para rociar la zona de la que procedía el cóctel, pero ahora que el costado del yate está iluminado por las llamas atraen mucho más fuego de armas cortas. A su luz Hiro ve chorros de sangre que descienden del refugio de Vic.

En el costado de babor ve algo largo y estrecho, hundido en el agua, de donde surge un torso humano. El hombre lleva el cabello largo caído sobre los hombros, y sostiene en una mano una lanza de dos metros y medio. La está lanzando en ese mismo momento.

El arpón vuela sobre seis metros de agua. El millón de facetas astilladas de su cabeza de vidrio refracta la luz y le da la apariencia de un meteoro. Alcanza a Ojo de Pez en la espalda, atraviesa fácilmente el tejido antibalas que lleva bajo el traje y sale por el otro lado del cuerpo. El impacto levanta a Ojo de Pez en el aire y lo arroja fuera del barco; cae de cara al agua, ya muerto.

Nota mental: las armas de Cuervo no se ven en el radar.

Hiro mira hacia donde estaba Cuervo, pero éste ya ha desaparecido. Otro dos latinos, codo con codo, saltan sobre la barandilla a unos tres metros de Hiro, pero quedan momentáneamente cegados por las llamas. Hiro saca su nueve, apunta hacia ellos y aprieta el gatillo una y otra vez hasta que ambos caen al agua. Ahora ya no sabe cuántas balas le quedan en el cargador.

Se oye una tos silbante, y la luz del incendio se atenúa hasta que finalmente desaparece. Eliot lo ha apagado con un extintor.

El yate se sacude bajo los pies de Hiro, que cae golpeando la cubierta con la cara y el hombro. Al levantarse comprende que acaban de embestir o ser embestidos por algo grande. Hay un sonido sordo, pies que corren sobre la cubierta. Hiro oye que algunas de esas pisadas se le acercan, suelta el wakizashi, desenvaina la katana y gira al mismo tiempo, asestándole con ella un golpe a alguien en el torso. Mientras, alguien le arrastra un cuchillo largo por la espalda, pero no atraviesa el tejido, sólo duele un poco. La katana se libera con facilidad, lo cual es pura suerte, porque olvidó frenar el golpe y podría haberse quedado atascada. Se da la vuelta, bloquea instintivamente una cuchillada de otro latino, alza la katana y la descarga sobre su sesera. Esta vez lo hace bien, mata sin hincar la hoja. Ahora los latinos lo atacan desde dos flancos. Hiro escoge una dirección, se balancea lateralmente y decapita a uno de ellos. Luego se vuelve. Otro latino camina hacia él por la inclinada cubierta, armado con una maza, pero a diferencia de Hiro, él no está guardando el equilibrio. Hiro se desliza hasta él manteniendo el centro de gravedad sobre los pies y lo empala con la katana.

Un latino contempla todo esto con asombro desde proa. Hiro le dispara, y el tipo se derrumba en la cubierta. Dos latinos más saltan del barco voluntariamente.

El yate está enredado en una telaraña de viejas sogas y redes de carga extendidas sobre la superficie del agua como trampa para idiotas como ellos. El motor del yate trabaja, pero la hélice no se mueve; algo se ha enredado en el eje.

No hay ni rastro de Cuervo. Quizá en su contrato sólo estaba escrito el nombre de Ojo de Pez. Quizá no haya querido enredarse en la telaraña. O quizá tenía claro que, una vez eliminada Razones, los latinos podían encargarse del resto.

Eliot ya no está a los mandos. Ni siquiera está en el yate. Hiro lo llama a gritos, pero no hay respuesta, ni siquiera desde el agua. Lo último que hizo fue inclinarse sobre la borda con el extintor para apagar el fuego del cóctel molotov; debe de haberse caído por la borda cuando chocaron.

Están mucho más cerca del Enterprise de lo que había pensado. Durante la lucha deben de haber cubierto mucha distancia, acercándose más de lo que deberían. De hecho, en estos momentos la Almadía rodea a Hiro por todas partes. Los restos ardientes de las zodiacs lanzacócteles, enredadas en la red alrededor de ellos, proporcionan una iluminación exigua y fluctuante.

Hiro no cree que sea buena idea llevar el yate de vuelta hacia mar abierto. Es una zona demasiado competitiva. Sigue adelante. La maleta que hace las funciones de fuente de energía y depósito de munición de Razones está abierta junto a él; en la pantalla a color se lee un mensaje:

«Se ha producido un error fatal del sistema. Por favor, reinicie e inténtelo de nuevo».

Mientras Hiro mira, el sistema se congela y muere. Se ha colgado.

Vic ha caído abatido por una ráfaga de ametralladora y también ha muerto. A su alrededor, media docena de barcos surcan las olas, atrapados en la telaraña, todos ellos yates de hermoso aspecto. Pero son cascos vacíos, despojados de los motores y de todo lo demás. Como señuelos para patos frente al escondite de un cazador. En una boya cercana hay un cartel pintado a mano, en el que se lee COMBUSTIBLE en inglés y en otros idiomas.

Más lejos, hacia el mar, varios de los barcos que los perseguían han frenado, virando para mantenerse lejos de la telaraña. Saben que no pueden entrar aquí; éste es el dominio exclusivo de los nadadores cubiertos de grasa negra, las arañas de esta telaraña, casi todos los cuales están ahora muertos.

Adentrarse más en la Almadía no puede ser peor. ¿O sí? El yate tiene su propio bote, una zodiac hinchable de tamaño muy reducido, con un pequeño motor fueraborda. Hiro la baja hasta el agua.

—Yo ir con tú —dice una voz.

Hiro se gira con el arma en la mano, y se encuentra mirando al rostro del chaval filipino. El chico parpadea, parece un poco sorprendido pero no particularmente asustado. Al fin y al cabo, vivía con piratas. Y los cadáveres que hay por todo el yate tampoco parecen preocuparlo.

—Yo guía tú —dice el chico—. ba la zin ka nupa rata…